ENCONTRADO EN LA ESCENA SECUNDARIA DEL CRIMEN
EL MOLINO
Obsesivamente, los ojos de Lincoln Rhyme recorrían el diagrama de evidencias. De arriba abajo, de abajo arriba.
Luego, otra vez.
¿Por qué demonios el cromatógrafo tardaba tanto?, se preguntó.
Jim Bell y Mason Germain estaban sentados cerca, ambos en silencio. Lucy había llamado unos minutos antes para contar que habían perdido el rastro y que esperaban al norte del remolque, en la localización C-5.
El cromatógrafo retumbó y todos los que estaban en el cuarto permanecieron quietos, a la espera de los resultados.
Largos minutos de silencio, rotos por fin por la voz de Ben Kerr. Habló con Rhyme en un murmullo.
—Solían llamarme así, sabe. Como usted está pensando.
Rhyme lo miró.
—«Big Ben». Como el reloj de Londres. Probablemente usted lo pensó también.
—No lo pensé. ¿Quieres decir en la escuela?
Ben asintió.
—En el instituto. Cuando tenía dieciséis años ya medía un metro noventa y pesaba ciento veinticinco kilos. Se reían mucho de mí. «Big Ben». Otros apodos también. De manera que nunca me sentí verdaderamente cómodo con mi apariencia. Pienso que quizá por eso me comporté de esa manera cuando lo vi.
—Los chicos te las hicieron pasar canutas, ¿eh? —preguntó Rhyme, admitiendo sus disculpas.
—Seguro que sí. Hasta que en los últimos años me incorporé al equipo de lucha e inmovilicé a Darryl Tennison en tres segundos con dos y a él le llevó más tiempo recuperar el aliento.
—Falté bastante a las clases de Educación Física —le contó Rhyme—. Conseguía que el doctor y mis padres me hicieran notas para librar, muy buenas notas debo decir, y me escabullía al laboratorio.
—¿Hacía eso?
—Por lo menos dos veces por semana.
—¿Y realizaba experimentos?
—Leía mucho, jugueteaba con el equipo… Unas pocas veces jugueteé también con Sonja Metzger.
Thom y Ben se rieron.
Pero Sonya, su primera novia, le hizo recordar a Amelia Sachs y no le gustó la dirección de sus pensamientos.
—Bien —dijo Ben—. Aquí estamos —la pantalla del ordenador había cobrado vida con los resultados de la muestra de control que Rhyme le había pedido. El hombretón movió la cabeza—. Esto es lo que tenemos: una solución al cincuenta y cinco por ciento de alcohol. Agua, muchos minerales.
—Agua de pozo —dijo Rhyme.
—Muy probablemente —el zoólogo continuó—: Luego hay vestigios de formaldehído, fenol, fructuosa, dextrosa y celulosa.
—Es suficiente para mí —anunció Rhyme. Pensó: «El pez puede estar todavía fuera del agua, pero le crecieron pulmones». Anunció a Bell y Mason—: Me equivoqué. Cometí un gran error. Vi la levadura y supuse que provendría del molino, no del lugar donde Garrett tiene oculta a Mary Beth. Pero ¿por qué tendría un molino provisiones de levadura? Sólo las tienen las panaderías… O —levantó una ceja hacia Bell— algún lugar donde destilen eso.
Señaló con la cabeza la botella que estaba sobre la mesa. El líquido que contenía era el que Rhyme pidió a Bell que fuera a buscar al sótano del Departamento del Sheriff. Era un licor ilegal al 110 por ciento, proveniente de una de las botellas de zumo que Rhyme vio que un policía guardaba cuando entraba al cuarto de las evidencias transformado en laboratorio. Eso era lo que Ben acababa de pasar por el cromatógrafo.
—Azúcar y levadura —continuó el criminalista—. Esos son los ingredientes del licor, y la celulosa de esa partida de licor ilegal —siguió Rhyme, mirando la pantalla del ordenador— proviene probablemente de las fibras de papel; supongo que cuando se hace este tipo de licor, hay que filtrarlo.
—Sí —confirmó Bell—. La mayoría de los destiladores utilizan filtros de café corrientes.
—Justo como la fibra que encontramos en las ropas de Garrett. La dextrosa y la fructuosa, azúcares complejos que se encuentran en la fruta, provienen del zumo de frutas que queda en las botellas. Ben dijo que era acre, como el zumo de arándano agrio de los pantanos. Y tú me dijiste, Jim, que esas botellas son las más usadas para envasar el licor. ¿Cierto?
—Ocean Spray.
—De manera que… —resumió Rhyme—, Garrett esconde a Mary Beth en la cabaña de un destilador ilegal, presumiblemente abandonada después de la incursión de los inspectores.
—¿Qué incursión? —preguntó Mason.
