¿Qué está pasando ahora? Se preguntaba un frenético Lincoln Rhyme.
Una hora antes, a las cinco de la mañana, había recibido por fin una llamada de un desconcertado funcionario de la División de Bienes Inmuebles del Departamento Fiscal de Carolina del Norte. Lo había despertado a la una y media de la madrugada, con el encargo de rastrear impuestos adeudados de cualquier terreno donde el derecho de residencia se basara en un remolque McPherson. Al principio Rhyme había averiguado si los padres de Garrett habían sido propietarios de un remolque de esas características y cuando supo que no, razonó que si el chico usaba el lugar como escondite significaba que estaba abandonado. Y si estaba abandonado, el propietario había dejado de pagar los impuestos.
El director asistente informó que había dos propiedades de ese tipo en el Estado. En un caso, cerca de Blue Ridge, al oeste, donde habían vendido la tierra y el remolque después de un juicio hipotecario por el cobro del gravamen a una pareja que seguía viviendo allí. El otro estaba ubicado sobre un terreno del condado de Paquenoke. La propiedad no valía ni el tiempo ni el dinero que costaría el juicio. El funcionario dio a Rhyme la dirección, una ruta RFD[18] a casi un kilómetro del río Paquenoke. Localización C-6 en el mapa.
Rhyme había llamado a Lucy y a los otros para enviarlos a aquel lugar. Iban a acercarse con las primeras luces y si Garrett y Amelia estaban dentro, los rodearían y los convencerían para que se rindieran.
La última vez que Rhyme fue informado, habían localizado el remolque y se acercaban a él lentamente.
Disgustado porque su jefe casi no había dormido, Thom sacó a Ben del cuarto y cumplió cuidadosamente con el ritual matinal. Las cuatro B[19]: vejiga, vientre, cepillado de dientes y tensión.
—Está alta, Lincoln —musitó Thom, dejando de lado el esfigmomanómetro. Una presión arterial excesiva en un tetrapléjico puede provocar un ataque de disrreflexia, que, a su vez, podría desembocar en una apoplejía. Pero Rhyme no le prestó atención. Se manejaba con energía pura. Quería encontrar a Amelia desesperadamente. Quería…
Rhyme levantó la vista. Jim Bell, con una expresión de alarma en su rostro, entró por la puerta. Ben Kerr, igualmente conmocionado, también entró detrás.
—¿Qué pasó? —Preguntó Rhyme—. ¿Ella está bien? ¿Amelia…?
—Mató a Jesse —dijo Bell en un susurro—. Le disparó a la cabeza.
Thom se quedó helado. Miró a Rhyme. El sheriff siguió:
—Jesse estaba a punto de arrestar a Garrett. Ella le disparó. Luego huyeron.
—No, es imposible —murmuró Rhyme—. Hay un error. Otra persona lo hizo.
Pero Bell negaba con la cabeza.
—No. Ned Spoto estaba allí. Lo vio todo… No digo que ella lo haya hecho a propósito, Ned se le acercó y su revólver se disparó, pero sigue siendo un homicidio preterintencional.
Oh, Dios mío…
Amelia… una policía de segunda generación, la Hija del Patrullero. Ahora había asesinado a uno de los suyos. El peor crimen que puede cometer un oficial de policía.
—Esto nos sobrepasa en mucho, Lincoln. Debo involucrar a la policía estatal.
—Espera, Jim —respondió Rhyme con urgencia—. Por favor… Ella estará desesperada, asustada. También lo está Garrett. Si llamas a los agentes estatales, mucha más gente resultará herida. Irían a cazarlos.
—Bueno, creo que deberían estar cazándolos —le soltó Bell—. Y me da la impresión de que debería haber sido así desde el primer momento.
—Los encontraré para ti. Estoy cerca. —Rhyme señaló con la cabeza el diagrama de evidencias y el mapa.
—Te di una posibilidad y mira lo que ha pasado.
—Los encontraré y le hablaré hasta que se rinda. Sé que puedo. Yo…
De repente Jim recibió un empujón del hombre que entró corriendo al cuarto. Era Mason Germain.
—¡Maldito hijo de puta! —gritó y se dirigió directamente a Rhyme. Thom se interpuso, pero el policía lo apartó con tal ímpetu que rodó por el suelo. Mason cogió a Rhyme de la camisa—. ¡Jodido inválido! Vienes hasta aquí para practicar tus pequeños…
—¡Mason! —Bell se le acercó, pero el policía lo hizo a un lado.
—… Practicar tus pequeños juegos con las evidencias, tus pequeños rompecabezas. ¡Y ahora un hombre bueno está muerto por tu culpa!
Rhyme olió la potente loción de afeitar del hombre cuando el policía echó hacia atrás el puño. El criminalista se encogió y apartó la cara.
—Voy a matarte. Voy a… —pero la voz de Mason se ahogó cuando un enorme brazo se enroscó alrededor de su pecho y lo levantó en vilo.
Ben Kerr llevó al policía lejos de Rhyme.
