Capítulo 15

Amelia Sachs regresó del apartamento del testigo en Chinatown y a Rhyme le sorprendió ver la mirada de reprobación con la que miró a Sonny Li cuando éste dijo con consumado orgullo que era «detective del cuerpo de policía de la República Popular China».

—No lo pareces —respondió ella con frialdad.

Sellitto le explicó el motivo de la presencia en el acto del policía chino.

—¿Lo has investigado? —insistió Amelia, observando con atención al hombre a quien sacaba más de una cabeza.

Li habló antes de que el detective pudiera hacerlo.

—Me han investigado, mucho, Hongse. Estoy limpio.

—¿Jonse? ¿Qué demonios significa eso? —bramó ella.

Él alzó las manos, como defendiéndose.

—Significa rojo. Sólo eso. Nada malo. Tu pelo, digo. Te vi en playa, vi tu pelo. —Rhyme creyó advertir en su sonrisa de dientes torcidos un asomo de seducción.

Eddie Deng confirmó que la palabra sólo aludía al color; no poseía ningún otro significado secundario ni connotación peyorativa alguna.

—Está limpio, Amelia —le confirmó Dellray.

—Donde debería estar es encerrado en una celda —murmuró Coe.

Sachs se encogió de hombros y se volvió hacia el policía chino.

—¿Qué has dicho sobre la playa? ¿Me estuviste espiando?

—No digo nada, entonces. Miedo que me envíen de vuelta. También quería atrapar Fantasma.

Sachs le puso mala cara.

—Espera, Hongse, toma —le pasó un puñado de billetes arrugados.

—¿Qué es esto? —repuso ella, frunciendo el entrecejo.

—En playa. Tu bolso, quiero decir. Yo necesito dinero. Yo tomé prestado.

Sachs echó una ojeada al bolso y lo cerró de pronto haciendo mucho ruido.

—¡Dios mío! —exclamó. Luego miró a Sellitto—: ¿Puedo detenerlo ahora?

—No, no. Te pago deuda. Yo no ladrón. Toma. Mira, todo aquí. Hasta diez dólares extra.

—¿Diez extra?

—Intereses, quiero decir.

—¿De dónde los has sacado? —le preguntó Sachs con cierto cinismo—. Vamos, ¿a quién se los has robado esta vez?

—No, no, eso okay.

—Vale, tienes excusa. «Eso okay». —La joven suspiró, cogió el dinero y le devolvió los diez dólares sospechosos.

Luego les contó a los demás lo que el testigo, John Sung, le había dicho. Rhyme vio afianzada su decisión de mantener a Sonny Li en el equipo cuando escuchó que Sung confirmaba la información que Li les había suministrado, reforzando la credibilidad del policía chino. No obstante, se intranquilizó cuando Sachs mencionó la historia de John Sung sobre la opinión que el Fantasma le merecía al capitán.

—«Rompe las calderas y hunde los barcos» —repitió Sachs, y les explicó el significado de la expresión.

—«Po fu chen zhou» —dijo Li, asintiendo sonriente—. Eso describe bien al Fantasma. Nunca relajarse ni retroceder hasta ganar.

Sachs le echó una mano a Mel Cooper para catalogar las pruebas halladas en la furgoneta y rellenar con cuidado las tarjetas de la cadena de custodia de las que aparecerían en el juicio, y que demostrarían que tales pruebas no habían sido manipuladas. Estaba metiendo en una bolsa el pedazo de tela manchada de sangre que había encontrado en la furgoneta cuando vio que Cooper miraba con atención lo que ella sostenía. Frunciendo el entrecejo, el técnico extrajo el pedazo de tela con la mancha de sangre del plástico y sirviéndose de una lupa, lo observó con atención.

—Esto es raro, Lincoln —comentó Cooper.

—¿Raro? ¿Qué significa raro? Dame detalles, dame anomalías. ¡Dame algo específico!

—Me he pasado por alto estos fragmentos. Mira. —Sostuvo el paño sobre una gran hoja de papel de periódico y lo frotó con un cepillo con mucho cuidado.

Rhyme no podía ver nada.

