Capítulo 29

El bote volcado flotó hasta un cedro cuyas raíces sobresalían y se extendían hasta el río, y allí se detuvo.

Los policías esperaron unos instantes. No había más movimiento que el balanceo del bote destrozado. El agua tenía un color rojizo y Lucy no llegaba a discernir si ese color se debía a la sangre o al ardiente crepúsculo.

Un Jesse Corn pálido y preocupado miró a Lucy, que asintió. Los otros tres policías siguieron apuntando al bote con sus armas mientras Jesse se movía con dificultad en el agua. Lo dio vuelta.

Restos de varias botellas de agua, rotas, surgieron desde abajo y flotaron tranquilamente por el río. No había nadie.

—¿Qué pasó? —Preguntó Jesse—. No lo entiendo.

—Demonios —murmuró Ned con amargura—. Nos engañaron. Era una maldita emboscada.

Lucy no podía creer que la ira pudiera aumentar a ese punto. Sintió que la sacudía como una corriente eléctrica. Ned tenía razón; Amelia había usado el bote como uno de los señuelos de Nathan y les había preparado una emboscada desde la orilla opuesta.

—No —protestó Jesse—. Amelia no haría una cosa así. Si disparó fue sólo para asustarnos. Conoce las armas de fuego. Podría haberle dado a Ned, de haber querido.

—Por Dios bendito, Jesse, abre los ojos de una vez —soltó Lucy—. ¿Disparando a cubierto como lo hizo? No importa lo buena tiradora que sea, podría haber errado. ¿Y sobre el agua? La bala podría haber rebotado. Y si Ned se hubiera dejado llevar por el pánico, se podría haber colocado en la trayectoria de alguna bala.

Jesse Corn no tenía respuestas para estos argumentos. Se frotó la cara con la mano y miró hacia la orilla lejana.

—Bien, esto es lo que haremos —dijo Lucy en voz baja—. Se está haciendo tarde. Marcharemos todo lo que podamos mientras haya luz, luego haremos que Jim nos envíe algunas provisiones para la noche. Acamparemos a cielo abierto. Vamos a suponer que nos quieren atacar y vamos a reaccionar de la manera adecuada. Ahora, crucemos el puente y busquemos sus rastros. ¿Tenéis preparadas las armas?

Ned y Trey respondieron afirmativamente. Jesse Corn miró un instante el bote destrozado y luego asintió lentamente.

—Entonces vamos.

Los cuatro policías anduvieron los cincuenta metros del puente, sin protección, pero sin apiñarse. Fueron uno detrás del otro de manera que si Amelia Sachs disparaba de nuevo, no pudiera acertar más que a uno, antes de que los demás buscaran refugio y contestaran el fuego. La formación era idea de Trey, que la había visto en una película sobre la Segunda Guerra Mundial y como fue él quien la había propuesto, pensó que debía ponerse en el primer lugar. Lucy insistió en ser ella quien lo ocupara.

*****

—Casi le das.

Harris Tomel dijo:

—De ningún modo.

Pero Culbeau persistió:

—Te dije que los asustaras. Si le hubieras dado a Ned, ¿sabes en qué clase de mierda estaríamos metidos?

—Yo sé lo que hago, Rich. Confía en mí.

Maldito niño de escuela, pensó Culbeau.

Los tres hombres estaban en la orilla norte del Paquo, en marcha a lo largo de un sendero que corría paralelo al río.

En realidad, si bien Culbeau estaba enfadado porque Tomel había disparado muy cerca del policía que nadaba hacia el bote, estaba seguro de que el tiroteo había hecho efecto. Lucy y los demás policías estarían tan inquietos como ovejas y se moverían con cuidado y lentitud.

Los disparos también lograron otro resultado beneficioso, Sean O'Sarian estaba más atemorizado y tranquilo que nunca.

Caminaron veinte minutos y luego Tomel preguntó a Culbeau:

—¿Tu sabes que el chico va en esta dirección?

—Así es.

—Pero no tienes idea de dónde se detendrá.

—Por supuesto que no —dijo Culbeau—. Si lo supiera podríamos ir directamente hacia allí, ¿verdad?

Vamos, niñato. Usa tu maldita cabeza.

