Capítulo 14

Lincoln Rhyme, ignorando una mosca negra y verde que volaba por las inmediaciones, estudiaba el último diagrama de evidencias.

ENCONTRADO EN UNA ESCENA SECUNDARIA DEL CRIMEN
LA MINA

La evidencia más inusual es la mejor. Nada le hacía más feliz a Rhyme que encontrar en una escena del crimen algo completamente imposible de identificar. Porque eso significaba que si lo conseguía sólo habría unas limitadas procedencias con las que se podía relacionar.

Pero estos elementos, la evidencia que Sachs encontró en la mina, eran comunes. Si la inscripción de la bolsa hubiera sido legible, entonces la podría haber rastreado y encontrar una única procedencia. Pero no se podía leer. Si el agua y las galletas tuvieran etiquetas con el precio, podrían relacionarse con las tiendas que las vendieron o dar con un empleado que recordara a Garrett y que pudiera tener alguna información sobre dónde encontrarlo. Pero no las tenían. ¿Y madera chamuscada? Conducía a todas las barbacoas del condado Paquenoke. Inútil.

El maíz podía ser de utilidad y Jim Bell y Steve Farr estaban en ese momento al teléfono, llamando a proveedores de maíz y cereales; pero Rhyme dudaba que los empleados tuvieran algo más que decir salvo: «Sí. Vendemos maíz. En viejas bolsas de arpillera. Como lo hace todo el mundo».

¡Maldición! No se sentía nada cómodo en aquel lugar. Necesitaba semanas, meses, para conocer la región.

Pero por supuesto, no tenían ni semanas ni meses.

Sus ojos se movieron de diagrama en diagrama, tan veloces como la mosca.

ENCONTRADO EN LA ESCENA PRIMARIA DEL CRIMEN
BLACKWATER LANDING

Nada más se podía deducir de ese diagrama. Volveré a los libros de insectos, decidió.

—Ben, ese libro de allí, The Miniature World. Quiero mirarlo.

—Sí, señor —dijo el joven, que estaba distraído, mirando en el diagrama de evidencias. Levantó el libro y se lo acercó a Rhyme.

Por un momento el libro permaneció en el aire sobre el pecho del criminalista. Rhyme echó a Ben una mirada irónica, que lo miró a su vez, después de un instante, dio un salto repentino y retrocedió, al darse cuenta de que le ofrecía algo a alguien que necesitaría de la intervención divina para cogerlo.

—Oh, pues, Sr. Rhyme… mire —dijo abruptamente Ben, con la cara roja—. Lo lamento tanto. No estaba pensando, señor. Hombre, qué estupidez. Yo realmente…

—Ben —dijo Rhyme con calma— cierra tu jodida boca.

El hombretón pestañeó, conmocionado. Tragó saliva. El libro, minúsculo en su mano grande, descendió.

—Fue un accidente, señor. Ya le dije que yo…

—Cállate.

Ben se calló. Cerró la boca. Miró alrededor del cuarto para encontrar ayuda, pero no había ayuda en el horizonte. Thom estaba de pie contra el muro, silencioso, de brazos cruzados, sin deseos de convertirse en un guardián de paz de la ONU.

Rhyme continuó, rezongando en voz baja:

—Actúas como si estuvieras pisando huevos y me tienes harto. Deja de humillarte, joder.

—¿Humillarme? Sólo trataba de comportarme de forma amable con alguien que… Quiero decir…

—No, no es eso lo que hacías. Has estado tratando de maquinar cómo diablos salir de aquí sin mirarme más de lo necesario y sin inquietar tu propia y delicada pequeña psique.

Los corpulentos hombros se pusieron rígidos.

—Bueno, bien, señor, no creo que lo que dice sea completamente justo.

—Gilipolleces. Ya es hora de que me quite los guantes… —Rhyme rió con sarcasmo—. ¿Te gusta esta metáfora? ¿Yo, quitándome los guantes? Algo que no podré hacer con mucha rapidez, ¿te parece?… ¿Qué tal como chiste de inválidos?

