—Era por eso por lo que William Ashberry estaba dispuesto a matar —explicó Rhyme—. Para mantener el secreto del robo de la propiedad de Charles. Si alguien lo descubría y sus herederos presentaban una demanda, sería el final de la división inmobiliaria y podría llevar a todo el banco a la quiebra.
—Vamos, eso es absurdo —bramó el abogado desde el otro lado de la mesa. Los dos oponentes legales eran altos y delgados, pero Cole estaba más bronceado. Rhyme intuía que Wesley Goades no iba muy a menudo a las pistas de tenis o a los campos de golf—. Mire a su alrededor. Está todo urbanizado. No queda ni un metro cuadrado libre.
—Nuestra demanda no es por la construcción —dijo Goades, como si esto fuera evidente—. Sólo queremos el título de la tierra, y las rentas que han sido pagadas respecto a ella.
—¿Por ciento cuarenta años?
—No es problema nuestro el que ésa haya sido la fecha en que Sanford robó a Charles.
—Pero la mayor parte de la tierra está vendida —dijo Hanson—. El banco sólo es dueño de los dos edificios de apartamentos en esta manzana y esta mansión en la que estamos.
—Pues bien, vamos a establecer una acción contable para calcular las ganancias de la propiedad que su banco vendió ilegalmente.
—Pero llevamos más de cien años disponiendo de las parcelas.
Goades habló hacia el extremo de la mesa.
—Lo diré una vez más: ése es su problema, no el nuestro.
—No —les espetó Cole—. Olvídenlo.
—En verdad, la señorita Settle está siendo bastante moderada en su demanda por daños. Tenemos un buen argumento en el hecho de que sin la propiedad de su ancestro, el banco hubiera quebrado en la década de 1860 y que por eso ella estaría facultada para disponer de todas las ganancias del banco a nivel mundial. Pero no buscamos eso. Ella no quiere que los accionistas actuales del banco sufran demasiado.
—Muy generosa —murmuró el abogado.
—Fue decisión suya. Yo estaba a favor de hacerles quebrar.
Cole se inclinó hacia delante.
—Escuche, ¿por qué no se toma una píldora de la realidad aquí mismo? Usted no tiene ningún caso. Para empezar, el plazo para iniciar acciones judiciales ha caducado. Le echarán a puntapiés del tribunal.
—¿Se han fijado alguna vez —preguntó Rhyme, incapaz de resistirse— cómo la gente siempre se aferra al argumento más débil? Lo siento, discúlpenme la nota al pie.
—En cuanto al código legal —dijo Goades—, podemos argumentar sólidamente que el plazo de prescripción no es válido y estamos completamente facultados a llevar el pleito judicial según los principios de la equidad.
El abogado había explicado a Rhyme que en algunos casos el tiempo límite para presentar una demanda podía ser «doblado» —extendido— si el acusado oculta un crimen, de modo que las víctimas no saben lo que ocurrió, o cuando no están en condiciones de entablar una demanda, como cuando los tribunales y los fiscales actúan en connivencia con el criminal, lo que había ocurrido en el caso de Singleton. Goades reiteró todo esto en la habitación.
—Pero no importa lo que haya hecho Hiram Sanford —señaló el otro abogado—, no tiene nada que ver con mi cliente, el banco actual.
—Hemos seguido la pista de la propiedad del banco hasta el banco original, el Banco y Fondo de Inversiones de Sanford, que fue la entidad que se apropió del título de propiedad de la finca de Singleton. Sanford usó el banco como una tapadera. Lamentablemente… para usted, así es. —Goades dijo esto con tanta alegría como puede hacerlo un hombre que jamás sonríe.
Pero Cole no iba a darse por vencido.
—¿Y qué pruebas tiene de que la propiedad hubiera pasado de mano en mano a través de la familia? Este Charles Singleton podría haberla vendido por quinientos dólares en 1870 y derrochado el dinero por ahí.
—Tenemos pruebas de que pretendía mantener la finca para su familia. —Rhyme se volvió hacia Geneva—. ¿Qué es lo que decía Charles?
