Capítulo 38

Examinar la herida para prevenir una hemorragia severa y detener la pérdida de sangre. Si fuera posible, controlar si el paciente sufre una conmoción.

Amelia Sachs, entrenada en un curso de primeros auxilios básicos de la NYPD para oficiales de patrulla, se inclinó sobre Thom y examinó la herida.

El ayudante yacía sobre la espalda, consciente pero pálido, sudando profusamente. Amelia apretó una mano sobre la herida.

—¡Quítame las esposas! —gritó—. No puedo asistirlo de esta forma.

—No —dijo Lucy.

—Jesús —murmuró Sachs y examinó lo mejor que pudo el estómago de Thom, con las esposas puestas.

—¿Cómo estás, Thom? —Dejó escapar Rhyme—. Háblanos.

—No siento nada… Es como… Es gracioso… —puso los ojos en blanco y se desmayó.

Un crujido sobre sus cabezas. Una bala penetró por la pared, seguida por el estruendo de una ráfaga de escopeta que impactó en la puerta. Garrett alcanzó a Sachs un fajo de toallitas de papel. Ella las apretó contra la herida del vientre de Thom. Lo palmeó suavemente en la cara. Él no respondió.

—¿Está vivo? —preguntó Rhyme desalentado.

—Está respirando. Muy levemente pero respira. La herida de salida no es demasiado grave pero no sé qué tipo de daño hay dentro.

Lucy miró rápido por la ventana y se agachó.

—¿Por qué están haciendo esto…?

Rhyme aventuró:

—Jim dijo que se dedicaban al licor ilegal. Quizá codiciaban este lugar y no querían que lo encontráramos. O quizá hay un laboratorio de drogas en las inmediaciones.

—Aparecieron dos hombres antes que vosotros, trataron de entrar —pudo decir Mary Beth—. Me dijeron que estaban exterminando campos de marihuana pero yo creo que la cultivaban. Podrían trabajar juntos.

—¿Dónde está Bell? —Preguntó Lucy—. ¿Y Mason?

—Estará aquí en media hora —dijo Rhyme.

Lucy sacudió la cabeza con desánimo ante esta información. Luego miró por la ventana otra vez. Se puso rígida cuando pareció percatarse de un blanco. Levantó la pistola y apuntó con rapidez.

Demasiado rápido.

—¡No, déjame! —gritó Sachs.

Pero Lucy disparó dos veces. Su mueca les indicó que había errado. Entrecerró los ojos.

—Sean acaba de encontrar un bidón. Un bidón rojo. ¿Qué contiene, Garrett? ¿Gasolina? —El chico se acurrucó en el suelo, muerto de miedo—. ¡Garrett! ¡Háblame!

Se volvió hacia ella.

—¿El bidón rojo? ¿Qué hay en él?

—Es keroseno. Para el bote.

Lucy murmuró:

—Diablos, van a prendernos fuego para que salgamos.

—Mierda —gritó Garrett. Se puso de rodillas, mirando a Lucy con ojos desorbitados.

Sachs parecía ser la única que sabía lo que vendría.

—No, Garrett, no…

El muchacho la ignoró y abrió la puerta de golpe y medio corriendo y medio a gatas, atravesó el porche. Las balas impactaron en la madera, siguiéndolo… Sachs no podía saber si lo habían herido.

Entonces se hizo un silencio. Los hombres se acercaron a la cabaña con el keroseno.

Sachs miró alrededor del cuarto, lleno de polvo por el impacto de las balas y vio:

A Mary Beth, que se abrazaba llorando.

A Lucy, con los ojos llenos de un odio satánico, que examinaba su pistola.

A Thom, que lentamente se desangraba.

A Lincoln Rhyme, de espaldas, respirando con fuerza.

Tú y yo…

Con voz calma Sachs dijo a Lucy:

—Tenemos que salir. Tenemos que detenerlos. Nosotras dos.

—Ellos son tres y tienen rifles.