—Bueno, es como el remolque —replicó Rhyme secamente, pues odiaba tener que explicar siempre lo obvio—. Si Garrett usa el lugar para esconder a Mary Beth, significa que está abandonado. ¿Y cuál es la única razón por la cual alguien abandonaría una destiladora en funcionamiento?
—El departamento de ingresos fiscales la reventó —dijo Bell.
—Cierto —dijo Rhyme—. Ve al teléfono y averigua la ubicación de todas las destiladoras que hayan sido descubiertas en los dos últimos años. Debe ser un edificio del siglo XIX, en un monte de árboles y pintado de marrón, a pesar de que no fuera de ese color cuando llegaron los inspectores. Queda a cuatro o cinco millas de donde vive Frank Seller y hay una torca cerca o hay que pasar por alguna para llegar a la casa desde el Paquo.
Bell se retiró para hablar con el departamento de ingresos fiscales.
—Esto está muy bien, Lincoln —dijo Ben—. Hasta Mason Germain parecía impresionado.
Un momento después Bell entró corriendo.
—¡Lo tenemos! —examinó el folio que tenía en la mano y comenzó a trazar rumbos en el mapa, que terminaron en la localización B-4. Rodeó un punto—. Justo aquí. El jefe de investigaciones de ingresos me dijo que fue una operación grande. Irrumpieron allí hace un año y destruyeron la destiladora. Uno de sus agentes controló el lugar hace dos o tres meses y vio que alguien había pintado de marrón la cabaña, así que la examinó para ver si la usaban de nuevo. Pero constató que estaba vacía de manera que no le prestó más atención. Oh, y queda a cerca de veinte metros de una torca de buen tamaño.
—¿Hay alguna manera de hacer que llegue un coche? —preguntó Rhyme.
—Debe haber —dijo Bell—. Todas las destiladoras están cerca de rutas, para llevar las materias primas y sacar el licor terminado.
Rhyme asintió y pidió con firmeza:
—Necesito una hora a solas con Sachs, para convencerla. Sé que lo puedo hacer.
—Es peligroso, Lincoln.
—Quiero esa hora —dijo Rhyme, y mantuvo la mirada de Bell.
Por fin, el sheriff dijo:
—Bien. Pero si Garrett se escapa esta vez, saldremos a cazarlo con todo lo que tenemos.
—Comprendido. ¿Crees que mi camioneta puede llegar hasta allí?
Bell dijo:
—Los caminos no son buenos, pero…
—Yo te llevaré —dijo Thom con firmeza—. Sea como sea, yo te llevaré.
*****
Cinco minutos después de que se hubieran llevado a Rhyme del edificio del condado, Mason Germain observó el retorno de Jim Bell a su oficina. Esperó un instante y seguro de que nadie lo veía, salió al pasillo y se encaminó a la puerta delantera del edificio.
Había docenas de teléfonos en el edificio del condado que Mason podría haber utilizado para hacer su llamada, pero prefirió afrontar el calor y caminar con rapidez a través de la plaza hacia el grupo de teléfonos públicos de la calle lateral. Buscó en sus bolsillos y encontró unas monedas. Miró a su alrededor y cuando vio que estaba solo las insertó una a una en la ranura, miró un número escrito en un trozo de papel y marcó los dígitos.
*****
Farmer John, Farmer John. Enjoy it fresh from Farmer John… Farmer John, Farmer John. Enjoy it fresh from Farmer John…
Al mirar la hilera de botes delante de ella, una docena de granjeros vestidos con monos castaños que la observaban con miradas burlonas, la mente de Amelia Sachs se impregnó de aquella tonta cancioncilla comercial, el himno a su bobería.
Que le había costado la vida a Jesse Corn y arruinado la suya también.
Apenas si se daba cuenta de dónde se encontraba, la cabaña en la que se sentaba, prisionera del chico por el que había arriesgado la vida para salvarlo. Tampoco era muy consciente de la agria discusión que tenía lugar entre Garrett y Mary Beth.
No, todo lo que podía ver era el pequeño agujero negro que apareció en la frente de Jesse.
Todo lo que podía escuchar era el monótono anuncio. Farmer John, Farmer John.
Entonces, de repente Sachs comprendió algo: en ocasiones Lincoln Rhyme solía irse mentalmente. Podía conversar pero sus palabras eran superficiales, podía sonreír pero su sonrisa era falsa, podía dar la impresión de que escuchaba pero no oía ni una palabra. En momentos como esos, ella sabía que estaba pensando en morir. Pensaba en encontrar a alguien de un grupo de asistencia al suicidio como la Lethe Society para que lo ayudara. O, para el caso, pagar a un asesino a sueldo para que lo hiciera, como algunas personas gravemente inválidas habían hecho. (Rhyme, que había colaborado en la detención de cantidad de hampones del crimen organizado, obviamente tenía algunas conexiones en ese campo. En realidad, probablemente habría unos cuantos que harían la tarea alegremente y gratis).