Ben estaba desesperado por escapar, por salir corriendo, pero sus piernas macizas estaban fijas como troncos de roble.

—Lo que tengo no es contagioso —rugió Rhyme—. ¿Piensas que te lo puedo pegar? No es así. Caminas por aquí como si respiraras un aire contaminado y luego tuvieran que arrastrarte a ti en una silla de ruedas. ¡Demonios, si hasta temes que solo con mirarme pudieras terminar como yo!

—¡Eso no es verdad!

—¿No lo es? Pienso que sí… ¿Cómo es posible que te aterrorice de esa manera?

—¡No es así! —Gritó Ben—. ¡En absoluto!

Rhyme estaba furioso.

—Sí, te atemorizo. Estás aterrado de encontrarte en el mismo cuarto donde estoy yo. Eres un jodido cobarde.

El joven se inclinó hacia delante, arrojando saliva por los labios, con su mandíbula temblando, y contestó a los gritos:

—¡Bueno, que te jodan, Rhyme! —por un momento la rabia lo dejó sin habla. Luego continuó—. Vine aquí para hacerle un favor a mi tía. ¡Me trastoca todos los planes y no me pagan ni un centavo! Escucho que ordena a todos los que le rodean como si fuera alguna jodida prima donna. Quiero decir, no sé de dónde diablos sale, señor… —su voz se extinguió y miró a Rhyme, que se reía a carcajadas…

—¿Qué? —Rugió Ben—. ¿De qué demonios se ríe?

—¿Ves que fácil es? —preguntó Rhyme, con una risa ahogada. También Thom tenía dificultades para evitar sonreír.

Ben respiró hondo y se enderezó, luego se limpió la boca. Irritado, fatigado. Movió la cabeza.

—¿Qué quiere decir? ¿Qué es fácil?

—Mirarme a los ojos y decirme que soy un pesado. —Rhyme siguió, con una voz tranquila—. Ben, yo soy como todos. No me gusta cuando la gente me trata como a una muñeca de porcelana. Y sé que a la gente no le gusta tener que preocuparse porque vayan a romperme.

—Me toma por tonto. Dijo todas esas cosas sólo para hacerme enfadar.

—Digamos que para hacerte entender —Rhyme estaba seguro de que Ben nunca sería como Henry Davett, un hombre que se interesaba sólo por el corazón, el espíritu, de un ser humano e ignoraba la envoltura. Pero al menos había conseguido que el zoólogo diera unos pasos en dirección al entendimiento.

—Debería irme por esa puerta y no regresar nunca.

—Mucha gente lo haría así, Ben. Pero te necesito. Eres capaz. Tienes talento para la investigación forense. Bueno, sigamos. Rompimos el hielo. Sigamos trabajando.

Ben comenzó a montar The Miniature World en el marco que daba vuelta las páginas. Mientras lo hacía, miró a Rhyme y preguntó:

—¿De manera que hay mucha gente que lo mira a los ojos y lo llama hijo de puta?

Rhyme miraba la cubierta del libro y lo remitió a Thom, quien dijo:

—Oh, seguro… Por supuesto que lo hacen después de que llegan a conocerlo.

*****

Lydia todavía estaba a 30 metros del molino.

Se movía tan rápido como podía hacia el sendero que la llevaría a la libertad, pero su tobillo le dolía mucho y obstaculizaba significativamente su avance. También tenía que moverse despacio. Un trayecto que fuera realmente silencioso requería del uso de las manos. Pero, como algunas víctimas de lesiones cerebrales con las que había trabajado en el hospital, tenía un equilibrio limitado y sólo se limitaba a avanzar tropezando de claro en claro, haciendo mucho más ruido de lo deseable.

Recorrió un amplio círculo en el espacio frente al molino. Se detuvo. Ni una señal de Garrett. Ningún sonido en absoluto, excepto el ruido de la corriente del arroyo desviado al caer al condenado pantano.

Un metro y medio más, tres metros.