—Van a prender fuego a la cabaña. Nos quemaremos vivos o nos mataran cuando salgamos. No tenemos opción. Quítame las esposas. —Sachs levantó sus muñecas—. Tienes que hacerlo.

—¿Cómo puedo confiar en ti? —Murmuró Lucy—. Nos preparaste una emboscada en el río.

Sachs preguntó:

—¿Una emboscada? ¿De qué hablas?

Lucy frunció el entrecejo.

—¿De qué estoy hablando? Usaste el bote como señuelo y disparaste contra Ned cuando lo fue a buscar.

—¡Qué dices! Tú pensaste que estábamos bajo el bote y nos disparaste.

—Sólo después que tu… —luego la voz de Lucy se apagó y movió la cabeza, al darse cuenta de lo sucedido.

Sachs dijo a la policía:

—Eran ellos. Culbeau y los otros. Uno de ellos disparó primero. Para asustaros y haceros ir más despacio…

—Y nosotros pensamos que erais vosotros.

Sachs levantó las muñecas.

—No tenemos opción.

La policía miró a Sachs con detenimiento; luego lentamente metió la mano en el bolsillo y sacó la llave de las esposas. Abrió los brazaletes de cromo. Sachs se restregó las muñecas.

—¿Cuál es la situación respecto a las municiones?

—Me quedan cuatro balas.

—Yo tengo cinco en mi cargador —dijo Sachs, tomando su Smith & Wesson de cañón largo de manos de Lucy y examinando el tambor.

Sachs miró a Thom. Mary Beth se adelantó.

—Yo lo cuidaré…

—Una cosa —dijo Sachs—, es gay. Se hizo los análisis pero…

—No importa —contestó la chica—. Tendré cuidado. Idos.

—Sachs —dijo Rhyme—. Yo…

—Luego, Rhyme. Ahora no tenemos tiempo. —Sachs se dirigió a la puerta, miró afuera rápidamente y sus ojos captaron la topografía del campo, lo que podía servir para cubrirse y las posiciones de tiro. Con las manos libres y con un poderoso revólver en la palma, se sentía confiada nuevamente. Aquél era su mundo: armas y velocidad. No podía pensar en Lincoln Rhyme y su operación, en la muerte de Jesse Corn, en la traición de Garrett Hanlon, en lo que le esperaba si salían de aquella terrible situación.

Cuando te mueves no pueden pillarte…

Dijo a Lucy:

—Saldremos por la puerta. Tú vas hacia la parte de atrás de la camioneta pero no te detengas, pase lo que pase. Sigue corriendo hasta llegar al pasto. Yo voy a la derecha, hacia ese árbol que está allí. Llegaremos a la hierba alta y nos agacharemos, nos moveremos hacia delante, hacia el bosque y los rodearemos.

—Nos verán salir por la puerta.

—Se supone que nos verán. Queremos que sepan que somos dos y que estamos en algún lugar del campo, entre la hierba. Se mantendrán nerviosos y mirando por encima del hombro. No dispares hasta no tener un blanco concreto. No puedes fallar. ¿Lo entiendes?… ¿Verdad?

—Sí.

Sachs tomó el pomo de la puerta con su mano izquierda. Sus ojos se encontraron con los de Lucy.

*****

Uno de ellos, O'Sarian, con Tomel a su lado, arrastraba el bidón de keroseno hacia la cabaña, sin prestar atención a la puerta delantera. De manera que cuando las dos mujeres salieron corriendo, se dividieron y buscaron refugio, ninguno de los dos sacó el arma a tiempo para realizar un disparo certero.

Culbeau, ubicado de tal forma que podía cubrir el frente y los lados de la cabaña, no debía esperarse tampoco que saliera nadie, porque en el momento en que su rifle para ciervos disparó, tanto Sachs como Lucy rodaban en los altos pastos que rodeaban la cabaña.

O'Sarian y Tomel desaparecieron también en los pastos. Culbeau gritó:

—Las dejasteis salir. ¿Qué mierda estáis haciendo? —disparó otra vez contra Sachs, que se tiró a tierra; cuando miró de nuevo también Culbeau se ocultó.

