Capítulo 6

¿Cuál es el atractivo de la escena de una muerte?

A menudo Amelia Sachs se había hecho esta pregunta, cuando caminaba por la cuadrícula de docenas de escenas de crímenes, y se la hizo ahora nuevamente, cuando estaba en el arcén de la ruta 112 en Blackwater Landing, mirando hacia el río Paquenoke.

Aquel era el lugar en que el joven Billy Stail murió ensangrentado, donde dos mujeres jóvenes fueron secuestradas, donde la vida de un esforzado policía cambió para siempre, quizá terminó, por culpa de cientos de avispas. Y aun bajo el sol despiadado, la atmósfera de Blackwater Landing era sombría e intranquilizadora.

Examinó el lugar cuidadosamente. Allí, en la escena del crimen, una cuesta empinada cubierta de desperdicios descendía desde el arcén de la ruta 112 a las orillas barrosas del río. Donde el suelo se nivelaba había sauces, cipreses y montones de pastos altos. Un muelle viejo y carcomido se extendía unos diez metros dentro del río y luego se sumergía bajo la superficie del agua.

No se veían casas en el área inmediata, a pesar de que Sachs había visto algunas grandes mansiones coloniales no lejos del río. Aunque eran obviamente costosas, notó que hasta esta porción residencial de Blackwater Landing, como la misma capital del condado, parecía fantasmal y abandonada. Le llevó un momento comprender la razón: no había niños jugando en los patios a pesar de estar en las vacaciones del verano. No había piscinas hinchables, ni bicicletas, ni patines. Esto le recordó el funeral con el que se habían cruzado hacía una hora —y el ataúd del niño— y se esforzó por alejar sus pensamientos de ese triste recuerdo para volver a la tarea.

Examinar la escena. Una cinta amarilla circundaba dos áreas. La más cercana incluía un sauce enfrente del cual habían depositado varios ramos de flores, era el lugar donde Garrett secuestró a Lydia. La otra era un claro polvoriento rodeado por una arboleda donde el muchacho había matado a Billy Stail, llevándose a Mary Beth el día anterior. En medio de esta escena había una cantidad de agujeros poco profundos en el suelo, donde la chica estuvo cavando para encontrar puntas de flechas y objetos antiguos. A sesenta centímetros del centro de la escena estaba la silueta pintada con aerosol que representaba el lugar en que cayó el cuerpo de Billy.

¿Pintura en aerosol?, pensó, apenada. Aquellos policías obviamente no estaban acostumbrados a las investigaciones de homicidios.

Un coche del departamento del sheriff se detuvo en el arcén y de él salió Lucy Kerr. Justo lo que necesito, más chapuceros, pensó. La policía saludó a Sachs con frialdad:

—¿Encontraste algo útil en la casa?

—Unas pocas cosas —Sachs no explicó más y movió la cabeza hacia la ladera de la colina.

Por los cascos escuchó la voz de Rhyme:

—¿La escena del crimen está tan pisoteada como aparece en las fotos?

—Como si una manada de reses hubiera pasado por aquí. Debe de haber dos docenas de huellas.

—Mierda —murmuró el criminalista.

Lucy había oído el comentario de Sachs pero no dijo nada, se limitó a seguir mirando hacia la oscura confluencia donde el canal se unía al río.

Sachs preguntó:

—¿Ese es el bote en que el chico se fue? —miró hacia el esquife, varado en la barrosa orilla.

—Ése de allí, sí —dijo Jesse Corn—. No es de él. Lo robó a unas personas que viven río arriba. ¿Quieres examinarlo?

—Después. Ahora, ¿por dónde no habría venido para llegar hasta aquí? Ayer, quiero decir. Cuando mató a Billy.

—¿Que no hubiera venido? —Jesse señaló el este—. No hay nada por allí. Pantanos y carrizos. Ni siquiera se puede atracar un bote. De manera que vino por la ruta 112 y bajó al embarcadero. O, como tenía bote, supongo que pudo haber llegado remando.

Sachs abrió el maletín de escena del crimen y le dijo a Jesse:

—Quiero una muestra de la tierra de por aquí.

—¿Muestras?

—Porciones de tierra, ya sabes.

—De la tierra de aquí…

—Sí.

—Seguro —dijo el policía. Luego preguntó—: ¿Por qué?

—Porque si encontramos tierra que no se corresponda con la que hay aquí, podría ser del lugar donde Garrett tiene a esas dos chicas.

—También —dijo Lucy— podría ser del jardín de Lydia o del patio de Mary Beth o provenir de los zapatos de algunos chicos que hayan estado pescando hace unos días.

