Los policías estaban conversando.
Mason Germain, cruzado de brazos, se apoyaba en el muro del pasillo, al lado de la puerta que conducía a las taquillas policiales del departamento del sheriff. Apenas podía oír sus voces.
—¿Por qué estamos aquí sin hacer nada?
—No, no, no… ¿No lo habéis oído? Jim ha enviado una patrulla de rescate.
—¿De veras? No, no lo sabía.
Maldición, pensó Mason, que tampoco lo había escuchado.
—Lucy, Ned y Jesse, y la policía de Washington.
—No, es de Nueva York. ¿Visteis su pelo?
—No me importa el pelo que tenga. Me importa que encontremos a Mary Beth y a Lydia.
—A mí también. Sólo estoy diciendo…
A Mason se le revolvieron más las tripas. ¿Sólo enviaron cuatro personas a perseguir al Muchacho Insecto? ¿Bell estaba loco?
Corrió con ímpetu por el pasillo, hacia la oficina del sheriff y casi chocó con el propio Bell que salía del depósito donde se había establecido ese tipo extraño, el que estaba en silla de ruedas. Bell miró al veterano policía con sorpresa.
—Eh, Mason… Te estaba buscando.
No buscabas mucho, pensó, al menos no lo parece.
—Quiero que vayas a buscar a Culbeau.
—¿Culbeau? ¿Para qué?
—Sue McConnell ofrece algún tipo de recompensa por Mary Beth y Culbeau quiere obtenerla. No queremos que estropee la búsqueda. Quiero que lo mantengas controlado. Si no está allí, espera en su casa hasta que aparezca.
Mason ni siquiera se molestó en contestar a este extraño pedido.
—Enviaste a Lucy a buscar a Garrett y no me lo dijiste.
Bell miró de arriba abajo al policía.
—Ella y un par más se dirigen a Blackwater Landing, a ver si pueden encontrar su rastro.
—Sabías que yo quería ir con la patrulla de rescate.
—No puedo mandar a todos. Culbeau ya estuvo en Blackwater una vez en el día de hoy. No puedo dejar que fastidie la búsqueda.
—Vamos, Jim. No me digas estupideces.
Bell suspiró.
—Está bien. ¿La verdad? Mason, estás tan enloquecido por prender a ese muchacho, que he decidido no enviarte allí. No quiero que se cometa ningún error. Hay vidas en juego. Debemos encontrarlo y encontrarlo rápido.
—Ésa es mi intención, Jim. Tú ya lo sabes. Hace tres años que estoy detrás de este chico. No puedo creer que me dejes afuera y entregues el caso a ese anormal que está allí.
—Eh, basta de hablar así.
—Vamos. Yo conozco Blackwater diez veces mejor que Lucy. Solía vivir allí, ¿recuerdas?
Bell bajó la voz.
—Quieres encontrar al chico con demasiado fervor, Mason. Podría afectar tu juicio.
—¿Lo piensas tú? ¿O lo piensa él? —Señaló con la cabeza el cuarto desde donde ahora se escuchaba el espeluznante quejido de la silla de ruedas. Lo ponía tan nervioso como el torno de un dentista. Mason no deseaba ni imaginar los problemas que acarrearía que Bell le hubiera pedido ayuda a ese anormal.
—Vamos, los hechos son los hechos. Todo el mundo sabe lo que sientes por Garrett.
—Y todo el mundo está de acuerdo conmigo.
—Bueno, se va a hacer lo que te he dicho. Tienes que aceptarlo.
El policía rió con amargura.
—De manera que ahora hago de niñera para un patán que destila licor ilegal.
Bell miró más allá de Mason, se acercó a otro policía.
—Hola, Frank…
El oficial, alto y robusto, se movió sin prisas hacia los dos hombres.
—Frank, tu vas con Mason. A casa de Rich Culbeau.
—¿Le vamos a llevar una citación judicial? ¿Qué ha hecho ahora?
—No, ningún papel. Mason te lo contará. Si Culbeau no está en su casa, limitaos a esperar y dejadle claro a él y a sus compinches que no deben acercarse a la patrulla de rescate. ¿Lo has comprendido, Mason?
