Capítulo 23

Correr.

Lo mejor que podía. A Sachs las piernas le pesaban y calambres de dolor provocados por la artritis recorrían su cuerpo. Estaba empapada en sudor y ya se sentía mareada por el calor y la deshidratación.

Todavía se sentía conmocionada al pensar en lo que había hecho.

Garrett estaba a su lado, corriendo silenciosamente a través del bosque que se hallaba en las afueras de Tanner's Corner.

Esto es demasiado estúpido, muchacha….

Cuando Sachs entró en la celda para entregar a Garrett The Miniature World, observó la cara feliz del chico cuando cogió el libro. Pasaron uno o dos segundos y, casi como si otra persona la obligara a ello, pasó los brazos por los barrotes y tomó al chico por los hombros. Aturdido, Garrett desvió la mirada.

—No, mírame —le ordenó Sachs—. Mírame.

Por fin él lo hizo. Ella estudió entonces su cara inflamada, su boca temblorosa, los pozos oscuros de los ojos, las espesas cejas.

—Garrett, necesito saber la verdad. Esto es sólo entre tú y yo. Dime, ¿mataste a Billy Stail?

—Juro que no lo hice. ¡Lo juro! Fue ese hombre, el de mono castaño. Él mató a Billy. ¡Esa es la verdad!

—Eso no es lo que demuestran los datos, Garrett.

—Pero la gente puede ver una cosa de forma diferente —había contestado el chico con voz tranquila—. Digamos, de la forma en que nosotros podemos ver lo mismo que ve una mosca, pero no es lo mismo.

—¿Qué quieres decir?

—Nosotros vemos que algo se mueve, algo confuso cuando la mano de alguien trata de aplastar la mosca, pero la forma en que trabajan los ojos de la mosca consiste en que ve una mano que se detiene cien veces en mitad del movimiento hacia abajo. Como un montón de fotos fijas. Es la misma mano, el mismo movimiento, pero la mosca y nosotros lo vemos de forma diferente… y los colores… miramos algo de color rojo definido para nosotros, pero algunos insectos ven una docena de tipos diferentes de rojo.

Las evidencias sugieren que es culpable, Rhyme. No lo prueban. Las evidencias se pueden interpretar de muchas formas diferentes.

—Lydia —insistió Sachs, cogiendo con más firmeza al muchacho— ¿por qué la secuestraste?

—Ya le conté a todos por qué… Porque ella también estaba en peligro. Blackwater Landing… es un lugar peligroso. La gente muere allí. La gente desaparece. Sólo la estaba protegiendo.

Por supuesto que es un lugar peligroso, pensó Sachs. ¿Pero es peligroso a causa tuya? Amelia le dijo entonces:

—Ella dijo que la ibas a violar…

—No, no, no… Lydia saltó al agua y su uniforme se mojó y se desgarró. Yo le miré, bueno, la parte superior. Su pecho. Y me excité. Pero eso es todo.

—Y Mary Beth. ¿Le hiciste daño, la violaste?

—¡No, no, no! ¡Ya te lo dije! Se golpeó en la cabeza y yo le limpié la herida con ese pañuelo. Nunca haría una cosa así, no a Mary Beth.

Sachs lo miró un rato más.

Blackwater Landing… es un lugar peligroso.

Finalmente preguntó:

—Si te saco de aquí, ¿me llevarás donde está Mary Beth?

Garrett había fruncido el ceño.

—Si lo hago, la traerás de vuelta a Tanner's Corner. Y podrían hacerle daño.

—Es la única manera, Garrett. Te sacaré de aquí si me llevas a ella. Lincoln Rhyme y yo podemos garantizar su seguridad.

—¿Podéis hacerlo?

—Sí. Pero si no estás de acuerdo te quedarás en la cárcel durante mucho tiempo. Si Mary Beth muere por tu causa, se tratará de asesinato, como si le hubieras disparado. Nunca saldrás de la cárcel.

Él miró por la ventana. Parecía que sus ojos seguían el vuelo de un insecto que Sachs no podía ver.

—Está bien.

—¿Cuan lejos está?

