Capítulo 13

Un metro más. Y otro. Sonny Li era un hombre ligero y se movía silenciosamente.

Se fue acercando a la parte trasera de la silla de ruedas y oteó las mesas para ver si encontraba alguna información sobre el Fantasma. Podría…

Li no supo de dónde salieron esos hombres.

Uno de ellos, mucho más alto que Li, era negro como el carbón y vestía traje y camisa amarillo canario. Debía de estar escondido contra la pared dentro de la sala. Con un decidido movimiento le quitó el arma a Li y le puso una pistola en el pecho.

Otro, bajo y gordo, le tiró al suelo y le puso una rodilla en la espalda, haciéndole que expulsara de golpe el aire de los pulmones y causándole un agudo dolor en el vientre y en ambos costados. Le esposaron con la rapidez de una anguila.

—¿Hablas inglés? —le preguntó el negro.

Li estaba demasiado aturdido para poder responder.

—Te lo voy a preguntar sólo una vez, capullo. ¿Hablas inglés?

Un chino, que también se había escondido en la sala, dio un paso al frente. Vestía un traje oscuro a la última moda y llevaba la placa colgando del cuello. Le preguntó lo mismo en chino. En realidad le habló en dialecto cantones pero Li pudo entenderle.

—Sí, inglés —dijo Li sin resuello—. Yo hablo.

El hombre de la silla de ruedas hizo un giro de ciento ochenta grados.

—Veamos qué hemos atrapado.

El negro lo alzó hasta casi sostenerlo en el aire, ignorando sus lamentos de dolor. Lo sostuvo con una sola mano mientras con la otra le registraba.

—Escucha, capullín, ¿voy a encontrarme algún alfiler en tus bolsillos? ¿Algo que me vaya a resultar desagradable?

—Yo…

—Contesta a la pregunta y dime la verdad. Porque como me fastidies te vas a meter en un buen lío. —Agarró a Li por el cuello y gritó—: ¿Llevas agujas?

—¿Te refieres a cosas de drogas? No, no.

El hombre le sacó del bolsillo el dinero, los cigarrillos, los cargadores y la hoja de papel que había robado en la playa.

—Vaya, parece que el chaval le birló lo que no debía a nuestra Amelia. Cuando ella andaba ocupada salvando vidas, nada menos. Menudo sinvergüenza.

—Así es como nos ha encontrado —dijo Rhyme, mientras echaba un vistazo a la hoja con la tarjeta grapada—. Ya decía yo…

El rubio delgado apareció en el umbral de la puerta.

—Así que le habéis cogido —dijo sin sorpresa aparente. Y Li comprendió que el joven le había visto en el callejón al sacar la basura y había dejado la puerta abierta a propósito para llevarle hasta arriba. Y los otros habían hecho ruidos como si salieran para fingir que dejaban solo a Rhyme.

Así que le habéis cogido…

El hombre de la silla de ruedas advirtió el disgusto de Li en sus ojos.

—Está bien —dijo—. Mi ayudante, Thom, te ha visto cuando sacaba la basura. Y luego… —Hizo un gesto hacia la pantalla y dijo—: Orden seguridad. Puerta trasera.

En la pantalla de ordenador apareció una imagen de vídeo de la puerta trasera de edificio y del callejón.

En ese instante, Li comprendió cómo el guardacostas había sido capaz de localizar el Fuzhou Dragón mientras éste flotaba en el mar inmenso: gracias a este hombre. Lincoln Rhyme.

—Jueces del infierno —musitó.

El oficial gordo rió.

—¡Cómo para no odiar un día como éste!

Luego, el negro sacó la cartera de Li de su bolsillo. Estrujó la piel mojada.

—Intuyo que nuestro pequeño capullín ha estado nadando un poco. —Abrió la cartera y se la pasó al oficial chino. Mientras, el gordo sacó una radio y habló al micrófono.

—Mel, Alan, volved. Lo tenemos.

Los dos hombres, seguramente los mismos a quienes Li había oído salir hacía escasos momentos, regresaron. Un tipo menudo y casi calvo ignoró a Li, fue hacia un ordenador y comenzó a teclear frenético. El otro era un tipo trajeado con el pelo rojo. Puso cara de sorpresa y dijo:

—Hey, éste no es el Fantasma.

—Es su ayudante desaparecido —dijo Rhyme—, su bangshou.

—No —dijo el pelirrojo—. Le conozco. Le he visto antes.

Li se dio cuenta de que el hombre también le resultaba familiar.

—¿Que le has visto? —preguntó el oficial negro.

—Algunos miembros del INS tuvimos una reunión con gente de la policía de Fuzhou el año pasado para tratar el tema del contrabando de personas. Él estaba allí. Era uno de ellos.

