Capítulo 21

Media hora después sonaba el timbre y Thom desparecía por el pasillo. Regresó con un chino gordo vestido con un traje gris abotonado hasta arriba, camisa blanca y corbata a rayas. Su rostro no mostró el mínimo sobresalto al ver a Rhyme en su silla de ruedas o al contemplar todo el equipo forense dentro de la vieja casa victoriana. Su única muestra de emoción se produjo cuando vio a Sachs sorbiendo su infusión de hierbas, cuyo aroma el hombre pareció reconocer.

—Soy el señor Cai.

Rhyme se presentó.

—¿Le parece bien que hablemos en inglés?

—Sí.

—Tenemos un problema, señor Cai, y confío en que pueda echarnos una mano.

—¿Trabajan para el gobernador?

—Así es.

De alguna forma así es, pensó Rhyme, alzando una ceja como guiño hacia un desconfiado e incómodo Lon Sellitto.

Mientras Cai tomaba asiento Rhyme le explicó lo referente al Fuzhou Dragón y los inmigrantes que se escondían en la ciudad. A Cai le vio otro destello de emoción cuando salió a relucir el nombre del Fantasma, aunque enseguida volvió a mostrarse impertérrito. Rhyme hizo una seña a Deng, quien le habló de los asesinos y le contó su sospecha de que esos hombres eran de una minoría étnica.

Cai asintió pensativo. Tras sus gafas bifocales de montura metálica, relucían unos ojos inteligentes.

—Sabemos lo del Fantasma. Nos hace mucho daño a todos. Les ayudaré… ¿Minorías étnicas? En Chinatown no las hay pero haré mis pesquisas en otras zonas de la ciudad. Tengo muchos contactos.

—Es muy importante —le dijo Sachs—. Esas diez personas, los testigos… El Fantasma los matará si no damos antes con ellos.

—Claro —dijo Cai, solidario—. Haré todo lo que esté en mi mano. Y ahora, si su chófer puede llevarme de vuelta, empezaré cuanto antes.

—Gracias —dijo Sachs. Sellitto y Rhyme asintieron agradecidos.

Cai se levantó y les dio la mano aunque, a diferencia de lo que hacían muchas visitas, no alzó un brazo hacia Rhyme, sino simplemente le hizo un gesto con la cabeza, lo que el criminalista interpretó como característico de alguien que mantiene gran control sobre sí mismo, de alguien más inteligente y perceptivo de lo que sugería su pose distraída.

Le agradó la idea de que aquel hombre fuera a ayudarles.

Pero cuando Cai se encaminaba hacia la puerta, Sonny Li gritó: «¡Ting!».

—Ha dicho «¡Espera!» —le tradujo Eddie Deng a Rhyme en un susurro.

Cai se volvió con cara de extrañeza. Li se acercó a él haciendo grandes aspavientos mientras empezaba a hablar enfadado. El jefe del tong se inclinó hacia Li y ambos se enzarzaron en una conversación explosiva.

Rhyme pensó que iban a llegar a las manos.

—¡Espera! —le dijo Sellitto a Li—. ¿Qué coño haces?

Li le ignoró y, con la cara roja, siguió bombardeando a Cai con palabras. Finalmente, el jefe del tong se calló. Humilló la cabeza y clavó los ojos en el suelo.

Rhyme miró a Deng, quien se encogió de hombros.

—Hablaban demasiado rápido para mí. No he podido seguir su conversación.

Mientras Li seguía hablando, ahora más calmado, Cai empezó a asentir y a responder. Al final Li le hizo una pregunta y ambos hombres se dieron la mano.

Cai hizo un gesto hacia Rhyme, otra vez impertérrito, y se largó.

—¿Qué diantre ha pasado? —preguntó Sachs.

—¿Por qué le dejabas salir antes? —le preguntó un malhumorado Li a Rhyme—. Él no iba a ayudarte.

—Sí que lo iba a hacer.

—No, no, no. No importa lo que dijo. Ayudarnos peligroso para él. Él tiene familia, no quiere daño para ellos. Él no recibe nada de ti. —Hizo un gesto con los brazos—. Él sabe que gobernador no en el ajo.

—Pero había dicho que nos iba a ayudar —repuso Sellitto.

—A los chinos no les gusta decir no —les explicó Li—. Es más fácil buscar excusa o sólo decir sí y luego olvidarlo todo. Cai iba de vuelta oficina y olvidarse de vosotros, digo. Dice que va a ayudar pero en realidad dice «Mei-you». ¿Sabes qué significa «mei-you»? Yo no ayudo: lárgate.

—¿Qué le has dicho? ¿Por qué discutíais?

—No, no discusión. Sólo negociación. Ya sabes, negocios. Ahora sí que va a buscar tus minorías. Ahora sí que va a hacer.

—¿Por qué? —preguntó Rhyme.

—Vosotros pagarle dinero.

—¿Qué? —explotó Sellitto.

—No mucho. Sólo cuesta diez mil. Dólares, no yuan.

—Ni hablar —dijo Coe.

—¡Dios santo! —exclamó Sellitto—. No habíamos previsto eso en el presupuesto.

Rhyme y Sachs se miraron el uno al otro y se echaron a reír.