—Es algún tipo de piedra porosa —explicó Cooper, inclinándose sobre la hoja con la lupa—. ¿Cómo es posible que lo haya pasado por alto? —El técnico parecía desolado.

¿De dónde habían venido esos fragmentos? ¿Estarían en el envoltorio? ¿Qué eran?

—¡Vaya, demonios! —murmuró Sachs, mirándose las manos.

—¿Qué? —inquirió Rhyme.

Ella se puso colorada y alzó las manos.

—Eso lo he traído yo. Lo recogí sin guantes.

—¿Sin guantes? —preguntó Rhyme con un hilo de voz. Era un error muy serio cometido por una técnica en la escena del crimen. Dejando de lado el hecho de que la tela contenía sangre, que podía estar infectada con el VIH o con hepatitis, había contaminado las pruebas. Cuando era jefe de la unidad forense del NYPD, Lincoln Rhyme había echado a la calle a más de uno por cometer ese tipo de errores.

—Lo siento —dijo Sachs—. Sé lo que es. John… el doctor Sung me ha enseñado un amuleto que lleva colgado. Tenia esquirlas y supongo que lo he cogido con las uñas.

—¿Estás segura de que es eso? —preguntó Rhyme.

Li asintió.

—Lo recuerdo… —dijo—. Sung dejaba que los niños del Fuzhou Dragón jugaran con él. Es esteatita de Qingtian. Vale dinero, digo. Buena suerte. —Y luego añadió—: Es un mono. Muy famoso en China.

—Claro, el Rey Mono —añadió Eddie Deng, asintiendo—. Es una figura mitológica. Mi padre me leía historias sobre él.

Pero a Rhyme no le interesaban los mitos en ese momento. Estaba tratando de encontrar a un asesino y salvar algunas vidas.

Y también trataba de imaginar cómo Sachs había sido capaz de cometer tamaño error.

Un error de principiante.

El error que comete alguien que está distraído. ¿Qué se le estaba pasando por la mente?, se preguntó.

—Tira la… —empezó a decir.

—Lo siento —repitió ella.

—Tira la hoja de papel de periódico —dijo Rhyme, cortante—. Sigamos.

Mientras el técnico cortaba la hoja de papel, el ordenador emitió un bip, «Recibiendo». Leyó la pantalla.

—Vale, aquí tenemos los tipos de sangre. Todas las muestras son de la misma persona: seguramente de la mujer herida. El tipo es AB negativo y el test de Barr Body confirma que se trata de sangre de mujer.

—Toma nota, Thom —pidió Rhyme, y su ayudante comenzó a escribirlo en la pizarra.

Antes de que acabara, el ordenador de Mel Cooper los había vuelto a congregar.

—Ahora son los resultados de AFIS.

Se sintieron desalentados cuando vieron que el resultado del rastreo de las huellas que Sachs había encontrado era negativo. Pero mientras examinaba las huellas, que habían sido digitalizadas y ocupaban la pantalla que tenían enfrente, Rhyme observó algo inusual en las más claras que tenían: las del tubo usado para romper la ventanilla de la furgoneta. Sabían que aquellas huellas pertenecían a Sam Chang porque eran iguales a las del motor del fueraborda que habían usado para escapar y Li les había confirmado que Chang pilotaba el bote salvavidas.

—Fijaos en esas líneas —dijo.

—¿Qué ves, Lincoln? —preguntó Dellray.

Rhyme no le dijo nada al agente pero, moviendo su silla más cerca de la pantalla, dijo: «Orden, cursor abajo. Parar. Cursor izquierda. Parar». La flecha del cursor de la pantalla se detuvo en una línea: una mella en la yema del dedo índice de la mano derecha. Tanto en el dedo gordo como en el anular había mellas similares, como si Chang hubiera estado sosteniendo un alambre fino con fuerza.

—¿Qué es eso? —se preguntó Rhyme en alta voz.

—¿Callos? ¿Una cicatriz? —supuso Eddie Deng.

—Jamás había visto nada parecido —afirmó Mel Cooper.

—Tal vez sea un corte o algún tipo de herida.

—Tal vez sea una quemadura producida por una cuerda —sugirió Sachs.

