Después de que los coches patrulla de la policía abandonaran la barricada y desaparecieran por la ruta 112, hacia el oeste, Garrett y Sachs corrieron hasta el final de Canal Road, cruzando la carretera.
Rodearon las escenas del crimen de Blackwater Landing, luego doblaron a la izquierda y marcharon rápidamente a través de los matorrales y un bosque de robles, siguiendo el río Paquenoke.
Ochocientos metros bosque adentro, llegaron hasta un afluente del Paquo. Era imposible rodearlo y Sachs no estaba dispuesta a cruzarlo a nado, pues sus aguas eran oscuras, pululaban los insectos y había mucho fango y basura.
Pero Garrett había hecho otros arreglos. Señaló con sus manos esposadas un lugar en la costa.
—El bote…
—¿El bote? ¿Dónde?
—Allí, allí. —Señaló otra vez.
Sachs frunció el ceño y apenas pudo divisar la forma de un bote pequeño. Estaba cubierto de arbustos y hojas. Garrett caminó hacia él, y trabajó lo mejor que pudo con las esposas puestas. Comenzó a sacar el follaje que cubría la nave. Sachs lo ayudó.
—Camuflaje —dijo el chico con orgullo—. Lo aprendí de los insectos. Como ese pequeño grillo de Francia, la truxalis. Es muy inteligente, para adaptarse a los diferentes verdes del césped durante la estación, cambia de color tres veces cada verano. Los depredadores difícilmente lo pueden ver.
Bueno, Sachs también había utilizado parte de los conocimientos esotéricos del chico sobre los insectos. Cuando Garrett comentó los hábitos de las polillas, su capacidad de percibir señales electrónicas y de radio, se pudo dar cuenta que, naturalmente, Rhyme había instalado un localizador para su teléfono celular. Recordó que esa mañana, cuando llamó a la Piedmont-Carolina Car Rental, la habían mantenido en espera un largo tiempo. Tras escabullirse dentro del aparcamiento de Industrias Davett, llamó a la empresa de alquiler de coches y tiró el móvil, por el que se oía un interminable hilo musical, a la parte posterior de una camioneta vacía cuyo motor estaba en marcha, aparcada frente a la entrada de empleados del edificio.
Aparentemente el truco tuvo éxito. Los policías se fueron después que la camioneta dejara el lugar.
Mientras descubrían el bote, Sachs preguntó a Garrett:
—¿El amoniaco y el pozo con el nido de avispas? ¿También lo aprendiste de los insectos?
—Sí —confesó el chico.
—¿No tenías intenciones de lastimar a nadie, verdad?
—No, no, el pozo de la hormiga león era para asustaros, para retrasaros. Puse un nido vacío allí a propósito. El amoniaco era para advertirme si os acercabais demasiado. Es lo que hacen los insectos. Los olores son, para ellos, digamos, como un sistema de advertencia preventiva o algo así —sus ojos rojos y húmedos brillaban con curiosa admiración—. Fue muy inteligente lo que hiciste para encontrarme en el molino. Nunca pensé que llegaríais tan pronto como lo hicisteis.
—Y dejaste esa evidencia falsa en el molino, el mapa y la arena, para llevarnos a otro lado.
—Sí, te lo dije, los insectos son listos. Tienen que serlo.
Terminaron de destapar el deteriorado bote. Estaba pintado de un gris oscuro. Tenía casi tres metros de largo y un pequeño motor fuera de borda. Dentro se veían una docena de botellas plásticas de cuatro litros de agua cada una y una nevera portátil. Sachs sacó el tapón a una de las botellas y bebió unos cuantos tragos. Le alcanzó la botella a Garrett y él también bebió. De inmediato el muchacho abrió la nevera. En su interior había cajas de galletas y patatas fritas. Garrett las miró con cuidado para confirmar que todo estaba tal como las dejó. Asintió y luego subió al bote.
Sachs lo siguió y se sentó de espaldas a la proa, de frente al chico. Él sonrió con complicidad, como si reconociera que ella no le tenía suficiente confianza como para darle la espalda. Tiró de la cuerda del arranque y el motor comenzó a funcionar. Garrett alejó el bote de la orilla con un empujón. Como modernos Huck Finn, navegaron río abajo.
Sachs reflexionaba: «Éste es un tiempo de esfuerzos».