—¿Uno de quiénes? —gruñó el oficial gordo.

El oficial chino se rió y sostuvo en la mano una credencial de la cartera de Li, comparando la foto con su cara.

—Uno de los nuestros —dijo—: es policía.

*****

También Rhyme examinó la credencial y el carné de conducir, ambos con foto, del hombre. En ellos aparecía como Li Kangmei, detective de la policía de Liu Guoyuan.

—Mira a ver si nuestra gente en China puede confirmarte esto —le dijo a Dellray. En la enorme mano de Dellray apareció un minúsculo móvil. Empezó a golpear teclas.

—«Li» es tu nombre de pila o tu apellido —inquirió Rhyme, quien se había acercado al hombrecillo.

—Apellido. Y no me gusta «Kangmei» —le explicó—. Yo uso Sonny. Nombre occidental.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Rhyme.

—Fantasma. Él mata tres personas en mi ciudad año pasado. Tiene reunión, digo. Tiene reunión con pequeño cabeza de serpiente en restaurante. ¿Sabes qué es pequeño cabeza de serpiente?

Rhyme asintió.

—Sigue.

—Pequeño cabeza de serpiente le engaña. Pelea grande. El Fantasma le mata pero también mujer y niña pequeña y anciano sentado en banco. Ellos se cruzaron en su camino y Fantasma los mató para escapar, digo.

—¿Transeúntes?

Li asintió.

—Nosotros tratamos detenerle pero Fantasma muy poderoso… —Buscó una palabra. Al final se volvió hacia Eddie Deng y dijo «guanxi».

—Significa contactos —explicó Deng—. Uno paga, unta bien a la gente adecuada y consigue buenos guanxi.

Li asintió.

—Nadie atrevió a testificar en su contra. Luego las pruebas tiroteo desaparecieron de comisaría. Mi jefe pierde interés. El caso se colectiviza.

—¿Se colectiviza? —preguntó Sellitto.

Li sonrió divertido.

—Cuando algo arruinado, decimos que se colectiviza. En viejos tiempos, cuando Mao, el gobierno convirtió negocios o granja en comuna o cooperativa y todo se jode pronto.

—Pero para ti —señaló Rhyme— el caso no se colectivizó.

—No —respondió Li con los ojos como negros discos de ébano—. Él mata gente en mi ciudad. Quiero estar seguro él va a juicio.

—¿Cómo te colaste en el barco? —preguntó Dellray.

—Tengo muchos informantes en Fuzhou. Mes pasado supe que Fantasma mató dos personas en Taiwán, tipos grandes, tipos importantes, y que se iba de China un mes hasta que policía Taiwán deja de buscarle. El ir desde sur de Francia y luego recoge inmigrantes en Vyborg en Rusia hasta Nueva York en Fuzhou Dragón.

Rhyme se rió. La información de aquel hombre pequeño y desaliñado había resultado ser mucho mejor que la del FBI y la Interpol juntas.

—Así que yo —continuó Li— voy en secreto. Me convierto en cochinillo, en inmigrante.

—¿Has descubierto algo sobre el Fantasma? —le preguntó Sellitto—. ¿Dónde se aloja aquí? ¿Alguno de sus ayudantes?

—No, nadie me habló mucho. Fui a cubierta cuando tripulación no mira: sobre todo para vomitar. —Sacudió la cabeza, al parecer por el mal recuerdo del viaje—. Pero no estar cerca de Fantasma.

—Pero ¿qué ibas a hacer? —le preguntó Coe—. No pensábamos extraditarlo a China.

—¿Por qué querer yo que vosotros extraditar? —replicó Li, perplejo—. Tú no escuchas. Guanxi, digo. En China lo sueltan. Yo arrestarlo cuando llegar a tierra. Y luego darle a vuestra policía.

—Hablas en serio, ¿no? —dijo Coe, riendo.

—Sí. Yo iba hacer eso.

—Él tenía a su bangshou, a la tripulación del barco. A cabezas de serpientes que iban a buscarlo. Te habrían matado.

—¿Peligroso, dices? Claro, claro. Pero ése es nuestro trabajo, ¿no? Siempre peligro.

Se lanzó por los cigarrillos que Dellray le había quitado.

—Aquí no fuma nadie —dijo Thom.

—¿Qué te refieres?

—Aquí no se fuma.

—¿Por qué no?

—Porque no —dijo el ayudante con firmeza.

—La cosa más loca. ¿Tú no bromeas?

—No.

—Metro ya loco. Pero esto es casa, digo.

—Sí, una casa en la que no se permite fumar.

—Mucho jodido —dijo Li. A regañadientes, dejó el paquete de cigarrillos donde estaba.

