Capítulo 17

A la una y media del mediodía el Fantasma caminaba a paso rápido a través de Chinatown con la cabeza gacha, preocupado como siempre por que no le reconocieran.

A ojos de la mayoría de los occidentales, por supuesto, era invisible, pues sus rasgos se confundían con la idea prototípica que casi todos ellos tienen del hombre asiático. Los norteamericanos blancos rara vez son capaces de advertir las diferencias entre un chino y un japonés o un vietnamita y un coreano. No obstante, para los chinos, sus rasgos eran reconocibles y él estaba resuelto a permanecer en el anonimato. Una vez, hacía muchos años, había sobornado a un magistrado de Hong Kong con cien mil dólares en metálico para evitar ser arrestado por una trifulca menor, y que le hicieran una ficha policial con foto para los archivos criminales. Incluso la sección de Archivos y Búsquedas Automatizadas y la Unidad de Analítica Criminal de Interpol carecían de una foto suya fidedigna (el Fantasma lo sabía porque contrató a un hacker de Fuzhou para entrar en la base de datos de Interpol a través de un sistema de correo electrónico X400 supuestamente seguro).

Por eso ahora andaba a paso rápido con la cabeza gacha la mayor parte del tiempo.

Pero no siempre.

A veces levantaba los ojos para estudiar a las mujeres, a las guapas y a las jóvenes, a las voluptuosas y a las esbeltas, a las timoratas, a las coquetas y a las tímidas. A las cajeras, las adolescentes, las esposas, las ejecutivas y las turistas. Le daba igual que fueran orientales u occidentales. Quería un cuerpo que yaciera a su lado, que gimiera, ya fuera de placer o de dolor (eso también le traía sin cuidado), mientras él latía arriba y abajo sobre ella y sostenía su cabeza con fuerza entre las manos.

Pasó una mujer de melena color castaño claro, una occidental. Caminó más despacio para que le alcanzara el rastro de su perfume. Sintió una punzada, aunque era consciente de que su lujuria no iba encaminada a la occidental sino a su Yindao.

Aunque no tenía tiempo para fantasías: se encaminaba a la asociación de comerciantes donde le esperaban los turcos. Escupió en la acera, encontró la puerta trasera, que habían dejado abierta, y subió al piso de arriba. Era hora de atender un importante negocio.

En la amplia oficina se encontró con Yusuf y los otros dos. No le había costado demasiado, un par de llamadas y un soborno, averiguar el nombre del hombre que, nervioso hasta las lágrimas, estaba sentado en una silla frente a su escritorio.

Jimmy Mah bajó la mirada cuando vio que el Fantasma entraba en su despacho. El cabeza de serpiente cogió una silla y se sentó a su lado. De improviso, el Fantasma asió a Mah de la mano, un gesto que no es raro entre chinos, y la sintió temblorosa, con el pulso acelerado.

—No sabía que habían arribado en el Dragón. ¡No me lo dijeron! Lo juro. Me mintieron. Y cuando llegaron yo no sabía nada del barco. Esta mañana no había visto las noticias.

El Fantasma siguió asiendo la mano de Mah, haciendo cada vez mayor presión, pero sin decir palabra.

—¿Me va a matar? —Mah susurró esta pregunta y la repitió varias veces a pesar de que el Fantasma le había oído con total claridad.

—Los Chang y los Wu, ¿dónde están? —El Fantasma estrujó la mano del hombre con mayor fuerza y a cambio recibió un agradable gemido de dolor.

Mah miró a los turcos. Se había estado preguntando qué clase de terribles armas llevarían, si garrotes o cuchillos o pistolas.

Pero al final no fue sino la simple presión del Fantasma en su mano la que le desató la lengua.

—A dos lugares distintos, señor. Wu Qichen está en un apartamento en Chinatown. Un agente que trabaja para mí le proporcionó el sitio.

—¿La dirección?

—No sé. ¡Lo juro! Pero el agente sí. Él se lo dirá.

—¿Dónde está el agente?

Con rapidez Mah recitó nombre y dirección. El Fantasma memorizó todo.

—¿Y los otros?

—Sam Chang llevó a su familia a Queens.

—¿A Queens? —preguntó el Fantasma—. ¿Dónde? —Estrujó un poco más. Por un segundo se imaginó que estaba tocando los senos de Yindao.