Era una frase que usaba su padre. Un hombre atildado, con una calvicie incipiente, que casi toda su vida trabajó como policía de calle en Brooklyn y Manhattan. Había hablado seriamente con su hija cuando ella le dijo que quería dejar su empleo como modelo e ingresar en la policía. Estaba de acuerdo con la decisión, pero le dijo esto acerca de la profesión:
—Amie, tienes que entenderlo: a veces es todo urgencia, a veces consigues modificar algo, a veces te aburres y a veces, no con demasiada frecuencia, gracias a Dios, es tiempo de esfuerzos. Puño con puño. Estás completamente sola, con nadie que te ayude. No me refiero tan sólo a situaciones de enfrentamiento con delincuentes. A veces estarás contra tu jefe. A veces contra tus jefes. Puede ocurrir que te enfrentes con tus propios compañeros. Si quieres ser policía, debes estar dispuesta a encontrarte sola. No hay manera de evitarlo.
—Puedo manejarlo, papá.
—Esa es mi chica. Vamos a pasear, cariño.
Sentada en este bote destartalado, pilotado por un joven conflictivo, Sachs nunca se había sentido tan sola en toda su vida.
Tiempo de esfuerzos… puño con puño.
—Mira allí —dijo Garrett rápidamente, señalando un insecto—. Es mi favorito entre todos. El barquero acuático. Vuela bajo el agua. —Su rostro se iluminó con indescriptible entusiasmo—. ¡Lo hace en verdad! Oye, esto es muy ingenioso, ¿verdad? Volar bajo el agua. Me gusta el agua. Me hace bien a la piel —la sonrisa se desvaneció y se restregó el brazo—. Esta maldita hiedra venenosa… me pasa todo el tiempo. A veces me pica mucho.
Comenzaron a navegar trabajosamente a través de pequeñas ensenadas, alrededor de islas, raíces y árboles grises, semi-sumergidos. Siempre retomaban el rumbo al oeste, hacia el sol poniente.
A Sachs se le ocurrió una idea, como un eco de algo que había pensado con anterioridad, en la celda del chico, antes de que lo sacara de allí: al ocultar un bote lleno de provisiones, con abundante combustible, Garrett había anticipado que de alguna manera se escaparía de la cárcel. Y que el papel de Sachs en aquel viaje era parte de un plan elaborado y premeditado.
Sea lo que sea lo que pienses de Garrett, no confíes en él. Tú piensas que es inocente. Pero trata de aceptar que quizá no lo sea. Tú sabes cómo nos manejamos en las escenas de crimen, Sachs.
«Con una mente abierta. Sin ideas preconcebidas. En la creencia de que todo es posible…».
Entonces miró al muchacho otra vez. Sus ojos brillantes saltaban de felicidad de objeto en objeto. Mientras guiaba el bote a través de los canales, no tenía en absoluto el aspecto de un criminal fugado, sino el de un adolescente entusiasta en una salida de acampada, contento y excitado por lo que podría encontrar a la vuelta de la próxima curva del río.
*****
—Es muy buena en esto, Lincoln —dijo Ben, refiriéndose al truco del móvil.
—Es buena —pensó el criminalista. Añadiendo para sí: tan buena como yo. A su pesar tuvo que admitir, que, aquella vez, ella había sido mejor.
Rhyme estaba furioso consigo mismo por no haberlo previsto. Esto no es un juego, pensó, un ejercicio, como los desafíos a los que la sometía cuando caminaba la cuadrícula o cuando analizaban evidencias en el laboratorio de Nueva York. Su vida estaba en peligro. Quizá sólo tuviera horas antes de que Garrett la atacara o la matara. No podía permitirse otro desliz.
Un policía apareció en la puerta. Llevaba una bolsa de papel de Food Lion. Contenía las ropas de Garrett, las que habían quedado en la cárcel.
—¡Bien! —Dijo Rhyme—. Haced un diagrama, alguno de vosotros. Thom, Ben… haced un diagrama. Encontrado en la escena secundaria del crimen, el molino. Ben, ¡escribe, escribe!
—Pero ya tenemos uno —dijo Ben, señalando la pizarra.