Había tres víboras mortales frente a las mujeres. Y ni una pista de dónde estaban.

Culbeau gritó:

—Id a la derecha.

Uno de los otros dos respondió:

—¿Hacia dónde? —Sachs pensó que era Tomel.

—Pienso… espera.

Luego, silencio.

Sachs se deslizó hacia donde había visto a Tomel y O'Sarian un instante antes. Apenas si podía vislumbrar algo rojo y se movió en esa dirección. La brisa cálida empujó a un lado los pastos y Sachs vio que era el bidón de kerosene Se acercó unos metros más, y cuando el viento cooperó nuevamente, apuntó hacia abajo y disparó directamente al fondo del bidón que tembló por el impacto y derramó un líquido claro.

—Mierda —gritó uno de los hombres y escuchó un movimiento entre los arbustos cuando, supuso Sachs, se alejó del bidón, que no obstante no se prendió.

Más ruidos, pisadas.

¿Pero de dónde provenían…?

Sachs vio un destello de luz a quince metros dentro del campo. Era cerca de donde había estado Culbeau, y Sachs pensó que sería la mira telescópica o el receptor de su poderoso rifle. Levantó la cabeza con cuidado y se encontró con la mirada de Lucy, se señaló a sí misma y luego al destello. La policía asintió e hizo un gesto hacia el costado. Sachs afirmó con la cabeza.

Pero cuando Lucy se dirigió a través de la hierba hacia el costado izquierdo de la cabaña, corriendo agachada, O'Sarian se irguió y, riéndose como un loco, comenzó a disparar con su Colt. Lucy constituía, en aquel momento, un blanco perfecto y sólo porque O'Sarian era un tirador impaciente se salvó. La policía se echó a tierra mientras a su alrededor saltaba el polvo, luego se levantó y disparó una bala, que pasó muy cerca del hombrecillo, que buscó refugio dando un salto y gritando.

—¡Buen intento, cariño!

Sachs siguió hacia adelante, hacia el nido de francotirador de Culbeau. Escuchó varios disparos más. Tiraban con un revólver, un rifle militar y una escopeta.

Estaba preocupada por que hubieran herido a Lucy, pero un instante después escuchó la voz de la joven que gritaba:

—Amelia, va hacia ti…

El ruido de pisadas sobre la hierba. Una pausa. Crujidos.

¿Quién era? ¿Dónde estaba? Sintió pánico y miró a su alrededor, mareada.

Luego, el silencio. La voz de un hombre gritó algo ininteligible.

El viento dividió nuevamente los pastos y Sachs vio el destello de la mira telescópica del rifle de Culbeau. Estaba casi frente a ella, a quince metros, en una pequeña elevación, un buen lugar desde donde disparar. Podía aparecer entre los pastos con su formidable rifle y cubrir todo el campo. Marchó a gatas con rapidez, convencida de que estaría apuntando a Lucy a través de la poderosa mira telescópica, o a la cabaña y a Rhyme, o Mary Beth a través de la ventana.

¡Más rápido, más rápido!

Se puso de pie y comenzó a correr agachada. Culbeau estaba todavía a diez metros.

Pero sucedió que Sean O'Sarian estaba mucho más cerca, como descubrió Sachs cuando corrió hacia el claro y se lo llevó por delante. El hombre jadeó cuando la chica cayó de espaldas. Olía a licor y sudor.

Sus ojos eran los de un loco; parecía tan enajenado como un esquizofrénico.

Tras un instante interminable, Sachs levantó su pistola y él dirigió el Colt hacia ella. Sachs saltó hacia atrás y se escondió en los pastos. Ambos dispararon simultáneamente. La chica escuchó los tres disparos con los que O'Sarian vació su cargador. Erró los tres. Ella también erró su único disparo; cuando se echó por tierra y buscó un blanco, el hombre saltó por el campo, aullando.