—Pero…

—No te preocupes. Lo encontraremos.

—¿Puedo tomar agua? —preguntó O'Sarian.

—¿Agua? ¿Quieres agua?

O'Sarian contestó, complaciente:

—Sí, eso es lo que quiero.

Culbeau lo miró con sospecha y le alcanzó una botella. Nunca había visto al joven delgaducho beber otra cosa que no fuera cerveza, whisky o licor ilegal. Sean bebió toda el agua, se enjugó la boca rodeada de pecas y tiró la botella a un lado.

Culbeau suspiró y dijo con sarcasmo:

—Oye, Sean, ¿estás seguro de querer dejar algo con tus huellas digitales en el camino?

—Oh, cierto —el joven corrió hacia los matorrales y recuperó la botella—. Lo lamento.

¿Lo lamento? ¿Sean O'Sarian pidiendo perdón? Culbeau lo miró un momento con incredulidad y luego hizo una seña para que continuaran.

Llegaron a una curva del río y como estaban en un terreno elevado, pudieron observar el panorama varias millas río abajo.

Tomel dijo:

—Eh, mirad allí. Hay una casa. Apuesto que el chico y la pelirroja van hacia allá.

Culbeau suspiró y escudriñó por la mira telescópica de su rifle para ciervos. Unos tres kilómetros valle abajo descubrió una casa de veraneo con techo a dos aguas, justo a la orilla del río. Sería un escondite lógico para el chico y la mujer policía. Asintió.

—Apuesto a que están allí. Vamos.

*****

Río abajo desde el puente Hobeth, el Paquenoke hace una curva cerrada hacia el norte.

Hay muy poca profundidad en ese lugar, cerca de la orilla y los bancos de barro están cubiertos de restos de maderas, vegetación y basuras.

Como esquifes a la deriva, dos formas humanas que flotaban en el agua evitaron la curva y fueron llevadas por la corriente hasta aquel montón de desechos.

Amelia Sachs soltó la botella de agua, su improvisado flotador, y extendió la mano arrugada para coger una rama. Se dio cuenta de que no era una acción muy inteligente puesto que sus bolsillos estaban llenos de piedras que servían de lastre y sintió que la empujaban hacia abajo, hacia las oscuras aguas. Enderezó las piernas y descubrió que el lecho del río estaba sólo a un metro debajo de la superficie. Se puso de pie, insegura, y caminó con dificultad. Garrett apareció a su lado un instante después; la ayudó a salir del agua y pisar el suelo barroso.

Subieron a gatas una suave pendiente, a través de una maraña de arbustos y se dejaron caer en un claro cubierto de hierba. Permanecieron así unos minutos, recuperando el aliento. Sachs sacó del interior de su camiseta la bolsa de plástico. Perdía un poco de agua, pero no se había producido ningún daño serio. Le entregó al chico su libro de insectos y abrió el tambor de su revólver. Lo puso encima de una mata de césped quebradizo y amarillo para que se secara.

Se había equivocado acerca de lo que planeaba Garrett. Es cierto que deslizaron botellas de agua vacías debajo del bote volcado para que flotara, pero luego él lo había enviado a la mitad de la corriente sin ponerse debajo. Le indicó que se llenara los bolsillos de piedras. Hizo lo mismo y corrieron río abajo, sobrepasando el bote unos dos metros, para luego entrar ambos en el agua, cada uno con una botella de agua semillena para ayudarles a flotar. Garrett le enseñó cómo poner la cabeza hacia atrás. Con las piedras como lastre, sólo sus rostros sobresalían del agua. Flotaron río abajo de la corriente, delante del bote.

—La araña acuática lo hace así —le explicó—. Como un submarinista que lleva el aire a su alrededor —en el pasado lo había hecho varias veces para «huir», aunque tampoco explicó de quién había estado escapando ni hacia dónde se dirigía. Garrett le había dicho que si la policía no estaba en el puente, entonces nadarían hasta el bote, lo traerían a la playa, lo sacarían del agua y continuarían el camino remando. Si los policías estaban en el puente, su atención se centraría en del bote y no verían a Amelia y a Garrett flotando delante. Una vez que pasaran el puente, volverían a la orilla y seguirían el viaje andando.

