Capítulo 39

Thom sobreviviría.

El doctor del Departamento de Emergencias del Centro Médico Universitario de Avery dijo lacónicamente: «¿La bala? Entró y salió. No tocó nada importante». Sin embargo, el ayudante estaría de baja un mes o dos.

Ben Kerr se había ofrecido como voluntario para faltar a clase y quedarse unos días en Tanner's Coner para ayudar a Rhyme. El joven pudo mascullar:

—Realmente no mereces mi ayuda, Lincoln. Quiero decir, demonios, que nunca te cuidas a ti mismo.

Como todavía no se sentía seguro con las bromas sobre inválidos, miró rápidamente a Rhyme para ver si esta clase de chiste era aceptable. La mueca agria del criminalista le confirmó que lo era. Rhyme añadió que, si bien valoraba mucho el ofrecimiento, el cuidado y la alimentación de un tetrapléjico constituyen una tarea ardua y a tiempo completo. En gran medida también poco agradecida, sobre todo si el paciente era Lincoln Rhyme. Así que la doctora Cheryl Weaver estaba haciendo los arreglos para que un asistente profesional del centro médico ayudara al criminalista.

—Pero quédate por aquí, Ben —le dijo—. Todavía puedo necesitarte. La mayoría de los ayudantes no duran más de unos días.

Los cargos contra Amelia Sachs eran graves. Las pruebas de balística demostraron que la bala que mató a Jesse Corn provenía de su arma y, a pesar de que Ned Spoto estaba muerto, Lucy Kerr había prestado declaración y describió lo que Ned le había comentado sobre el incidente. Bryan McGuire ya había anunciado que pediría la pena de muerte. El bonachón Jesse Corn era una figura popular en la ciudad, y ya que fue muerto tratando de arrestar al Muchacho Insecto, se habían levantado muchas voces que reclamaban una condena a muerte.

Jim Bell y la policía estatal fueron los que investigaron por qué Culbeau y sus amigos atacaron a Rhyme y los policías. Un investigador de Raleigh encontró decenas de miles de dólares en efectivo escondidas en sus casas. «Es mucho para deberse al alcohol ilegal», manifestó el detective. Luego repitió lo que había pensado Mary Beth: «Esa cabaña debe de estar cerca de una plantación de marihuana, esos tres la explotarían, junto a los hombres que atacaron a Mary Beth. Garrett debe de haber interferido en sus operaciones».

Al día siguiente de los terribles acontecimientos en la cabaña de los destiladores de alcohol ilegal, Rhyme estaba sentado en la Storm Arrow, que se podía conducir a pesar del estigma del agujero de bala, en el laboratorio improvisado, a la espera de la llegada del nuevo ayudante. Malhumorado, cavilaba acerca del destino de Sachs cuando una sombra apareció en el umbral.

Alzó la vista y vio a Mary Beth McConnell. Ella entró en el cuarto.

—Señor Rhyme…

Él advirtió cuan bonita era, qué ojos confiados tenía, qué sonrisa pronta. Comprendió por qué Garrett se había encaprichado con ella.

—¿Cómo está tu cabeza? —preguntó, señalando el vendaje en su frente.

—Tengo una cicatriz espectacular. No creo que pueda llevar el pelo peinado hacia atrás. Pero no hay ningún daño serio.

Como todos, Rhyme se sintió aliviado al saber que Garrett no la había violado. El chico había dicho la verdad sobre el pañuelo de papel ensangrentado: la asustó en el sótano de la cabaña y al enderezarse, ella se golpeó la cabeza con una viga baja. En ese momento Garrett, se excitó visiblemente, era cierto, pero eso se debía a las hormonas de un adolescente de dieciséis años; sin embargo no la había tocado más que para llevarla con cuidado escaleras arriba, limpiar la herida y vendarla. Incluso le pidió disculpas un montón de veces por haberla herido.