El policía no contestó. Dio la vuelta y se alejó de su jefe, que le gritó:
—Es lo mejor para todos.
No lo creo así, pensó Mason.
—Mason…
Pero el hombre no contestó y entró en la oficina donde estaban los otros policías. Frank lo siguió un momento después. Mason ignoró al grupo de hombres uniformados que hablaban del Muchacho Insecto y de la linda Mary Beth y de cómo Billy Stail corrió de forma increíble 92 yardas. Caminó hacia su oficina y buscó una llave en el bolsillo del uniforme. Abrió su escritorio y sacó un Speedloader extra, le puso seis proyectiles 357. Deslizó el arma en la funda de cuero, abrochándola a su cinturón. Se detuvo en la puerta de la oficina. Su voz sobrepasó el ruido de las conversaciones cuando se dirigió a Nathan Groomer, un policía de pelo rubio rojizo de cerca de treinta y cinco años.
—Groomer, voy a hablar con Culbeau. Te vienes conmigo.
—Bueno —empezó Frank lentamente, sosteniendo en la mano el sombrero que había ido a buscar a su taquilla—. Pensé que Jim quería que fuera yo.
—Yo quiero a Nathan —dijo Mason.
—¿Rich Culbeau? —preguntó Nathan—. Somos como el agua y el aceite. Lo fui a buscar tres veces para interrogarlo y acabé haciéndole un poco de daño la última vez. Yo llevaría a Frank.
—Sí —apuntó Frank—. El primo de Culbeau trabaja con mi suegro. Piensa que soy pariente suyo. Me escuchará.
Mason miró fríamente a Nathan.
—Te quiero a ti.
Frank probó nuevamente.
—Pero Jim dijo…
—Y te quiero ahora.
—Vamos, Mason —dijo Nathan con voz quebrada—. No hay razón para que te enfades conmigo.
Mason estaba mirando un trabajado señuelo, un pato silvestre, que estaba en el escritorio de Nathan, su talla más reciente. Este hombre tiene talento, pensó. Luego preguntó al policía:
—¿Estás listo?
Nathan suspiró y se puso de pie.
Frank preguntó:
—¿Pero qué le diré a Jim?
Sin contestar, Mason salió de la oficina. Nathan lo siguió. Se dirigieron al coche patrulla de Mason y se montaron en él. Mason sintió un calor agobiante; encendió el motor y el acondicionador de aire a toda marcha.
Después de ponerse los cinturones, como un cartel aconsejaba que hicieran todos los ciudadanos responsables, Mason dijo:
—Ahora escucha. Yo…
—Oh, vamos, Mason, no te pongas así. Sólo te decía lo que es más sensato. Quiero decir, el año pasado Frank y Culbeau…
—Cállate y escucha.
—Bien, escucharé… Creo que no tienes por qué hablarme en esa forma… Bien. Estoy escuchando. ¿Qué ha hecho Culbeau ahora?
Pero Mason no contestó. Le preguntó:
—¿Dónde está tu Ruger?
—¿Mi rifle para ciervos? ¿El M77?
—Sí.
—En mi camión. En casa.
—¿Tienes montada la mira telescópica Hightech?
—Por supuesto que sí.
—Lo iremos a buscar.
Salieron del aparcamiento y tan pronto como estuvieron en la calle principal, Mason apretó el botón que encendía el faro de destello, la luz roja y azul giratoria ubicada en el techo del coche, pero no hizo funcionar la sirena. Aceleró y salieron de la ciudad.
Nathan se metió a la boca un chicle Red Indian, lo que no podía hacer cuando estaba Jim presente. A Mason no le importaba.
—El Ruger… entonces ésa es la razón por la que me querías a mí y no a Frank.
—Correcto.
Nathan Groomer era el mejor tirador de rifle del departamento, uno de los mejores en el condado Paquenoke. Mason lo había visto acertar a un ciervo macho de diez puntos a setecientos metros.
—Entonces. ¿Después de que buscamos el rifle nos vamos a casa de Culbeau?
—No.
—¿Adonde vamos?
—Nos vamos de caza.
*****
—Hay casas bonitas por aquí —observó Amelia Sachs.