—No, no, no —gruñó Rhyme—. Bórrala. Esas pistas eran falsas. Garrett las dejó para engañarnos. Como la caliza en la zapatilla que dejó cuando se llevó a Lydia. Si podemos encontrar alguna evidencia en sus ropas —señaló la bolsa con la cabeza—, nos diría donde está Mary Beth realmente.
—Si tenemos suerte —dijo Bell.
No, pensó Rhyme, si somos habilidosos. Gritó a Ben:
—Corta un trozo de los pantalones, cerca de los bajos, y pásalo por el cromatógrafo.
Bell salió de la oficina para hablar con Steve Farr para obtener frecuencias prioritarias en las radios, sin alertar a la policía del Estado de lo que estaba sucediendo, como Rhyme había insistido.
Ahora el criminalista y Ben esperaban los resultados del cromatógrafo. Mientras, Rhyme preguntó:
—¿Qué más tenemos? —preguntó, haciendo un movimiento hacia las ropas.
—Manchas de pintura marrón en los pantalones de Garrett —informó Ben mientras los examinaba—. Marrón oscuro. Parecen recientes.
—Marrones —repitió Rhyme, mirándolos—. ¿Cuál es el color de la casa de los padres de Garrett?
—No lo sé —empezó Ben.
—No esperaba que lo supieras —refunfuñó Rhyme—. Llámalos.
—Oh —Ben encontró el número en el archivo del caso y llamó. Habló brevemente con alguien y cortó—. Qué hijo de puta tan poco cooperador… el padre adoptivo de Garrett. De todos modos su casa es blanca y no hay nada pintado de marrón oscuro en la propiedad.
—De manera que es el color del lugar donde la tiene escondida.
El joven preguntó:
—¿Hay una base de datos de pinturas en algún lugar para poder compararla?
—Buena idea —dijo Rhyme—. Pero la respuesta es no. Tenía una en Nueva York pero no nos servirá aquí, y la base de datos del FBI se refiere a automóviles. Pero sigamos. ¿Qué hay en los bolsillos? Ponte…
Pero Ben ya se estaba colocando los guantes de látex.
—¿Esto es lo que ibas a decir?
—Sí —murmuró Rhyme.
Thom comentó:
—Odia que se le anticipen.
—Entonces trataré de hacerlo más seguido —dijo Ben—. Ah, aquí hay algo… —Rhyme entrecerró los ojos para mirar varios objetos blancos y pequeños que el joven extrajo del bolsillo de Garrett.
—¿Qué es?
Ben olisqueó.
—Queso y pan.
—Más comida. Como las galletas y…
Ben se reía.
Rhyme frunció el ceño.
—¿Qué es gracioso?
—Es comida, pero no es para Garrett…
—¿Qué quieres decir?
—¿Nunca ha pescado? —preguntó Ben.
—No, nunca he pescado —refunfuñó Rhyme—. Si quieres pescado lo compras, lo cocinas y lo comes. ¿Qué demonios tiene que ver la pesca con estos emparedados de queso?
—No son pedacitos de emparedados de queso —explicó Ben—. Son bolas pestilentes. Cebo para pesca. Juntas pan y queso y los dejas que se pongan rancios. Los peces de aguas profundas los prefieren. Como los bagres. Cuanto más malolientes, mejor.
La ceja de Rhyme se levantó.
—Ah, eso sí que es útil.
Ben examinó los bajos. Cepilló una cantidad de polvo sobre una tarjeta de suscripción de la revista People y luego la miró al microscopio.
—Nada muy claro —dijo—. Excepto pequeñas partículas de algo… Blancas…
—Déjame ver.
El zoólogo llevó el gran microscopio Bausch & Lomb a donde estaba Rhyme, quien miró por los oculares.
—Bien, muy bien. Son fibras de papel.
—¿Lo son? —preguntó Ben.
—Es obvio que es papel. ¿Qué otra cosa podría ser? Papel absorbente. Sin embargo no tengo pista alguna de dónde procede. Ahora, también… ese polvo es muy interesante. ¿Puedes conseguir más? ¿De los bajos?
—Trataré.
Ben cortó las puntadas que aseguraban los bajos de los pantalones y las desdobló. Cepilló más polvo en la tarjeta.
—Ponla al microscopio —ordenó Rhyme.
El zoólogo preparó un portaobjetos y lo colocó en la platina del microscopio compuesto. Luego lo sostuvo con firmeza para que Rhyme pudiera mirar por los oculares.
