—Primero, la escena primaria —anunció Rhyme a Ben—. Blackwater. —Señaló con la cabeza el conglomerado de evidencias que se hallaba sobre la mesa—. Primero dediquémonos a la zapatilla de correr de Garrett. La que se le cayó cuando agarró a Lydia.
Ben la tomó, abrió la bolsa plástica y comenzó a tocar su interior.
—¡Guantes! —ordenó Rhyme—. Usa siempre guantes de látex cuando manipules las pruebas.
—¿Por las huellas dactilares? —preguntó el zoólogo, mientras se los ponía a toda velocidad.
—Esa es una razón. La otra es la contaminación. No queremos confundir los lugares en que tú has estado con los lugares en que ha estado el criminal.
—Seguro. Bien —Ben sacudió violentamente su voluminosa cabeza rapada, como si temiera olvidar esa regla. Cogió la zapatilla. La escudriñó—. Parece que hubiera grava o algo así en su interior.
—Mierda, no le dije a Amelia que pidiera tableros de examinar esterilizados. —Rhyme miró alrededor del cuarto—. ¿Ves esa revista que está allí? ¿People?
Ben la tomó. Movió la cabeza.
—Tiene tres semanas.
—No me importa si son actuales o no las historias acerca de la vida amorosa de Leonardo Di Caprio —murmuró Rhyme—. Saca los formularios de suscripción que están dentro… ¿No odias estas cosas? Pero son buenas para nosotros, salen de la impresora pulcros y esterilizados, de manera que se pueden usar como minitableros de examen.
Ben hizo como se le instruyó y vertió sobre la tarjeta la tierra y las piedras.
—Pon una muestra en el microscopio y deja que le eche una mirada. —Rhyme acercó su silla de ruedas a la mesa, pero el ocular estaba demasiado alto para él por unos pocos centímetros—. Maldición.
Ben evaluó el problema.
—Quizá lo pueda sostener para que pueda usted mirar.
Rhyme se rió con desaliento.
—Pesa cerca de quince kilos. No, tendremos que encontrar un…
Pero el zoólogo levantó el aparato y, con sus brazos corpulentos, lo sostuvo con firmeza. Rhyme no podía, por supuesto, mover los botones para enfocar, pero vio lo suficiente para obtener una idea de lo que era la prueba.
—Trozos de caliza y tierra. ¿Pueden provenir de Blackwater Landing?
—Hum —dijo Ben lentamente—, lo dudo. Allí por lo general hay sólo barro y basura.
—Examina una muestra de eso a través del cromatógrafo. Quiero saber qué más hay.
Ben montó la muestra dentro y apretó el botón para su examen.
La cromatografía es la herramienta ideal del criminalista. Fue desarrollada justo a principios de siglo por un botánico ruso, y no tuvo demasiado uso hasta 1930; el mecanismo sirve para analizar compuestos tales como comida, drogas, sangre, porciones de vestigios y aisla elementos puros que se encuentran en ellos. Existe una media docena de variaciones del proceso, pero el tipo más común utilizado en la ciencia forense es el cromatógrafo de gases, que quema una muestra de la evidencia. Los vapores resultantes se separan luego para indicar las sustancias componentes que constituyen la muestra. En un laboratorio de investigaciones forenses, el cromatógrafo generalmente está conectado a un espectrómetro de masas, que puede identificar específicamente muchas de las sustancias.
El cromatógrafo de gases sólo funciona con materiales que puedan vaporizarse, es decir, arder a temperaturas relativamente bajas. La caliza no podría encenderse, por supuesto. Pero Rhyme no estaba interesado en rocas; estaba interesado en los materiales que se habían adherido a la tierra y la grava. Ellos podrían señalar más específicamente los lugares en los que Garrett había estado.
—Nos llevará un momento —dijo Rhyme—. Mientras esperamos, miremos la tierra que está en las suelas de la zapatilla de Garrett. De verdad, Ben, amo las suelas. De los zapatos y de los neumáticos también. Son como esponjas. Recuérdalo.
—Sí, señor. Lo haré, señor.