—Podría ser —dijo Sachs pacientemente—. Pero necesitamos hacerlo de todas formas. —Entregó a Jesse una bolsa de plástico. Se alejó caminando, contento de ser útil. Sachs comenzó a descender la colina. Se detuvo, abrió el maletín de la escena del crimen otra vez. No había bandas elásticas. Observó que Lucy Kerr sujetaba el final de su trenza con algunas—. ¿Me las prestas? —preguntó—. ¿Las bandas elásticas?

Después de una breve pausa la policía se las quitó. Sachs las puso alrededor de sus zapatos.

—Así sabré cuales son mis huellas —le explicó.

Como si con este lío eso supusiera alguna diferencia, pensó.

Caminó hacia la escena del crimen.

—Sachs, ¿qué tienes? —preguntó Rhyme. La recepción del sonido era peor que antes.

—Puedo ver el escenario muy claramente —dijo, estudiando el suelo—. Hay demasiadas huellas. Deben de haber sido ocho o diez personas diferentes las que han caminado por aquí en las últimas veinticuatro horas. Pero tengo una idea de lo que sucedió: Mary Beth estaba arrodillada. Los zapatos de un hombre se acercan por el oeste, en dirección del canal. Son de Garrett. Recuerdo la suela del zapato que encontró Jesse. Puedo ver dónde se para Mary Beth y da un paso hacia atrás. Los zapatos de un segundo hombre se acercan por el sur. Billy. Bajó al embarcadero. Se mueve rápido, en general sobre los dedos de los pies, de manera que corre a toda velocidad. Garrett va hacia él. Forcejean. Billy se apoya en un sauce. Garrett se le acerca. Más forcejeos. —Sachs estudió la blanca silueta del cuerpo de Billy—. La primera vez que Garrett golpea a Billy con la pala, le da en la cabeza. Billy cae. Ese golpe no lo mata. Entonces Garrett lo golpea en la nuca cuando está en el suelo. Ese golpe lo remató.

Jesse emitió una risa sorprendida, mirando fijamente la misma silueta como si estuviera viendo algo completamente diferente de lo que ella veía.

—¿Cómo sabes todo eso?

Distraídamente ella dijo:

—Por las manchas de sangre. Hay unas pequeñas gotas aquí —señaló el suelo—. Significa que cayeron aproximadamente desde una altura de un metro noventa, de la cabeza de Billy. Pero esa gran mancha diseminada, que parece ser de una carótida o yugular cortada, se formó cuando estaba en el suelo… Bien, Rhyme, voy a comenzar la investigación.

Caminar la cuadrícula. Paso a paso. Los ojos en la tierra y el césped, los ojos en el tronco nudoso de los robles y sauces, hacia las ramas salientes («La escena de un crimen es tridimensional, Sachs», le recordaba a menudo Rhym e).

—¿Las colillas de cigarrillos todavía están allí? —preguntó Rhyme.

—Las tengo —Sachs se volvió hacia Lucy—. Esas colillas de cigarrillos —dijo, señalando el suelo—. ¿Por qué no las recogieron?

—Oh —respondió Jesse por Lucy—, esas son de Nathan.

—¿De quién?

—Nathan Groomer. Uno de nuestros policías. Ha estado tratando de dejar el tabaco pero no puede lograrlo del todo.

Sachs suspiró pero consiguió evitar decirles que cualquier policía que fumara en la escena del crimen merecía que lo suspendieran. Examinó el suelo cuidadosamente pero resultó inútil. Cualquier fibra visible, trocitos de papel u otras evidencias físicas habían sido recogidas o llevadas por el viento. Caminó hacia la escena del secuestro de esa mañana, pasó la cinta amarilla y comenzó la cuadrícula alrededor del sauce. Ida y vuelta, luchando contra el mareo provocado por el calor.

—Rhyme, no hay mucho por aquí… pero… espera. Tengo algo —había visto un destello blanco, cerca del agua. Se dirigió hacia allí y tomó cuidadosamente un kleenex doblado. Sus rodillas protestaron, por la artritis que le molestaba desde hacía años. Antes perseguir a criminales que hacer ejercicios de doblar las rodillas, pensó—. Kleenex. Parece similar a los que encontré en casa de Garrett, Rhyme. Sólo que esta vez tiene sangre. Bastante sangre.

Lucy preguntó:

—¿Piensas que se le cayó a Garrett?

Sachs lo examinó.