—No, tendría que haber una ampolla o algún tipo de herida. ¿Viste alguna cicatriz en las manos de Chang? —le preguntó Rhyme a Li.

—No. Yo no veo.

Las mellas, los callos y las cicatrices en yemas de dedos y palmas de las manos pueden ser reveladores de las profesiones o los pasatiempos de la gente que deja huellas; o en los mismos dedos, en el caso de que se trate de sospechosos o de víctimas. Estas señales son menos corrientes en la actualidad, pues la mayor parte de las profesiones sólo requieren como actividad física teclear sobre un ordenador o tomar notas. De todas formas, quienes se dedican a actividades manuales o, como es el caso, quienes practican un determinado deporte, suelen desarrollar unas marcas distintivas en las manos.

Rhyme no sabía qué significaba aquel nuevo patrón pero sí que cualquier nueva información podría ofrecer luz sobre el asunto. Le dijo a Thom que escribiera una anotación al respecto en la pizarra. Luego contestó a la llamada del agente especial Tobe Geller, uno de los gurús del departamento de electrónica e informática del FBI, que en ese momento trabajaba en la oficina de Manhattan. Había terminado el análisis del teléfono móvil del Fantasma que Sachs había encontrado en el segundo de los botes en la playa de Easton; el criminalista transfirió la llamada a un manos libres y en un segundo oyeron la animada voz de Geller:

—Vale, dejadme que os diga que éste es un teléfono excesivamente interesante.

Rhyme no conocía mucho al joven pero lo recordaba con pelo rizado, de talante amigable y con una pasión absorbente por todo lo que contuviera microchips.

—¿Cómo es eso? —preguntó Dellray.

—Primero. No os hagáis ilusiones. No hay forma de seguirle la pista. Los llamamos «teléfonos calientes»: el chip de memoria está desactivado para que el teléfono no recuerde ninguna llamada hecha o recibida, no hay ningún tipo de registro. Y es un teléfono vía satélite; uno llama desde cualquier parte del mundo y no tiene que usar los operadores locales. Las señales pasan por una red gubernamental en Fuzhou. El Fantasma, o alguien que trabaja para él, piratearon el sistema para activarlo.

—Bueno, en tal caso —reaccionó Dellray—, llamemos a alguien en la puta República Popular para decirles que el chico malo está usando su sistema.

—Lo intentamos. Pero los chinos mantienen que no hay nadie capaz de piratear su sistema y que nosotros estamos equivocados. Y que muchas gracias por las molestias.

—¿Incluso cuando eso significa ayudar a encerrar al Fantasma?

—Hasta pronuncié el nombre de Kwan Ang —añadió Geller—. Seguían sin estar interesados. Lo que significa que muy probablemente alguien les ha comprado.

Guanxi…

Rhyme le dio las gracias al joven agente y colgaron. Uno-cero de ventaja para el Fantasma, pensó con desagrado.

Tuvieron algo más de suerte con la base de datos de armas de fuego. Mel Cooper descubrió que los casquillos se correspondían con dos tipos posibles de arma, ambos de hacía cincuenta años: una era la automática rusa Tokarev de 7.62 milímetros.

—Pero —prosiguió Cooper— me juego el cuello a que él ha usado el modelo 51, la versión china de la Tokarev rusa. Casi la misma arma.

—Sí, sí —dijo Li—. Tiene que ser la 51, digo. Yo tenía Tokarev pero cayó en el mar. Más gente en China tiene la 51.

—¿Munición? —preguntó Rhyme—. Aquí tendrá que reabastecerse de alguna forma. —Se le ocurrió que si la munición era extraña podrían vigilar los lugares a los que el Fantasma tendría que acudir para adquirir más. Pero Cooper negó con la cabeza.

—Puedes comprarla en cualquier armería normal y corriente.

Mierda.

Vino un mensajero con un paquete. Sellitto lo recibió y lo abrió. Sacó un montón de fotografías. Miró a Rhyme mientras alzaba una ceja.

—Los tres cuerpos que los guardacostas han sacado del agua. A kilómetro y medio de la costa. Dos muertos a tiros. Uno ahogado.