No pierdas la oportunidad, se dijo Sachs. Y se arriesgó a que Culbeau le diera cuando se levantó y apuntó contra O'Sarian. Pero antes de que pudiera disparar, Lucy Kerr se plantó y disparó una vez mientras él corría hacia ella. La cabeza del hombre se levantó y pudo verse como se tocaba el pecho. Otra carcajada. Luego desapareció en los pastos.

La expresión de la cara de Lucy era de conmoción. Sachs se preguntó si sería la primera vez que mataba en acto de servicio. Luego Lucy se tiró al suelo. Un momento después varias ráfagas de escopeta destruían la vegetación donde había estado.

Sachs continuó yendo hacia Culbeau, que ahora se movía muy rápido. Era posible que conociera la posición de Lucy y cuando la chica se pusiera de pie otra vez le ofrecería un blanco perfecto.

Ocho metros, cinco…

El destello de la mira telescópica se hizo más brillante. Sachs se tiró al suelo. Se encogió, esperando el disparo. Pero aparentemente el hombre no la había visto. No hubo disparos y ella siguió el avance arrastrando el vientre, dirigiéndose a la derecha para flanquearlo. Sudaba y la artritis atormentaba sus articulaciones.

Dos metros.

Lista.

Se encontraba en una mala posición de tiro porque, al estar Culbeau en una colina, con el fin de apuntarle correctamente tendría que rodar hasta el claro a la derecha del hombre y ponerse de pie. No habría refugio. Si no lo superaba inmediatamente, ofrecería un blanco muy claro. Y aun si lo hería, Tomel dispondría de algunos largos segundos para darle con la escopeta de perdigones.

Pero no se podía hacer otra cosa.

Cuando te mueves…

Arriba el Smittie, presiona el gatillo.

Una respiración profunda…

No te pueden dar.

¡Ahora!

Saltó hacia delante y rodó por el claro. Se apoyó en una rodilla y apuntó al rifle.

Y gimió de desánimo.

El «rifle» de Culbeau era un caño de una antigua destiladora y la mira una parte de una botella apoyada en lo alto. Exactamente la misma triquiñuela que ella y Garrett habían utilizado en la casa a orillas del Paquenoke.

Engañada…

El pasto crujió cerca. Una pisada. Amelia Sachs se tiró al suelo como una polilla.

*****

Las pisadas se acercaban a la cabaña, pisadas poderosas, primero a través de los matorrales y luego a través de la tierra y más tarde sobre los escalones de madera que llevaban a la cabaña. Se movían lentamente. A Rhyme le sonaban más a despreocupación que a cautela. Lo que significaba que estaban confiados y por lo tanto eran peligrosos.

Lincoln Rhyme se esforzó por levantar la cabeza del canapé pero no pudo ver quién se acercaba.

Un crujido de las maderas del suelo y Rich Culbeau, llevando un largo rifle, miró hacia adentro.

Rhyme sintió otro acceso de pánico. ¿Estaba bien Sachs? ¿Le había impactado uno de las docenas de disparos que había oído? ¿Yacía herida en algún lugar del polvoriento campo? ¿O muerta?

Culbeau miró a Rhyme y a Thom y llegó a la conclusión de que no constituían una amenaza. Todavía parado en la puerta, preguntó a Rhyme.

—¿Dónde está Mary Beth?

Rhyme mantuvo la mirada del hombre y contestó:

—No lo sé. Corrió hacia afuera a buscar ayuda. Hace cinco minutos.

Culbeau echó un vistazo por el cuarto y luego sus ojos se detuvieron en la puerta del sótano.

Rhyme dijo rápidamente:

—¿Por qué hace esto? ¿Qué está buscando?

—Corrió hacia afuera, ¿no? No la vi hacerlo. —Culbeau entró en la cabaña y sus ojos se mantuvieron en la puerta del sótano. Luego señaló con la cabeza detrás de él, hacia el campo—. No deberían haberlo dejado solo aquí. Cometieron un error —estudiaba el cuerpo de Rhyme—. ¿Qué le pasó?