—Trata de extraer algo de tierra y veamos si procede de un lugar distinto a Blackwater Landing.
Ben raspó la tierra sobre otra tarjeta de suscripción, que sostuvo frente a Rhyme, quien la examinó cuidadosamente. Como científico forense, conocía la importancia de la tierra. Se pega a las ropas, deja huellas como las migas de Hansel y Gretel hacia y desde la casa del criminal y relaciona al criminal con la escena del crimen como si estuvieran esposados. Existen aproximadamente 1100 tipos diferentes de suelo y si una muestra de una escena de crimen tiene color idéntico a la tierra del patio del sospechoso, las probabilidades indican que el criminal estuvo allí. La similitud en la composición de los suelos también puede afianzar la conexión. Locard, el gran criminalista francés, desarrolló un principio forense que lleva su nombre y que sostiene que en todo crimen siempre hay alguna transferencia entre el criminal y la víctima o la escena del crimen. Rhyme había descubierto que, en el caso de un homicidio o asalto invasivo, después de la sangre la tierra es la sustancia que se transfiere más a menudo.
Sin embargo, el problema con el polvo como evidencia es que resulta demasiado prevalente. Con el fin de que posea algún significado forense, un poco de tierra cuya procedencia podría ser el criminal, debe ser diferente a la tierra que se encuentra de por sí en la escena del crimen.
El primer paso en el examen del polvo consiste en comparar una muestra del suelo conocido de la escena con la muestra que el criminalista cree que procede del criminal.
Rhyme explicó esto a Ben y el joven tomó una bolsa de tierra, que Sachs había marcado como Muestra del suelo Blackwater Landing, junto con la fecha y la hora de su recogida. También había una anotación hecha con una mano que no era la de Sachs. Recogida por el policía J. Corn. Rhyme se imaginó al joven policía trajinando ansiosamente para cumplir con el pedido de Sachs. Ben vertió algo de esta tierra en una tercera tarjeta de suscripción. La colocó al lado del polvo que había sacado de la suela de Garrett.
—¿Cómo las comparamos? —preguntó el muchacho, mirando los aparatos.
—Con tus ojos.
—Pero…
—Limítate a mirar. Mira si el color de la muestra desconocida es diferente al color de la muestra conocida.
—¿Cómo lo hago?
Rhyme se obligó a responder con calma:
—Limítate a mirarlas.
Ben miró fijamente un montón, luego el otro.
De nuevo. Una vez más.
Y luego otra vez.
Vamos, vamos… no es tan complicado. Rhyme se esforzó en tener paciencia. Una de las cosas más difíciles del mundo para él.
—¿Qué ves? —preguntó Rhyme—. ¿Es diferente la tierra de las dos escenas?
—Bueno, no lo puedo decir exactamente, señor. Pienso que una es más clara.
—Míralas en el microscopio de comparación.
Ben montó las muestras en el aparato indicado y miró a través de los oculares.
—No estoy seguro. Es difícil de decir. Pienso… quizá haya alguna diferencia.
—Déjame ver.
Una vez más los fornidos músculos sostuvieron con firmeza el microscopio y Rhyme observó por los oculares.
—Definitivamente diferente a la conocida —dijo Rhyme—. Con una coloración más clara. Tiene más cristales en ella. Más granito, arcilla y distintos tipos de vegetación. De manera que no es de Blackwater Landing… Si tenemos suerte proviene de su escondrijo.
Una leve sonrisa cruzó los labios de Ben, la primera que Rhyme había visto.
—¿Qué?
—Oh, bueno, esa es la palabra que usamos para designar la cueva de una morena… —la sonrisa del muchacho se desvaneció pues la mirada de Rhyme le dijo que no era ni el momento ni el lugar para anécdotas.
El criminalista dijo:
—Cuando tengas los resultados de la caliza en el cromatógrafo, haz lo mismo con la tierra de la suela.
—Sí, señor.