—¡Allí! —gritó Mah—. Está escrito en ese pedazo de papel.

El Fantasma lo recogió, echó un vistazo a la dirección y luego se guardó la nota. Le soltó la mano al jefe del tong y luego se frotó el pulgar en el pequeño charco de sudor que Mah tenía ahora en la palma de la mano.

—No le dirás esto a nadie —murmuró el Fantasma.

—No, no, claro que no.

—Me has hecho un favor por el que te estoy agradecido —dijo entonces el Fantasma con una sonrisa—. Ahora, haré yo algo para devolvértelo.

Mah se quedó callado, y luego, con cautela y en voz baja preguntó:

—¿Un favor?

—¿Qué otros tratos comerciales tienes, señor Mah? ¿En qué otras actividades estás metido? Ayudas a los cochinillos, ayudas a los cabezas de serpiente. ¿También llevas algún garito de masajes?

—Alguno que otro. —El hombre parecía más calmado; se secó las manos en las perneras—. Pero sobre todo de apuestas.

—Claro, de apuestas. Hay mucho juego y apuestas aquí, en Chinatown. Me gusta jugar. ¿Y a ti?

Mah tragó saliva y se secó el sudor con un pañuelo blanco:

—¿A quién no le gusta jugar? Claro, claro.

—Entonces dime: ¿quién interfiere con tus operaciones de juego? ¿Algún otro tong? ¿Una tríada? ¿Alguna banda de Meiguo? ¿La policía? Tengo contactos en el gobierno. Puedo hacer que nadie se meta con tus garitos de apuestas.

—Sí, señor, sí. ¿No hay siempre problemas? Pero no es por culpa de los chinos o de la policía. Son los italianos. ¿Por qué nos causan tantos problemas? No lo sé. Los jóvenes nos bombardean los garitos, apalean a nuestros clientes, roban en los sitios de juego.

—Los italianos —musitó el Fantasma—. ¿Cómo los llaman? Hay un apodo para ellos en inglés, no logro recordarlo…

—«Wops» —dijo Mah.

—«Wops».

—Es una referencia a su «trabajo», precisamente —replicó Man con una sonrisa.

—¿Al mío?

—La inmigración. En inglés, Wop significa sin pasaporte[2]. Cuando los inmigrantes italianos venían hace años sin pasaporte se les apuntaba como WOP. Es muy insultante.

El Fantasma miró a su alrededor, frunciendo el ceño.

—¿Hay algo que necesite, señor? —preguntó Mah.

—¿Tienes un rotulador grueso? ¿O tal vez algo de pintura?

—¿Pintura? —los ojos de Mah siguieron la mirada del Fantasma—. No, pero puedo llamar a mi secretaria que está abajo. Tal vez ella pueda conseguirla. Lo que necesite señor, se lo proporcionaré. Todo lo que necesite.

—Espera —replicó el Fantasma—, no será necesario. Acabo de tener otra idea.

*****

—Tenemos un cadáver en Chinatown —informó Lou Sellitto a los del equipo GHOSTKILL alzando la vista de su Nokia—. Tengo al aparato a un detective del Quinto Precinto —dijo, y volvió a su conversación.

Alarmado, Rhyme le miró. ¿Habría encontrado y asesinado el Fantasma a otro de los inmigrantes? ¿A quién?, se preguntó. ¿A Chang? ¿A Wu? ¿Al bebé?

Pero Sellitto colgó y dijo:

—No parece que guarde relación con el Fantasma. El nombre de la víctima es Jimmy Mah.

—Le conozco —dijo Eddie Deng—. Jefe de un tong.

—Yo también he oído hablar de él —intervino Coe—. Su especialidad no son los inmigrantes pero hace un poco de «Hola, qué tal».

—¿Qué significa eso? —preguntó Rhyme con mordacidad cuando vio que Coe no se extendía sobre el asunto.

—Cuando los indocumentados llegan a Chinatown —le explicó el agente—, hay alguien que les ayuda; les consigue un piso franco, les da algo de dinero. Eso se llama hacerles un «Hola, qué tal» a los inmigrantes. La mayor parte de los que se ocupan de eso trabajan para cabezas de serpientes, pero hay quienes lo hacen por su cuenta, como Mah. Lo que pasa es que eso no da grandes ganancias. Si eres un corrupto y quieres pasta gansa te dedicarás a las drogas, al juego o los masajes. Y a eso se dedica Mah. O se dedicaba, vamos.