—Me lesioné en un accidente.

—Usted es el tipo de Nueva York del que todos hablan, el que descubrió que Mary Beth estaba aquí. ¿Realmente no se puede mover?

—No.

Culbeau emitió una risita de curiosidad como si hubiera pescado una clase de pez desconocido.

Los ojos de Rhyme se dirigieron a la puerta del sótano y luego de vuelta a Culbeau.

El hombre dijo:

—Seguro que se metió en un lío con esto. Más de lo que supone…

Rhyme no contestó nada y finalmente Culbeau caminó hacia delante y apuntó con su rifle, que sostenía con una mano, a la puerta del sótano.

—Mary Beth se fue, ¿verdad?

—Se fue corriendo. ¿Adónde va usted? —preguntó Rhyme.

Culbeau dijo:

—Ella está allí, ¿no es cierto? —abrió la puerta rápidamente y disparó, metió un cartucho y disparó otra vez. Tres veces más. Luego escudriñó la oscuridad llena de humo y cargó el arma de nuevo.

Fue entonces cuando Mary Beth McConnell, blandiendo su primitivo garrote, salió de detrás de la puerta delantera, donde había estado esperando. Frunció el ceño con determinación y golpeó fuerte con el arma. Le dio a un costado de la cabeza de Culbeau, rasgando parte de la oreja. El rifle cayó de su mano y se deslizó escaleras abajo hacia la oscuridad del sótano. Pero no estaba muy lastimado. Amagó con su enorme puño y golpeó a Mary Beth directamente en el pecho. Ella jadeó y cayó al suelo, sin resuello. Quedó de costado, lamentándose.

Culbeau se tocó la oreja y examinó la sangre. Luego observó a la chica. De una funda que tenía en el cinto tomó una navaja retráctil y la abrió. Cogió a la muchacha por el pelo y la levantó, dejando expuesta su garganta.

Ella lo cogió por la muñeca y trató de detenerlo, pero los brazos del hombre eran enormes y la hoja oscura se acercaba cada vez más a su garganta.

—Detente —ordenó una voz desde el umbral. Garrett Hanlon estaba entrando a la cabaña y en sus manos sostenía una gran roca gris. Se acercó a Culbeau—. Déjala ya y sal de aquí.

Culbeau soltó el cabello de Mary Beth cuya cabeza dio contra el suelo. El hombre retrocedió. Tocó de nuevo su oreja e hizo un gesto de dolor.

—Eh, muchacho, ¿quién eres tú para ordenarme nada?

—Vamos, sal…

Culbeau rió fríamente.

—¿Por qué volviste? Peso cuarenta kilos más que tú. Y tengo una navaja Buck. Todo lo que tú tienes es esa piedra. Bueno, ven aquí. Veamos quién gana y terminemos con esto.

Garrett hizo sonar dos veces las uñas. Se agachó como un luchador y caminó hacia delante con lentitud. Su cara mostraba una determinación siniestra. Simuló lanzar la piedra varias veces y Culbeau retrocedió e hizo una finta. Luego se rió, pues evaluó a su adversario y dedujo que no constituía una gran amenaza. Se lanzó hacia delante y arrojó el cuchillo hacia el angosto vientre de Garrett. El chico saltó hacia atrás y la hoja no le dio. Pero Garrett había calculado mal la distancia y se golpeó con fuerza contra el muro. Cayó de rodillas, atontado.

Culbeau se limpió la mano en los pantalones y cogió el cuchillo nuevamente. Inspeccionó a Garrett sin emoción, como si estuviera a punto de rematar un ciervo. Caminó hacia el chico.

Se produjo entonces un movimiento confuso en el suelo. Mary Beth, todavía echada, cogió el garrote y lo estrelló contra el tobillo de Culbeau, quien gritó al recibir el golpe y se volvió hacia la chica, levantando el cuchillo. Pero Garrett se lanzó hacia adelante y lo empujó con fuerza en el hombro. Culbeau perdió el equilibrio y se deslizó de rodillas por las escaleras del sótano. Se pudo detener a medio camino.