Un momento más tarde la pantalla del ordenador conectada con el cromatógrafo/espectrómetro parpadeó y aparecieron líneas con forma de montañas y valles. Luego se abrió una ventana y el criminalista maniobró con su silla de ruedas para acercarse. Chocó contra una mesa y la Storm Arrow se movió hacia la izquierda, sacudiendo a Rhyme.
—¡Mierda!
Los ojos de Ben se abrieron alarmados.
—¿Está bien, señor?
—Sí, sí, sí —murmuró Rhyme—. ¿Qué está haciendo aquí esta jodida mesa? No la necesitamos.
—La apartaré de su camino —saltó Ben, tomando la pesada mesa con una mano como si estuviera hecha de madera balsa, colocándola en un rincón—. Lo lamento, debería haber pensado en ello.
Rhyme ignoró la incómoda contrición y contempló la pantalla.
Grandes cantidades de nitratos, fosfatos y amoniaco.
Era muy preocupante pero no dijo nada por el momento; quería ver qué sustancias había en el polvo que Ben extrajo de la suela. Enseguida aquellos resultados también estuvieron en pantalla.
Rhyme suspiró.
—Más nitratos, más amoniaco… en cantidad. Nuevamente altas concentraciones. Más fosfatos. También detergente… también… y… algo más… ¿Qué demonios es eso?
—¿Dónde? —preguntó Ben inclinándose hacia la pantalla.
—En la parte inferior. La base de datos lo ha identificado como canfeno. ¿Sabes algo sobre eso?
—No, señor.
—Bueno, Garrett caminó sobre eso, sea lo que sea —miró la bolsa con las evidencias—. Ahora, ¿qué más tenemos? Ese pañuelo blanco que encontró Sachs…
Ben tomó la bolsa y la acercó a Rhyme. Había mucha sangre en el pañuelo de papel. Observó la otra muestra, el kleenex que Sachs había encontrado en el cuarto de Garrett.
—¿Son los mismos?
—Parecen iguales —dijo Ben—. Ambos blancos y del mismo tamaño.
—Dáselos a Jim Bell. Dile que quiero un análisis de ADN. Versión urgente —dijo Rhyme.
—Un, hum… ¿qué es eso, señor?
—El análisis somero del ADN, la reacción de la cadena de polimerasa. No tenemos tiempo para hacer un RFLP, la versión de uno en seis mil millones. Sólo quiero saber si se trata de la sangre de Billy Stail o de otra persona. Haz que alguien consiga muestras del cuerpo de Billy y de Mary Beth y Lydia.
—¿Muestras? ¿De qué?
Rhyme se obligó una vez más a tener paciencia.
—De material genético. Cualquier tejido del cuerpo de Billy. En el caso de las mujeres, lo más fácil será conseguir algunos cabellos, siempre que tengan el bulbo piloso. Haz que un policía encuentre un cepillo o peine en los cuartos de baño de Mary Beth y Lydia y los entregue al mismo laboratorio que hará la prueba del kleenex.
El joven tomó la bolsa y dejó el cuarto. Volvió un momento después.
—Lo tendrán en alrededor de una hora o dos, señor. Van a mandarla al centro médico de Avery, no a la policía del Estado. El agente Bell, perdón… el sheriff Bell pensó que sería más fácil.
—¿Una hora? —murmuró Rhyme haciendo una mueca—. Demasiado tiempo.
No podía dejar de preguntarse si esta demora sería tan importante como para evitar que encontraran al Muchacho Insecto antes de que matara a Lydia o a Mary Beth.
Ben estaba de pie con sus abultados brazos a los costados.
—Hum, podría llamarlos otra vez. Les conté lo importante que era, pero… ¿Quiere que lo haga?
—Está bien, Ben. Seguiremos trabajando aquí. Thom, es el momento de nuestros diagramas.
El ayudante escribió en la pizarra a medida que Rhyme le iba dictando:
ENCONTRADO EN LA ESCENA PRIMARIA DEL CRIMEN
BLACKWATER LANDING
Rhyme observó la pizarra. Más preguntas que respuestas…
Pez fuera del agua…
Sus ojos se fijaron en la pila de polvo que Ben había extraído de la suela del chico. Luego se le ocurrió algo.
