Lucy Kerr puso el al Crown Victoria a 130 kilómetros por hora.
Amelia, conduces rápido, ¿eh?
Bueno, yo también.
El coche corría por la ruta 112, con el foco rotativo en el techo dando vueltas a lo loco mientras emitía luces rojas, blancas y azules. La sirena estaba apagada. Jesse Corn iba al lado de Lucy, hablando por teléfono con Pete Gregg, de la oficina de la policía del Estado de Elizabeth City. En el coche patrulla que los seguía se encontraban Trey Williams y Ned Spoto. Mason Germain y Frank Sturgis, un hombre tranquilo que acababa de ser abuelo, iban en el tercer coche.
—¿Dónde están ahora? —preguntó Lucy.
Jesse hizo esta pregunta a la policía estatal y asintió al recibir la respuesta. Dijo:
—Sólo a 8 kilómetros. Salieron de la carretera rumbo al sur.
«Por favor», Lucy rezó otra plegaria, «por favor, quédate al teléfono sólo un minuto más».
Apretó el acelerador.
«Tú conduces rápido, Amelia. Yo también conduzco rápido».
«Tú tienes buena puntería».
«Pero yo también tengo buena puntería. No lo demuestro como lo haces tú, que te complaces con todas esas tonterías de desenfundar en un segundo, pero he vivido con armas toda mi vida».
Recordó que cuando Buddy la dejó, ella cogió toda la munición en buenas condiciones que había en la casa y la tiró en las tenebrosas aguas del canal Blackwater. Le preocupaba que se pudiera despertar una noche, mirar el costado vacío de su cama y entonces apretar los labios alrededor del caño aceitado de su revólver de servicio y mandarse al lugar donde su marido y la naturaleza parecían querer que estuviera.
Lucy había andado durante tres meses y medio con un arma descargada, deteniendo a destiladores de licor ilegal, milicianos, adolescentes grandotes y despreciables drogados con aerosoles. Ella los había manejado a todos con su engaño.
Se despertó una mañana y como si una fiebre la hubiera abandonado, fue a la ferretería de Shakey, en Maple Street y compró una caja de cartuchos Winchester 357. «Epa, Lucy, el condado está peor de finanzas de lo que imaginé, si hace que te tengas que comprar tus propias municiones». Volvió a su casa, cargó el arma y desde entonces la tuvo cargada.
Resultó un suceso significativo para ella. El arma recargada constituyó un emblema de supervivencia.
«Amelia, compartí contigo mis momentos más terribles. Te conté mi operación; que es un agujero negro en mi vida. Te hablé de mi timidez con los hombres. Acerca de mi amor por los niños. Te respaldé cuando Sean O'Sarian te sacó el arma. Pedí disculpas cuando tú tuviste razón y yo no».
«Confié en ti. Yo…».
Una mano tocó su hombro. Miró y vio a Jesse Corn, que le brindaba una de sus amables sonrisas.
—Más adelante la carretera hace una curva —dijo—. Me gustaría que nosotros también la hiciéramos.
Lucy exhaló lentamente, se sentó hacia atrás y dejó que sus hombros se relajaran. Disminuyó la velocidad.
Sin embargo, cuando tomaron la curva que Jesse había mencionado, y que tenía un cartel que indicaba 60 kilómetros, ella iba a cien.
*****
—Unos tres metros de la ruta —susurró Jesse Corn.
Los policías habían salido de sus coches y se agrupaban alrededor de Mason Germain y Lucy Kerr.
La policía del Estado al final había perdido la señal del móvil de Amelia, pero sucedió después de que hubiera estado estacionada cerca de cinco minutos en la ubicación que ahora estaban mirando: un granero a diez metros de una casa, en el bosque, a un kilómetro y medio de la ruta 112. Estaba, notó Lucy, al oeste de Tanner's Corner. Justo como había predicho Rhyme.
—¿No crees que Mary Beth esté allí, verdad? —Preguntó Frank Sturgis, tocando su bigote manchado de amarillo—. Quiero decir, estamos a once kilómetros del centro de la ciudad. Me sentiría muy tonto si esa chica hubiese estado todo el tiempo tan cerca.
—No, sólo están esperando que pasemos —dijo Mason—. Entonces se irán a Hobeth Falls a coger el coche alquilado.
—De todas formas —dijo Jesse—, alguien vive aquí —había averiguado a quién pertenecía esa dirección—. Pete Hallburton. ¿Alguien lo conoce?
—Creo que sí —respondió Trey Williams—. Casado. Sin ninguna conexión con Garrett que yo sepa.
—¿Tienen niños?
Trey se encogió de hombros.
—Podría ser. Me parece recordar un partido de fútbol del año pasado…
—Es verano. Los chicos pueden estar en casa —masculló Frank—. Garrett puede haberlos tomado como rehenes.
—Quizá —dijo Lucy—. Pero la triangulación de la señal del móvil de Amelia los ubicó en el granero, no en la casa. Podrían haber entrado pero no sé… No me los imagino tomando rehenes. Mason tiene razón, me parece que sólo se están escondiendo hasta que crean que es seguro llegar a Holbeth para conseguir el coche.