—A pie, nos llevará ocho, diez horas. Depende.

—¿De qué?

—De cuántos nos persigan y de lo cuidadosos que seamos al partir.

Garrett lo dijo rápidamente. Su tono seguro preocupó a Sachs, era como si el chico ya hubiera pensado que alguien lo sacaría de allí, o que se escaparía y que ya había maquinado cómo evitar la persecución.

—Espera aquí —respondió Sachs. Regresó a la oficina. Se acercó al cajón, sacó su pistola y su cuchillo y, contra todo lo que había aprendido y contra todo buen sentido, apuntó el Smith & Wesson hacia Nathan Groomer.

—Lamento hacer esto —murmuró—. Necesito la llave de la celda y después quiero que te vuelvas y pongas las manos a la espalda.

Con los ojos muy abiertos Nathan vaciló, debatiéndose, quizá entre sacar o no el arma que tenía al costado. O tal vez, se dijo ella sin pensar nada. El instinto o los reflejos o simplemente la cólera podrían haber hecho que sacara el arma de la cartuchera.

—Esto es demasiado estúpido, muchacha —dijo.

—La llave.

Él abrió el cajón y puso la llave sobre la mesa y colocó sus manos a la espalda. Ella lo esposó con sus propias esposas. Luego arrancó el teléfono del muro.

Después liberó a Garrett, a quien había esposado también. La puerta trasera de la cárcel parecía estar abierta. Como creyó oír pisadas y el motor de un coche en marcha; optó por la puerta delantera. Se escaparon tranquilamente, sin que nadie los detectara.

Ahora, a dos kilómetros de la ciudad, rodeados de matorrales y árboles, el chico la guió por un sendero mal definido. Las cadenas de las esposas hacían ruido cuando señalaba la dirección que debían tomar.

Ella pensaba: «¡Pero, Rhyme, no podía hacer otra cosa! ¿Lo comprendes? No tenía opción». Si el centro de detención de Lancaster era lo que suponía, al chico lo violarían y lo golpearían desde el primer día y quizá lo asesinaran antes que pasara una semana. Sachs sabía también que ésta era la única forma de encontrar a Mary Beth. Rhyme había agotado las posibilidades de las evidencias y el desafío que se leía en los ojos de Garrett le decía que el muchacho nunca cooperaría.

«No, no confundo los sentimientos maternales con la preocupación por los demás, doctor Penny. Todo lo que sé es que si Lincoln y yo tuviéramos un hijo sería tan testarudo y obcecado como nosotros y si algo nos sucediera, rogaría para que alguien lo protegiera en la forma que estoy protegiendo a Garrett…».

Andaban con rapidez. Sachs se asombraba por la elegancia con que el muchacho se deslizaba por el bosque, a pesar de tener las manos esposadas. Parecía saber dónde poner sus pies exactamente, qué plantas se podían apartar con facilidad y cuáles ofrecían resistencia. Sabía dónde el suelo era demasiado blando para poder caminar sobre él.

—No pises aquí —le dijo serio—. Esa es arcilla de la bahía de Carolina. Te atrapará como pegamento.

Marcharon durante media hora hasta que el suelo se encharcó y el aire se enrareció, con olores de metano y podredumbre. Por fin la ruta se hizo intransitable, el sendero terminaba en una densa ciénaga, y Garrett la condujo a un camino asfaltado de doble vía. Caminaron por los matorrales que estaban al lado del arcén.

Varios coches pasaron tranquilamente, sus conductores no prestaban atención al delito que estaban presenciando.

Sachs los observó con envidia. Estaba huyendo desdé hacía sólo veinte minutos, reflexionó, y ya sentía nostalgia, que le apretaba el corazón, por la normalidad de la vida de los demás e inquietud por el viraje que había dado la suya.

Esto es demasiado estúpido, muchacha.

*****

—¡Eh, aquí!

Mary Beth McConnell se despertó de un salto.

Con el calor y la atmósfera opresiva de la cabaña, sé había quedado dormida en el maloliente canapé.

La voz, muy cerca, llamó de nuevo.

—Señorita, ¿está bien? ¿Hola? ¿Mary Beth?