—¡Jim! —gritó con una voz retumbante que sobresaltó a Thom y a Ben—. ¡Jim! ¿Dónde demonios está? ¡Jim!
—¿Qué? —el sheriff entró corriendo al cuarto, alarmado—. ¿Algo va mal?
—¿Cuántas personas trabajan en este edificio?
—No lo sé. Cerca de veinte.
—¿Y viven por toda la región?
—Más que eso. Algunos llegan de Pasquotank, Albemarle y Chowan.
—Los quiero a todos aquí y ahora.
—¿Qué?
—A todos los del edificio. Quiero muestras de tierra sacadas de sus zapatos… Espera: y las alfombrillas de sus coches.
—Tierra…
—¡Tierra! ¡Polvo! ¡Barro! Ya sabes. ¡Lo quiero ahora!
Bell se fue. Rhyme dijo a Ben:
—¿Ese soporte? ¿Allí arriba?
El zoólogo se movió pesadamente hacia la mesa sobre la cual estaba un largo soporte con una cantidad de tubos de ensayo.
—Es el aparato para probar el gradiente de densidad. Traza un perfil de la gravedad específica de materiales como el polvo.
El muchacho asintió.
—He oído hablar de él. Nunca he usado uno.
—Es fácil. Esas botellas de allí —Rhyme miraba hacia dos botellas oscuras. Una tenía una etiqueta que decía tetra, y la otra etanol—. Tú mezcla el líquido de esas botellas como yo te vaya diciendo y llena los tubos casi hasta el borde.
—Bien. ¿Qué conseguiremos?
—Comienza a mezclar. Te lo diré cuando hayas terminado.
Ben mezcló los elementos químicos de acuerdo con las instrucciones de Rhyme y luego llenó veinte tubos con bandas alternativas de líquidos de colores diferentes, etanol y tetrabromoetano.
—Vierte un poco de la muestra del polvo de la zapatilla de Garrett en el tubo de la izquierda. La tierra se separará y eso nos dará un perfil. Conseguiremos muestras de los empleados de aquí que vivan en diferentes zonas del condado. Si alguna de ellas es igual a la de Garrett significa que el polvo que se le pegó a la zapatilla podría ser de por allí.
Bell llegó con el primero de los empleados y Rhyme explicó lo que iba a hacer. El sheriff sonrió con admiración.
—Es una gran idea, Lincoln. El primo Roland sabe lo que hace cuando te alaba.
Pero, pasada media hora, esa tarea se reveló fútil. Ninguna de las muestras obtenidas de las personas que trabajaban en el edificio se parecía a la tierra encontrada en la suela de la zapatilla de Garrett. Rhyme frunció el ceño cuando la última muestra de polvo de los empleados se asentó en el tubo.
—Maldición.
—Sin embargo era una buena posibilidad —dijo Bell.
Una pérdida de tiempo precioso.
—¿Debo tirar las muestras? —preguntó Ben.
—No. Nunca tires tus muestras sin registrarlas —dijo con firmeza. Luego recordó que no tenía que ser demasiado hiriente en sus instrucciones; aquel joven sólo les ayudaba por hacerle un favor a su pariente—. Thom, ayúdanos. Sachs pidió una cámara Polaroid a la oficina estatal. Debe de estar aquí en algún lugar. Encuéntrala y toma primeros planos de todos los tubos. Anota el nombre de cada empleado al dorso de las fotos.
El ayudante encontró la cámara y se puso a trabajar.
—Ahora analicemos lo que Sachs encontró en la casa de los padres adoptivos de Garrett. Los pantalones de esa bolsa, mira si hay algo en los bajos.
Ben abrió cuidadosamente la bolsa de plástico y examinó los pantalones.
—Sí, señor, algunas agujas de pino.
—Bien. ¿Cayeron de la rama o están cortadas?
—Parece que cortadas.
—Excelente. Eso significa que el chico les hizo algo. Las cortó a propósito. Y ese propósito puede tener que ver con el crimen. Todavía no sabemos de qué se trata pero adivino que es un camuflaje.
—Huelo a mofeta —dijo Ben, olfateando las ropas.
