—No sabía si aparecerías —dijo Lincoln Rhyme.
Estaba sorprendido de verdad.
—Yo tampoco sabía si iba a venir —replicó Sachs.
Estaban en el cuarto de hospital de Rhyme, en el centro médico de Avery.
Él dijo:
—Acabo de bajar de visitar a Thom en la quinta planta. Qué extraño que en este momento tenga más movilidad que él.
—¿Cómo está?
—Se pondrá bien. Saldrá en un día o dos. Le dije que iba a considerar la terapia física desde un ángulo completamente distinto. No le hizo gracia.
Una agradable guatemalteca, la cuidadora temporal, estaba sentada en un rincón, tejiendo un chal amarillo y rojo. Parecía soportar bien los cambios de humor de Rhyme, si bien él creía que eso se debía a que no comprendía el inglés lo suficientemente bien como para apreciar sus sarcasmos e insultos.
—Sabes, Sachs —dijo Rhyme—, cuando supe que habías sacado por la fuerza a Garrett de la cárcel, casi se me ocurre que lo habías hecho para darme la posibilidad de pensar dos veces en la operación.
Una sonrisa curvó los labios de Sachs, tan parecidos a los de Julia Roberts.
—Quizá hubo algo de eso.
—¿De manera que ahora estás aquí para convencerme de que no lo haga?
Sachs se levantó de la silla y caminó hasta la ventana.
—Hermosa vista.
—Tranquila, ¿verdad? Fuente y jardín. Plantas. No sé de qué clase.
—Lucy te lo podría decir. Conoce las plantas de la misma forma que Garrett conoce los bichos. Perdona, insectos. El bicho es sólo un tipo de insecto… No, Rhyme, no estoy aquí para convencerte de que no te operes. Estoy aquí para acompañarte ahora y estar en el cuarto de recuperación cuando despiertes.
—¿Cambiaste de parecer…?
Ella se volvió hacia él.
—Cuando Garrett y yo estábamos huyendo, me contó sobre algo que leyó en uno de sus libros, The Miniature World.
—Tengo un respeto que antes no sentía por los escarabajos peloteros después de leerlo —dijo Rhyme.
—Había algo que me mostró, un pasaje. Era una lista de las características de las criaturas vivientes. Una de ellas consiste en que los seres sanos se esfuerzan por crecer y por adaptarse al medio. Me di cuenta de que es algo que tú tienes que hacer, Rhyme, pasar por el quirófano. No puedo interferir.
Después de un momento, Rhyme comenzó a hablar:
—Sé que no me va a curar, Sachs. ¿Pero cuál es la naturaleza de nuestro trabajo? Las pequeñas victorias. Encontramos una fibra allí, una huella dactilar parcial allá, unos pocos granos de arena que pueden conducir a la casa del asesino. Eso es todo lo que busco en este lugar, una pequeña mejora. No voy a salir de esta silla, lo sé. Pero necesito una pequeña victoria.
Quizá la ocasión de tomarte de la mano de verdad.
Ella se inclinó, lo besó con fuerza y luego se sentó sobre la cama.
—¿Por qué pones esa cara, Sachs? Pareces un poco retraída.
—Volvamos al pasaje del libro de Garrett…
—Bien.
—Había otra característica de las criaturas vivientes que quería mencionar.
—¿Cuál es?
—Todas las criaturas vivientes se esfuerzan por perpetuar la especie.
Rhyme gruñó:
—¿Me equivoco o es otro arreglo judicial el que se viene? ¿Un trato de algún tipo?
Ella respondió:
—Quizá podamos hablar de algunas cosas cuando regresemos a Nueva York.
Una enfermera apareció en la puerta.
—Necesito llevarlo a la sala pre-operatoria, señor Rhyme. ¿Listo para el paseo?
—Oh, apuesto que sí… —Se volvió hacia Sachs—. Seguro que hablaremos.
Sachs lo besó una vez más y le apretó la mano izquierda, donde Rhyme podía, apenas levemente, sentir la presión en su dedo anular.
*****
Las dos mujeres se sentaban a cada lado de un grueso haz de luz solar.
Frente a ellas, sobre una mesa naranja cubierta de marcas marrones, producidas en la época en que en los hospitales se permitía fumar, había dos vasos de papel con café de máquina muy malo.
Amelia Sachs miró a Lucy Kerr, que estaba inclinada hacia delante, con las manos juntas, apagada.