—Hay un montón de arcilla. Digo: un montón. Rocas feldespáticas, probablemente granito. Y, ¿qué es eso? ¡¡Oh!!, musgo de turba.
Impresionado, Ben preguntó:
—¿Cómo sabes todo eso?
—Lo sé —Rhyme no tenía tiempo para entrar en una discusión acerca de la forma en que un criminalista debe conocer tanto del mundo físico como del crimen. Preguntó—: ¿Qué más hay en los bajos? ¿Qué es eso? —Señaló con la cabeza algo que quedaba en la tarjeta de suscripción—. ¿Esa cosa pequeña verde blancuzca?
—Es de una planta —dijo Ben—. Pero ese no es mi campo. Estudié botánica marina pero no era mi asignatura favorita. Prefiero las formas de vida que tienen la posibilidad de escapar cuando las colecciono. Me parece más deportivo.
Rhyme ordenó:
—Descríbela.
Ben la miró con una lupa.
—Un tallo rojizo y una gota de líquido al final. Parece viscoso. Hay una flor blanca, en forma de campana, pegada al tallo… Si tuviera que arriesgarme…
—Tienes que hacerlo —gruñó Rhyme—. Y rápido…
—Estoy casi seguro de que es de una drosera.
—¿Qué demonios es eso? Suena a lavavajillas.
Ben dijo:
—Es como un atrapamoscas de Venus. Comen insectos. Son fascinantes. Cuando era niño solía sentarme y observarlas durante horas. La forma en que comen es…
—Fascinante —repitió Rhyme con sarcasmo—. No estoy interesado en sus costumbres manducatorias. ¿Dónde se las encuentra? Eso es lo fascinante para mí.
—Oh, por todas partes en esta región.
Rhyme frunció el entrecejo.
—Inútil. Mierda. Está bien, coloca una muestra de esa tierra en el cromatógrafo después de la muestra del tejido —luego miró la camiseta de Garrett, que estaba extendida sobre la mesa—. ¿Qué son esas manchas?
Había varias manchas rojizas en la camiseta. Ben la estudió con detenimiento y se encogió de hombros. Sacudió la cabeza.
Los delgados labios del criminalista se curvaron en una sonrisa irónica.
—¿Eres capaz de probarlas?
Sin vacilar, Ben levantó la camiseta y lamió una pequeña porción de la mancha.
Rhyme exclamó:
—Bien hecho.
Ben levantó una ceja.
—Deduje que era un procedimiento habitual.
—Ni por todo el oro del mundo lo hubiera hecho yo —respondió Rhyme.
—No lo creo ni por un minuto —comentó Ben. La lamió de nuevo—. Zumo de frutas, creo. No puedo distinguir de qué sabor.
—Bien, agrégalo a la lista, Thom —Rhyme señaló el cromatógrafo con la cabeza—. Saquemos los resultados de los trozos de tejido del pantalón y luego pasemos los detritus de los bajos.
Pronto la máquina les dijo de qué vestigios de sustancias estaban incrustadas las ropas de Garrett y cuáles se encontraban en el polvo de los bajos: azúcar, más canfeno, alcohol, keroseno y levadura. El keroseno estaba en cantidades significativas. Thom lo añadió a la lista y los hombres examinaron el diagrama.
ENCONTRADO EN LA ESCENA SECUNDARIA DEL CRIMEN
EL MOLINO
¿Qué significaba todo esto?, se preguntó Rhyme. Eran demasiadas pistas. No podía ver ninguna relación entre ellas. ¿Pertenecía el azúcar al zumo de frutas o a otro lugar donde habría estado el muchacho? ¿Compró el keroseno o sólo se había escondido en una estación de servicio o granero donde el propietario lo almacenaba? El alcohol se encuentra en más de tres mil productos comunes del hogar o la industria, desde disolventes a loción para después de afeitar. La levadura era indudable que la había cogido en el molino, donde se muele el grano y se hace harina.
Después de unos minutos, los ojos de Rhyme se posaron en otro diagrama.
ENCONTRADO EN LA ESCENA SECUNDARIA DEL CRIMEN
EL CUARTO DE GARRETT
Se le ocurrió algo que Sachs mencionó cuando estaba examinando el cuarto del chico.