Rhyme afirmó:
—Eso es lo que dijo Amelia. No nos ayuda en nada, sin embargo. No en este momento.
—¿Por qué no? —preguntó el zoólogo.
—Porque no hay forma de relacionar un animal salvaje con una ubicación específica. Una mofeta estacionaria sería de ayuda, una móvil no lo es. Vamos a mirar los indicios de las ropas. Corta un par de trozos de los pantalones y examínalos por el cromatógrafo.
Mientras esperaban los resultados, Rhyme examinó el resto de las pruebas procedentes del cuarto del chico.
—Déjame ver ese cuaderno, Thom.
El ayudante le pasó las páginas. Contenían sólo malos dibujos de insectos. Movió la cabeza. Nada de utilidad en ellos.
—¿Esos otros libros? —Rhyme señaló los cuatro tomos de tapa dura que Sachs había encontrado en el cuarto. Uno, The Miniature World, había sido leído con tanta frecuencia que estaba destrozado. Rhyme notó pasajes rodeados de círculos, subrayados o marcados con asteriscos. Pero ninguno de los pasajes le dio indicio alguno en relación a dónde habría pasado su tiempo el muchacho. Parecían datos triviales sobre insectos. Dijo a Thom que los pusiera a un lado.
Luego, Rhyme observó lo que Garrett había escondido en el bote de las avispas: dinero, fotos de Mary Beth y de la familia del muchacho. La llave. El hilo de pescar.
El dinero consistía en una masa arrugada de billetes de cinco y diez dólares. Notó que no había ninguna anotación útil al margen de los mismos (donde muchos criminales escriben mensajes o planes, ya que una manera rápida de deshacerse de pruebas incriminatorias es comprar algo y enviar el billete al agujero negro de la circulación). Rhyme hizo que Ben los pasara por el PoliLight —una fuente de luz alternativa— y encontró que tanto los dólares de papel como los de plata contenían fácilmente cien huellas dactilares parciales diferentes, demasiadas como para proporcionar indicios útiles. No se veía una etiqueta con el precio en el marco de la foto ni en el hilo de pescar y por ello ninguna manera de relacionarlos con alguna tienda que Garrett frecuentara.
—El hilo de pescar pesa muy poco —comentó Rhyme, mirando el ovillo—. Es demasiado delgado, ¿no es así, Ben?
—Difícilmente se podría pescar algún pez significativo con él, señor.
Los resultados de los vestigios en el pantalón del muchacho parpadearon en la pantalla del ordenador. Rhyme leyó en voz alta:
—Queroseno, más amoniaco, más nitratos y el canfeno otra vez. Otro diagrama, Thom, si eres tan amable.
Dictó.
ENCONTRADO EN LA ESCENA SECUNDARIA DEL CRIMEN
EL CUARTO DE GARRETT
Rhyme miró fijamente los diagramas. Por fin dijo:
—Thom, haz una llamada. A Mel Cooper.
El ayudante tomó el teléfono y marcó el número de memoria.
Cooper, que había trabajado en la oficina forense del NYPD, probablemente pesaba la mitad que Ben. Aunque parecía un tímido agente de seguros, era uno de los hombres más importantes del país en investigación forense.
—¿Me puedes poner el altavoz, Thom?
Thom presionó un botón y un instante después se escuchó la suave voz de tenor de Cooper:
—Hola, Lincoln. Algo me dice que no estás en el hospital.
—¿Cómo te has dado cuenta, Mel?
—No se necesita mucho razonamiento deductivo. La identificación de la llamada dice Edificio del Gobierno del Condado de Paquenoke. ¿Estás posponiendo tu operación?
—No. Sólo ayudando en un caso de este lugar. Escucha, Mel, no tengo mucho tiempo y necesito información sobre una sustancia llamada canfeno. ¿Has oído hablar de ella?
—No. Pero quédate en la línea. Voy a consultar la base de datos.
Rhyme oyó un tecleo frenético. Cooper también era el hombre más rápido en el teclado que Rhyme hubiera conocido.