Bueno, tuvo razón en esa parte; pasaron el puente sin ser detectados. Pero Sachs estaba todavía conmocionada por lo que había pasado a continuación: sin mediar provocación alguna, los policías habían disparado varias veces contra el bote volcado.

Garrett también estaba muy trastornado por los disparos.

—Pensaron que estábamos abajo —susurró—. Los malditos trataron de matarnos.

Sachs no dijo nada.

Él agregó:

—He hecho algunas cosas malas… pero no soy ninguna phymata.

—¿Qué es eso?

—Un bicho que prepara emboscadas. Se queda esperando y mata. Es lo que pensaban hacer con nosotros. Dispararnos. No darnos ninguna posibilidad.

Oh, Lincoln, qué desastre es esto. ¿Por qué lo hice? Debería rendirme ahora. Esperar aquí a los policías, abandonar todo. Volver a Tanner's Corner y rendir cuentas de lo que hice.

Pensando así, Amelia miró a Garrett, quien se abrazaba y temblaba de miedo. Supo que no podía echarse atrás. Tendría que seguir, llegar hasta el fin del juego.

Tiempo de esfuerzos…

—¿Dónde vamos ahora?

—¿Ves esa casa de allí?

Una casa marrón con techo a dos aguas.

—¿Está allí Mary Beth?

—No, pero tienen un pequeño bote para pescar que podemos tomar prestado. Y nos podemos secar y comer algo.

Bueno, ¿qué podría importar irrumpir y entrar en una propiedad frente a los cargos criminales que ya había acumulado?

Garrett de repente tomó el revólver. Sachs se paralizó, mirando el arma negra y azul en manos del chico, que observó el tambor, viendo que estaba cargado con seis balas. Lo colocó en su lugar y balanceó el arma con una familiaridad que la puso nerviosa.

Pienses lo que pienses de Garrett, no confíes en él…

El chico la miró y sonrió. Luego le entregó el arma, tomándola del cañón.

—Vamos por aquí —señaló un sendero.

Sachs volvió a poner el revólver en su funda y sintió el revoloteo de su corazón por el susto.

Caminaron hacia la casa.

—¿Está vacía? —preguntó Sachs, señalándola con la cabeza.

—No hay nadie ahora. —Garrett se detuvo y miró hacia atrás. Después de un momento murmuró—: Ahora los policías están furiosos y nos buscarán con todas sus armas y ganas. ¡¡Mierda!! —gritó. Se volvió y la condujo por una senda hacia la casa. Estuvo callado unos minutos—. ¿Quieres saber algo, Amelia?

—¿Qué?

—Estaba pensando en esta polilla, la polilla gran emperador.

—¿Qué pasa con ella? —preguntó distraída, escuchando todavía los terribles disparos de escopeta, dirigidos a ella y al chico. Lucy Kerr trataba de matarla. El eco de los tiros nublaba todo lo que tuviera en la mente.

—La coloración de sus alas —le dijo Garrett—. Cuando están abiertas parecen los ojos de un animal. Quiero decir que es muy interesante, hasta tiene una pequeña manchita blanca como si reflejara la luz en la pupila, los pájaros la ven y piensan que se trata de un zorro o un gato, se asustan y se van.

—¿Los pájaros no pueden oler que es una polilla y no un animal? —preguntó Sachs, sin concentrarse en la conversación.

Él la miró un instante para ver si bromeaba. Dijo:

—Los pájaros no pueden oler —replicó, como si ella acabara de preguntar si la tierra era plana. Volvió a mirar atrás, río arriba otra vez—. Tenemos que hacer que vayan más despacio. ¿Crees que están cerca?

—Muy cerca —respondió Sachs.

Con todas sus armas y sus cosas.

*****

—Son ellos.

Rich Culbeau estaba mirando las huellas de pies en el barro de la orilla.

—El rastro es de hace diez o quince minutos.

—Y se encaminan a la casa —dijo Tomel.

Se movieron con cautela por un sendero.

O'Sarian seguía sin comportarse de la forma extraña en que solía. Lo que en él era realmente singular. Daba miedo. No había tomado ningún trago de licor no había hecho travesuras, ni siquiera hablado, y Sean era el charlatán número uno de Tanner's Corner. El tiroteo en el río lo tenía conmocionado. Ahora, mientras caminaban por el bosque, apuntaba con el cañón de su rifle militar a todo sonido proveniente de los matorrales.

