Capítulo 20

—Espero no haber interrumpido nada importante, oficial —dijo Lon Sellitto con un gruñido cuando entró en la sala de estar del piso de Lincoln Rhyme.

Iba a preguntarle qué insinuaba con eso cuando el criminalista comenzó a husmear el aire. Sachs respondió lanzándole una mirada inquisitiva.

—¿Recuerdas mi libro, Sachs? «El personal de Escena del Crimen no debe usar perfume porque…

—… los olores ajenos a la escena pueden ayudar a identificar a aquellos individuos que hayan estado presentes».

—Bien.

—No es perfume, Rhyme.

—¿Tal vez incienso? —sugirió él.

—Me cité con John Sung en un restaurante de su edificio. Estaban quemando incienso.

—Hiede —concluyó Rhyme.

—No, no —dijo Sonny Li—. Apacible. Muy apacible.

No, hiede, pensó Rhyme tozudo. Echó un vistazo a la bolsa que llevaba y arrugó la nariz.

—¿Y qué es eso?

—Medicina. Para mi artritis.

—Apesta aún más que el incienso. ¿Qué vas a hacer con eso?

—Una infusión.

—Lo más seguro es que sepa tan mal que te olvides del dolor de tus articulaciones. Espero que lo disfrutes. Yo prefiero el whisky escocés. —La miró un instante—. ¿Has disfrutado con la visita al doctor Sung?

—Yo… —empezó a decir ella, perpleja ante su tono amenazante.

—¿Qué tal se encuentra? —la interrumpió Rhyme, arisco.

—Mejor.

—¿Habla mucho de lo que hacía en China? ¿De los sitios a los que viaja? ¿De las compañías?

—¿Adónde quieres llegar? —preguntó Amelia con cautela.

—Tengo curiosidad por saber si se te ha pasado por la cabeza lo mismo que a mí.

—¿Y qué es?

—Que Sung es el bangshou del Fantasma. Su ayudante. Su cómplice.

—¿Qué? —gimió ella.

—Parece ser que no —comentó Rhyme.

—Es imposible. He pasado un rato charlando con él. Es imposible que tenga alguna conexión con el Fantasma. Vamos, que…

—De hecho —la interrumpió Rhyme—, no la tiene. Acabamos de recibir un informe de la oficina del FBI de Singapur. El bangshou del Fantasma a bordo del Dragón se llamaba Víctor Au. Las huellas y la descripción son idénticas a las de uno de los cadáveres que los guardacostas han encontrado esta mañana en el lugar del naufragio. —Hizo un gesto hacia el ordenador.

Sachs miró la foto en la pantalla del ordenador de Rhyme y luego observó la pizarra donde estaban pegadas las instantáneas enviadas por los guardacostas. Au era uno de los que se habían ahogado.

—Sung está limpio —dijo Rhyme con severidad—. Pero es algo que no hemos sabido hasta hace diez minutos. Te dije que tuvieras cuidado, Sachs. Y tú vas y decides visitarlo para hacer amistades. No te vuelvas descuidada. —Alzó la voz para añadir—: ¡Y será mejor que todos os apliquéis el cuento!

Investiga afondo pero cúbrete las espaldas…

—Perdón —murmuró ella.

¿Qué era lo que distraía a Sachs?, se volvió a preguntar Rhyme. Pero sólo dijo, «volvamos al trabajo, chicos». Luego hizo un gesto con la cabeza para señalar la impresión electrostática conseguida en la escena del crimen de Tang, que Thom había colocado en la tabla de pruebas. No había mucho que decir salvo que las huellas del Fantasma, de una talla normal, una cuarenta y dos, eran mayores que las de sus tres acompañantes.

—Y ahora, ¿qué pasa con los indicios que había en los zapatos del Fantasma, Mel?

—Listos, Lincoln —dijo el técnico con calma, mientras observaba la pantalla del cromatógrafo—. Aquí tenemos algo. Esquirlas muy oxidadas de hierro, fibras de madera vieja, cenizas, silicio y algo que parece polvo de vidrio. Y luego el plato fuerte es una gran concentración de un mineral poco brillante: montmorilonita. Y también óxido alcalino.

