Capítulo 21

En Eddie's, el bar ubicado a cien metros de la cárcel, Rich Culbeau dijo con severidad:

—Esto no es un juego.

—No creo que sea un juego —dijo Sean O'Sarian—. Yo sólo me reí. Quiero decir, mierda… que es una risa, nada más. Estaba mirando ese anuncio de ahí —señaló con la cabeza la grasienta pantalla de televisión que se encontraba sobre el estante de Beer Nuts—. En donde este tipo trata de llegar al aeropuerto y su coche…

—Lo haces demasiado a menudo. Te distraes. No prestas atención.

—Está bien. Te escucho. Vamos por atrás. La puerta estará abierta.

—Eso es lo que iba a preguntar —dijo Harris Tomel—. La puerta de atrás de la cárcel nunca está abierta. Siempre está cerrada con llave y tiene, como sabes, una tranca por la parte interior.

—La tranca no estará y la puerta no tendrá cerrojo. ¿Está bien?

—Si tú lo dices —comentó Tomel con escepticismo.

—Estará abierta —siguió Culbeau—. Entramos. La llave de su celda estará sobre la mesa, la pequeña mesa de metal. ¿Sabéis cuál?

Por supuesto que lo sabían. Cualquiera que hubiese pasado una noche en la cárcel de Tanner's Corner tendría que haberse golpeado los tobillos en esa jodida mesa fijada en el suelo cerca de la puerta, en especial si entraba por embriaguez.

—Sí, adelante —dijo O'Sarian, ahora prestando atención.

—Abrimos la celda con la llave y entramos. Le doy al chico con el aerosol de pimienta. Le coloco una bolsa, tengo un costal como el que uso para ahogar gatitos en el estanque, se lo pongo en la cabeza y lo saco por atrás. Puede gritar si quiere pero nadie lo oirá. Harris, tu estarás esperando en el camión. Colócalo con la parte posterior bien cerca de la puerta. Déjalo en marcha.

—¿Adonde lo llevaremos? —preguntó O'Sarian.

—A ninguna de nuestras casas —dijo Culbeau, preguntándose si O'Sarian pensaba que llevarían a un preso secuestrado a una de sus casas. Lo que significaba, si es que era sí, que el joven flacucho era más estúpido de lo que Culbeau pensaba—. El viejo garaje, cerca de las vías.

—Bien —aceptó O'Sarian.

—Lo sacamos del camión allí. Tengo mi soplete de propano y empezamos a trabajar en el chico. Me imagino que nos llevará cinco minutos, a lo más, y nos dirá donde está Mary Beth.

—Y entonces nosotros… —la voz de O'Sarian se apagó.

—¿Qué? —gruñó Culbeau. Luego murmuró—. ¿Vas a decir algo que quizá no quieres decir, en voz alta y en público?

O'Sarian también le contestó en un susurro:

—Estabas hablando de usar un soplete con el muchacho. No me parece a mí que sea peor lo que yo pregunto… acerca de después.

Culbeau no pudo por menos que estar de acuerdo, aunque sin embargo no se lo dijo a O'Sarian. Se limitó a comentar:

—Suceden accidentes.

—Es verdad —acordó Tomel.

O'Sarian jugó con el tapón de una botella de cerveza, con el que se limpió las uñas. Se había puesto de mal humor.

—¿Qué pasa? —preguntó Culbeau.

—Esto se está volviendo arriesgado. Sería más fácil llevar al chico a los bosques. Al molino.

—Pero él ya no está en los bosques cerca del molino —dijo Tomel.

O'Sarian se encogió de hombros.

—Me estoy preguntando si el dinero merece la pena.

—¿Quieres echarte atrás? —Culbeau se rascó la barba, pensando que hacía tanto calor que debería afeitársela, pero de esa manera su triple mentón se vería más—. Preferiría dividirlo entre dos que entre tres.

—No… Tú sabes que no. Todo está muy bien —los ojos de O'Sarian vagaron nuevamente hacia la televisión. Una película llamó su atención y movió la cabeza, abriendo enormes los ojos, ante la aparición de una de las actrices.

—Esperad un momento —dijo Tomel, mirando por la ventana—. Mirad —señalaba con la cabeza el exterior.

La policía pelirroja de Nueva York, la que era tan rápida con el cuchillo, caminaba por la calle, llevando un libro.

Tomel dijo:

—Es una chica muy bonita. No me importaría conocerla mejor.

Pero Culbeau recordó sus fríos ojos y la punta firme del cuchillo bajo la barbilla de O'Sarian. Dijo:

—Este pájaro no vale la pólvora que se gasta en él.

La pelirroja entró en la cárcel.

O'Sarian también estaba mirando.

—Bueno, esto nos jode un poco las cosas.

Culbeau dijo lentamente:

—No, de ninguna manera. Harris, trae aquí ese camión. Y deja en marcha el motor.

—¿Pero qué hacemos con ella? —preguntó Tomel.

Culbeau dijo:

—Tengo suficiente aerosol de pimienta.

*****

Dentro de la cárcel, el policía Nathan Groomer se recostó sobre la destartalada silla y saludó a Sachs.

El enamoramiento de Jesse Corn se había vuelto tedioso; la sonrisa formal de Nathan resultó un alivio para ella.

—Buenas, señorita.

—¿Eres Nathan, verdad?

—Sí.