—No lo sé. Todo lo que puedo decir es que no pasó la noche aquí. El contenido de humedad es demasiado bajo. El rocío de la mañana casi lo habría desintegrado.

—Excelente, Sachs. ¿Dónde aprendiste eso? No recuerdo haberlo mencionado nunca.

—Sí, lo hiciste —dijo, distraída—. Tu texto. Capítulo doce. Edición rústica.

Sachs descendió hasta el agua, buscó dentro del pequeño bote. No encontró nada. Luego preguntó:

—Jesse, ¿me puedes llevar al otro lado?

Por supuesto que podía, y muy complacido. Ella se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que le soltara la primera invitación a tomar un café. Sin ser invitada, Lucy también subió al esquife y partieron. El trío remó en silencio atravesando el río, que tenía una corriente sorprendentemente agitada.

En la otra orilla Sachs encontró huellas en el barro: los zapatos de Lydia, la fina suela del calzado de enfermera. Y las huellas de Garrett, un pie descalzo y otro en zapatillas de correr con la suela que le era familiar. Siguió las huellas dentro del bosque. Llevaban al refugio de caza donde Ed Schaeffer había sido picado por las avispas. Sachs se detuvo, consternada.

¿Qué diablos había pasado?

—Dios, Rhyme, parece que alguien barrió la escena.

Los criminales usan a menudo escobas y hasta sopladores de hojas para destruir o confundir las evidencias de las escenas del crimen.

Pero Jesse Corn dijo:

—Oh, eso es por el helicóptero.

—¿Helicóptero? —repitió Sachs, atónita.

—Bueno, sí. El servicio médico, para sacar a Ed Schaeffer.

—Pero la corriente de aire provocada por los rotores arruinó el lugar —dijo Sachs—. La norma de procedimiento exige trasladar al paciente de la escena antes de que baje el helicóptero.

—¿Norma de procedimiento? —preguntó Lucy Kerr incisivamente—. Perdón, pero estábamos un poco preocupados por Ed. Tratando de salvar su vida, como sabes.

Sachs no respondió. Entró a la choza lentamente para no molestar a la docena de avispas que volaban alrededor de un nido aplastado. Pero los mapas y otras pistas que había visto dentro el policía Schaeffer ya no estaban y el vendaval del helicóptero había mezclado tanto la capa superior del suelo que no tenía sentido tomar una muestra de tierra.

—Volvamos al laboratorio —les dijo Sachs a Jesse y Lucy.

Estaban regresando a la orilla cuando oyeron un estrépito detrás. Un hombre enorme se movió con dificultad hacia ellos desde la maraña de arbustos que rodeaba un grupo de sauces negros.

Jesse Corn sacó su arma pero, antes que hubiera terminado de hacerlo, Sachs tenía el Smittie prestado fuera de la cartuchera, con el gatillo listo y la mira filosa apuntando al pecho del intruso. Este se quedó helado y levantó sus brazos parpadeando de sorpresa.

Tenía barba, era alto y corpulento, llevaba el pelo en una trenza. Vaqueros, camiseta gris, chaleco de lona. Botas. Algo en él le resultaba familiar.

¿Dónde lo había visto antes?

Bastó que Jesse mencionara su nombre para que Sachs se acordara.

«Rich».

Uno del trío que habían visto antes a la salida del edificio del condado. Rich Culbeau, recordaba el inusual nombre. Sachs evocó también cómo él y sus amigos habían mirado su cuerpo con tácita codicia y a Thom con un aire de desprecio; siguió apuntándole con la pistola un momento más largo de lo que hubiera hecho en otra ocasión. Lentamente bajó el cañón del arma hacia el suelo, desmartilló y lo volvió a colocar en su funda.

—Lo lamento —dijo Culbeau—. No tenía intenciones de asustar a nadie. Hola, Jesse.

—Esta es la escena de un crimen —dijo Sachs.

En su auricular escuchó la voz de Rhyme:

—¿Quién está allí?

Ella se apartó, susurrando al micrófono:

—Uno de esos personajes de Deliverance que vimos esta mañana.

—Estamos trabajando aquí, Rich —dijo Lucy—. No podemos tenerte en nuestro camino.

—No tengo intenciones de interponerme en vuestro camino —dijo, dirigiendo su mirada hacia los bosques—. Pero tengo tanto derecho a tratar de conseguir esos mil dólares como cualquiera. No podéis evitar que busque.

—¿Qué mil dólares?

—Diablos —soltó Sachs al micrófono—, hay una recompensa, Rhyme.

—Oh, no. Lo último que necesitamos.