Vamos, ángel, pensó. Quédate conmigo un poco más. Ayúdame a pasar por esto. Por favor… Apenas unos minutos y estaremos listos para irnos a casa.

Oh, por Dios, cómo duele. Se preguntó si se le habría roto el hueso. El tobillo estaba hinchado y ella sabía que, si se trataba de una fractura, caminar sin un soporte como ahora podría empeorar las cosas diez veces. El color de la piel se ponía oscuro, lo que significaba vasos rotos. La septicemia era una posibilidad. Pensó en la gangrena. Amputación. ¿Si eso le pasara qué diría su novio? La dejaría, supuso. Su relación, en el mejor de los casos, era informal, al menos por parte de él. Además Lydia sabía, por su trabajo en oncología, cómo desaparecía la gente de la vida de los pacientes cuando comenzaban a perder partes del cuerpo.

Se detuvo y escuchó, miró a su alrededor. ¿Había huido Garrett? ¿Había desistido de encontrarla y se había ido a los Outer Banks para estar con Mary Beth?

Lydia se siguió moviendo hacia el sendero que la conduciría de vuelta a la mina. Una vez que lo encontrara tendría que moverse aún con más cuidado, para evitar la trampa explosiva. No recordaba exactamente dónde la había preparado el chico.

Otros metros… y allí estaba, el sendero que llevaba a casa.

Se detuvo una vez más, escuchando. Nada. Observó una víbora plácida, de piel oscura, que tomaba el sol en el tocón de un viejo cedro. Hasta luego, la saludó. Me voy a casa.

Lydia avanzó.

Y entonces la mano del Muchacho Insecto surgió de debajo de un frondoso laurel y la cogió por el tobillo sano. Con las manos atadas, Lydia no pudo hacer mucho más que doblarse hacia un lado de manera que su sólido trasero amortiguara la fuerza de la caída. La víbora despertó asustada por su grito y desapareció.

Garrett se le montó encima, aplastándola contra el suelo, con el rostro rojo de furia. Debía de haber permanecido en aquel lugar quince minutos. En silencio, sin moverse ni un centímetro hasta que la chica estuviera a la distancia adecuada para cogerla. Como una araña esperando su próxima presa.

—Por favor —murmuró Lydia, sin aliento por la sorpresa y horrorizada al ser traicionada por su ángel—. No me hagas daño…

—Silencio —susurró el chico con rabia, mirando alrededor—. Se me acabó la paciencia contigo —la hizo levantarse con brusquedad. Podría haberla tomado de un brazo o haberla hecho ponerse de espaldas y facilitar así la postura. Pero no lo hizo; la rodeó por atrás con los brazos y sus manos tocaron sus pechos, así la puso de pie. Ella sintió el cuerpo tenso del muchacho que se frotaba desagradablemente contra su espalda y trasero. Finalmente, después de un instante interminable, la soltó pero le rodeó el brazo con sus dedos huesosos y la impulsó detrás de él hacia el molino, indiferente a sus sollozos. Sólo se detuvo una vez, para examinar una larga fila de hormigas que llevaban minúsculos huevos a través del sendero.

—No les hagas daño —murmuró. Y observó los pies de ella cuidadosamente para asegurarse de que obedecía.

*****

Con un sonido que Rhyme siempre comparaba con el de un carnicero afilando un cuchillo, el dispositivo dio vuelta a otra hoja de The Miniature World, que era, a juzgar por su deteriorado estado, el libro favorito de Garrett Hanlon.

Los insectos están extraordinariamente bien preparados para sobrevivir. La polilla del abedul, por ejemplo, es blanca por naturaleza, pero en las regiones que circundan la Manchester industrial, en Inglaterra, el color de la especie se torna negro para mimetizarse con el hollín de los troncos de los árboles y aparecer con menos nitidez ante sus enemigos.

Rhyme pasó algunas páginas más, accionando el botón de su controlador ECU con su dedo anular izquierdo sano. Leyó los pasajes que Garrett había marcado. El párrafo sobre el pozo de la hormiga león salvó a la patrulla de rescate de caer en una de las trampas del muchacho y Rhyme estaba tratando de sacar más conclusiones del libro.