—Eres una mierdecita —gruñó.

Rhyme vio que Culbeau buscaba a tientas su rifle en las oscuras escaleras del sótano.

—¡Garrett! ¡Ve por el rifle!

El chico se limitó a caminar lentamente hacia el sótano y levantó la piedra. Pero no la tiró. ¿Qué estaba haciendo?, se preguntó Rhyme. Observó cómo Garrett sacaba un tapón de tela de un extremo. Bajó la vista hacia Culbeau y dijo:

—No es una piedra.

Y, cuando las primeras avispas de chaqueta amarilla salieron volando del agujero, lanzó el nido a la cara de Culbeau y cerró de un golpe la puerta del sótano. Puso el cerrojo y retrocedió.

Dos balas atravesaron la madera de la puerta del sótano y se perdieron en el techo.

Pero no hubo más disparos. Rhyme pensó que Culbeau dispararía más de una vez.

Pero también pensó que los aullidos provenientes del sótano durarían más de lo que lo hicieron.

*****

Harris Tomel supo que era hora de salir de aquel infierno y volver a Tanner's Corner.

O'Sarian estaba muerto, no se perdía nada y Culbeau había entrado en la cabaña para despachar al resto. De manera que la tarea de Tomel consistía en encontrar a Lucy. Pero no le importaba. Todavía sentía vergüenza por haber retrocedido cuando se enfrentó a Trey Williams y fue aquel loquito de mierda de O'Sarian quien le salvó la vida.

Bueno, no iba a paralizarse otra vez.

Luego, cerca de un árbol un poco alejado, vislumbró algo marrón. Observó. Sí, allí, a través de una bifurcación de dos ramas, podía distinguir la blusa marrón del uniforme de Lucy Kerr.

Con la escopeta de dos mil dólares en la mano, se acercó más. No era un buen disparo, no se presentaba un blanco claro. Sólo parte de su pecho, visible a través de la horqueta de un árbol. Un disparo difícil con un rifle. Pero posible con la escopeta. Puso el obturador al final de la boca del cañón a fin de que los perdigones se desparramaran en un radio más amplio y tuviera una ocasión mejor de darle a la chica.

Se irguió, colocó la mira para que diera justo en el centro de la blusa y apretó el gatillo.

Un gran retroceso del arma. Luego Tomel entrecerró los ojos para ver si había dado en su objetivo.

Oh, Cristo… ¡Otra vez, no! La blusa flotaba en el aire, impulsada por el impacto de los perdigones. Lucy la había colgado en un árbol para engañarlo y hacer que descubriera su posición.

—Quédate quieto, Harris —ordenó la voz de Lucy, detrás de él—. Ya terminó todo…

—Estuvo bien —dijo él—. Me engañaste —se volvió para mirarla, sosteniendo la Browning a nivel de la cintura, escondido en la hierba y con la escopeta apuntando en dirección a la policía. Ella tenía una camiseta blanca.

—Deja caer tu arma —ordenó la chica.

—Ya lo hice —dijo él.

No se movió.

—Déjame ver tus manos. En el aire. Ahora, Harris. Último aviso.

—Mira, Lucy…

El paso medía un metro. Se dejaría caer y dispararía para darle en las rodillas. Luego la remataría a quemarropa. No obstante, era un riesgo. Ella todavía podría disparar una o dos veces.

Luego él se percató de algo: una mirada en sus ojos. Una mirada de incertidumbre. Y le pareció que la policía sostenía el arma demasiado amenazadoramente.

Estaba echándose un farol.

—No tienes más municiones —dijo Tomel, sonriente.

Hubo una pausa y la expresión de la cara de Lucy lo confirmó. Tomel levantó la escopeta con ambas manos y le apuntó. Ella miró hacia atrás sin esperanzas.