Vale, musitó Rhyme. ¿De dónde demonios procedía todo esto? Asintió con lentitud, cerró los ojos y pareció reposar.

Siendo jefe de la División de Investigación y Recursos del NYPD, Rhyme se había pateado toda la ciudad de Nueva York. En los bolsillos llevaba bolsas de plástico y frascos para recopilar muestras de tierra, polvo y cemento que luego le ayudaban a tener un mejor conocimiento de la ciudad. Un criminalista debe conocer su territorio de mil maneras: como sociólogo, cartógrafo, geólogo, ingeniero, botánico, zoólogo e historiador.

Se dio cuenta de que había algo familiar en la descripción de Cooper. Pero ¿qué?

Espera, recuerdo algo. Rétenlo.

Maldición, se me ha ido.

—Hey, Loaban —dijo una voz desde cierta distancia. Rhyme no hizo caso a Li y siguió caminando y volando sobre los distintos barrios.

—¿Está…?

—Shhhh… —dijo Sachs con firmeza.

Ayudándole a proseguir su viaje.

Viajó desde la torre de la Universidad de Columbia sobre Central Park, con sus margas, sus calizas y sus excrementos animales; a través de las calles del Midtown cubiertas con los restos de toneladas de hollín que caen sobre ellas a diario; las ensenadas con su mezcla peculiar de gasolina, propano y diesel; las zonas más degradadas del Bronx con sus pinturas de plomo y el yeso mezclado con serrín…

Planeaba, planeaba…

Hasta que llegó a un sitio.

Abrió los ojos.

—El sur —dijo—. El Fantasma está en el sur.

—Claro —dijo Alan Coe—. Chinatown.

—No, no en Chinatown —replicó Rhyme—, sino en Battery Park City o en uno de los barrios de esa zona.

—¿Cómo demonios lo has adivinado? —le preguntó Sellitto.

—¿La montmorilonita…? Es bentonita. Una arcilla que se usa para edificar cimientos en zonas donde los constructores encuentran agua. Cuando construyeron las Torres Gemelas hundieron los cimientos veinte metros en la roca. El constructor usó millones de toneladas de bentonita. Está por toda esa zona.

—Pero la bentonita se usa en muchos sitios —replicó Cooper.

—Claro, pero los otros materiales que encontró Sachs también son de esa zona. Toda esa parte es un vertedero y está llena de metales oxidados y de rastros de vidrio. ¿Y la ceniza? Los constructores quemaron los viejos embarcaderos que había allí.

—Y está a sólo veinte minutos de Chinatown —señaló Deng.

Thom escribió todo eso en la pizarra.

Aun así, la zona de la que hablaban era muy grande y en ella había edificios muy poblados: hoteles, bloques de apartamentos y oficinas. Necesitarían más información para delimitar la zona en la que se encontraba el Fantasma.

Sonny Li caminaba frente a la pizarra.

—Hey, Loaban, ¿escuchas?

—Dime, Sonny —dijo Rhyme, distraído.

—También estuve escena del crimen.

—Sí —intervino Sachs, mirándole exasperada—. Te diste un paseo fumando.

—Mira —le advirtió Rhyme—, todo aquello que llega a una escena del crimen tras el criminal puede contaminarla. Eso hace más difícil la tarea de encontrar pruebas que puedan ayudar a localizarlo.

—Hey, Loaban, ¿crees que yo no sé eso? Claro, claro, coges polvo y mugre y los pones en un cromatógrafo y luego en el espectrómetro y luego usas un microscopio de electrones. —Esas complicadas palabras sonaban raras con su acento—. Y luego buscas coincidencias en las bases de datos.

—¿Conoces el procedimiento forense? —le preguntó Rhyme, guiñando los ojos por la sorpresa.

—¿Que si sé? Claro, también utilizamos esas cosas. Yo estudio Instituto Forense de Beijín. Segundo de la clase. Sé todo de eso, digo. —Y añadió irritado—: Nosotros no estamos en dinastía Ming, Loaban. Tengo mi ordenador propio: Windows XP. Y todas clases bases de datos. Y teléfono móvil y un busca.