De los factores principales que contaminan las escenas del crimen y obstaculizan las investigaciones, los buscadores de recompensas y recuerdos son los peores.

Culbeau explicó:

—La ofrece la madre de Mary Beth. Esa mujer tiene algún dinero y apuesto que al atardecer, si esa chica no aparece, ofrecerá dos mil dólares. Quizá más —dijo, luego miró a Sachs—. No voy a causar ningún problema, señorita. Usted no es de aquí, me mira y piensa que le merezco poca confianza, la escuché hablar de Deliverance en ese sofisticado aparato que tiene. Por lo demás me gustó más el libro que la película. ¿Lo leyó? Bueno, no importa. Sólo espero que no siga dando demasiada importancia a las apariencias. Jesse, cuéntale quién rescató a esa chica que el año pasado se perdió en el Great Dismal. Ese lugar está lleno de víboras y cazadores furtivos y toda la región la estaba buscando.

Jesse dijo:

—Rich y Harris Tomel la encontraron. Tres días perdida en el pantano. Se hubiera muerto de no ser por ellos.

—Por mí, querrás decir. A Harris no le gusta que sus botas se ensucien.

—Usted estuvo muy bien —dijo Sachs secamente—. Sólo quiero asegurarme de que no perjudica nuestras posibilidades de encontrar a esas mujeres.

—Eso no va a pasar. No hay razón para que usted se ponga brava conmigo —Culbeau se dio vuelta alejándose pesadamente.

—¿Brava? —preguntó Sachs.

—Significa enfadada, sabes.

Se lo dijo a Rhyme, al que le relató el encuentro.

Él le dio poca importancia.

—No tenemos tiempo para preocuparnos de los paisanos, Sachs. Debemos seguir el rastro… Y rápido. Vuelve aquí con lo que encontraste.

Cuando estaban sentados en el bote de camino hacia la otra orilla del canal, Sachs preguntó:

—¿Cuántos problemas nos puede dar?

—¿Culbeau? —respondió Lucy—. Es muy holgazán. Fuma droga y bebe demasiado pero nunca ha hecho algo peor que romper algunas mandíbulas en público. Creemos que tiene un escondite en algún lugar y ni siquiera por mil dólares puedo imaginar que se aleje demasiado de él.

—¿Qué hacen él y sus compinches?

Jesse preguntó:

—¿Oh, también los viste? Bueno, Sean, el delgaducho, y Rich no tienen lo que llamaríamos empleos de verdad. Limpian y hacen algunos trabajos ocasionales. Harris Tomel ha asistido al instituto, al menos dos años. Siempre está tratando de comprar algún negocio o de conseguir alguna transacción. Según he oído no le va bien con lo que emprende. Pero los tres tienen dinero y eso significa que están en la destilación ilegal.

—¿De licor? ¿Y no los detenéis?

Tras un momento de silencio Jesse dijo:

—A veces, vas buscándote problemas. Y a veces no.

Lo que constituía un principio filosófico sobre la labor policial que Sachs sabía que difícilmente se limitaba al Sur.

Atracaron en la orilla sur del río, cerca de las escenas de los crímenes; Sachs salió del bote antes de que Jesse pudiera ofrecerle su mano, aunque lo hizo de todos modos.

De repente, una forma enorme y oscura apareció ante su vista. Una barcaza negra, motorizada, de 12 metros de largo bajó por el canal, luego los pasó y se dirigió al río. Leyó en uno de sus costados: DAVETT INDUSTRIES.

Sachs preguntó:

—¿Qué es eso?

Lucy respondió:

—Una empresa de fuera de la ciudad. Transportan cargamentos por la Intracoastal a través del canal de Dismal Swamp y hasta Norfolk. Asfalto, papel alquitranado, cosas como ésas.

Rhyme la oyó a través de la radio y dijo:

—Pregúntale si había algún cargamento por los alrededores en el momento del asesinato. Consigue el nombre de la tripulación.

Sachs lo mencionó a Lucy pero esta dijo:

—Ya lo hice. Una de las primeras cosas que hicimos Jim y yo —su respuesta fue cortante—. Dio negativo. Si tienes interés en saberlo, también investigamos a todos los que en la ciudad generalmente se desplazan por la ruta del canal y la ruta 112. No hubo ninguna pista.

—Buena idea —dijo Sachs.

—Sólo una norma de procedimiento —respondió Lucy fríamente y caminó hacia su coche como una niña formal que está en la escuela secundaria y por fin ha logrado infligir un hiriente desaire a la primera de la clase.