Pero hasta aquel momento, con su propia vida tan destrozada como la de Rhyme, si no más, Sachs había estado convencida de que aquellos pensamientos de Rhyme eran erróneos. En aquel momento, sin embargo, comprendía cómo se sentía.
—¡No! —gritó Garrett y miró hacia la ventana, aguzando el oído.
Tienes que escuchar todo el tiempo. Si no, pueden pillarte.
Sachs lo oyó también. Un coche se acercaba lentamente.
—¡Nos encontraron! —gritó el muchacho, cogiendo la pistola. Corrió hacia la ventana y miró hacia fuera. Parecía confundido—. ¿Qué es eso? —preguntó.
Una puerta se cerró de golpe. Luego hubo una larga pausa.
Y escuchó:
—Sachs, soy yo.
Una débil sonrisa cruzó la cara de Amelia. Nadie en todo el universo podía haber encontrado aquel lugar excepto Lincoln Rhyme.
—Sachs, ¿estás ahí?
—¡No! —Murmuró Garrett—. ¡No digas nada!
Ignorándolo, Sachs se levantó y caminó hacia una ventana rota. Allí, frente a la cabaña, parada en un camino de tierra desigual, estaba la negra camioneta Rollx. Rhyme, en la Storm Arrow, había maniobrado para acercarse a la cabaña, tanto como pudo, hasta que un promontorio de tierra cerca del porche lo detuvo. Thom se hallaba a su lado.
—Hola, Rhyme —dijo Sachs.
—¡Cállate! —murmuró el chico ásperamente.
—¿Puedo hablar contigo? —preguntó el criminalista.
«¿Para qué?», se preguntó ella. No obstante, dijo:
—Sí —caminó hacia la puerta y dijo a Garrett—: Ábrela. Voy a salir.
—No, es una trampa —gritó el chico—. Nos atacarán.
—Abre la puerta, Garrett —dijo Sachs con firmeza y sus ojos lo atravesaron. Garrett miró a su alrededor. Luego se agachó y sacó las cuñas de debajo de la puerta. Sachs la abrió y las esposas que tenía en las muñecas sonaron como campanitas de trineo.
—Lo hizo él, Rhyme —dijo Sachs, sentada en los escalones del porche frente al criminalista—. Él mató a Billy… me equivoqué. Por completo.
Rhyme cerró los ojos. Qué horror debe estar sintiendo, pensó. La miró detenidamente, su cara pálida, sus ojos como piedras…
—¿Mary Beth está bien? —preguntó.
—Está bien. Asustada pero bien…
—¿Ella vio como lo mató?
Sachs asintió.
—¿No había ningún hombre del mono? —preguntó Rhyme.
—No. Garrett lo inventó todo. Para que yo lo sacara de la cárcel. Lo había planeado todo desde el principio. Nos engañó sobre los Outer Banks. Tenía oculto un bote y provisiones. Había planeado qué hacer si los policías se acercaban. Hasta tenía un lugar para ocultarse, ese remolque que encontraste. La llave, ¿verdad? ¿La que encontré en el bote de avispas? Así es como seguiste nuestro rastro.
—Fue la llave —confirmó Rhyme.
—Debería de haber pensado en ello. Deberíamos haber ido a otro lado.
Él vio las esposas y reparó en Garrett que estaba en la ventana, observándolos con ira y con una pistola. Aquella era una situación en la que había rehenes; Garrett no iba a salir por su propia voluntad. Era hora de llamar al FBI. Rhyme tenía un amigo, Arthur Potter, ahora jubilado, pero todavía el mejor negociador en los casos de rehenes que la Oficina tuviera jamás. Vivía en Washington DC, y podría estar allí en unas horas.
Se volvió hacia Sachs:
—¿Y Jesse Corn?
Ella sacudió la cabeza.
—No sabía que era él, Rhyme. Pensé que era uno de los amigos de Culbeau. Un policía me saltó encima y mi arma se disparó. Pero fue culpa mía, apunté a un blanco no identificado con un arma sin seguro. Rompí la regla número uno.
—Te conseguiré el mejor abogado del país.
—No importa.
—Importa, Sachs, importa. Ya pensaremos en algo.
Ella sacudió la cabeza.
—No hay nada que pensar, Rhyme. Es un asesinato. Un caso cerrado —entonces levantó la vista y miró por encima de Rhyme. Con el ceño fruncido. Se puso de pie—. ¿Qué…?
De repente una voz de mujer gritó:
—¡Quédate quieta donde estás! Amelia, estás arrestada.