—Kerr, maldita sea, ¡suéltame! —Jadeó Mason—. ¡Imbécil! ¡Estás arrestado!
—Cálmate, Mason —dijo el hombretón lentamente.
Mason movió la mano hacia la pistola, pero con la otra mano Ben le cogió con fuerza la muñeca. Ben miró a Bell, quien esperó un instante y luego asintió. Ben soltó al policía, que dio un paso atrás, mostrando furia en los ojos. Le dijo a Bell:
—Voy a ir allí y encontraré a esa mujer y…
—No lo harás, Mason —dijo Bell—. Si quieres seguir trabajando en este departamento, harás lo que yo te diga. Vamos a manejar esto a mi modo. Te quedarás aquí en la oficina. ¿Comprendes?
—Puta mierda, Jim. Ella…
—¿Comprendes?
—Sí, joder, te entiendo —salió del laboratorio como una tromba.
Bell preguntó a Rhyme:
—¿Estás bien?
Rhyme asintió.
—¿Y tú? —miró a Thom.
—Estoy bien —el ayudante arregló la camisa de Rhyme y a pesar de las protestas del criminalista, le tomó nuevamente la presión—. La misma. Demasiado alta pero no crítica.
El sheriff sacudió la cabeza.
—Debo llamar a los padres de Jesse. Señor, no quiero hacerlo.
Caminó hacia la ventana y miró afuera.
—Primero Ed y luego Jesse. Qué pesadilla está resultando todo esto.
Rhyme respondió:
—Por favor, Jim. Déjame encontrarlos y dame la oportunidad de hablar con ella. Si no lo haces, será más grave. Lo sabes. Terminaremos con más muertos.
Bell suspiró. Miró al mapa.
—Tienen una ventaja de veinte minutos. ¿Piensas que puedes encontrarlos?
—Sí —contestó Rhyme—. Puedo encontrarlos.
*****
—En esa dirección —dijo Sean O'Sarian—. Estoy seguro.
Rich Culbeau miraba hacia el oeste, hacia donde señalaba el joven, hacia donde habían oído los disparos y el griterío quince minutos antes.
Culbeau terminó de orinar contra un pino y preguntó:
—¿Qué hay por allí?
—Pantano, unas pocas casas viejas —dijo Harris Tomel, quien había cazado por todos los lugares del condado de Paquenoke—. No mucho más. Vi un lobo gris por allí hace un mes. Se suponía que los lobos se habían extinguido pero han reaparecido.
—No bromees —dijo Culbeau—. Nunca he visto un lobo y siempre lo he deseado.
—¿Le disparaste? —preguntó O'Sarian.
—No lo debes hacer —contestó Tomel.
Culbeau añadió:
—Están protegidos.
—¿Y qué?
Culbeau se dio cuenta de que no podía responderle.
Esperaron unos minutos más pero no hubo más disparos ni más gritos.
—Creo que podemos seguir —insistió Culbeau, señalando el lugar desde donde provenían los tiros.
—Podemos —dijo O'Sarian, tomando un trago de una botella de agua.
—Hace calor hoy también —comentó Tomel, mirando el disco ascendente del sol radiante.
—Todos los días hace mucho calor —musitó Culbeau. Levantó su rifle y marchó por el sendero, con su ejército de dos caminando penosamente detrás de él.
*****
Tunc.
Los ojos de Mary Beth se abrieron de pronto, sacándola de un sueño profundo e indeseado.
Tunc.
—Eh, Mary Beth —llamó alegremente la voz de un hombre. Como un adulto hablando con un niño. En su obnubilación, ella pensó: «¡Es mi padre! ¿Qué hace de regreso del hospital? No tiene fuerza para cortar leña. Tendré que hacer que vuelva a la cama. ¿Tomó su medicamento?».
¡Espera!
Se sentó, mareada, con la cabeza palpitante. Se había quedado dormida en la silla del comedor.
Tunc.
Espera. No es mi padre. Está muerto… Es Jim Bell…
Tunc.
—Maryyyyy Beeeeeth…
Saltó cuando apareció en la ventana la cara con la mirada lasciva. Era Tom.
Otro golpe en la puerta cuando el hacha del Misionero penetró en la madera.
Tom se inclinó hacia adentro, entrecerrando los ojos por la oscuridad.
—¿Dónde estás?
Ella lo miró, paralizada.
Tom continuó:
—Oh, aquí estás. Caray, eres más bonita de lo que recordaba —levantó la muñeca y mostró los gruesos vendajes—, perdí medio litro de sangre, gracias a ti. Pienso que es justo que recupere algo.
Tunc.
—Debo decirte algo, cariño —manifestó Tom—. Me dormí anoche con el pensamiento de que toqué tus tetitas ayer. Muchas gracias por ese dulce recuerdo.
Tunc.
Con este golpe el hacha atravesó la puerta. Tom desapareció de la ventana y se unió a su amigo.
—Sigue, muchacho —gritó para darle aliento—. Lo estás haciendo muy bien.
Tunc.