—Bien, aquí estamos… Interesante…
—No necesito algo interesante, Mel. Necesito datos.
—Es un terpeno, carbono e hidrógeno. Derivado de plantas. Solía ser un ingrediente en pesticidas pero fue prohibido a comienzos de los ochenta. Su uso mayoritario comenzó a fines del siglo XIX. Entonces se utilizaba como combustible para lámparas. Era de alta tecnología en su época: reemplazó al aceite de ballena. Entonces era tan común como el gas natural. ¿Estás tratando de encontrar a un sospechoso desconocido?
—No es una persona desconocida, Mel. Es muy conocido. Lo que pasa es que no lo podemos encontrar. ¿Lámparas antiguas? De manera que los vestigios de canfeno probablemente significan que se ha estado ocultando en un lugar construido en el siglo XIX.
—Posiblemente. Pero hay otra posibilidad. Dice aquí que el único uso actual del canfeno es en los perfumes.
—¿De qué tipo?
—Perfumes, lociones para después de afeitar y cosméticos mayormente.
Rhyme reflexionó sobre ello.
—¿Qué porcentaje de canfeno hay en un perfume acabado? —preguntó.
—Sólo vestigios. Partes por mil.
Rhyme siempre había dicho a sus equipos forenses que nunca tuvieran miedo de hacer deducciones atrevidas al analizar las pruebas. Sin embargo, tenía en cuenta, a su pesar, el poco tiempo que les podría quedar de vida a las chicas y sentía que apenas tenía recursos suficientes como para seguir uno de los caminos potenciales.
—Tendremos que tirar a suertes en esta ocasión —anunció—. Supondremos que el canfeno proviene de viejas lámparas, no de perfumes, y actuaremos de acuerdo a ello. Ahora escucha, Mel, también voy a mandarte la fotocopia de una llave. Necesito que me digas de dónde es.
—Fácil. ¿De un coche?
—No lo sé.
—¿De una casa?
—No lo sé.
—¿Reciente?
—Ni idea.
Cooper dudó:
—Puede ser menos fácil de lo que pensé. Pero házmela llegar y haré lo que pueda.
Cuando cortaron, Rhyme ordenó a Ben que fotografiara ambos lados de la llave y le mandara un fax a Cooper. Luego trató de conseguir a Sachs por la radio. No funcionaba. La llamó a su teléfono móvil.
—¿Diga?
—Sachs, soy yo.
—¿Qué pasa con la radio?
—No hay recepción.
—¿Por qué camino debemos ir, Rhyme? Hemos cruzado el río, pero perdimos la huella. Y, francamente… —su voz se hizo un susurro— los nativos están intranquilos. Lucy me quiere comer para la cena.
—Se han hecho los análisis básicos pero no sé qué hacer con todos los datos, estoy esperando a ese hombre de la fábrica de Blackwater Landing, Henry Davett. Tendría que estar aquí en cualquier momento. Pero escucha, Sachs, hay algo más que debo decirte. Encontré vestigios significativos de amoniaco y nitratos en las ropas de Garrett y en la zapatilla que perdió.
—¿Una bomba? —preguntó Sachs, demostrando su estupor en la voz.
—Parece que sí. Y ese hilo de pescar que encontraste es demasiado liviano como para pescar en serio. Pienso que lo utiliza para preparar los cables para detonar el artefacto. Ve despacio. Busca trampas. Si ves algo que parezca un indicio, recuerda que podría estar amañado.
—Lo haré, Rhyme.
—Estate quieta. Espero poder darte pronto más indicaciones.
*****
Garrett y Lydia habían recorrido otras tres o cuatro millas.
El sol estaba alto. Quizá fuera mediodía y el aire estaba tan caliente que quemaba. Lydia había eliminado rápidamente el agua embotellada que había bebido en la mina y ahora se sentía desmayar de calor y de sed.
Como si lo hubiera percibido, Garrett dijo:
—Pronto llegaremos. Es un lugar más fresco. Y tengo más agua.