Las fotos mostraban los rostros de los cadáveres con los ojos parcialmente abiertos pero vidriosos. Uno tenía un tiro en el pecho y los otros no mostraban heridas visibles. También había tarjetas con sus huellas dactilares.

—Esos dos eran miembros de la tripulación —dijo Li—. El otro, uno de los inmigrantes. Estaba en la bodega con nosotros. No sé su nombre.

—Cuelga las fotos —dijo Rhyme— y envía las huellas a AFIS.

Sellitto las pegó a la pizarra bajo el encabezamiento de GHOSTKILL y Rhyme cayó en la cuenta de que la sala se había quedado en silencio cuando los miembros del equipo se fijaron en aquella macabra adición al listado de pruebas. Intuyó que tanto Coe como Deng tenían poca experiencia con cadáveres. Ésa era una de las cosas que conlleva hacer escena del crimen, pensó, uno se inmuniza con rapidez ante el semblante de la muerte.

Sonny Li siguió observando las fotos durante un rato, en silencio. Después murmuró algo en chino.

—¿Qué has dicho? —le preguntó Rhyme.

—Digo «jueces del infierno» —Li miró al criminalista—. Es sólo una expresión. En China tenemos mito: los diez jueces del infierno deciden dónde va tu nombre en Registro de Muertos y Vivos. Los jueces deciden cuando uno nace y cuando uno muere. Todo el mundo, nombre en el registro.

Rhyme pensó por un momento en sus recientes citas con los médicos y en su inminente operación. Se preguntó en qué lugar iría su nombre en el Registro de Muertos y Vivos

En aquel momento un nuevo bip del ordenador volvió a romper el silencio. Mel Cooper miró la pantalla.

—Tengo la marca del coche del conductor de la playa. BMW X5. Es uno de esos cuatro por cuatro que están de moda. —Y añadió—. Yo conduzco un Dodge de diez años. Aunque menudo kilometraje…

—Ponlo en la lista.

Mientras Thom lo escribía, Li preguntó:

—¿El coche de quién?

—Pensamos que había alguien en la playa para recoger al Fantasma. Y que conducía ese coche. —Y señaló la pizarra.

—¿Qué le pasó?

—Parece ser que se asustó y salió pitando —dijo Deng—. El Fantasma le disparó pero pudo escapar.

—¿Dejó atrás al Fantasma? —preguntó Li, frunciendo el entrecejo.

—Sí —le confirmó Dellray.

—Dad aviso a Vehículos de Motor de Nueva York, Nueva Jersey y también de Connecticut. Que hagan una búsqueda en un radio de, digamos, unos doscientos veinte kilómetros en torno a Manhattan.

—Vale. —Cooper se conectó a la Red para adentrarse en líneas seguras del Departamento de Vehículos Motorizados—. ¿Os acordáis cuando tardábamos semanas? —musitó. Con un chirrido sordo, la silla de ruedas de Rhyme se colocó frente a la pantalla del técnico. Sólo un instante después podía verla llena de nombres y direcciones de todos los dueños registrados de un BMW X5.

—Mierda —murmuró Dellray, acercándose más—. ¿Cuántos tenemos?

—Es un coche más popular de lo que pensaba —dijo Cooper—. Hay cientos.

—¿Y los nombres? —preguntó Sellitto—. ¿Hay alguno chino?

Cooper rastreó el listado.

—Parece que dos: Ling y Zhao. —Miró a Eddie Deng, quien asintió confirmándolo—: Sí, eso es chino.

—Pero ninguno de los dos está por el centro —continuó Cooper—. Uno está en White Plains y el otro en Paramus, Nueva Jersey.

—Que los agentes de Nueva York y Nueva Jersey los comprueben —ordenó Dellray.

El técnico continuó recorriendo la lista.

—Aquí hay una posibilidad: tenemos al menos cuarenta X5 matriculados a nombre de corporaciones y cincuenta más a nombre de agencias de alquiler de coches.

—¿Alguna de las corporaciones suena a chino? —preguntó Rhyme, que hubiera deseado ser quien golpeaba las teclas y buscara con rapidez datos en la lista.