Saltó de la cama y caminó rápidamente hacia la ventana rota. Se sentía mareada, tuvo que bajar la cabeza durante un instante y apoyarse en el muro. El dolor martillaba ferozmente su sien. Pensó: «Que te jodan, Garrett».

El dolor disminuyó algo, su visión se aclaró. Siguió caminando hacia la ventana.

Era el Misionero. Traía con él a su amigo, un hombre alto y casi calvo con pantalones grises y una camisa de trabajo. El Misionero llevaba un hacha.

—¡Gracias, gracias! —murmuró Mary Beth.

—Señorita, ¿está bien?

—Estoy bien. El chico no regresó —su voz todavía sonaba ronca y le dolía la garganta. Le alcanzaron otra cantimplora con agua y ella se la bebió toda.

—Llamé a la policía de la ciudad —le dijo el Misionero—. Están en camino. Llegaran en quince o veinte minutos. Pero no los esperaremos. Vamos a sacarte ahora, entre los dos.

—No se lo puedo agradecer lo suficiente.

—Apártate un poco. He estado cortando leña toda mi vida y esa puerta se convertirá en un montón de astillas en un minuto. Este es Tom. Trabaja para el condado también.

—Hola, Tom.

—Hola. ¿Tu cabeza está mejor? —preguntó Tom, frunciendo el ceño.

—Parece peor de lo que es —dijo ella, tocando la costra.

Tum, tum.

El hacha se incrustó en la puerta. Desde la ventana ella podía ver la hoja cuando el hombre la levantaba y captaba los rayos del sol. El filo de la herramienta brillaba, lo que significaba que era muy agudo. Mary Beth solía ayudar a su padre a cortar leña para la chimenea. Recordaba cómo le gustaba mirarle cuando al final de la tarea sacaba filo al hacha con una piedra de afilar. Las chispas naranja volaban por el aire como los fuegos de artificio del cuatro de julio.

—¿Quién es este muchacho que te secuestró? —Preguntó Tom—. ¿Alguna especie de pervertido?

Tum, tum.

—Es un chico del instituto de Tanner's Corner. Da miedo. Mire todo esto —señaló los insectos en los botes.

—Caramba —dijo Tom, acercándose a la ventana y mirando hacia adentro.

Tum.

Se oyó un crujido porque el Misionero había arrancado un trozo de madera de la puerta.

Toc.

Mary Beth miró a la puerta. Garrett debía de haberla reforzado, quizá clavó dos puertas juntas. Le dijo a Tom:

—Me siento como si fuera uno de sus malditos insectos. Él… —Mary Beth se sintió desmayar cuando el brazo izquierdo de Tom atravesó velozmente la ventana y la cogió del cuello de la camisa. Su mano derecha se adhirió a su pecho. Tom dio un tirón hacia la ventana y la aplastó contra los barrotes. Plantó su boca húmeda, con olor a tabaco y cerveza, sobre sus labios. Su lengua salió de repente y trató de penetrar entre los dientes de Mary Beth.

Tom le tanteó el pecho, pellizcándola, tratando de encontrar su pezón a través de la camisa, mientras ella doblaba la cabeza para alejarla de él, escupiendo y gritando.

—¿Qué diablos estás haciendo? —exclamó el Misionero, dejando caer el hacha. Corrió hacia la ventana.

Pero antes que pudiera apartar a Tom, Mary Beth cogió la mano que toqueteaba su pecho y la empujó hacia abajo con fuerza. Incrustó la mano de Tom en una punta del cristal que sobresalía del marco de la ventana. Él gritó de dolor y sorpresa y la soltó, trastabillando.

Enjugándose la boca, Mary Beth corrió desde la ventana al centro del cuarto.

El Misionero le gritó a Tom:

—¿Por qué mierda haces eso?

¡Golpéalo! Pensaba Mary Beth. Clávalo con el hacha. Está loco. Entrégalo a la policía también.

Tom no escuchaba. Subió el brazo ensangrentado y examinó el corte.