—Vale, Sonny, ve al grano. ¿Qué viste en la escena del crimen?

—Discordia. Falta de armonía. Eso es lo que vi.

—Explícate —insistió Rhyme.

—Armonía muy importante en China. Todos los crímenes tienen armonía. En ese lugar, el almacén, no había armonía.

—¿Qué es un asesinato armonioso? —preguntó Coe con desdén.

—El Fantasma encuentra hombre que le traiciona. Le tortura, le asesina y se va. Pero, hey, Hongse, ¿recuerdas? Sitio todo destruido. Posters de China arrancados, estatuas de Buda y de dragones rotas… Los chinos Han no hacen eso.

—Ésa es la raza mayoritaria en China, la Han —les explicó Eddie Deng—. Pero el Fantasma es Han, ¿no?

Sachs confirmó ese dato.

—Con probabilidad Fantasma se marchó y esos hombres que trabajan para él rompen oficina. Creo que él contrata minoría racial como ba-tu.

—Matones —tradujo Deng.

—Sí, sí, matones. Los contrata de minorías. Mongoles, manchús, tibetanos, uigures.

—Eso es una locura, Sonny —dijo Rhyme—. ¿Armonía?

—¿Locura? —replicó Li, encogiéndose de hombros—. Claro, tú tienes razón, Loaban. Yo loco. Cuando digo tú buscar Jerry Tang primero, yo loco. Pero hey, si tú me haces caso entonces, quizás nosotros encontramos Tang cuando está vivo, lo atamos y usamos picanas hasta que dice dónde está Fantasma. —Todos los del equipo se volvieron hacia él, asombrados. Li titubeó un instante y luego dijo—: Hey, Loaban, chiste.

Pero Rhyme no estaba del todo seguro de que el otro hubiera estado bromeando.

—¿Tú quieres pruebas? —siguió Li mientras señalaba la pizarra—. Okay, aquí yo tengo pruebas. Huellas de zapato. Más pequeñas que las de Fantasma. Los Han, los chinos, no gente alta. Pero gente de minorías del oeste y del norte, muchos menores que nosotros. Mira, ¿a ti gusta esas cuestiones forenses, Loaban? Eso yo pensaba. Pues vete a encontrar minorías. Te llevarán a Fantasma, digo.

Rhyme miró a Sachs y se dio cuenta de que ella pensaba lo mismo que él. ¿Qué tenía de malo intentarlo?

—¿Qué sabes sobre eso? —le preguntó a Deng—. ¿Qué conoces de las minorías?

—No tengo ni idea —respondió el agente—. La mayor parte de la gente con que tratamos en el Distrito Quinto son Han: fujianeses, cantoneses, mandarines, taiwaneses…

—Las minorías no se mezclan con los demás —agregó Coe.

—Bien, y ¿quién puede saberlo? —dijo Rhyme, impaciente ahora que había un rastro—. Quiero seguir esta pista. ¿Cómo?

—Los tongs —dijo Sonny Li—. Los tongs lo saben todo: Han, no Han, todo.

—¿Y qué es un tong exactamente? —preguntó Rhyme, quien sólo tenía un vago recuerdo de una mala película que había visto mientras se recuperaba de su accidente.

Eddie Deng le explicó que los tongs eran sociedades formadas por chinos con intereses comunes: los que venían de una misma zona, los que eran de un mismo gremio o los que se dedicaban a una misma profesión. Se mantenían en secreto y, en los viejos tiempos, se reunían sólo en lugares privados; de hecho, «tong» significa «cámara». En los Estados Unidos se crearon como protección frente a los blancos y como forma de autogobierno; tradicionalmente, los chinos preferían resolver sus disputas entre ellos, y el jefe de un tong podía tener más poder entre sus miembros que el presidente de Estados Unidos.