—No —contestó Cooper—. Pero los nombres son bastante típicos, holdings y cosas así. Claro que, aunque sea un auténtico suplicio, podemos ponernos en contacto con todas ellas. Y con todas las agencias de alquiler de coches. E investigar quién ha estado conduciendo esos coches.

—Eso sería abarcar demasiado —replicó Rhyme—. Y una pérdida de medios. Nos llevaría días enteros. Que un par de agentes del centro les echen un vistazo a los más cercanos a Chinatown, pero…

—No, no, Loaban —le interrumpió Sonny Li—. Tienes que encontrar el coche. Hacer eso primer cosa. Rápido.

Rhyme alzó una ceja interrogadora.

—Encuentra coche ya mismo —prosiguió el policía chino—. Llamáis a esos coches «Beemers», ¿no? Pon toda tu gente en eso. Todos tus policías, digo. Todo el mundo.

—Nos llevaría demasiado tiempo —musitó Rhyme, irritado por la interrupción—. No tenemos los recursos. Tendríamos que buscar en las corporaciones al encargado de comprar los vehículos y, en el caso de que se hubiesen adquirido en régimen de leasing, hablar con el tipo que llevó todo el papeleo, y no nos sería posible conseguir la mitad de los papeles sin una orden judicial. Quiero concentrarme en encontrar a los Chang y a los Wu.

—No, Loaban —insistió Li—. Fantasma va a matar a ese conductor. Eso hace ahora, le busca.

—No, me huelo que te equivocas —dijo Dellray—. Su prioridad es cargarse a los testigos del barco.

Sachs se mostró de acuerdo.

—Mi sospecha es la misma, está claro: está cabreado porque el conductor lo dejó en la estacada y seguro que más tarde irá a por él. Pero no ahora.

—No, no —dijo Li, moviendo la cabeza con énfasis—. Importante, digo. Encuentra a hombre en coche, en Beemer.

—¿Por qué? —preguntó Sachs.

—Muy claro. Muy obvio. Encuentra conductor. Te llevará a cabeza de serpiente. Tal vez usarlo de anzuelo para encontrar Fantasma.

—Dinos, Sonny —murmuró Rhyme enfadado—, ¿cuál es tu tesis para llegar a esa conclusión? ¿En qué tipo de datos te apoyas para ello?

—Muchos datos, digo.

—¿Cuáles?

El hombrecillo se encogió de hombros.

—Cuando yo en autobús viniendo ciudad vi señal.

—¿Una señal viaria? —preguntó Rhyme—. ¿A qué te refieres?

—No, no. ¿Cómo decís vosotros? No sé… —Le dijo algo en chino a Eddie Deng.

—Se refiere a un augurio —aclaró el joven detective.

—¿Un augurio? —gruñó Rhyme, como si hubiera mordido pescado podrido.

Abstraído, Li fue a coger sus cigarrillos pero lo dejó en cuanto vio la mirada asesina que le lanzó Thom.

—Vengo a ciudad en autobús —prosiguió—, digo. Veo cuervo en carretera cogiendo comida. Otro cuervo trató de robar comida y el primero no asustado, al contrario: persigue segundo cuervo y trata de sacarle ojos. No deja solo al ladrón. —Li les mostró las palmas de las manos. En apariencia, ése era todo su argumento.

—¿Y…?

—¿No está claro, Loaban? ¿Lo que digo?

—No, lo que estás diciendo no está claro de ninguna puta manera.

—Okay, okay. Ahora recuerdo ese cuervo y empiezo pensar sobre Fantasma y sobre quién es y pienso en conductor, hombre en bonito Beemer, y quién es. Bueno, él es enemigo de Fantasma. Como cuervo que roba comida. Las familias, los Wu, los Chang, no le han hecho nada malo a él en persona, digo. El conductor… —Li entrecerró los ojos; parecía frustrado. Volvió a hablar a Deng, quien le propuso:

—¿Traicionar…?

—Sí, el conductor traiciona Fantasma. Ahora enemigo de Fantasma.

Lincoln Rhyme procuró no reírse.

—Tomo nota, Sonny. —Luego se volvió hacia Sellitto y Dellray—: Ahora…

—Veo tu cara, Loaban —dijo Li—. Yo no digo dioses bajar del cielo y darme señales de cuervos. Pero recordar pájaros me hace ver cosas de otra manera, ensancha mi mente. Hace viento corra por uno. Eso bueno, ¿tú no crees?