—¿Qué pasa? —Preguntó Sachs—. ¿Estás bien?
La policía dudó y finalmente dijo:
—Oncología está en el ala de al lado. Pasé meses allí. Antes y después de la operación. —Sacudió la cabeza—. Nunca se lo dije a nadie pero el Día de Acción de Gracias, después de que Buddy me dejara, vine aquí. Anduve dando vueltas. Tomé café y bocadillos de atún con las enfermeras. ¿No es divertido? Podía haber ido a ver a mis padres y primos de Raleigh, y hubiera comido pavo y me hubiera puesto elegante. O a casa de mi hermana y su marido en Martinsville, los padres de Ben. Pero quería estar donde me sentía en casa. Que de seguro no era en mi casa.
Sachs dijo:
—Cuando mi padre se moría, mi madre y yo pasamos tres fiestas en el hospital. Acción de Gracias, Navidad y Año Nuevo. Papá hizo una broma. Dijo que deberíamos hacer pronto nuestras reservas para Semana Santa. Sin embargo, no vivió hasta entonces.
—¿Tu madre vive todavía?
—Oh, sí. Anda mejor que yo. Yo heredé la artritis de papá. En cantidad —Sachs casi hizo una broma acerca de que esa era la razón por la cual tiraba tan bien, para no tener que correr atrás de los delincuentes. Pero entonces se acordó de Jesse Corn, evocó el agujero de la bala en su frente y se quedó en silencio.
Lucy dijo:
—Se pondrá bien, sabes. Lincoln.
—No, no lo sé —respondió Sachs.
—Tengo un presentimiento. Cuando has pasado tanto como yo pasé, en los hospitales, quiero decir, tienes presentimientos.
—Te lo agradezco —dijo Sachs.
—¿Cuánto tiempo crees que tardará? —preguntó Lucy.
Una eternidad…
—Cuatro horas, calculó la doctora Weaver.
A la distancia apenas si podían escuchar el superficial y forzado diálogo de una serie televisiva. Un reclamo distante de un médico. Una alarma de reloj. Una carcajada.
Alguien pasó al lado y se detuvo.
—Hola, chicas.
—Lydia —dijo Lucy sonriendo—. ¿Cómo estás?
Lydia Johansson. Al principio Sachs no la había reconocido porque llevaba uniforme verde y una cofia. Recordó que Lydia trabajaba de enfermera en ese centro médico.
—¿Te has enterado? —Preguntó Lucy—. Jim y Steve están arrestados ¿Quién lo hubiera pensado?
—Ni en un millón de años —dijo Lidia—. Toda la ciudad habla de ello —luego le preguntó a Lucy—: ¿Tienes una cita en oncología?
—No. El señor Rhyme se opera hoy. De la espina dorsal. Somos sus animadoras.
—Bueno, le deseo todo lo mejor —dijo Lydia a Sachs.
—Gracias.
La muchacha siguió por el pasillo, saludó con la mano y pasó por una puerta batiente.
—Buena chica —dijo Sachs.
—¿Te imaginas qué trabajo, ser enfermera en oncología? Cuando lo de mi operación, pasaba por el pabellón todos los días. Tan alegre como podía estar. Tiene más agallas que yo.
Pero Sachs apenas la escuchaba. Miró al reloj. Eran las once de la mañana. La operación estaría a punto de comenzar.
*****
Trataba de portarse bien.
La enfermera de la sala preoperatoria le explicaba cosas y Lincoln Rhyme asentía pero ya le habían dado un Valium y no prestaba atención.
Quería decirle a la mujer que se callara y siguiera con los preparativos, sin embargo suponía que había que ser muy cortés con la gente que está a punto de abrirle el cuello a uno.
—¿De verdad? —Dijo cuando ella hizo una pausa—. Es interesante —no tenía ni idea de lo que le había dicho.
Luego llegó un celador y lo trasladó desde la sala preoperatoria a la misma sala de operaciones.
Dos enfermeras lo trasladaron de la camilla a la mesa de operaciones. Una de ellas fue a un extremo alejado de la sala y comenzó a sacar instrumental del autoclave.
La sala de operaciones era más informal de lo que hubiera creído. Los azulejos eran verdes, el equipo de acero inoxidable, se veían los instrumentos y los tubos previstos. También cantidad de cajas de cartón y un radiograbador portátil. Estaba a punto de preguntar qué clase de música iban a oír cuando recordó que estaría inconsciente y en consecuencia no debía preocuparse por la banda sonora.