Rhyme trató de darse la vuelta pero no pudo rotar la cabeza lo suficiente. Sopló en el controlador de su silla y retrocedió en semicírculo. Vio a Lucy y otros dos policías, agachados y corriendo desde el bosque. Tenían sus armas en la mano y mantenían la vista en las ventanas de la cabaña. Los dos hombres utilizaban los árboles para cubrirse. Pero Lucy caminó con audacia hacia Rhyme, Thom y Sachs, la pistola levantada hacia el pecho de la pelirroja.
¿Cómo había encontrado la cabaña la patrulla de rescate? ¿Habían oído la camioneta? ¿Lucy había reencontrado el rastro de Garrett?
¿O Ben había roto el trato y se lo había dicho?
Lucy caminó derecha hacia Sachs y sin un instante de pausa la golpeó con fuerza en la cara, aplastando su puño contra la barbilla de la mujer. Sachs emitió un débil gemido por el dolor y retrocedió. No dijo nada.
—¡No! —gritó Rhyme. Thom se adelantó pero Lucy cogió a Sachs del brazo—. ¿Mary Beth está ahí dentro?
—Sí —la sangre le goteaba de la barbilla.
—¿Está bien?
Movimiento afirmativo de la cabeza.
Con los ojos en la ventana de la cabaña, Lucy preguntó:
—¿El chico tiene tu arma?
—Sí.
—Jesús. —Lucy llamó a los otros policías—. Ned, Trey, Garrett está adentro. Está armado —luego espetó a Rhyme—: Sugiero que se ponga a cubierto —empujó a Sachs sin delicadeza hacia la parte posterior de la camioneta del lado opuesto a la cabaña.
Rhyme siguió a las mujeres y Thom sostuvo la silla para lograr estabilizarla cuando cruzaba el terreno abrupto.
Lucy se volvió a Sachs, asiéndola por los brazos.
—¿Lo hizo él, verdad? ¿Mary Beth te lo dijo, no es cierto? Garrett mató a Billy.
Sachs miró al suelo. Finalmente dijo:
—Sí… Lo siento. Yo…
—Lo lamento no significa una maldita cosa para mí o para cualquier otro y menos que nadie para Jesse Corn… ¿Tiene Garrett otras armas ahí dentro?
—No lo sé. No vi ninguna.
Lucy se volvió hacia la cabaña y gritó:
—¿Garrett, puedes oírme? Soy Lucy Kerr. Quiero que dejes el revólver y salgas con las manos en la cabeza. Hazlo ahora mismo, ¿de acuerdo?
La única respuesta consistió en que la puerta se cerró de golpe. Un débil ruido llenó el claro cuando Garrett afirmó la puerta con un martillo o usando las cuñas de madera. Lucy sacó su teléfono móvil y empezó a hacer una llamada.
—Eh, policía —la interrumpió la voz de un hombre— ¿necesitas ayuda?
Lucy se volvió.
—Oh, no —murmuró.
Rhyme también miró hacia el lugar de donde venía la voz. Un hombre alto y con coleta, que llevaba un rifle de caza, corría por el pasto hacia ellos.
—Culbeau —le espetó Lucy— tengo una situación peligrosa y no puedo lidiar contigo también. Sólo sigue tu camino, sal de aquí —sus ojos percibieron algo en el campo. Había otro hombre que caminaba lentamente hacia la cabaña. Llevaba un rifle negro del ejército y entrecerraba los ojos pensativo mientras inspeccionaba el campo y la cabaña—. ¿Ése es Sean? —preguntó Lucy.
Culbeau dijo:
—Sí, y Harris Tomel está allí.
Tomel se acercaba hacia el alto policía de color. Estaban conversando informalmente, como si se conocieran.
Culbeau insistió:
—Si el chico está en la cabaña podrías necesitar alguna ayuda para hacerlo salir. ¿Qué podemos hacer?
—Este es un asunto policial, Rich. Vosotros tres, idos de aquí. Ahora. ¡Trey! —Llamó al policía negro—. Sácalos.
El tercer policía, Ned, caminó hacia Lucy y Culbeau.
—Rich —lo llamó— ya no hay ninguna recompensa. Olvídala y…
El disparo del poderoso rifle de Culbeau abrió un agujero en el pecho de Ned y el impacto lo tiró varios metros hacia atrás. Trey miró a Harris Tomel, a sólo tres metros de él. Los dos hombres miraron a su alrededor tan conmocionados el uno como el otro. Ninguno se movió durante un instante.
Luego se oyó un alarido como el grito de una hiena, emitido por Sean O'Sarian, que levantó su rifle del ejército y disparó tres veces contra Trey por la espalda. Muerto de risa, desapareció por el campo.
—¡No! —gritó Lucy y levantó su pistola hacia Culbeau, pero para cuando disparó, los hombres estaban a cubierto en los altos pastos que rodeaban la cabaña.