—¿Vieron disparar a ese negro? —Dijo al fin—. Debe de haber dado con diez proyectiles en ese bote en menos de un minuto.

—Eran perdigones —lo corrigió Harris Tomel.

En lugar de negar y tratar de impresionarlos con lo que sabía de armas y actuar como el imbécil voluble que era, O'Sarian se limitó a decir:

—¡¡Ah, perdigones!! Claro. Debí pensarlo —movió la cabeza como un niño de escuela que acaba de aprender algo nuevo e interesante.

Se acercaron a la casa. Parecía un bonito lugar, pensó Culbeau. Probablemente una casa de veraneo, quizá de algún abogado o médico de Raleigh o Winston-Salem. Un lindo pabellón de caza, un buen bar, dormitorios, un frigorífico para la carne de venado.

—Oye, Harris —llamó O'Sarian.

Culbeau nunca había oído al joven usar el nombre de pila de nadie.

—¿Qué?

—¿Esta cosa dispara alto o bajo? —preguntó mostrándole el Colt.

Tomel miró a Culbeau, probablemente tratando también de imaginar dónde habría ido a parar el lado oscuro de O'Sarian.

—El primer tiro da justo en el blanco, pero el retroceso es un poco más alto del que estás acostumbrado. Baja el cañón para los próximos tiros.

—Porque la caja es de plástico —comentó O'Sarian—. ¿Significa que es más liviano que la madera?

—Sí.

Sean asintió otra vez. Su cara estaba aún más seria que antes.

—Gracias.

¿Gracias?

Los bosques terminaron y los hombres pudieron ver un gran claro alrededor de la casa, fácilmente cincuenta metros en todas direcciones, sin siquiera un árbol para cubrirse. Acercarse sería difícil.

—¿Crees que están dentro? —preguntó Tomel, acariciando su espléndida escopeta.

—Yo no… ¡Esperad, agachaos!

Los tres hombres se agacharon con rapidez.

—Vi algo en la planta baja. Por esa ventana a la izquierda. —Culbeau miró por la mira telescópica de su rifle para ciervos—. Alguien se mueve. En la planta baja. No puedo ver bien por las persianas. Pero estoy seguro de que hay alguien allí —escudriñó las otras ventanas—. ¡Mierda! —Un susurro aterrado. Se tiró al suelo.

—¿Qué? —preguntó O'Sarian, alarmado, empuñando su arma y haciendo un círculo.

—¡Agachaos! Uno de ellos tiene un rifle con una mira telescópica. Miran justo frente a nosotros. En la ventana de arriba. ¡Maldición!

—Debe de ser la chica —dijo Tomel—. El chico es demasiado marica para saber de qué extremo sale la bala.

—Que se joda esa perra —musitó Culbeau. O'Sarian estaba escondido detrás de un árbol, apretando su arma de Vietnam cerca de la mejilla.

—Desde allí puede cubrir todo el campo —dijo Culbeau.

—¿Esperamos a que se haga de noche? —preguntó Tomel.

—¿Oh, con esa pequeña señorita policía sin tetas detrás de nosotros? No pienso que vaya a funcionar, ¿eh, Harris?

—Bueno, ¿le puedes disparar desde aquí? —Tomel señaló la ventana.

—Probablemente —dijo Culbeau con un suspiro. Estaba a punto de regañar a Tomel cuando O'Sarian dijo con voz curiosamente normal:

—Pero si Rich dispara, Lucy y los otros lo oirán. Pienso que debemos acercarnos por los costados. Ir alrededor de la casa y tratar de entrar. Un disparo dentro será más silencioso.

Era exactamente lo que Culbeau estaba a punto de decir.

—Eso nos llevará media hora —soltó Tomel, quizá enfadado porque O'Sarian se les había adelantado con la idea.

Sean seguía con su conducta inusual. Sacó el seguro del arma y frunció el entrecejo mirando la casa.

—Bueno, diría que tenemos que hacerlo en menos de media hora. ¿Qué piensas, Rich?