—¿Qué hacemos? —Preguntó Frank—. ¿Bloquear la entrada con nuestros coches?
—Si nos acercamos y lo hacemos, nos oirán —dijo Jesse.
Lucy asintió.
—Pienso que debemos llegar al granero andando rápido desde dos direcciones…
—Yo tengo gas CS —dijo Mason. CS-38, un poderoso gas lacrimógeno militar, que se guardaba bajo cinco llaves en la oficina del sheriff Bell. No lo habían distribuido y Lucy se preguntó cómo lo habría conseguido Mason.
—No, no —protestó Jesse—. Pueden entrar en pánico.
Lucy pensó que eso no debería importar en absoluto. Apostó que él no quería exponer a su nueva amiguita a un gas espantoso. Sin embargo, estuvo de acuerdo con él y pensando que, como los policías no llevaban máscaras, el gas podría volverse contra ellos, dijo:
—Nada de gas. Yo voy al frente. Trey, tú llevas…
—No —dijo Mason con calma—. Yo voy al frente.
Lucy dudó y después continuó hablando:
—Bien. Yo voy por la puerta lateral. Trey y Frank, vosotros por el fondo y el lateral más lejano —miró a Jesse—. Quiero que tú y Ned mantengáis la vista en las puertas del frente y del fondo de la casa. Allí…
—Lo haremos —dijo Jesse.
—Y las ventanas —gritó Mason con severidad a Ned—. No quiero que nadie desde el interior nos tome por la espalda.
Lucy continuó:
—Si salen en el coche, disparad a los neumáticos o si tenéis una Magnum como Frank apuntad al bloque del motor. No disparéis contra Amelia o Garrett, a menos que tengáis que hacerlo. Todos conocéis las normas. —Miraba a Mason cuando hablaba, pensando en el tiroteo del molino. Pero el policía pareció no escucharla. Lucy llamó por su radio para informar a Jim Bell de que estaban a punto de irrumpir en el granero.
—Tengo una ambulancia preparada —exclamó Bell.
—Éste no es un operativo SWAT[15] —dijo Jesse, oyendo la transmisión—. Tenemos que ser muy cuidadosos y evitar los disparos.
Lucy apagó la radio. Señaló el edificio con la cabeza.
—Vamos.
Corrieron, agachados, usando los robles y pinos para cubrirse. Los ojos de Lucy estaban fijos en las oscuras ventanas del granero. Dos veces tuvo la certeza de ver movimientos en el interior. Quizá fueran el reflejo de los árboles y de las nubes mientras corría pero no lo podía comprobar. Cuando se aproximaron, Lucy se detuvo pasando el arma a la mano izquierda. Se secó la palma y llevó el revólver nuevamente a su mano derecha, con la que tiraba.
Los policías se apiñaron en la parte trasera del granero, que no tenía ventanas. Estaba pensando que nunca había hecho una cosa igual.
Esta no es una operación SWAT…
Pero estás equivocado, Jesse. Eso es exactamente lo que es.
Dios querido, permíteme hacer un disparo certero a mi Judas.
Una torpe libélula chocó contra Lucy. La apartó con la mano izquierda. El insecto retornó y revoloteó en las cercanías, como un mal presagio, como si Garrett la hubiera enviado para distraerla.
Qué pensamiento estúpido, se dijo y luego apartó con furia nuevamente a la libélula.
El Muchacho Insecto…
«Estáis perdidos», pensó Lucy en un mensaje para los dos fugitivos.
—No voy a decir nada —manifestó Mason—. Me limitaré a entrar. Cuando me escuches abrir la puerta de una patada, Lucy, entra por el costado.
Ella asintió. Preocupada como estaba por la ansiedad de Mason y deseosa como se sentía por coger a Amelia Sachs, se encontraba, no obstante, contenta de compartir la carga de su difícil tarea.
—Deja que me asegure de que la puerta del costado esté abierta —susurró.
Se dispersaron, marchando a sus posiciones. Lucy se agachó frente a una de las ventanas, apresurándose a llegar a la puerta del costado. No tenía llave y estaba entreabierta. Hizo un movimiento afirmativo con la cabeza hacia Mason, que estaba de pie en un ángulo, observándola. Él respondió de la misma forma levantando diez dedos, queriendo señalar, ella dedujo, que contara los segundos hasta que él entrara, luego desapareció.
Diez, nueve, ocho…
Se volvió a la puerta y olió el aroma mohoso de la madera mezclado con el dulce olor de gasolina y aceite que emanaba el granero. Escuchó con cuidado. Oyó un ruido, el del motor del coche o el camión que había robado Amelia.
Cinco, cuatro, tres…
Tomó aliento para calmarse. Otra vez…
Lista, se dijo.
Al entrar Mason se escuchó un fuerte estrépito en la parte delantera del edificio.
—¡Policía del condado! —gritó—. ¡Que nadie se mueva!