—Ben, ¿puedes abrir ese cuaderno que está allí, el cuaderno de Garrett? Lo quiero mirar otra vez.
—¿Quieres que ponga el dispositivo para dar vuelta las hojas?
—No, hojéalo tú —le dijo Rhyme.
Fueron pasando los dibujos de insectos realizados por el chico: un barquero de agua, una araña acuática, un zapatero.
Recordó que Sachs había dicho que, con excepción del bote de las avispas, la caja fuerte de Garrett, todos los insectos de su colección estaban en botes que contenían agua.
—Todos son acuáticos.
Ben asintió.
—Así parece.
—Le atrae el agua —musitó Rhyme y miró a Ben—. ¿Y ese cebo? Tú dijiste que es para los que se alimentan en las profundidades.
—¿Las bolas malolientes? Correcto.
—¿De agua salada o dulce?
—Bueno, dulce. Por supuesto.
—Y el keroseno, los botes lo usan en sus motores, ¿no?
—Gasolina blanca —dijo Ben—. Los pequeños motores fuera de borda lo utilizan.
Rhyme dijo:
—¿Qué les parece esta idea? ¿Van hacia el este en un bote por el río Paquenoke?
Ben dijo:
—Parece sensata, Lincoln. Y apuesto que hay tanto keroseno porque ha necesitado reabastecerse mucho, hizo muchos viajes, de ida y vuelta entre Tanner's Corner y el lugar en el que tiene a Mary Beth. Lo estaba preparando para ella.
—Buen razonamiento. Llama a Jim Bell y dile que venga, por favor.
Pocos minutos después Bell regresó y Rhyme le explicó su teoría.
Bell preguntó:
—Los bichos acuáticos te dieron la idea, ¿no?
Rhyme asintió.
—Si sabemos de insectos, conoceremos a Garrett Hanlon.
—Tu idea no resulta más fantasiosa que muchas de las cosas que pasaron hoy —musitó Jim Bell.
Rhyme preguntó:
—¿Tienes un barco policial?
—No. Pero de todos modos no nos serviría. No conoces el Paquo. En el mapa parece como cualquier otro río, con bancos y todo, pero tiene miles de ensenadas y brazos que entran y salen de los pantanos. Si Garrett va por él, no se quedará en el canal principal. Te lo garantizo. Será imposible encontrarlo.
Los ojos de Rhyme siguieron el curso del Paquenoke hacia el oeste.
—Si estuvo llevando provisiones al lugar donde tiene encerrada a Mary Beth, eso significa que probablemente no esté muy alejado del río. ¿Cuánto tiene que desplazarse hacia el oeste para encontrar una región habitable?
—Tiene que haber un lugar. ¿Ves aquí? —Bell tocó un lugar alrededor de la ubicación G-7—. Esto es al norte del Paquo; nadie vive allí. Al sur del río hay un área residencial. De seguro lo verían.
—¿De manera que al menos diez millas al oeste o algo así?
—Así es —dijo Bell.
—¿Ese puente? —Rhyme señaló el mapa con la cabeza. Miró la localización G-8.
—¿El puente Hobeth?
—¿Cómo son las comunicaciones en las cercanías? ¿La carretera?
—Es un terreno rellenado. Pero en una gran extensión. El puente tiene una altura de doce metros de manera que las rampas que conducen a él son largas. Oh, espera… Piensas que Garrett tendrá que volver al canal principal para pasar bajo el puente.
—Correcto. Porque los ingenieros deben haber rellenado los canales más pequeños cuando construyeron los accesos.
Bell estaba asintiendo.
—Sí… Tiene sentido para mí.
—Haz que vayan allí Lucy y los otros. Al puente. Ben, tú llama a ese tipo, Henry Davett. Dile que lo lamentamos pero que necesitamos nuevamente su ayuda.
WWJD…
Al pensar otra vez en Davett, Rhyme rezó una plegaria, pero no a alguna deidad, iba dirigida a Amelia Sachs: Oh, Sachs, ten cuidado. Es cuestión de tiempo que Garrett se invente una excusa para que le saques las esposas. Luego te llevará a algún lugar desierto. Más tarde se las compondrá para arrebatarte el arma… No dejes que las horas que pasen te hagan confiar en él, Sachs. No bajes la guardia. Ten la paciencia de una mantis religiosa.