Como especialista en peces, Ben le había dicho que la conducta animal a veces constituye un buen modelo para los humanos, especialmente en lo que a asuntos de supervivencia se refiere.

La mantis religiosa se frota el abdomen contra las alas, produciendo un sonido espantoso que desorienta a sus perseguidores. La mantis, por otra parte, puede ingerir cualquier criatura viviente más pequeña que ella misma, incluyendo pájaros y mamíferos…

Se cree que los escarabajos peloteros proporcionaron al hombre antiguo la idea de la rueda…

Un naturalista llamado Réaumur observó en el siglo XVIII que las avispas hacen nidos de papel a partir de fibras de madera y saliva. Eso le dio la idea de hacer papel a partir de la pulpa de madera, no de tela, como los fabricante de papel venían haciendo hasta entonces…

Entre todo esto, ¿qué era valioso para el caso? ¿Habría algo que pudiera ayudar a Rhyme a encontrar a dos seres humanos que andaban por algún lugar en ciento sesenta kilómetros cuadrados de bosques y pantanos?

Los insectos hacen mucho uso del sentido del olfato. Para ellos es un sentido multidimensional. Realmente «sienten» los olores y los utilizan para muchas cosas. Para la educación, para la inteligencia, para la comunicación. Cuando una hormiga encuentra comida, vuelve al nido dejando una huella olorosa, al tocar esporádicamente el suelo con su abdomen. Cuando otras hormigas encuentran el rastro lo siguen hasta dar con la comida. Conocen en qué dirección ir porque el olor tiene «forma» el extremo más angosto del mismo señala hacia la comida como una flecha direccional. Los insectos también usan los olores para localizar a enemigos que se aproximan. Ya que un insecto puede detectar una sola molécula de olor a millas de distancia, raramente es sorprendido por un enemigo…

El sheriff Jim Bell entró rápidamente en el cuarto. En su atormentado rostro lucía una sonrisa.

—Acabo de hablar con una enfermera del hospital. Hay noticias de Ed. Parece que está saliendo del coma y dijo algo. Su médico nos va a llamar dentro de unos minutos. Espero descubrir lo que quiso decir con «oliva» y si vio algo específico en ese mapa del refugio.

A pesar de su escepticismo acerca del testimonio de las personas, Rhyme decidió que se sentiría feliz con un testigo. El desaliento, la desorientación de un pez fuera del agua pesaban con agobio sobre él.

Bell caminó lentamente por el laboratorio, mirando con expectación hacia la puerta cada vez que se acercaban unos pasos.

Lincoln Rhyme nuevamente se desperezó, apoyando la cabeza en el cabecero de la silla. Sus ojos iban al diagrama de las evidencias, luego al mapa, luego de vuelta al libro. Y todo el tiempo la mosca verde y negra volaba alrededor del cuarto con una desesperación sin objeto, que parecía equipararse con la suya.

*****

En las cercanías un animal cruzó corriendo el sendero y desapareció.

—¿Qué fue eso? —preguntó Sachs señalando con la cabeza. A ella el animal le había parecido un cruce entre un perro y un gran gato de albañal.

—Un zorro gris —dijo Jesse—. No los veo con demasiada frecuencia. Pero es cierto que no voy a menudo a pasear por el norte del Paquo.

Caminaron con lentitud mientras trataban de seguir las difusas indicaciones del paso de Garrett por el lugar. Todo el tiempo se mantenían alerta ante el temor que hubiera más trampas mortales y emboscadas en los bosques y matorrales circundantes.

Una vez más Sachs tuvo el presentimiento que la había acosado desde que vieron el funeral del niño esa mañana. Dejaron atrás los pinos y se encontraron en un tipo diferente de bosque. Los árboles eran los que se verían en una jungla tropical. Cuando le preguntó por ellos, Lucy le dijo que eran gomeros túpelo, viejos cipreses pelones, cedros. Estaban unidos por una red de musgos y viñas trepadoras que absorbían el sonido como una niebla espesa y que acentuaba la sensación de claustrofobia de Sachs. Había setas, moho y hongos por todas partes y los rodeaban ciénagas de aguas espumosas. El aroma en el aire era de podredumbre.