—Jesús, Jesús, Jesús…

El Misionero musitó:

—Te dije que tuvieras paciencia. La hubiéramos sacado en veinte minutos y estaría con las piernas abiertas en tu casa en media hora. Ahora tenemos un lío.

Con las piernas abiertas…

Este comentario se registró en la mente de Mary Beth un instante antes que su consecuencia: que no habían llamado a la policía; que nadie vendría a rescatarla.

—Hombre, ¡mira esto! ¡Mira! —Tom levantó su muñeca cortada, de donde la sangre caía en cascada sobre su brazo.

—Joder —susurró el Misionero—. Tenemos que hacer que lo suturen. Estúpido de mierda. ¿Por qué no pudiste esperar? Vamos, te lo tienen que ver.

Mary Beth vio a Tom marchar a tropezones por el campo. Se detuvo a tres metros de la ventana.

—¡Jodida puta! Prepárate. Volveremos. —Miró hacia abajo y se agachó un momento, desapareciendo. Cuando se levantó tenía en su mano sana una roca del tamaño de una naranja grande. La tiró entre los barrotes. Mary Beth trastabilló al entrar en el cuarto. No le dio por treinta centímetros escasos. La chica, sollozando, se hundió en el canapé.

Mientras los hombres caminaban hacia el bosque, escuchó a Tom repetir:

—¡Prepárate!

*****

Estaban en la casa de Harris Tomel, una hermosa mansión colonial de cinco dormitorios con un terreno de buen tamaño cubierto de césped, que su dueño nunca había cuidado. La idea de Tomel sobre el mantenimiento del jardín consistía en aparcar su F-250 al frente y su Suburban al fondo.

Lo hacía así porque, al ser el chico ilustrado del trío, y como poseía más camisetas que camisas escocesas, Tomel tenía que parecer un hombre duro con más empeño. Oh, seguro, había pasado un tiempo en una prisión federal, pero fue por un timo de porquería en Raleigh, donde vendía acciones y bonos de compañías cuyo único problema consistía en que no existían. Podía disparar tan bien como un francotirador, pero Culbeau nunca supo que hubiera zurrado a nadie solo, piel contra piel, al menos a nadie que no estuviera atado. Tomel también pensaba demasiado las cosas, dedicaba demasiado tiempo a sus ropas y pedía bebidas caras, aun en Eddie's.

De manera que, a diferencia de Culbeau, que trabajaba duro en lo suyo, tanto en lo legal e ilegal, y a diferencia de O'Sarian, que trabajaba duro seduciendo camareras que le mantuvieran limpia su caravana, Harris Tomel dejaba que su casa y su patio se deterioraran, con la esperanza, deducía Culbeau, de provocar la impresión de que era un tipo jodido y despreciable.

Pero eso era asunto de Tomel y los tres hombres no estaban en su casa, con su desaliñado patio, para discutir de jardinería; estaban allí por una única razón. Porque Tomel había heredado una colección de armas que superaba a todas las demás, después de que su padre fuera a Spivy Pond para pescar en el hielo, una víspera de Año Nuevo de hacía algunos años, y no saliera a la superficie unos días después.

Los tres estaban en la bodega recubierta de madera, mirando las cajas de armas de la misma forma que Culbeau y O'Sarian habían estado, hace veinte años, frente al quiosco de golosinas baratas de Peterson's Drugs en Maple Street, decidiendo qué robar.

O'Sarian escogió el negro Cok AR-15, una versión del M-16, porque siempre estaba hablando de Vietnam y miraba todas las películas bélicas que podía encontrar.

Tomel cogió la hermosa escopeta Browning con incrustaciones, que Culbeau codiciaba tanto como a todas las mujeres de la región, aún cuando era amante de los rifles y muy capaz de acertar en el pecho de un ciervo a trescientos metros antes de convertir de un tiro a un pato en un nido de plumas. Aquel día eligió el elegante Winchester 30-06 de Tomel, con una mira telescópica del tamaño de Tejas.

Empacaron muchas municiones, agua, el teléfono móvil de Culbeau y comida. Licor ilegal, por supuesto.

También llevaron sacos de dormir. A pesar de que ninguno de ellos esperaba que la caza durara mucho tiempo.