Capítulo 41

En el Albemarle Manor Hotel, a cien metros de la cárcel del condado de Paquenoke, Mason Germain no esperó el ascensor y subió por las escaleras cubiertas por una desgastada alfombra marrón.

Encontró el cuarto 201 y golpeó.

—Está abierto —contestó una voz.

Abrió la puerta lentamente y entró en un cuarto rosa bañado por la luz del sol color naranja. Dentro hacía un calor insoportable. Mason no pudo imaginar que al ocupante del cuarto le gustara aquella temperatura, de manera que dedujo que o era demasiado perezoso para encender el acondicionador de aire o demasiado estúpido para saber cómo funcionaba. Lo que aumentó sus sospechas.

El hombre de color, delgado y con piel particularmente oscura, vestía un traje negro arrugado, que parecía por completo fuera de lugar en Tanner's Corner. Quieres atraer la atención, ¿por qué no?, pensó Mason con desdén. Malcom Maldito X.

—¿Tú eres Germain? —preguntó el hombre.

—Sí.

Tenía los pies sobre una silla y cuando retiró la mano de una copia del Charlotte Observer, sus largos dedos sostenían una pistola automática.

—Eso contesta una de mis preguntas —dijo Mason—. Si tenías o no un arma.

—¿Cuál es la otra? —preguntó el hombre del traje.

—Si sabes cómo usarla.

El hombre no dijo nada pero marcó con cuidado un párrafo del artículo periodístico que estaba leyendo, usando un lápiz romo. Parecía un escolar de tercer grado luchando con el alfabeto.

Mason lo estudió nuevamente, sin decir una palabra, luego sintió un irritante hilo de sudor que bajaba por su cara. Sin pedir permiso al hombre, se dirigió al baño, cogió una toalla y se enjugó la cara con ella. Luego la dejó caer en el suelo.

El hombre rió, de una manera tan irritante como las gotas de sudor, y dijo:

—Tengo la clara impresión de que a ti no te gustan los de mi tipo…

—No, creo que no —respondió Mason—. Pero si sabes lo que haces, lo que a mí me guste o me deje de gustar no tiene importancia.

—Totalmente cierto —respondió el negro con frialdad—. Entonces, dime. No quiero estar aquí más tiempo del necesario.

Mason continuó:

—Así están las cosas. En estos momentos Rhyme está hablando con Jim en el edificio del condado. Y esa Amelia Sachs, está en la cárcel, calle arriba.

—¿Dónde deberíamos ir primero?

Sin vacilar, Mason dijo:

—La mujer…

—Entonces, eso es lo que haremos —aseveró el hombre, como si hubiera sido idea suya. Guardó el arma, colocó el periódico sobre la cómoda y, con una cortesía que Mason pensó que era más burla que otra cosa, prosiguió—: Después de ti —e hizo un gesto hacia la puerta.

*****

—¿Los cuerpos de los Hanlon? —Preguntó Jim Bell a Rhyme—. ¿Dónde están?

—Allí —dijo Rhyme. Señaló la pila de huesos que habían salido de la mochila de Mary Beth—. Ésos son los restos que Mary Beth encontró en Blackwater Landing —dijo el criminalista—. Ella pensó que eran los huesos de los sobrevivientes de la Colonia Perdida. Pero tuve que decirle que no son tan antiguos. Parecen deteriorados pero eso se debe a que fueron parcialmente quemados. He trabajado mucho en antropología forense y supe enseguida que han estado enterrados sólo cinco años, el tiempo transcurrido desde que mataron a la familia de Garrett. Son los huesos de un hombre de treinta y pico años, de una mujer de la misma edad que tuvo hijos y de una niña de diez. Coincide perfectamente con la familia de Garrett.

Bell los miró.

—No entiendo.

—La propiedad de la familia de Garrett estaba en Blackwater Landing, justo al lado de la ruta 112 desde el río. Mason y Culbeau envenenaron a la familia, luego quemaron y enterraron los cuerpos. Hundieron el coche en el agua. Davett sobornó al juez de instrucción para que redactara un informe falso y pagó a alguien de la funeraria para que simulara cremar los restos. Te garantizo que las tumbas están vacías. Mary Beth debe de haber mencionado a alguien que encontró unos huesos y la noticia llegó hasta Mason. Pagó a Billy Stail para que fuera a Blackwater Landing a matarla y a robar la evidencia, los huesos.

—¿Qué? ¿Billy?

—Sólo que Garrett estaba allí, vigilando a Mary Beth. Tenía razón, sabes: Blackwater Landing es un lugar peligroso. La gente muere allí, recuerda los otros casos de los últimos años. Sólo que no fue Garrett quien los mató. Fueron Mason y Culbeau. Los asesinaron porque habían enfermado con el toxafeno y comenzaron a hacer preguntas acerca de la causa. Todos en la ciudad conocían al Muchacho Insecto de manera que Mason o Culbeau mataron a esa otra chica, Meg Blanchard, con el nido de avispas para que pareciera que Garrett era el asesino. A los otros los golpearon en la cabeza y luego los arrojaron al canal para que se ahogaran. A la gente que no hizo preguntas cuando enfermó, como el padre de Mary Beth o Lucy, la dejaron tranquila.

—Pero las huellas dactilares de Garrett estaban en la pala… el arma del crimen.

—Ah, la pala —musitó Rhyme—. Hay algo muy interesante en esa pala. Me equivoqué otra vez… Había dos conjuntos de huellas en ella…

—Es verdad. Las de Billy y las de Garrett.

—¿Pero dónde estaban las de Mary Beth? —preguntó Rhyme.

Los ojos de Bell se achicaron. Asintió.

—Cierto. No había ninguna de ella.