La chica le dijo a Rhyme:

—Sólo quiero darle las gracias. No sé qué hubiera hecho de no ser por usted. Lamento lo de su amiga, la policía. Pero si no fuera por ella ahora estaría muerta. Estoy segura de ello. Esos hombres iban a… bueno, se lo puede imaginar. Agradézcaselo de mi parte.

—Lo haré —dijo Rhyme—. ¿Te importaría contestarme una pregunta?

—¿Qué?

—Sé que hiciste una declaración ante Jim Bell pero sólo conozco lo que pasó en Blackwater Landing por las evidencias. Y algunas no eran claras. ¿Me podrías contar lo sucedido?

—Seguro… Yo estaba cerca del río, limpiando algunos de los vestigios que había encontrado. Levanté la vista y allí estaba Garrett. Me puse nerviosa. No quería que me molestaran. Siempre que me veía se acercaba y comenzaba a charlar como si fuésemos amigos íntimos. Esa mañana estaba agitado. Decía cosas como: «No deberías haber venido sola, es peligroso, la gente muere en Blackwater Landing». Ese tipo de cosas. Me quería asustar. Le dije que me dejara tranquila, que tenía una tarea que realizar. Me tomó de la mano e intentó hacer que me alejara. Luego Billy Stail salió del bosque y dijo: «Hijo de puta», o algo así y comenzó a golpear a Garrett con una pala, pero Garrett se la quitó y lo mató. Luego me cogió de nuevo, me hizo entrar en el bote y me llevó a la cabaña.

—¿Cuánto tiempo hacía que Garrett te acechaba?

Mary Beth se rió.

—¿Acecharme? No, no. Usted ha estado hablando con mi madre, seguramente. Yo estaba en el centro de la ciudad, hace más o menos seis meses y algunos de los chicos de su instituto se estaban metiendo con él. Los asusté e hice que se fueran. Eso me convirtió en su novia, imagino. Me seguía por todas partes, pero eso era todo. Me admiraba de lejos, ese tipo de cosas. Estaba segura de que era inofensivo —su sonrisa se desvaneció—. Hasta el otro día —Mary Beth miró su reloj—. Debo irme. Pero quería preguntarle, y esa es la otra razón por la que vine, si no los necesita ya como evidencia, ¿me puedo llevar el resto de los huesos?

Rhyme, cuyos ojos estaban mirando por la ventana mientras por su mente cruzaban pensamientos acerca de Amelia Sachs, se volvió lentamente hacia Mary Beth.

—¿Qué huesos? —preguntó.

—Los de Blackwater Landing, donde Garrett me secuestró.

Rhyme sacudió la cabeza.

—¿Qué quieres decir?

El rostro de Mary Beth mostró preocupación.

—Los huesos, esos eran los vestigios que encontré. Estaba desenterrando el resto cuando Garrett me secuestró. Son muy importantes… ¿Quiere decir que se han perdido?

—Nadie recuperó ningún hueso de la escena del crimen —dijo Rhyme—. No estaban en el informe de las evidencias.

Ella sacudió la cabeza.

—No, no… ¡No pueden haberse perdido!

—¿Qué clase de huesos?

—Encontré los restos de algunos de los Colonos Perdidos de Roanoke. Son de finales del siglo XVI.

La historia que conocía Rhyme se limitaba en gran medida a la de la ciudad de Nueva York.

—No estoy demasiado familiarizado con eso —dijo, si bien asintió cuando ella le explicó acerca de los colonos de Roanoke y su desaparición—. Recuerdo algo de lo que aprendí en la escuela. ¿Por qué piensas que eran sus restos?

—Los huesos eran realmente viejos y deteriorados y no se encontraban en un lugar de enterramiento de los Algonquin ni en un cementerio colonial. Estaban enterrados en el suelo sin inscripciones ni nada. Es típico de lo que los guerreros hacían con los cuerpos de sus enemigos. Aquí… —abrió su mochila— ya había guardado algunos antes de que me llevara Garrett —le mostró varios, envueltos en papel cebolla, ennegrecidos y carcomidos. Rhyme reconoció un radio, una porción de omóplato, una cadera y varios centímetros de fémur.