¡Ve!, pensó Lucy.
Pateó la puerta del costado, que se movió apenas unos centímetros atascándose; dio con una gran cortadora de césped ubicada justo detrás de la puerta. No podía abrir más. Empujó dos veces con el hombro, pero la puerta ni se movió.
—Mierda… —murmuró, corriendo hacia el frente del granero.
Antes de que hiciera la mitad del camino, oyó que Mason exclamaba:
—¡¡Oh, Jesús!!
Y entonces escuchó un disparo.
Seguido, tras un instante, por otro más.
*****
—¿Qué está pasando? —preguntó Rhyme.
—Bien —dijo Bell inseguro, sosteniendo el teléfono. Había algo en su postura que alarmó a Rhyme; el sheriff estaba con el teléfono presionado contra la oreja y el otro puño apretado, alejado del cuerpo. Movía la cabeza mientras escuchaba. Miró a Rhyme.
—Hubo disparos.
—¿Disparos…?
—Mason y Lucy entraron al granero. Jesse dice que hubo dos disparos —levantó la vista y gritó hacia el otro cuarto—. Enviad la ambulancia a casa de Hallburton. Badger Hollow Road, fuera de la ruta 112.
Steve Farr gritó:
—Ya está en camino.
Rhyme apretó la cabeza contra el cabecero de la silla. Miró a Thom, que no dijo nada.
¿Quién disparaba? ¿Quién había sido herido?
Oh, Sachs…
Con desasosiego en la voz, Bell dijo:
—¡Bueno, entérate, Jesse! ¿Hay alguien herido? ¿Qué demonios está pasando?
—¿Amelia está bien? —gritó Rhyme.
—Lo sabremos en un minuto —dijo Bell.
Pero parecía que eran días.
Por fin Bell se puso nuevamente rígido cuando Jesse Corn u otra persona se puso al teléfono. Movió la cabeza.
—Jesús, ¿qué hizo? —Escuchó unos instantes más para luego mirar la cara alarmada de Rhyme—. Está todo bien. No hay ningún herido. Mason entró de una patada al granero y vio unos monos colgados en el muro. Había un rastrillo o una pala al frente. Estaba muy oscuro. Pensó que era Garrett con un arma. Disparó dos veces. Eso es todo.
—¿Amelia está bien?
—Ni siquiera estaban allí. Sólo encontraron el camión que robaron. Garrett y Amelia. Deben de haber estado en la casa pero probablemente al escuchar los tiros huyeron hacia los bosques. No pueden ir muy lejos. Conozco el terreno, está rodeado de ciénagas.
Rhyme exclamó enfadado:
—Quiero que Mason salga de este caso. No se trató de un error, disparó a propósito. Te dije que es demasiado exaltado.
Bell obviamente estuvo de acuerdo. Al teléfono, dijo:
—Jesse, ponme a Mason… —hubo una pausa corta—. Mason, ¿qué diablos es todo esto?… ¿por qué disparaste?… Bueno, ¿y qué hubiera pasado si era Pete Hallburton? ¿O su mujer o uno de los chicos?… No me interesa. Te vuelves aquí en este mismo momento. Es una orden… Bueno, déjales que ellos investiguen en la casa. Súbete al coche y regresa… No te lo diré de nuevo. Yo… mierda —Bell colgó. Un momento después el teléfono volvió a sonar—. Lucy, ¿qué está pasando?… —el sheriff escuchó, frunciendo el ceño, con los ojos clavados en el suelo. Dio unos pasos—. Oh, Jesús… ¿Estás segura? —Movió la cabeza y luego dijo—: Bien, quedaos allí. Te llamaré de nuevo —cortó.
—¿Qué sucedió?
Bell hizo un signo negativo con la cabeza.
—No lo creo. Nos engañaron. Nos preparó un numerito, tu amiga.
—¿Qué?
Bell dijo:
—Pete Hallburton está allí. Está en su hogar, en su casa. Lucy y Jesse acaban de hablar con él. Su mujer trabaja en la empresa de Davett, en el turno de tres a siete y olvidó el bocadillo, de manera que Pete se lo llevó hace media hora y volvió a casa.
—¿Volvió a casa? ¿Amelia y Garrett estaban escondidos en el camión?
Bell suspiró, disgustado.
—Tiene una camioneta. No hay ningún lugar donde esconderse. Al menos no para que ellos se escondan. Pero hay mucho espacio para el móvil de Amelia. Detrás de una nevera portátil que tenía en la parte posterior.
En ese momento, Rhyme, como si ladrara, lanzó una cínica carcajada.
—Sachs llamó a la empresa de coches de alquiler esta mañana. Se puso furiosa porque la dejaron esperando tanto tiempo.
—Sabía que pondríamos un localizador para el móvil —dijo Bell—. Esperaron hasta que Lucy y los coches patrulla dejaran Canal Road para luego irse tan campantes por el maldito camino —miró al mapa—. Nos llevan cuarenta minutos. Podrían estar en cualquier parte.