—Es muy divertido —murmuró como un borracho a una enfermera que estaba cerca. Ella se volvió. Rhyme sólo podía ver sus ojos por encima de la mascarilla.
—¿Qué es tan divertido? —preguntó la enfermera.
—Me operan en el único lugar en el que necesito anestesia. Si fueran a sacarme el apéndice podrían cortar sin darme nada.
—Es gracioso, señor Rhyme.
Él se rió brevemente y pensó: de manera que me conoce.
Miró al techo, con humor reflexivo y confuso. Lincoln Rhyme dividía a la gente en dos categorías: los que viajaban y los que llegaban. Algunos gozaban del viaje más que de la llegada. Él, por naturaleza, era una persona de llegada, encontrar las respuestas a los interrogantes forenses era su meta y disfrutaba descubriendo las soluciones más que el proceso de buscarlas. Sin embargo ahora, acostado sobre la espalda y mirando la pantalla cromada de la lámpara quirúrgica, sintió lo opuesto. Prefería quedarse en este estado de esperanza, disfrutar de la alentadora sensación de anticiparse.
La anestesista, una mujer india, entró y le colocó una aguja en el brazo, preparó una inyección y la ajustó al tubo conectado con la aguja. Tenía manos muy hábiles.
—¿Listo para echar una siesta? —le preguntó con un leve acento cantarín.
—Totalmente listo —musitó.
—Cuando inyecte esta sustancia le pediré que cuente hacia atrás desde cien. Se dormirá antes de lo que piensa.
—¿Cuál es el récord? —bromeó Rhyme.
—¿De contar hacia atrás? Un hombre, que era mucho más grande que usted llegó al setenta y nueve antes de dormirse.
—Yo llegaré a setenta y cinco.
—Hará que este quirófano lleve su nombre si lo hace —replicó ella, inexpresiva.
Rhyme observó cómo deslizaba un tubo con un líquido claro en la intravenosa. Después, se volvió para observar el monitor. Rhyme comenzó a contar.
—Cien, noventa y nueve, noventa y ocho, noventa y siete…
La otra enfermera, la que había mencionado su nombre, se agachó. En voz baja le dijo:
—Hola.
Un tono extraño en la voz.
Rhyme la miró.
Ella siguió:
—Yo soy Lydia Johansson. ¿Me recuerda? —Antes de que pudiera contestarle que sí, por supuesto, ella agregó en un sombrío murmullo—: Jim Bell me pidió que le dijera adiós.
—¡No! —murmuró Rhyme.
La anestesista, con los ojos en el monitor, dijo:
—Está bien. Sólo relájese. Todo está bien.
Con su boca a centímetros de la oreja de Rhyme, Lydia murmuró:
—¿No se preguntó cómo Jim y Steve Farr descubrieron a los pacientes de cáncer?
—¡No! ¡Deténgase!
—Yo di sus nombres a Jim para que Culbeau se asegurara de que sufrieran accidentes. Jim Bell es mi novio. Hace años que tenemos una relación. Es él el que me envió a Blackwater Landing después de que Mary Beth desapareciera. Esa mañana fui a poner flores para estar por ahí en caso de que Garrett apareciera. Iba a hablar con él para darle a Jesse y a Ed Schaeffer la ocasión de cogerlo, Ed estaba con nosotros también. Luego le iban a obligar a decirles dónde estaba Mary Beth. Pero nadie pensó que me secuestraría a mí.
Oh, sí, esta ciudad tiene algunas avispas…
—¡Deténgase! —gritó Rhyme. Pero su voz salió entre dientes.
La anestesista dijo:
—Pasaron quince segundos. Quizá rompa el récord después de todo. ¿Está contando? No lo escucho.
—Volveré enseguida —dijo Lydia acariciando la frente de Rhyme—. Hay muchas cosas que pueden salir mal durante una cirugía, ya sabe. Se puede obstruir el tubo de oxígeno, se pueden administrar las drogas equivocadas. ¿Quién sabe? Lo podrían matar o dejarlo en coma. Pero de seguro no va a poder ir a testificar.
—¡Espere! —Jadeó Rhyme—. ¡Espere!
—Ja —dijo la anestesista, riendo, con los ojos aun en el monitor—. Veinte segundos. Creo que va a ganar, señor Rhyme.
—No, no creo que lo haga —susurró Lydia y lentamente se puso de pie mientras Rhyme veía que el quirófano se tornaba gris y luego negro.