—Éste de aquí es un señuelo, ¿no? —Sachs miró hacia el escritorio.

—¿Esta cosa vieja? —preguntó con humildad.

—¿Qué es?

—Una hembra de pato salvaje. De cerca de un año. El pato. No el señuelo.

—¿Tú mismo los haces?

—Es una afición que tengo. En mi escritorio del edificio principal tengo dos más. Puedes verlos, si quieres. Pensé que os ibais.

—Nos iremos pronto. ¿Cómo está?

—¿Quién? ¿El sheriff Bell?

—No, Garrett.

—Oh, no lo sé. Mason vino a verlo, estuvieron conversando. Trató de hacerle decir dónde está la chica. Pero Garrett no dijo nada.

—¿Mason está dentro ahora?

—No, ya se fue.

—¿Qué sabes del sheriff Bell y de Lucy?

—Nada, ya se fueron. Están en el edificio del condado. ¿Te puedo ayudar en algo?

—Garrett quería este libro —lo sostuvo en alto—. ¿Se lo puedo dar?

—¿Qué es, una Biblia?

—No, es sobre insectos.

Nathan lo tomó y lo examinó cuidadosamente, buscando armas, supuso ella. Luego se lo devolvió.

—Ese chico me da escalofríos. Parece salido de una película de terror. Deberías darle una Biblia.

—Me parece que sólo le interesa este libro.

—Creo que estás en lo cierto. Pon tu arma en esa caja que está allí y te dejaré pasar.

Sachs puso el Smith & Wesson dentro y caminó hacia la puerta, pero Nathan la miraba expectante. Ella levantó una ceja.

—Bueno, creo que tienes un cuchillo también.

—Oh, seguro. Me olvidé.

—Las normas son las normas, ya sabes.

Ella entregó la navaja automática. Él la dejó caer al lado de la pistola.

—¿Quieres las esposas, también? —Sachs tocó el estuche donde las guardaba.

—No. No puede haber mucho problema con ellas. Recuerdo el caso de un reverendo que sí tuvo un problema, pero eso sucedió sólo porque su esposa llegó temprano a casa y lo encontró esposado a los barrotes del cabecero con Sally Anne Carlson encima. Ven, te dejaré entrar.

*****

Rich Culbeau, flanqueado por un nervioso Sean O'Sarian, estaba de pie al lado de un mustio matorral de lilas en la parte posterior de la cárcel. La puerta trasera del edificio daba a un gran campo lleno de pastos, basura, restos de automóviles y electrodomésticos. También algunos flácidos condones.

Harris Tomel condujo su flamante Ford F-250 sobre el bordillo y retrocedió. Culbeau pensó que debería de haber venido por el otro lado porque corrían el riesgo de que se les viera mucho, pero no había nadie en las calles y además, después de que el quiosco cerrara, no había motivo para que alguien parara por aquel lugar. Al menos el camión era nuevo y tenía un buen silenciador; no hacía ningún ruido.

—¿Quién está en la oficina? —preguntó O'Sarian.

—Nathan Groomer.

—¿Esa chica policía está con él?

—No lo sé. ¿Cómo demonios puedo saberlo? Pero si está allí, habrá tenido que saltar su pistola y ese cuchillo con el que te tatuó en la cara.

—¿Oirá Nathan si la chica grita?

Evocando una vez más los ojos de la pelirroja y el destello de la hoja de su cuchillo, Culbeau dijo:

—Es más probable que grite el muchacho.

—Bueno, entonces, ¿qué pasa si lo hace?

—Le pondremos la bolsa en la cabeza enseguida. Ten. —Culbeau entregó a O'Sarian un bote rojo y blanco de pimienta en aerosol—. Apunta hacia abajo porque la gente se agacha.

—¿Qué pasará?… Quiero decir, ¿nos alcanzará a nosotros?

—No, si no te lo tiras en tu jodida cara. Es como un chorro. No como una nube.

—¿Quién de los dos me toca?

—El chico.

—¿Qué pasa si la chica está más cerca?

Culbeau musitó:

—Ella es mía.

—Pero…

—Ella es mía.

—Bien —acordó O'Sarian.

Bajaron la cabeza cuando pasaron por la ventana mugrienta de la parte posterior de la cárcel y se detuvieron en la puerta de metal. Culbeau se dio cuenta de que estaba abierta unos centímetros.

—Ves, no tiene el cerrojo —murmuró. Sintió que le había ganado una partida a O'Sarian. Luego se preguntó por qué sentía que necesitaba hacerlo—. Bien, haré una señal con la cabeza. Entonces entramos rápido, les echamos el aerosol… y sé generoso con esa porquería —le entregó a O'Sarian una gruesa bolsa—. Luego le pones esto en la cabeza.

O'Sarian cogió el bote con firmeza, y señaló con la cabeza una segunda bolsa que había aparecido en la mano de Culbeau.

—De manera que también nos llevamos a la chica.

Culbeau suspiró y dijo exasperado:

—Sí, Sean. La llevamos…

—Oh. Está bien. Sólo quería saber.

—Cuando hayan caído, los arrastráis hacia fuera rápido. No os detengáis por nada.

—Bien… Oh, quería decirte que traje mi Colt.

—¿Qué?

—Tengo mi 38. Lo traje —señaló su bolsillo con la cabeza.

Culbeau se detuvo un momento. Luego dijo:

—Bien…

Cerró su gran mano alrededor del pomo de la puerta.