La chica no necesitó valerse de ninguna nota.
—En una carta a su mujer le dice que pretendía que la finca no se vendiera jamás. Dice: «Deseo que esta tierra pase intacta a nuestro hijo y a sus descendientes; los trabajos y los negocios van y vienen, los mercados financieros son caprichosos, pero la tierra es la gran constante de Dios, y nuestra granja, finalmente, traerá a nuestra familia respetabilidad a los ojos de aquellos que ahora no nos respetan. Será la salvación de nuestros hijos, y la de las generaciones venideras».
—Piensen en cómo reaccionará el jurado ante eso. Ni un ojo quedará seco —dijo Rhyme, disfrutando de su papel de animador.
Colérico, Cole se inclinó hacia Goades.
—Sé muy bien lo que está pasando aquí. Están haciendo que parezca que es una víctima. Pero esto no es más que un chantaje. Como todas esas tonterías de reparaciones de esclavitud, ¿no es cierto? Lamento que Charles Singleton fuera un esclavo. Lamento también que él o su padre fueran traídos aquí contra su voluntad. —Cole alzó un brazo como si espantara una abeja y luego se dirigió a Geneva—. Muy bien, señorita, eso pasó hace mucho, mucho tiempo. Mi abuelo murió porque tenía los pulmones negros. Y ya ve usted, yo no he demandado a la carbonera West Virginia Coal and Shale en busca de dinero fácil. Usted y su gente tienen que superarlo. Seguir con sus vidas. Si uno pasa demasiado tiempo…
—Ya está bien —le espetó Hanson. Su secretaria y él miraron al abogado.
Cole se pasó la lengua por los labios y se reclinó nuevamente en el asiento.
—Lo lamento. No pretendía decirlo de esa forma. He dicho «su gente», pero no he querido… —Estaba mirando a Wesley Goades.
Pero fue Geneva quien habló.
—Señor Cole, yo siento lo mismo. Por eso creo en lo que decía Frederick Douglass: «Es posible que la gente no reciba todo aquello por lo que ha trabajado, pero sin duda debe trabajar por todo lo que recibe». Yo tampoco quiero dinero fácil.
El abogado la miró confundido. Luego bajó la vista. Geneva no lo hizo. Y continuó hablando.
—¿Sabe? He hablado con mi padre acerca de Charles. He descubierto algunas cosas sobre él. Por ejemplo, que su padre fue secuestrado por traficantes de esclavos y separado de su familia en la tierra de los yorubas y enviado a Virginia. El padre de Charles murió cuando tenía cuarenta y dos años porque a su amo le pareció que era más barato comprar uno nuevo, un esclavo más joven, que tratarle la neumonía. He descubierto que a su madre la vendieron a una plantación en Georgia cuando Charles tenía doce años y nunca volvió a verla. Pero ¿sabe qué? —preguntó ella con calma—. No les pido ni un centavo por esas cosas. No. Es muy sencillo. A Charles le arrebataron algo que amaba. Y haré todo lo que tenga que hacer para que el ladrón pague por ello.
Cole murmuró otra disculpa, pero sus genes legales le impedirían abdicar de la causa de su cliente. Echó un vistazo a Hanson y luego continuó:
—Comprendo lo que dice y ofreceremos un arreglo basado en las acciones del señor Ashberry. Pero con respecto a la demanda de la propiedad, no podemos aceptarla. Ni siquiera sabemos si tienen fundamento legal para presentar una demanda judicial. ¿Qué pruebas tiene usted de que verdaderamente es descendiente de Charles Singleton?
Lincoln Rhyme movió el dedo del touch-pad y acercó la silla a la mesa de manera impositiva.
—¿No va siendo hora de que alguien se pregunte por qué he venido yo? —Silencio—. No salgo mucho, como pueden imaginarse. ¿Por qué creen que me he desplazado hasta aquí?
—Lincoln —le reprendió Thom.
—Vale, de acuerdo, iré al grano. Prueba A.
—¿Qué prueba? —preguntó Cole.