—Porque no era su pala. Mason se la dio a Billy para que la llevara a Blackwater Landing, después de quitar sus propias huellas, por supuesto. Pregunté a Mary Beth sobre el asunto. Me dijo que Billy salió de los matorrales con la pala. Mason imaginó que sería el arma del crimen perfecto, porque como arqueóloga, Mary Beth probablemente llevaría con ella una pala. Bueno, Billy llega a Blackwater Landing y ve a Garrett con la chica. Piensa en matar también al Muchacho Insecto. Pero Garrett le quitó la pala y golpeó a Billy. Pensó que lo había matado. Pero no lo hizo.

—¿Garrett no mató a Billy?

—No, no, no… Únicamente golpeó a Billy dos o tres veces. Lo desmayó pero no lo lesionó seriamente. Luego Garrett llevó con él a Mary Beth a la cabaña de los destiladores ilegales. Mason apareció primero en la escena. Lo admitió.

—Es cierto. Él cogió la llamada…

—Es mucha coincidencia que estuviera tan cerca, ¿no crees? —preguntó Rhyme.

—Creo que sí. No lo pensé en su momento.

—Mason encontró a Billy. Levantó la pala, con los guantes de látex puestos, y golpeó al muchacho hasta que murió.

—¿Cómo lo sabes?

—Por la posición de las huellas de látex. Hice que Ben volviera a examinar el mango de la pala hace una hora con una fuente alternativa de luz. Mason sostuvo la pala como un bate de béisbol. No es la forma en que alguien cogería una evidencia en la escena de un crimen. Y modificó varias veces la posición de las manos para hacer palanca mejor. Cuando Sachs estuvo en la escena del crimen informó de que la forma de las manchas de sangre demostraban que primero Billy recibió un golpe en la cabeza y cayó al suelo. Pero todavía estaba vivo. Hasta que Mason lo golpeó en la nuca con la pala.

Bell miró por la ventana. Su rostro estaba demudado.

—¿Por qué Mason mataría a Billy?

—Probablemente imaginó que Billy se asustaría y diría la verdad. O quizá el chico estaba consciente cuando Mason llegó allí y le dijo que estaba harto y deshacía el acuerdo.

—De manera que por eso querías que Mason se fuera… hace unos minutos. Me preguntaba de qué se trataría. Entonces, ¿cómo vamos a probar todo lo que me has dicho?

—Tengo las huellas de látex en la pala. Tengo los huesos, que dieron positivo en el test de toxafeno en grandes concentraciones. Quiero que un submarinista busque el coche de los Hanlon en el Paquenoke. Alguna prueba habrá sobrevivido, aun después de cinco años. Luego deberíamos examinar la casa de Billy y ver si hay algún dinero que se pueda conectar con Mason. También registraremos la casa de Mason. Será un caso difícil —Rhyme dibujó una débil sonrisa—. Pero soy bueno, Jim. Puedo hacerlo —su sonrisa se desvaneció—. Pero si Mason no presta una declaración en regla contra Henry Davett será muy difícil sostener un caso contra él. Todo lo que tenemos es eso. —Rhyme señaló con la cabeza un frasco de muestras de plástico lleno con aproximadamente un cuarto litro de un líquido claro.

—¿Qué es eso?

—Toxafeno puro. Lucy consiguió una muestra del depósito de Garrett hace media hora. Dijo que debería de haber allí como diez mil galones de la sustancia. Si podemos establecer la identidad en la composición entre el elemento químico que mató a la familia Garrett y lo que está en el frasco, podríamos convencer al fiscal de preparar un caso contra Davett.

—Pero Davett nos ayudó a encontrar a Garrett.

—Por supuesto que lo hizo. Le interesaba encontrar al muchacho… y a Mary Beth, tan pronto como fuera posible. Davett era quien más quería tenerla muerta.

—Mason —murmuró Bell, sacudiendo la cabeza—… Lo conozco desde hace años… ¿Piensas que sospecha?

—Tú eres el único a quien se lo he dicho. Ni siquiera se lo conté a Lucy, sólo le pedí algunas tareas de rutina. Tuve miedo que alguien nos oyera y se lo contara a Mason o a Davett. Esta ciudad, Jim, es un nido de avispas. No sé en quién confiar…

Bell suspiró.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de que es Mason?

—Porque Culbeau y sus amigos aparecieron en la cabaña de los destiladores justo después de que nos dimos cuenta dónde estaba. Mason era el único que lo sabía… aparte de tú y yo y Ben. Debió llamar a Culbeau y decirle donde estaba la cabaña. De manera que… llamemos a la policía estatal, hagamos que venga aquí uno de sus submarinistas e investigue Blackwater Landing. También deberíamos conseguir los permisos para registrar los domicilios de Billy y de Mason.

Rhyme observó que Bell asentía. Pero en lugar de dirigirse al teléfono, caminó hacia la ventana y la cerró. Luego fue hacia la puerta, la abrió, miró si había alguien y la cerró.

Colocó el cerrojo.

—¿Jim, qué estás haciendo?

Bell dudó y luego dio un paso hacia Rhyme.

El criminalista miró al sheriff a los ojos y cogió el controlador rápidamente entre los labios. Sopló en él y la silla de ruedas comenzó a moverse. Pero Bell se colocó detrás y desconectó la batería. La Storm Arrow se movió hacia adelante unos centímetros y se detuvo.

—Jim —murmuró Rhyme—. ¿Tú también estás en esto?

—Sí, así es…

Los ojos de Rhyme se cerraron.

—No, no —susurró. Bajó la cabeza. Pero sólo unos pocos milímetros. Como en casi todos los grandes hombres, sus gestos de derrota eran muy sutiles.