—¿Y por qué creéis que no guarda relación con nuestro caso? —preguntó Rhyme.

—Había un mensaje pintado en la pared de atrás del escritorio donde encontraron el cadáver. Decía: «Nos llamáis Wops y nos robáis las casas». Por cierto, estaba escrito con la sangre de Mah.

Eddie Deng asintió y dijo:

—Existe mucha rivalidad entre los mañosos de tercera generación, ya sabes, los seguidores de Los Sopranos, y los tongs. Los garitos de juego chinos y los de masajes, y también las drogas, han echado a los italianos de esa zona de Manhattan.

Rhyme sabía que los movimientos demográficos del crimen organizado eran tan cambiantes como los de la propia ciudad.

—En cualquier caso —dedujo Coe—, esa gente del Dragón iba a desaparecer de la vista de todos tan pronto como les fuera posible. Dudo que acudieran a alguien tan conocido como Mah. Yo no lo habría hecho, de ser ellos.

—Salvo que estuvieras desesperado —repuso Sachs—. Y ellos lo estaban. —Miró a Rhyme—. Tal vez el Fantasma asesinó a Mah e hizo que pareciera una vendetta. ¿Debo investigar en la escena del crimen?

Rhyme lo meditó un momento. Sí, las familias estaban desesperadas pero Rhyme ya había comprobado lo hábiles que eran esos inmigrantes, presumiblemente por inspiración de Sam Chang. Coincidió con Coe en que dirigirse a alguien como Mah dejaría demasiadas huellas.

—No, te necesito aquí. Pero enviad un equipo especial de Escena del Crimen y decidles que nos pasen un informe completo y que nos tengan al tanto. Llama a Dellray y a Peabody al edificio federal. —Le pidió a Eddie Deng—. Cuéntales lo del asesinato.

—Sí, señor —dijo el agente.

Dellray había ido al centro para conseguir que le asignaran agentes especiales de las dos jurisdicciones federales relevantes en Nueva York: la Sur y la Este, que cubrían Manhattan y Long Island. También estaba usando sus influencias para conseguir que el equipo de SPEC-TAC se personara en la zona, algo que Washington se mostraba reacio a hacer, pues esa unidad especial se reservaba para liberaciones de rehenes y conflictos armados en embajadas, no para cacerías humanas. En cualquier caso, como bien sabía Rhyme, Dellray era un tipo duro que rara vez aceptaba un no por respuesta y si había alguien capaz de conseguir la colaboración de esos comandos especiales era precisamente aquel agente larguirucho.

Rhyme maniobró la silla de ruedas hasta quedar enfrente de las pruebas y la pizarra.

Nada, nada, nada…

¿Qué más podemos hacer?, se preguntó. ¿Qué es lo que aún no hemos investigado del todo? Miró la pizarra… Y finalmente dijo:

—Echemos otro vistazo a la sangre.

Miró las muestras que Sachs había hallado: la de la inmigrante herida, la mujer con el hombro, la mano o el brazo herido o roto.

Lincoln Rhyme adoraba la sangre como herramienta forense. Era fácil de ver, se pegaba como cola a toda clase de superficies y mantenía su carga de información durante años.

De hecho, la historia de la sangre en las investigaciones criminales refleja en buena medida la historia misma de la ciencia forense. Los primeros esfuerzos, a mediados del siglo XIX, para usar la sangre como prueba se fijaron únicamente en clasificarla: esto es, en determinar si una sustancia desconocida era de hecho sangre y no, digamos, pintura marrón seca. Cincuenta años después, el objetivo fue identificar la sangre como humana (y no animal). No mucho después los detectives empezaron a diferenciar la sangre, a clasificarla en una serie limitada de categorías, y los científicos respondieron aportando las claves del proceso para tipificar la sangre (el sistema de los tipos A, B y O, así como los de RH y los de MN), que ayudó mucho en el proceso de identificación del origen. En las décadas de los años sesenta y setenta, los investigadores forenses fueron un paso más allá, hasta lograr individualizar la sangre, esto es, rastrearla hasta un individuo en concreto, como si se tratara de una huella dactilar. Los primeros intentos de hacerlo con un proceso bioquímico, mediante la identificación de enzimas y de proteínas, consiguieron que se lograra eliminar a muchos individuos como posible origen de la muestra, pero no a todos. Sólo se logró ese tipo de individualización mediante los análisis de ADN.