—Había una docena más —dijo la chica—. Este es uno de los mayores descubrimientos en la historia arqueológica de los Estados Unidos. Son muy valiosos. Tengo que encontrarlos.

Rhyme miró fijamente el radio, uno de los dos huesos del antebrazo. Después de un momento levantó la vista.

—¿Podrías ir por el pasillo hasta el departamento del sheriff? Pregunta por Lucy Kerr y pídele que venga aquí un minuto.

—¿Es por lo de los huesos?

—Podría ser.

*****

Era una expresión del padre de Amelia: cuando te mueves no pueden pillarte.

La expresión significaba varias cosas. Pero más que nada era una declaración de la filosofía que compartían padre e hija. Ambos admiraban los coches veloces, amaban el trabajo policial en las calles, temían los espacios cerrados y las vidas que iban a ninguna parte.

Pero ahora la habían encerrado.

Para siempre.

Y sus valiosos coches, su hermosa vida como policía, su vida con Lincoln Rhyme, su futuro con hijos… todo estaba destruido.

Sachs, en la celda de la prisión, sufría el ostracismo. Los policías que le traían comida y café no decían nada, se limitaban a mirarla con frialdad. Rhyme logró que un abogado volara desde Nueva York pero, como gran parte de los oficiales de policía, Sachs conocía tanto derecho penal como la mayoría de los abogados. Sabía que, aunque el eminente defensor de Nueva York y el fiscal de distrito del condado de Paquenoke llegaran a un acuerdo, su vida tal como era hasta entonces había terminado. Su corazón estaba tan paralizado como el cuerpo de Rhyme.

Sobre el suelo un insecto de alguna clase hacía un caminito diligente desde un muro al otro. ¿Cuál era su misión? ¿Comer, aparearse, encontrar refugio?

Si toda la gente de la Tierra desapareciera mañana, el mundo seguiría andando muy bien. Pero si los insectos desaparecieran, entonces, también la vida desaparecería rápidamente, digamos en una generación. Morirían las plantas, luego los animales y la Tierra se convertiría de nuevo en la gran roca que fue un día.

La puerta de la oficina principal se abrió. Un policía que no conocía apareció en el umbral.

—Tiene una llamada.

Abrió la puerta de la celda y la condujo hasta una pequeña mesa de metal donde estaba el teléfono. Sería su madre, supuso Sachs. Rhyme iba a hablar con ella y contarle lo sucedido. O quizá fuera su mejor amiga de Nueva York, Amy.

Pero no, cuando cogió el auricular, con las pesadas cadenas en sus muñecas haciendo ruido, la que escuchó fue la voz de Rhyme.

—¿Cómo estás, Sachs? ¿Cómoda?

—Estoy bien —musitó ella.

—Ese abogado estará aquí esta noche. Es bueno. Se dedica al derecho penal desde hace veinte años. Consiguió la libertad de un sospechoso en un caso de robo en donde yo fundamenté la acusación. Cualquiera que haga eso tiene que ser capaz, tú lo sabes.

—Rhyme, vamos a ver. ¿Por qué se iba a tomar tanta molestia? Soy una extraña que saqué a un asesino de la cárcel y maté a uno de los policías locales. No tengo ninguna posibilidad.

—Hablaremos de tu caso más tarde. Tengo que preguntarte algo más. Pasaste un par de días con Garrett. ¿Hablasteis de algo?

—Ya lo creo.

—¿De qué?

—No lo sé. Insectos. Los bosques, el pantano… —¿Por qué le preguntaba esas cosas?—. No me acuerdo.

Necesito que te acuerdes. Necesito que me repitas todo lo que dijo.

—¿Por qué molestarse, Rhyme? —insistió.

—Vamos, Sachs. Complace a un viejo inválido.