—Estaba frivolizando. La carta. —Miró a Geneva. Ella abrió su mochila y sacó un archivador. Deslizó una fotocopia sobre el escritorio. El área Sanford de la mesa se acercó a estudiarla.
—¿Una de las cartas de Singleton? —preguntó Hanson.
—Bonita caligrafía —observó Rhyme—. En aquellos tiempos era importante. No como ahora, con toda esa mecanografía y anotaciones descuidadas… Está bien, disculpen: no habrá más digresiones.
La cuestión es la siguiente: tengo un colega, un muchacho llamado Parker Kincaid, allá en DC, que comparó la caligrafía de esta carta con la de otros escritos existentes de Charles Singleton, incluidos documentos legales en archivos de Virginia. Parker ha trabajado para el FBI, es el experto en caligrafía al que acuden los expertos cuando tienen un documento dudoso. Y ha hecho una declaración jurada en la que certifica que es idéntica a la de los otros ejemplos de caligrafía de Singleton.
—Vale —concedió Cole—, es una carta suya. ¿Y bien?
—Geneva —dijo Rhyme—, ¿qué dice Charles?
Ella hizo un gesto hacia la carta y recitó, otra vez de memoria:
—Y sin embargo, la fuente de mis lágrimas, las manchas que ves en este papel, amor mío, no es el dolor, sino el arrepentimiento por la desgracia que os he traído.
—La carta original tiene varias manchas —explicó Rhyme—. Las hemos analizado y hemos encontrado lisozima, lipocalina y lactoferrín, proteínas, por si les interesa, y una variedad de enzimas, lípidos y metabólicos. Eso, y agua, por supuesto, son los componentes de las lágrimas humanas… A propósito, ¿sabían que la composición de las lágrimas difiere bastante dependiendo de si se han derramado por dolor o a causa de una emoción? Estas lágrimas —un movimiento de cabeza dirigido al documento— fueron vertidas por la emoción. Puedo probarlo. Supongo que el jurado también encontrará esto muy emotivo.
Cole suspiró.
—Ha hecho un análisis del ADN de las lágrimas y coincide con el de la señorita Settle.
Rhyme se encogió de hombros y murmuró la consigna del día.
—Por supuesto.
Hanson miró a Cole, cuyos ojos iban una y otra vez de la carta a sus notas. El presidente dijo a Geneva:
—Un millón de dólares si tú y tu tutor firmáis una exoneración de la deuda.
—La señorita Settle insiste en buscar la restitución por el monto de los daños actuales: dinero que todos los descendientes de Charles Singleton compartirán, no sólo ella —dijo Goades con serenidad y levantó la vista para mirar otra vez al presidente del banco—. Estoy seguro de que ustedes no estaban dando a entender que el pago sería para ella sola, como un incentivo, tal vez, para que olvide informar a sus parientes sobre lo que sucedió.
—No, no, claro que no —dijo Hanson rápidamente—. Permítanme que lo consulte con nuestro consejo. Acordaremos la cifra del arreglo.
Goades reunió los papeles y los colocó en su bolso.
—En dos semanas tendré lista la querella. Si quieren discutir la creación por propia voluntad de un fondo fiduciario para los demandantes, puede llamarme a este teléfono. —Deslizó una tarjeta por encima del escritorio.
Cuando estaban en la puerta del banco, Cole, el abogado, se dirigió a la joven.
—Geneva, espere, por favor. Lamento lo que dije antes. De verdad. Fue… inapropiado. Sinceramente, siento lo que les pasó a usted y a su ancestro. Y de verdad estoy considerando sus intereses. Pero recuerde que un arreglo será con mucho lo mejor para usted y para sus familiares. Pregunte a su abogado lo difícil que sería un juicio como éste, lo que duraría, lo costoso que sería. —Sonrió—. Confíe en mí. Estamos de su parte.
Geneva alzó los ojos y le miró.
—Las batallas son las mismas de siempre. Sólo que resulta más difícil reconocer al enemigo. —Geneva se dio la vuelta y continuó hasta la puerta.
Era evidente que el abogado no sabía lo que ella había querido decir.
Lo que, pensó Rhyme, de alguna manera daba la razón a la chica.