Aunque tenían una gran tradición de crímenes y violencia continuos, en los últimos años los tongs se habían depurado. Abandonaron incluso esa denominación y empezaron a llamarse «asociaciones públicas», «sociedades benevolentes» o «gremios de comerciantes». Muchos seguían metidos en locales de juego, salas de masajes, extorsión y blanqueo de dinero, pero se habían distanciado de la violencia. Contrataban a jóvenes sin ninguna conexión con el tong como protección.

—De fuera —bromeó.

—¿Estuviste tú en uno, Eddie? —le preguntó Rhyme.

El joven detective se limpió los cristales de las gafas de diseño mientras decía a la defensiva:

—Durante algún tiempo. Cosas de niños.

—¿Conoces a alguno de ellos con quien podamos hablar? —preguntó Sachs.

Deng pensó durante un instante.

—Llamaré a Tony Cai. A veces nos ayuda… hasta cierto punto, y es uno de los loabans con mejores contactos en la zona. Muchos guanxi. Lleva la asociación Pública de la China Oriental. Están en el Bowery.

—Llámale —dijo Rhyme.

—No hablará por teléfono —Coe negó con la cabeza.

—¿Están pinchados?

—No, no, es algo cultural —dijo Deng—. Para ciertas cosas uno debe encontrarse cara a cara. Pero esto es seguro: Cai no querrá que se le vea cerca de la policía, no si el Fantasma anda en el ajo.

A Rhyme se le ocurrió una idea.

—Alquilad una limusina y traedle aquí.

—¿Qué? —dijo Sellitto.

—Los jefes de los tongs tendrán su ego, ¿no?

—Imagínate —dijo Coe.

—Decidle que necesitamos su ayuda y que el alcalde le envía una limusina para recogerle.

Mientras Sellitto llamaba para conseguir el coche, Eddie Deng telefoneó a la asociación de Cai. La conversación tenía la cadencia entrecortada y cantarina del chino hablado con rapidez. En un momento determinado, Eddie tapó el micrófono del teléfono.

—Pongamos esto en claro: le voy a decir que es por petición del alcalde.

—No —dijo Rhyme—, dile que es de la oficina del gobernador.

—Tendremos que tener un poco de cuidado con esto, Linc —dijo Sellitto con suavidad.

—Tendremos cuidado cuando atrapemos al Fantasma.

Deng asintió, volvió a hablar y luego colgó.

—Vale. Ha dicho que lo hará.

Sonny Li parecía ausente, rebuscando en los bolsillos de su pantalón; sin lugar a dudas, cigarrillos. Parecía inquieto.

—Hey, Loaban. Yo te pregunto algo. ¿Puedes hacerme un favor?

—¿Qué?

—¿Puedo hacer llamada de teléfono? A China. Cuesta dinero que yo no tengo. Pero te lo daré.

—Está bien —dijo Rhyme.

—¿A quién vas a llamar? —preguntó Coe, quisquilloso.

—Privado. Mis asuntos.

—No, aquí no tienes vida privada, Li. Dínoslo, o no llamas.

El policía chino lanzó una mirada indignada al agente del INS.

—La llamada es para mi padre —replicó.

—Sé chino —murmuró Coe—: putonghua y minnanghua. Entiendo hao. Estaré a la escucha.

Rhyme le hizo un gesto a Thom, quien habló con una operadora internacional y llamó a la ciudad de Liu Guoyuan en Fujián. Le pasó el teléfono a Li, quien lo tomó indeciso. Echó una ojeada al aparato de plástico y luego les dio la espalda a Rhyme y a los otros y se lo llevó a la oreja lentamente.

De pronto Rhyme vio a un Sonny Li distinto. Una de las primeras palabras que oyó fue «Kangmei», el nombre chino de Li. El hombre estuvo casi servil, nervioso, asentía como un joven estudiante mientras hablaba. Por fin colgó y se quedó un instante mirando al suelo.

—¿Algo va mal? —preguntó Sachs.

De pronto el policía chino se dio cuenta de que le hablaban a él. Contestó negando con la cabeza y se volvió hacia Rhyme.

—Okay, Loaban. ¿Qué hacemos ahora?

—Vamos a echarle un vistazo a unas cuantas pruebas armoniosas —respondió éste.