—No, creo que es supersticioso —dijo Rhyme—. Como nosotros decimos, woo woo son sólo, supercherías, engañifas, y no tenemos tiempo para eso. Pero ¿de qué coño te estás riendo tú?

Woo woo. Tú dices woo woo. Tú hablas chino. En chino «woo» significa niebla. Tú dices que algo woo woo: luego nebuloso, dudoso, poco claro.

—Vale, pero para nosotros, tal como te he dicho, significa una superchería: chorradas sobrenaturales.

Incluso a pesar de la bravata de Rhyme, Li no se daba por vencido.

—No, esto no chorrada. Encuentra al conductor. Tienes que hacer eso, Loaban.

Sachs estudiaba al insistente hombrecillo con la mirada.

—No sé, Rhyme…

—Ni hablar.

—Idea de puta madre, digo —le aseguró Li al criminalista.

Durante un instante hubo un pesado silencio. Entonces intervino Sellitto:

—¿Qué te parece si ponemos a Saúl y a Bedding en eso y les damos media docena de hombres de la patrulla, Linc? Pueden comprobar las corporaciones y los leasing de todos los X5 matriculados en Manhattan y Queens, sólo ésos: Chinatown aquí en Manhattan y Flushing en Queens. Y si pasa algo y necesitamos más efectivos, pues los retiramos de eso.

—Vale, vale —dijo Rhyme enfadado—. Pero sigamos adelante.

—Media docena son seis, ¿no? —se quejó Li—. Necesitamos más que eso. —Pero la mirada de Rhyme le hizo callar—. Okay, okay, Loaban.

Cuervos al ataque, monos de piedra y un Registro de Muertos y Vivos… Rhyme suspiró y luego miró a los miembros de su equipo.

—Y ahora, si no es mucho pedir, ¿podríamos volver al trabajo policial de verdad?

GHOSTKILL

Easton, Long Island, Escena del crimen Furgoneta robada, Chinatown
Dos inmigrantes asesinados en la playa. Por la espalda. Camuflada por inmigrantes con logo de «The Home Store».
Un inmigrante herido: el doctor John Sung. Otro desaparecido. Manchas de sangre indican que mujer herida tiene lesiones en su mano, brazo y hombre hombro.
«Bangshou» (ayudante) a bordo; se desconoce su identidad. Muestras de sangre enviadas al laboratorio para identificación.
Escapan diez inmigrantes: siete adultos (un anciano, una mujer herida), dos niños, un bebé. Roban la furgoneta de una iglesia.
Muestras de sangre enviadas al laboratorio para identificación. Mujer herida es AB negativo. Se pide más información sobre su sangre
No se localizan vehículos de recogida de inmigrantes. Huellas enviadas a AFIS
El vehículo que espera al Fantasma en la playa se largó sin él. Se cree que el Fantasma disparó al vehículo una vez. Petición de búsqueda del vehículo basada en el modelo, el dibujo de las llantas y la distancia entre los ejes. No hay correspondencias.
El vehículo es un BMW X5. Se busca el nombre del dueño en el registro.
Teléfono móvil (se cree que del Fantasma) enviado al FBI para análisis.
Teléfono vía satélite, seguro, imposible de rastrear. Sistema del gobierno chino pirateado para su uso.
El arma del Fantasma es una pistola 7.62 mm: casquillo poco corriente.
Pistola automática china modelo 51.
Se sabe que el Fantasma tiene en nómina a gente del gobierno.
El Fantasma robó un sedán Honda rojo para escapar.
Recuperados tres cuerpos en el mar: dos asesinados, uno ahogado.
Fotos y huellas para Rhyme y la policía china.
Huellas enviadas a AFIS.
No se encuentran correspondencias para las huellas, pero sí marcas extrañas en los dedos de Sam Chang (¿herida, quemaduras de cuerda?).
Perfil de los inmigrantes: Sam Chang y Wu Quichen y sus familias, John Sung, bebé de mujer ahogada, hombre y mujer sin identificar (asesinados en la playa).