—No le dejaré hacer nada hasta que coloquéis un acondicionador de aire en este cuarto.
—Thom, no tenemos tiempo para eso —exclamó Rhyme. Luego dijo a los trabajadores dónde descargar los instrumentos que había enviado la policía estatal.
Bell dijo:
—Steve anda por ahí tratando de conseguir uno. No es tan fácil como pensé.
—No lo necesito.
Thom explicó pacientemente:
—Estoy preocupado por la disrreflexia.
—No recuerdo haber oído que la temperatura sea mala para la presión sanguínea, Thom —siguió Rhyme—. ¿Lo has leído en algún lado? Yo no lo leí. Quizá me pudieras enseñar dónde lo leíste.
—No necesito tus sarcasmos, Lincoln.
—Oh, soy sarcástico, ¿verdad?
El ayudante se dirigió pacientemente a Bell:
—El calor hace que se hinchen los tejidos. El edema causa un aumento de la presión e irritación. Y eso puede provocar disrreflexia. Que lo puede matar. Necesitamos un acondicionador de aire. Es tan simple como eso.
Thom era el único de los ayudantes cuidadores de Rhyme que había sobrevivido más de unos pocos meses al servicio del criminalista. Los otros o se habían ido o habían sido despedidos perentoriamente.
—Enchufa eso allí —ordenó Rhyme a un policía que colocaba en un rincón un baqueteado cromatógrafo de gases.
—No —Thom se cruzó de brazos y se paró frente a la extensión de cable. El policía vio la expresión en la cara del ayudante y se detuvo sin saber qué hacer, no estaba preparado para enfrentarse al persistente joven—. Cuando tengamos el acondicionador de aire instalado y en funcionamiento… entonces lo enchufamos.
—Dios mío —Rhyme hizo una mueca. Uno de los aspectos más frustrantes de un tetrapléjico consiste en la incapacidad de descargar la ira. Después de su accidente, Rhyme rápidamente se dio cuenta de cómo un acto tan simple como caminar o apretar los puños, sin mencionar arrojar un objeto pesado o dos (pasatiempo favorito de Blaine, la ex-mujer de Rhyme), ayudaba a disipar la furia—. Si me enfado podría comenzar a tener espasmos o contracturas —señaló Rhyme poniéndolo a prueba.
—Ni los espasmos ni las contracturas te matarán, pero la disrreflexia sí lo hará —Thom lo expresó con una pretendida ligereza que enfureció más a Rhyme.
Bell dijo con cautela:
—Dadme cinco minutos —desapareció y los policías siguieron transportando el equipo. El cromatógrafo quedó por el momento sin enchufar.
Lincoln Rhyme estudió los aparatos. Se preguntó cómo sería realmente cerrar los dedos nuevamente alrededor de un objeto. Con su dedo anular izquierdo podía tocar y tenía una leve sensación de presión. Pero asir realmente algo, sentir su textura, peso, temperatura… era algo inimaginable.
Terry Dobyns, el terapeuta del NYPD, el hombre que había estado sentado al lado de la cama de Rhyme cuando despertó después del accidente en una escena de crimen que lo dejó tetrapléjico, había explicado al criminalista todas las consabidas etapas del duelo. Le había asegurado a Rhyme que las experimentaría, y que sobreviviría a todas ellas. Pero lo que el doctor no le mencionó era que ciertas etapas vuelven a escondidas. Que las llevas contigo como virus inactivos que pueden irrumpir en cualquier momento.
En los últimos años había vuelto a sentir desesperación y negación.
Ahora estaba lleno de furia. Claro, había dos mujeres jóvenes secuestradas y un asesino en fuga. Estaba ansioso por ir volando a la escena del crimen, caminar por la cuadrícula, recoger evidencias escondidas en el suelo, mirarlas por las extraordinarias lentes de un microscopio combinado, presionar los botones de los ordenadores y demás instrumentos, caminar por el cuarto mientras sacaba sus conclusiones.
Quería ponerse a trabajar sin preocuparse porque el jodido calor pudiera matarlo. Pensó nuevamente en las mágicas manos de la doctora Weaver, en la operación.
—Estás muy callado —dijo Thom con cautela—. ¿Qué estás planeando?
—No estoy planeando nada. Por favor, ¿podrías enchufar el cromatógrafo de gases y encenderlo? Necesita un tiempo para calentarse.
Thom vaciló y luego caminó hacia el aparato y lo hizo funcionar. Colocó el resto del equipo en una mesa de fibra vulcanizada.