Estaban a cielo abierto. Bosques ralos, pantanos. No había casas ni caminos. Había muchos senderos antiguos que se abrían en diferentes direcciones. Sería casi imposible para quienquiera que los persiguiera encontrar por dónde habían ido: las sendas eran como un laberinto.
Garrett tomó por una de esas sendas estrechas, rocas a la izquierda, una pendiente de seis metros a la derecha. Caminaron cerca de un kilómetro a lo largo de esa ruta y luego se detuvieron. Garrett miró hacia atrás.
Cuando pareció satisfecho al ver que nadie los seguía, se dirigió a los matorrales y volvió con una cuerda de nylon, como un fino hilo de pescar, que colocó a lo ancho del sendero a pocos centímetros del suelo. Era casi imposible que alguien lo viera. Lo conectó a un palo, que a su vez apoyó contra una botella de vidrio de diez o doce litros, llena de un líquido lechoso. Había un residuo a un costado de la botella y su olor llegó hasta Lidia: amoniaco. La horrorizó. ¿Era una bomba?, se preguntó. Como enfermera del departamento de urgencias había tratado a varios adolescentes heridos al fabricar bombas caseras. Recordó la forma en que sus pieles ennegrecidas habían sido lastimadas por la explosión.
—No puedes hacer eso —murmuró.
—No me des sermones de mierda —hizo sonar las uñas—. Voy a terminar esto y luego nos vamos a casa.
¿A casa?
Lydia observó, paralizada, la gran botella que él cubrió de ramas.
Garrett la llevó por el sendero una vez más. A pesar del intenso calor del día, ahora se movían más rápidamente y ella se esforzó por mantener el paso de Garrett, que parecía ensuciarse más a cada minuto, estaba cubierto de polvo y trozos de hojas muertas. Como si estuviera él también convirtiéndose, lentamente en un insecto, a medida que sus pasos lo alejaban de la civilización. Le hizo recordar una historia que había que leer en la escuela pero que ella nunca terminó.
—Ahí arriba —Garrett señaló una colina—. Allí está el lugar donde nos quedaremos. Iremos al mar por la mañana.
Su uniforme estaba empapado de sudor. Los primeros dos botones de su traje blanco se habían desabrochado y se veía el blanco del sostén. El chico miraba a cada rato la piel redondeada de sus pechos. Pero a ella poco le importaba; por el momento, lo único que le interesaba era escapar del mundo exterior; llegar hasta donde hubiera alguna sombra fresca, donde fuera que la llevara.
Quince minutos más tarde salieron de los bosques, y llegaron a un claro. Frente a ellos había un viejo molino harinero, rodeado de cañas, espadañas y altos pastos. Se encontraba ubicado al lado de un arroyo que en gran parte había sido absorbido por el pantano. Un costado del molino se había quemado. Entre los escombros aparecía una chimenea chamuscada, lo que se llamaba «Monumento Sherman» por el general de la Unión que quemó casas y edificios durante su marcha al mar, dejando un panorama de chimeneas ennegrecidas a su paso.
Garrett la condujo al frente del molino, la porción no tocada por el fuego. La empujó para que atravesara la pesada puerta de roble, luego la cerró y puso el cerrojo. Por un largo instante se quedó escuchando. Cuando pareció seguro de que nadie los seguía, le entregó otra botella de agua. Lydia luchó contra la necesidad de beber de golpe el contenido. Se llenó la boca de agua, sintió frescura en su boca reseca y luego tragó lentamente.
Cuando terminó, él le arrebató la botella, desató sus manos y se las volvió a atar a la espalda.
—¿Tienes que hacerlo? —le preguntó Lydia con enfado.
El joven hizo una mueca ante la tonta pregunta. La hizo sentar en el suelo.
—Siéntate aquí y mantén cerrada tu jodida boca —Garrett se sentó en el lado opuesto y cerró los ojos. Lydia movió la cabeza hacia la ventana y escuchó por si oía el sonido de helicópteros o barcas en el pantano o el ladrido de los perros de la patrulla de rescate. Pero sólo oyó la respiración de Garrett, y en su desesperación decidió que en realidad, era el sonido de Dios mismo que la abandonaba.