Ella y Lucy Kerr se dirigían al norte por Canal Road, de regreso a Blackwater Landing, desde el centro de la ciudad. Jesse Corn y Ned Spoto, un policía regordete en la treintena, se encontraban detrás en un segundo coche patrulla.
Lucy echó un vistazo a las mansiones que miraban hacia el canal, las elegantes casas coloniales que había visto Sachs, sin decir nada.
Nuevamente Sachs se sintió impresionada por la situación de abandono de las casas y patios, la ausencia de niños. Justo como las calles de Tanner's Corner.
Niños, reflexionó otra vez.
Luego se dijo: No caigamos en eso.
Lucy dobló a la derecha de la ruta 112 y luego salió al arcén, donde habían estado hacía exactamente media hora, la cresta desde donde se veía la escena del crimen. El coche de Jesse Corn se detuvo detrás. Los cuatro descendieron por el embarcadero hacia la orilla del río y subieron al esquife. Jesse se puso nuevamente en posición para remar y murmuró:
—Hermano, al norte del Paquo —lo dijo con un tono lúgubre, que al principio Sachs tomó por una broma, pero luego se dio cuenta de que ni ella ni los demás sonreían. Al otro lado del río bajaron del bote y siguieron las huellas de Garrett y Lydia hasta el refugio de caza donde Ed Schaeffer había sido picado. Más allá, a unos quince metros en dirección a los bosques, éstas desaparecían.
A la orden de Sachs se desplegaron en abanico, moviéndose en círculos cada vez más amplios, buscando cualquier indicio de la dirección que Garrett podría haber tomado. No encontraron nada y regresaron al lugar donde desaparecían las huellas.
Lucy dijo a Jesse:
—¿Conoces ese sendero? ¿Aquel por el que se largaron los traficantes después de que Frank Sturgis los encontrara el año pasado?
Él asintió y comentó a Sachs:
—Está a unos cincuenta metros hacia el norte. Por ese lado —señaló—. Garrett debe conocerlo probablemente y es la mejor manera de atravesar los bosques y los pantanos de aquí.
—Vamos a comprobarlo —dijo Ned.
Sachs se preguntó cómo manejar de la mejor manera el conflicto inminente y decidió que había sólo un camino: de frente. No funcionaría ser demasiado delicada, no cuando eran tres contra uno (Jesse Corn, creía, estaba de su lado sólo amorosamente).
—Deberíamos quedarnos aquí hasta saber de Rhyme.
Jesse mantuvo una débil sonrisa en su cara, sintiéndose dividido.
Lucy negó con la cabeza.
—Garrett debe de haber tomado ese camino.
—No lo sabemos con seguridad —dijo Sachs.
—El bosque se vuelve muy espeso por aquí —acotó Jesse.
Ned dijo:
—Todo ese pasto, carrizos y espadañas. Muchas enredaderas también. Si no se toma ese sendero, no hay forma de salir de aquí y hacerlo rápido.
—Tendremos que esperar —dijo Sachs, pensando en una parte del libro de texto de Lincoln Rhyme sobre criminalística, Evidencias Físicas:
Muchas investigaciones que involucran a un sospechoso en fuga se ven arruinadas por ceder al impulso de moverse rápidamente y entablar una persecución intensa cuando, de hecho, en la mayoría de los casos, un lento examen de las evidencias señalará un claro sendero hacia la puerta del sospechoso y permitirá un arresto más seguro y eficiente.
Lucy Kerr dijo:
—Lo que pasa es que alguien de la ciudad no comprende realmente a los bosques. Si nos encaminamos por ese sendero ganaremos el doble de tiempo. Garrett lo debe de haber cogido.
—Puede haber vuelto a la orilla del río —señaló Sachs—. Quizá tenia otro bote escondido a favor o en contra de la corriente.
—Eso es cierto —dijo Jesse, ganándose una mirada sombría de Lucy.
Un largo momento de silencio, los cuatro de pie inmóviles, mientras los mosquitos los castigaban y sudaban bajo un sol despiadado.
Finalmente Sachs se limitó a decir:
—Esperaremos.
Tras afirmar su decisión, se sentó en la que probablemente era la roca más incómoda de todos los bosques y estudió con interés fingido a un pájaro carpintero que agujereaba fieramente un roble frente a ellos.