Clasificación, identificación, diferenciación, individualización… en pocas palabras, esos eran los pilares de la ciencia criminalística.

Pero la sangre servía para algo más que para reconocer a un individuo. La forma en la que caía sobre las superficies, denominada el «salpicado», ofrecía mucha información sobre la naturaleza del ataque. Y a menudo, Lincoln Rhyme examinaba el contenido de la sangre para determinar qué podía decirle sobre el individuo que la había perdido.

—Veamos si nuestra mujer herida se droga o está tomando alguna medicina extraña. Llama a la oficina de análisis para que nos den un informe completo. Quiero saber todo lo que hay en su torrente sanguíneo.

Mientras Cooper cumplía con lo que le había pedido, sonó el teléfono de Sellitto y éste contestó la llamada.

Rhyme podía ver en su rostro que estaban dándole malas noticias.

—Dios mío, no… no…

El criminalista sintió una fibrilación extraña en el centro del cuerpo, en un área donde en rigor no podía sentir nada. Las personas que están paralizadas a menudo imaginan dolores en miembros o partes de su cuerpo en las que no pueden tener sensación alguna. Rhyme no sólo había experimentado semejante sensación, sino que a veces sentía subidas de adrenalina y sacudidas cuando su mente lógica le decía que eran imposibles.

—¿Qué pasa, Lon? —preguntó Sachs.

—Otra vez el Quinto Precinto. Chinatown —dijo, estremecido—. Otro asesinato. Y esta vez es definitivamente el Fantasma. —Miró a Rhyme y movió la cabeza—. Tío, esto no es bueno.

—¿A qué te refieres?

—Vamos, que dicen que es la hostia de desagradable, Linc.

Desagradable no es una palabra que uno escuche con frecuencia a un detective de homicidios del NYPD, y mucho menos a Lon Sellitto, un agente tan curtido como el que más.

Apuntó unos datos, colgó y miró a Sachs.

—Vístase, agente: tiene que investigar una escena del crimen.

GHOSTKILL

Easton, Long Island, Escena del crimen Furgoneta robada, Chinatown
Dos inmigrantes asesinados en la playa. Por la espalda. Camuflada por inmigrantes con logo de «The Home Store».
Un inmigrante herido: el doctor John Sung. Otro desaparecido. Manchas de sangre indican que mujer herida tiene lesiones en su mano, brazo y hombre hombro.
«Bangshou» (ayudante) a bordo; se desconoce su identidad. Muestras de sangre enviadas al laboratorio para identificación.
Escapan diez inmigrantes: siete adultos (un anciano, una mujer herida), dos niños, un bebé. Roban la furgoneta de una iglesia. Mujer herida es AB negativo. Se pide más información sobre su sangre.
Muestras de sangre enviadas al laboratorio para identificación. Huellas enviadas a AFIS.
No se localizan vehículos de recogida de inmigrantes. No hay correspondencias.
El vehículo que espera al Fantasma en la playa se largó sin él. Se cree que el Fantasma disparó al vehículo una vez. Petición de búsqueda del vehículo basada en el modelo, el dibujo de las llantas y la distancia entre los ejes.
El vehículo es un BMW X5. Se busca el nombre del dueño en el registro.
No se localizan vehículos de recogida de inmigrantes.
Teléfono móvil (se cree que del Fantasma) enviado al FBI para análisis.
Teléfono vía satélite, seguro, imposible de rastrear. Sistema del gobierno chino pirateado para su uso.
El arma del Fantasma es una pistola 7.62 mm: casquillo poco corriente.
Pistola automática china modelo 51.
Se sabe que el Fantasma tiene en nómina a gente del gobierno.
El Fantasma robó un sedán Honda rojo para escapar.
Recuperados tres cuerpos en el mar: dos asesinados, uno ahogado.
Fotos y huellas para Rhyme y la policía china.
Huellas enviadas a AFIS.
No se encuentran correspondencias para las huellas, pero sí marcas extrañas en los dedos de Sam Chang (¿herida, quemaduras de cuerda?).
Perfil de los inmigrantes: Sam Chang y Wu Quichen y sus familias, John Sung, bebé de mujer ahogada, hombre y mujer sin identificar (asesinados en la playa).