Steve Farr entró a la oficina, arrastrando un enorme acondicionador de aire Carrier. El policía aparentemente era tan fuerte como alto y el único indicio del esfuerzo que hacía era el tono rojizo de sus prominentes orejas.
Jadeó:
—Lo robé de Planeamiento y Zonificación. Esa gente no nos gusta mucho.
Bell ayudó a Farr a instalar la unidad en la ventana y un momento después entraba una corriente de aire frío al cuarto.
Una figura apareció en la puerta, en realidad obturaba la puerta. Era un hombre de más de veinte años. Hombros corpulentos, frente prominente. De un metro noventa de estatura y cerca de los ciento treinta kilos de peso. Por un momento Rhyme pensó que podría ser un familiar de Garrett y que el hombre había venido a amenazarlos. Pero con una voz aguda y tímida dijo:
—Soy Ben.
Los tres hombres lo miraron fijamente mientras él observaba con intranquilidad la silla de ruedas y las piernas de Rhyme.
Bell dijo:
—¿Qué quieres?
—Bueno, estoy buscando al señor Bell.
—Yo soy el sheriff Bell.
Los ojos del muchacho seguían observando con embarazo las piernas de Rhyme. Desvió rápidamente la mirada, luego aclaró su garganta y tragó.
—Oh, bueno. ¿Soy el sobrino de Lucy Kerr? —parecía que formulaba preguntas en lugar de afirmar.
—¡Oh, mi asistente forense! —dijo Rhyme—. ¡Excelente! Justo a tiempo.
Otra mirada a las piernas, a la silla de ruedas.
—La tía Lucy no me dijo…
¿Qué dirá ahora? Se preguntó Rhyme.
—… No me dijo nada acerca de un trabajo forense —continuó entre dientes—. Soy sólo un estudiante, estoy en la UNC en Avery. Hum, señor, ¿qué significa «justo a tiempo»? —la pregunta estaba dirigida a Rhyme pero Ben miraba al sheriff.
—Significa: ve a esa mesa. En cualquier minuto llegarán muestras y tienes que ayudarme a analizarlas.
—Muestras… Está bien. ¿Qué clase de peces serán? —preguntó a Bell.
—¿Peces? —respondió Rhyme—. ¿Peces?
—Lo que pasa, señor —dijo suavemente el hombretón, todavía mirando a Bell—, es que me gustaría mucho ayudar pero debo decir que tengo una experiencia muy limitada.
—No estamos hablando de peces. ¡Estamos hablando de muestras de una escena de crimen! ¿Qué pensabas?
—¿Escena de crimen? Bueno, no lo sabía —Ben se dirigió al sheriff.
—Puedes hablarme a mí —lo reprendió Rhyme.
Un leve rubor apareció en el rostro del muchacho y sus ojos se aprestaron a atender. Su cabeza pareció temblar cuando se obligó a mirar a Rhyme.
—Yo sólo… Quiero decir… él es el sheriff.
Bell respondió:
—Pero Lincoln dirige las operaciones. Es un científico forense de Nueva York. Nos está ayudando en esta situación.
—Seguro —sus ojos seguían en la silla de ruedas, en las piernas de Rhyme, en el controlador bucal. Volvían a la seguridad del suelo.
Rhyme decidió que odiaba a aquel hombre, que actuaba como si el criminalista fuera la clase más extraña de fenómeno circense.
Una parte de su ser también odiaba a Amelia Sachs, por organizar toda esta distracción, y sacarlo de sus células de tiburón y de las manos de la doctora Weaver.
—Bueno, señor…
—Llámame Lincoln.
—La cosa es que yo me especializo en socio-zoología marina.
—¿Y qué es eso? —preguntó con impaciencia Rhyme.
—Básicamente el comportamiento de la vida animal en el mar.
Oh, espléndido, pensó Rhyme. No sólo tengo un ayudante que siente fobia ante los inválidos sino que también es una especie de psiquiatra de peces.
—Bueno, no importa. Eres un científico. Los principios son los principios. Los protocolos son los protocolos. ¿Has utilizado un cromatógrafo de gases?
—¡Sí, señor!
—¿Y microscopios de combinación y comparación?
Un movimiento de cabeza afirmativo, si bien no tan convencido como le hubiera gustado a Rhyme.
—Pero… —miró a Bell por un momento pero volvió obedientemente a la cara de Rhyme—. La tía Lucy sólo me pidió que pasara por aquí. No sabía que ella suponía que yo podría ayudarles en un caso… No estoy realmente seguro… Quiero decir, tengo que asistir a clase.