En la sala sonó un pitido apagado. Mel Cooper se volvió hacia su ordenador; echó una ojeada y luego movió la pantalla para que todos pudieran verla. La oficina del FBI de Singapur acababa de enviar, vía correo electrónico, una confirmación de que Li Kangmei era de hecho detective de la policía de la República Popular China en Liu Guoyuan. En la actualidad se sabía que trabajaba en un caso secreto del que su oficina no había ofrecido más datos. Una fotografía de Li con uniforme azul marino se adjuntaba con el mensaje. A todas luces, era el mismo hombre que se hallaba con ellos en la sala.

Entonces Li les explicó cómo el Fantasma había hundido el Dragón. Sam Chang y Wu Qichen con sus respectivas familias, junto a John Sung, otros inmigrantes y la hija de una mujer del barco habían huido en un bote salvavidas. Todos los demás se ahogaron.

—Sam Chang se hizo cargo del bote. Hombre bueno, listo. Me salvó la vida. Me recogió cuando Fantasma tirotea gente. Wu era padre segunda familia. Wu también listo pero no equilibrado. Discordia de hígado-bazo.

Deng vio cómo Rhyme fruncía el entrecejo y dijo:

—Medicina china. Difícil de explicar.

—Wu demasiada emoción digo —prosiguió Li—. Hace cosas por impulso.

Si hasta los perfiles de conducta del FBI no eran del agrado de Rhyme, que se vanagloriaba de ser un científico, no tenía un minuto que perder con desavenencias entre órganos.

—Remítete a los hechos —dijo.

Entonces Li les contó cómo el bote se había estrellado contra las rocas y cómo Sung, él y los demás se habían caído al agua. La corriente los había arrastrado por la costa. El Fantasma ya había asesinado a dos cuando Li pudo llegar donde estaba encallada la barca.

—Me apresuré para arrestarle pero cuando llego el Fantasma ya se había ido. Yo me escondí en arbustos al otro lado carretera. Vi mujer de pelo rojo que rescata un hombre.

—John Sung —dijo Rhyme.

—El doctor Sung —asintió Li—. Sentado a mi lado en bote salvavidas. ¿Está bien?

—El Fantasma le disparó pero se pondrá bien. Amelia, la mujer que viste, lo está interrogando ahora.

—Hongse, la llamo. Hey, chica guapa. Sexy, digo.

Sellitto y Rhyme se miraron sonrientes. Rhyme pensó en lo que habría ocurrido si Li le hubiera dicho eso a Sachs a la cara.

Li señaló la casa en la que se encontraban.

—En su coche conseguí dirección y aquí vine, pienso que tal vez aquí consigo datos que me llevan al Fantasma. Información, digo. Pruebas.

—¿Ibas a robarlas? —le preguntó Coe.

—Sí, claro —respondió Li sin inmutarse.

—¿Y por qué ibas a hacer eso, pedazo de capullo? —le preguntó Dellray amenazador.

—Tenía que conseguirlo yo solo. Porque, hey, vosotros no ayudar a mí, ¿no? Vosotros mandarme de vuelta. Y yo voy a arrestarle. A encerrarle, ¿no? ¿No decís «encerrar»?

—Tenías razón —dijo Coe—: claro que no nos vas a ayudar. Tal vez seas policía en tu tierra, pero aquí no vales más que cualquier otro puto indocumentado. Tú te vuelves a casa.

Con los ojos inyectados en rabia, Li dio un paso hacia Coe, quien le sacaba más de una cabeza.

Sellitto suspiró y, tras agarrar del cuello a Li, le hizo retroceder.

—Basta ya de chorradas.

Asombrado por el atrevimiento del chino, Coe echó mano a las esposas.

—Li, queda arrestado por haber entrado ilegalmente en los Estados Unidos…

—No, no —dijo Lincoln Rhyme—, lo quiero.

—¿Qué? —preguntó el agente, aturdido.

—Será un asesor externo, como yo.

—Imposible.

—Quiero que cualquiera que se tome tantas molestias para encerrar a un sospechoso trabaje a mi lado.

—Ya verás como ayudo, Loaban. Hago mucho, digo.

—¿Qué me acabas de llamar?

—Loaban —le explicó Li a Rhyme—. Significa «jefe». Tú tienes que tenerme, yo puedo ayudar. Yo sé cómo piensa Fantasma. Él, yo, venimos de mismo mundo. Yo en pandilla cuando niño, como él. Y yo trabajado mucho encubierto, en muelles de Fuzhou.

—Ni hablar —escupió Coe—. ¡Por los clavos de Cristo, es un indocumentado! Tan pronto como nos demos la vuelta se escapará para emborracharse y largarse a un garito de apuestas.