Sachs miró el suelo del camino. Le preguntó a Jesse:

—Estamos a millas de la ciudad, ¿quién hace estos senderos?

Él se encogió de hombros.

—En su mayoría malos pagadores.

—¿Qué es eso? —preguntó Sachs, recordando que Rich Culbeau había dicho lo mismo.

—Ya sabes, alguien que no paga sus deudas. Básicamente significa gentuza. Destiladores de licor ilegal, chicos, gente del pantano, falsificadores.

Ned Spoto tomó un sorbo de agua y dijo:

—A veces recibimos llamadas: ha habido un tiroteo, alguien está gritando, alguien necesita ayuda, hay luces misteriosas que hacen señales. Cosas como esas. Sólo que en el momento que llegamos, no hay nada… Ni un cuerpo, ni un asesino, ni un testigo. A veces encontramos un rastro de sangre pero no lleva a ninguna parte. Respondemos a la llamada, debemos hacerlo, pero nadie del departamento viene solo por estos lugares, nunca.

Jesse dijo:

—Te sientes diferente por aquí. Ya sé que suena cómico, pero sientes que la vida es diferente, más barata. Prefiero arrestar a un par de chicos armados y drogados en un supermercado que venir aquí respondiendo a una llamada. Al menos en la ciudad hay reglas. De alguna manera sabes qué esperar. Por aquí… —se encogió de hombros.

Lucy asintió.

—Es verdad. Y las reglas normales no se aplican a nadie al norte del Paquo. Ni a nosotros, ni a ellos. Te puedes encontrar disparando antes de leerle a alguien sus derechos y estaría perfectamente bien. Es difícil de explicar.

A Sachs no le gustó esa conversación tensa. Si los demás policías no hubieran estado tan sombríos y calmos, hubiera pensado que estaban montando un espectáculo para asustar a la chica de Nueva York.

Finalmente se detuvieron en un lugar donde el sendero se bifurcaba en tres direcciones. Caminaron cerca de quince metros por cada una de ellas pero no pudieron encontrar ninguna pista de cuál habían tomado Garrett y Lydia. Volvieron al cruce.

Sachs escuchó las palabras de Rhyme resonando en su mente: «Ten cuidado, Sachs, pero avanza velozmente. No pienso que nos quede mucho tiempo».

Avanza velozmente…

Pero no había indicios de la dirección que deberían tomar y cuando Sachs miró los obstruidos senderos, pareció imposible que alguien, ni siquiera Lincoln Rhyme, descubriera por donde se había ido su presa.

Entonces sonó el teléfono y tanto Lucy como Jesse la miraron con expectación, esperando, como Sachs, que Rhyme tuviera alguna nueva sugerencia acerca del camino a tomar.

Sachs respondió, escuchó al criminalista y asintió. Colgó. Tomó aliento y miró a los tres policías.

—¿Qué? —preguntó Jesse Corn.

—Lincoln y Jim acaban de saber de Ed Schaeffer. Parece que se despertó el tiempo suficiente para decir, «amo a mis hijos», y luego murió… Piensan que anteriormente había dicho algo como «Olivo», pero resulta que todo lo que trataba de decir es «amo». Es todo lo que dijo. Lo lamento.

—Oh, Jesús —murmuró Ned.

Lucy bajó la cabeza y Jesse le puso un brazo alrededor de los hombros.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó.

Lucy levantó la vista. Sachs pudo ver lágrimas en sus ojos.

—Vamos a detener a ese muchacho, eso es lo que vamos a hacer —dijo con una triste determinación—. Vamos a elegir el sendero más lógico y seguiremos en esa dirección hasta encontrarlo. Y vamos a caminar rápido. ¿Estás de acuerdo? —preguntó a Sachs, que no tenía problema en ceder el mando momentáneamente a la policía.

—Por supuesto.