—Ben, tú tienes que ayudarnos —dijo Rhyme secamente.
El sheriff explicó:
—Garrett Hanlon…
Ben dejó que el nombre se asentara en algún lugar de su imponente cabeza.
—Oh, ese chico de Blackwater Landing.
El sheriff le explicó acerca de los secuestros y el ataque de las avispas contra Ed Schaeffer.
—Dios, lo siento por Ed —dijo Ben—. Lo conocí una vez en la casa de la tía Lucy.
—De manera que te necesitamos —asintió Rhyme, tratando de reconducir la conversación por carriles adecuados.
—No tenemos ni un indicio de dónde se ha ido con Lydia —siguió el sheriff—. Apenas si tenemos tiempo para salvar a esas mujeres. Y, bueno… como puedes ver, el señor Rhyme necesita que alguien lo ayude.
—Bueno… —una mirada hacia Rhyme, pero sin fijar la vista— es que pronto tengo unas pruebas que hacer. Estoy en la universidad y muy liado. Como les dije…
Rhyme dijo pacientemente:
—No tenemos realmente más opciones en este caso, Ben. Garrett nos lleva tres horas de adelanto y podría matar a alguna de sus víctimas en cualquier momento, si no lo ha hecho ya.
El zoólogo miró alrededor del cuarto para encontrar un respiro pero no encontró nada.
—Pienso que puedo dedicarle algún tiempo, señor.
—Gracias —dijo Rhyme. Inhaló por el controlador y se movió hacia la mesa donde estaban los instrumentos. Se detuvo y los miró. Sus ojos se dirigieron a Ben—. Ahora, si puedes cambiarme el catéter nos pondremos a trabajar.
El hombretón pareció anonadado. Murmuró:
—Usted quiere que yo…
—Es una broma —dijo Thom.
Pero Ben no sonrió. Movió nerviosamente la cabeza y con la gracia de un bisonte. Caminó hacia el cromatógrafo y comenzó a estudiar el panel de control.
*****
Sachs corrió hacia el laboratorio improvisado en el edificio del condado y Jesse Corn mantuvo el ritmo de la marcha a su lado.
Caminando más pausadamente, un momento después, Lucy Kerr se unió a ellos. Saludó a su sobrino Ben y presentó al muchacho a Sachs y a Jesse. Sachs sostenía en alto un grupo de bolsas.
—Estas son las evidencias del cuarto de Garrett —dijo, y luego levantó otras bolsas—. Estas son de Blackwater Landing, la escena primaria.
Rhyme miró las bolsas, pero lo hizo con desaliento. No sólo había allí muy pocas evidencias físicas sino que estaba preocupado nuevamente por lo que se le había ocurrido antes: tenía que analizar los indicios sin un conocimiento de primera mano de la región circundante.
Pez fuera del agua…
Tuvo una idea.
—Ben, ¿cuánto hace que vives aquí? —preguntó el criminalista.
—Toda mi vida, señor.
—Bien. ¿Cómo se llama esta región del estado?
Se aclaró la garganta.
—Creo que es North Coastal Plain.
—¿Tienes algunos amigos que sean geólogos especializados en esta región? ¿Cartógrafos? ¿Naturalistas?
—No. Todos son biólogos marinos.
—Rhyme —dijo Sachs—, cuando estábamos en Blackwater Landing vi una barcaza, ¿recordáis? Transportaba asfalto o papel alquitranado proveniente de una fábrica de los alrededores.
—La empresa de Henry Davett —dijo Lucy.
Sachs preguntó:
—¿No tendrían un geólogo en plantilla?
—No lo sé —respondió Bell—, pero Davett es ingeniero y ha vivido aquí durante años. Probablemente conoce el lugar mejor que nadie.
—Hazle una llamada, por favor.
—Enseguida —Bell desapareció y volvió un momento después—. Hablé con Davett. No tiene ningún geólogo en plantilla pero dijo que él podría ayudar. Estará aquí en media hora —luego el sheriff preguntó—: Entonces, Lincoln, ¿cómo quieres encarar la búsqueda?
—Yo estaré aquí, contigo y con Ben. Vamos a examinar las evidencias. Quiero un pequeño equipo de rescate en Blackwater Landing ya, en el lugar que Jesse vio desaparecer a Garrett y Lidia. Yo guiaré al grupo lo mejor que pueda, dependiendo de lo que revelen las evidencias.
—¿A quién quieres en el grupo?
—Sachs al mando —ordenó Rhyme—. Y Lucy con ella.