—Pero yo sí —dijo una voz cercana. ¡La pelirroja! La miró y el instinto dijo al hombre: «Es una mujer. Vacilará. Puedo disparar primero». Se volvió hacia ella.

La pistola en manos de Sachs disparó y lo último que sintió Tomel fue un golpecito a un costado de la cabeza.

*****

Lucy Kerr vio tambalearse a Mary Beth hasta el porche y gritar que Culbeau estaba muerto y que Rhyme y Garrett estaban bien.

Amelia Sachs asintió y caminó hacia el cuerpo de Sean O'Sarian. Lucy volvió su atención hacia el de Harris Tomel. Se inclinó y cogió con manos temblorosas la escopeta Browning. Pensó que si bien debería sentirse horrorizada por tomar aquella elegante arma del muerto, en realidad todo lo que pensaba era en la propia escopeta. Se preguntaba si estaría cargada todavía.

La pregunta fue contestada al martillar el arma, perdió un cartucho pero se aseguró de que había otro en la recámara.

A quince metros de ella Sachs se inclinaba sobre el cuerpo de O'Sarian, examinándolo, apuntando con su pistola al cadáver. Lucy se preguntó por qué se molestaba en hacerlo, luego decidió que sería el procedimiento usual.

Encontró su blusa y se la puso. Estaba rasgada por los perdigones de la escopeta pero le daba vergüenza su cuerpo con la liviana camiseta. Lucy se recostó contra el árbol, respiró pesadamente por el calor y observó la espalda de Sachs.

Simple furia, por las traiciones de su vida. La traición de su cuerpo, de su marido, de Dios.

Y ahora de Amelia Sachs.

Miró hacia atrás, donde yacía Harris Tomel. Había una línea directa de visión desde donde Tomel estuvo hasta la espalda de Amelia. El guión era plausible: Tomel había estado escondido en los pastos. Se levantó, disparó a Sachs por la espalda con su escopeta. Lucy entonces cogió el revólver de Sachs y mató a Tomel. Nadie diría algo distinto, excepto la propia Lucy y, quizá, el espíritu de Jesse Corn.

Lucy levantó la escopeta, que parecía tener tan poco peso como una flor de espuela de caballero en sus manos. Apretó la suave y fragante culata contra su mejilla, que le recordó la forma en que había apretado su cara contra el resguardo cromado de la cama de hospital después de la mastectomía. Dirigió la mira del liso cañón hacia la negra camiseta de la mujer y la detuvo en la espina dorsal. Moriría sin dolor. Y rápido.

Tan rápido como había muerto Jesse Corn.

Se trataba de canjear una vida culpable por una inocente.

Querido Dios, dame un solo disparo certero contra mi Judas…

Lucy miró a su alrededor. No había testigos.

Su dedo se dobló alrededor del gatillo, se tensó.

Con los ojos semicerrados, mantuvo firme la punta de cobre de la mira gracias a sus brazos fortalecidos por años de jardinería, años de administrar una casa, y una vida propia. Apuntó al centro exacto de la espalda de Sachs.

La brisa caliente sopló a través de la hierba que la rodeaba. Pensó en Buddy, en su cirujano, en su casa y su jardín.

Lucy bajó el ama.

La martilló hasta que estuvo vacía y con la cantonera reforzada en su cadera y la boca del cañón hacia el cielo, la llevó a la camioneta que estaba frente a la cabaña. La puso en el suelo y encontró su teléfono móvil. Llamó a la policía del Estado.

El helicóptero sanitario fue el primero en llegar y los médicos rápidamente sacaron a Thom bien envuelto y volaron con él al centro médico. Uno se quedó para cuidar de Rhyme, cuya tensión arterial rozaba el punto crítico.

Cuando los mismos agentes del Estado aparecieron en un segundo helicóptero unos minutos después, fue a Amelia Sachs a quien arrestaron primero y dejaron esposada con las manos atrás, sentada en la tierra caliente en el exterior de la cabaña, mientas entraban para arrestar a Garett Hanlon y leerle sus derechos.