—Vosotros gran ciudad —se mofó Li—, vosotros ricos. Vosotros poderoso dólar, Wall Street, Organización Mundial del Comercio. Hey, Cai quiere mucho más al principio.

—No podemos pagar… —empezó a decir Sellitto.

—Venga, Lon —le interrumpió Rhyme—. Tienes tus fondos para soplones. Y, en cualquier caso, ésta es una operación federal. El INS pagará la mitad.

—No estoy muy seguro de eso —dijo Coe, inquieto y pasándose una mano por el pelo.

—Está bien, yo mismo firmaré el recibo —zanjó Rhyme, y el agente bizqueó, sin estar muy seguro de si había que reírse o no—. Llama a Peabody. Y haremos que Dellray también contribuya. —Miró a Li—. ¿Cuál es el trato?

—Hice buen trato. Primero nos da nombres y luego cobra. Por supuesto quiere cobrar en metálico.

—Por supuesto.

—Vale, necesito un cigarrillo. Me tomo un descanso, ¿vale, Loaban? Necesito buenos cigarrillos. En este país tienes puta mierda cigarrillos. No saben a nada. Y comeré algo.

—Vale, Sonny. Te lo has ganado.

Mientras el policía chino salía, Thom preguntó:

—¿Qué es lo que apunto en la pizarra? Sobre Cai y los tongs.

—No lo sé —dijo Sachs—. Supongo que yo diría «Comprobando pruebas "woo-woo"».

Lincoln Rhyme prefirió algo más útil.

—¿Qué tal si ponemos «Los sospechosos cómplices probablemente de minoría étnica china. En la actualidad se busca su paradero»?

*****

El Fantasma, acompañado por los tres turcos, conducía un Chevrolet Blazer hacia Queens, camino de la casa de los Chang.

Mientras conducía a través de las calles, con cuidado para no llamar la atención, recapacitó sobre la muerte de Jerry Tang. Ni por un instante había pensado en dejar a ese hombre sin castigo por su traición. Tampoco se le había pasado por la cabeza demorar dicho castigo. La deslealtad hacia los superiores era el peor crimen, según la filosofía confuciana. Tang le había abandonado en Long Island, dejándole en una situación de la que había escapado sólo porque había tenido la suerte de encontrarse un coche con el motor en marcha en el restaurante de la playa. Ese hombre tenía que morir y morir de forma dolorosa además. El Fantasma pensó en el emperador Zhou Xin. Una vez, al enterarse de que uno de sus vasallos le era desleal, mandó asesinar y cocinar al hijo de ese felón y se lo sirvió como cena, al final de la cual le contó con gran alborozo cuál había sido el ingrediente principal de la misma. El Fantasma pensaba que ese tipo de justicia era perfectamente razonable, por no hablar de satisfactoria.

A una manzana del apartamento de los Chang paró en la acera.

—Máscaras —ordenó.

Yusuf rebuscó en una bolsa y sacó unos gorros de esquí.

El Fantasma pensó en la mejor forma de atacar a la familia. Le habían dicho que Sam Chang tenía mujer y un padre anciano, o tal vez una madre. Aunque el mayor peligro vendría de sus hijos mayores; para ellos la vida era como un videojuego y cuando el Fantasma y los otros entraran podían encontrárselos con un cuchillo en la mano.

—Matad primero a los hijos —les dijo a sus secuaces—. Luego al padre y los viejos. —Luego se le ocurrió algo—. No matéis aún a la mujer. Traedla con nosotros.

Aparentemente, los turcos comprendieron los motivos por los que les pedía semejante cosa y asintieron.

El Fantasma echó un vistazo a la calle en calma, donde había un par de almacenes inmensos. A mitad de camino, se abría un callejón entre ambos edificios. Según el mapa, la casa de los Chang quedaba al otro lado de los almacenes. Era posible que Sam Chang, su padre o alguno de los hijos estuviera vigilando la puerta delantera, así que el plan del Fantasma consistía en adentrarse por el callejón y entrar por la puerta trasera, mientras uno de los turcos lo hacía por la delantera por si los Chang trataban de escapar por allí.

—Poneos las máscaras sobre la cabeza —dijo en inglés—, como si fueran simples gorros hasta que estemos en la casa.

Ellos asintieron. Con esa complexión tan oscura y los gorros en la cabeza parecían gánsteres negros en un salvaje vídeo de rap.

El Fantasma se puso su propia máscara.

Sintió un acceso de miedo, tal y como solía sucederle en ocasiones como aquélla, justo antes de entrar en batalla. Siempre cabía la posibilidad de que Chang tuviera un arma o de que la policía los hubiera encontrado antes, los hubiera llevado a otro sitio y le estuvieran esperando en el apartamento.

Pero se recordó a sí mismo que el miedo es parte de la humildad y que sólo los humildes medran en este mundo. Recordó uno de sus fragmentos favoritos del Too.

El que está inclinado, no se quebrará.

El que está doblado, puede erguirse.

El que está vacío, puede llenarse.

El que está herido, puede ser sanado.

El Fantasma añadió esta frase: «El que teme tendrá valor».

Miró a Yusuf, que estaba a su lado en el asiento del copiloto. El uigur asintió con firmeza. Y con la precisión de los buenos artesanos empezaron a comprobar sus armas.