Bell asintió y Rhyme se dio cuenta que Lucy no reaccionó ante esas órdenes acerca de la cadena de mando.
—Me gustaría ofrecerme para la tarea —dijo Jesse Corn rápidamente.
Bell miró a Rhyme, quien asintió. Luego agregó:
—Probablemente uno más…
—¿Cuatro personas? ¿Eso es todo? —Preguntó Bell, frunciendo el ceño—. Diablos, podría conseguir docenas de voluntarios.
—No, en un caso como este son preferibles menos personas.
—¿Quién es el cuarto? —preguntó Lucy—. ¿Mason Germain?
Rhyme miró hacia la puerta, no vio a nadie afuera. Bajó la voz.
—¿Qué pasa con Mason? Tiene una historia. No me gustan los policías con historias. Me gustan las tablas rasas.
Bell se encogió de hombros.
—El hombre ha sobrellevado una vida dura. Creció al norte del Paquo, en el lado que no se debe. El padre trató de encauzar su vida con un par de negocios y luego comenzó a destilar licor ilegalmente y cuando los funcionarios fiscales lo atraparon se suicidó. El propio Mason comenzó desde la nada y llegó a donde está. Hay una expresión por aquí, que dice: demasiado pobre para pintar, demasiado orgulloso para blanquear con cal. Eso es Mason. Siempre se queja de que no lo dejan progresar, que no puede obtener lo que desea. Es un hombre ambicioso en una ciudad que no tiene lugar para la ambición.
—Y anda a la caza de Garrett —observó Rhyme.
—Buen observador.
—¿Por qué?
—Mason casi llegó a suplicar que lo nombraran investigador principal en ese caso del que te hablamos, la chica que murió de resultas de las picaduras de avispas en Blackwater, Meg Blanchard. A decir verdad, pienso que la víctima tenía, cómo explicarte, una conexión con Mason. Quizá estuvieran saliendo. Quizá habría algo más, no lo sé. Pero él quería detener a Garrett a toda costa. Sin embargo, no pudo presentar argumentos consistentes. Cuando el viejo sheriff se jubiló, la Junta de Supervisores esgrimió en contra de Mason lo de Garrett. Conseguí el puesto y él no, aun siendo de más edad y con más años en la fuerza.
Rhyme sacudió la cabeza.
—No necesitamos personas exaltadas en una operación como esta. Elige a otro.
—¿Ned Spoto? —sugirió Lucy.
Bell se encogió de hombros.
—Es un buen hombre. Seguro. Puede tirar bien, pero no lo hará a menos que tenga necesidad.
Rhyme dijo:
—Sólo asegúrate de que Mason esté lejos de la búsqueda.
—No le va a gustar.
—Eso no nos importa —insistió Rhyme—. Encuéntrale otra cosa que hacer. Algo que parezca importante.
—Lo haré lo mejor que pueda —masculló Bell con incertidumbre.
Steve Farr se apoyó en la puerta.
—Acabo de hablar al hospital —anunció—. Ed todavía está en estado crítico.
—¿Ha dicho algo? ¿Acerca del mapa que vio?
—Ni una palabra. Todavía está inconsciente.
Rhyme se volvió a Sachs.
—Bien… Idos. Deteneos donde desaparece el rastro en Blackwater Landing y esperad mis noticias.
Lucy miraba indecisa las bolsas de pruebas.
—¿Realmente piensas que es la manera de encontrar a esas chicas?
—Sé que lo es —respondió Rhyme secamente.
Ella dijo con escepticismo:
—Me parece que va a ser magia.
Rhyme se rió.
—Oh, eso es exactamente lo que es. Juegos de manos, sacar conejos de la chistera. Pero recuerda que la ilusión se basa… ¿en qué, Ben?
El muchacho aclaró la garganta, se ruborizó y negó con la cabeza:
—Hum, no sé a lo que se refiere, señor.
—La ilusión se basa en la ciencia. Es así —dirigió una mirada a Sachs—. Os llamaré tan pronto como encuentre algo.
Las dos mujeres y Jesse Corn dejaron el cuarto.
Entonces, con la valiosa evidencia preparada frente a él, el equipo familiar en calentamiento, solucionada la política interna, Lincoln Rhyme apoyó la cabeza en el cabecero de la silla de ruedas y observó las bolsas que Sachs le había entregado deseando, o forzando, o quizás sólo permitiendo que su mente vagara por donde sus piernas no podían caminar, que tocara lo que sus manos no podían sentir.