Rhyme se preguntó si acabarían presenciando un combate de kung fu. Pero esta vez Li no hizo caso a Coe y habló con voz razonable:

—En mi país nosotros tenemos cuatro clases de personas. No como rico y pobre, cosas como vosotros tenéis aquí. En China lo que uno hace más importante que el dinero que tiene. ¿Y vosotros sabéis cuál es mayor honor? Trabajar para país, trabajar para la gente. Es lo que yo hago y yo soy poli muy de puta madre, digo.

—Allí están todos vendidos —dijo Coe.

—Yo no estoy vendido, ¿okay? —replicó Li, y luego sonrió—. No en caso tan importante como éste.

—Pero ¿cómo sabemos que el Fantasma no lo tiene en nómina? —preguntó Coe.

Li se rió.

—Hey, ¿cómo sabemos nosotros tú no estás trabajando para él?

—Que te den por el culo —replicó Coe. Estaba furioso.

Rhyme meditó que el problema del joven agente del INS residía en que era demasiado emocional para ser un buen policía. A menudo el criminalista había oído desprecio en su voz cuando se refería a los «indocumentados». Parecía molestarle que ellos se saltaran la ley federal para colarse en el país y en repetidas ocasiones le había escuchado sugerir que a los inmigrantes sólo los movía la avaricia, y no el amor a la libertad o a la democracia.

Dejando aparte semejante actitud peyorativa hacia los inmigrantes, en cualquier caso, tenía razones muy personales para encerrar al Fantasma. Hacía algunos años, Coe había sido enviado a Taipei, la capital de Taiwán, para llevar un grupo de agentes en operaciones secretas en China y tratar de identificar a los mayores cabezas de serpiente. En el curso de una investigación al Fantasma, uno de sus informantes, una mujer, había desaparecido y muy presumiblemente había sido asesinada. Más tarde se supo que la mujer tenía dos hijos pero andaba tan necesitada de dinero que por eso se había decidido a delatar al Fantasma: el INS jamás la habría contratado de haber sabido que tenía hijos. A Coe le cayó una buena reprimenda: le suspendieron durante seis meses. Desde entonces vivía obsesionado con encerrar al Fantasma.

Pero para ser un buen policía uno debe encerrar primero sus sentimientos, mantener cierta distancia es absolutamente necesario. Esto no era sino una variación de la regla de Rhyme sobre renunciar a los muertos.

—Escuchad —dijo Dellray—. No ando de humor para mandaros a la esquina hasta que hagáis las paces. Li se quedará con nosotros mientras Rhyme lo crea conveniente. Así están las cosas, Coe. Llama a alguien del Departamento de Estado y que le consigan un visado. ¿Estamos todos de acuerdo?

—No, yo no estoy de acuerdo —murmuró Coe—. No puedes meter a uno de ellos en la unidad.

—¿De ellos? —preguntó Dellray, haciendo girar sus inmensos talones—. ¿Y quién se supone que son «ellos»?

—Los indocumentados.

El enorme agente chasqueó la lengua.

—Mira, Coe, resulta que esa palabra me chirría como una uña en una pizarra, me suena muy irrespetuosa. No me suena nada, pero que nada bien. En especial así como la pronuncias tú.

—Bueno, tal como habéis dejado bien claro los chicos del FBI, este caso no es para el INS. Quedaos con él si así os place. Pero yo no me voy a mojar el culo con esto.

—Tú tomas buena decisión —le dijo Sonny Li a Rhyme—. Yo ayudo mucho mucho, Loaban. —Li anduvo hasta la mesa y tomó la pistola que había estado llevando antes.

—Nanay, chaval —dijo Dellray—. Quita tus manazas de esa pipa.

—Hey, yo policía. Como tú.

—No, tú no eres un policía como yo o como cualquiera de los que estamos aquí. Nada de armas.

—Okay, okay. Tú conserva arma ahora, Heise.

—¿Qué es eso? —preguntó Dellray—. ¿Heise?

—Significa «negro». Hey, hey, tú no ofendas. Nada malo.

—Bueno, puede serlo.

—Claro, puede serlo.

—Bienvenido a bordo, Sonny —dijo Rhyme. Luego miró al reloj. Eran las doce. Habían pasado ya seis horas desde que el Fantasma comenzara su brutal búsqueda de los inmigrantes supervivientes. Ahora podría estar más cerca que nunca de esas pobres familias.

—Está bien, empecemos con las pruebas.

—Claro, claro —dijo Li, distraído—. Pero antes yo necesito cigarrillo. Venga, Loaban. ¿Tú me dejas?

—Vale —dijo Rhyme—. Pero fuera. Y por el amor de Dios, que alguien vaya con él.