Capítulo 47

Con los brazos temblorosos por el peso de Lincoln Rhyme y de su silla de ruedas, dos sudorosos oficiales de los Servicios de Emergencia subían su carga por la escalera que conducía a la entrada del edificio, y dejaban al criminalista en el portal. Él tomó entonces el mando de la silla, que condujo hasta el apartamento de El Prestidigitador y aparcó junto a Amelia Sachs.

Mientras los oficiales de los Servicios de Emergencia despejaban las habitaciones, Rhyme se quedó mirando cómo Bell y Sellitto cacheaban al estupefacto asesino. Rhyme había aconsejado que solicitaran la ayuda de un médico de la oficina de Exámenes Médicos, el cual llegó algo después e hizo lo que le pidieron. Resultó haber sido una buena idea, pues el especialista encontró varios cortes en la piel de Weir, que parecían pequeñas cicatrices, pero que se podían abrir. En su interior había herramientas metálicas minúsculas.

—Hacedle una radiografía en la enfermería del Centro de Detención —dijo Rhyme—. ¡Un momento, esperad! Hacedle una resonancia magnética de cada centímetro cuadrado.

Una vez que pusieron al Prestidigitador unas esposas triples y dobles grilletes, dos oficiales le sentaron en el suelo. El criminalista estaba estudiando un dormitorio en el que había una enorme colección de instrumentos y accesorios de mago. Las máscaras, las manos falsas y los dispositivos de látex daban a la estancia un aspecto fantasmagórico, desde luego, pero lo que Rhyme percibió sobre todo fue soledad: le angustiaba ver objetos como ésos ahí almacenados para los horrorosos propósitos del asesino, cuando en realidad estaban hechos para formar parte de un espectáculo que podría entretener a millares de personas.

—¿Cómo? —susurró El Prestidigitador.

Rhyme advirtió la mirada de perplejidad. De consternación, también. El criminalista saboreó esa sensación. Los cazadores dicen que la mejor parte del juego es la búsqueda en sí de la presa. Pero un cazador no es realmente bueno si no siente que el placer llega a su punto máximo cuando finalmente abate a la presa.

—¿Cómo lo han averiguado? —repitió el hombre con su susurro sibilante de asmático.

—¿Que lo que intentabas era atacar el circo? —Rhyme miró a Sachs.

—Aunque no había muchos indicios —dijo Sachs—, todo apuntaba…

—¿«Apuntaba»? Sachs, yo diría más bien «empujaba».

—Apuntaba —continuó ella haciendo caso omiso del comentario de Rhyme— hacia lo que iba a hacer en realidad. En el cuarto que hay en el sótano del edificio del Tribunal encontramos la bolsa con la ropa que utilizó para fingir que estaba herido.

—¿Encontró la bolsa?

—Había pintura roja en los zapatos y en el traje —continuó ella—. Y fibras de moqueta.

—Creí que la pintura era sangre falsa. —Rhyme hizo un gesto negativo con la cabeza, enfadado consigo mismo—. Era lógico llegar a ese razonamiento, pero yo debería haber tenido en cuenta otras fuentes. Resultó que la base de datos que tiene el FBI la identificó como una pintura utilizada en automoción: Jenkin Manufacturing. El tono es el rojo anaranjado que se emplea exclusivamente para vehículos de emergencia. Es una fórmula, en concreto, que se vende en latas pequeñas, para retoques. Las fibras también eran del campo de la automoción: procedían de la moqueta resistente que han llevado las ambulancias GMC hasta hace ocho años.

—Así que Lincoln dedujo —continuó Sachs— que había comprado o robado hacía poco una vieja ambulancia y la había reparado. Podría haberle servido para escapar o para realizar otro atentado contra la vida de Charles Grady. Pero entonces Rhyme recordó las virutas de estaño: ¿qué pasaba si procedían realmente de un temporizador como habíamos pensado en un principio? Y, ya que utilizó gasolina en el pañuelo del apartamento de Lincoln…, bueno, pues eso significaba seguramente que iba a esconder una bomba de gasolina en una ambulancia que no era tal.

—Y, a partir de eso, me limité a usar la lógica —intervino Rhyme.

—Lo que quiere decir es que se dejó llevar por la intuición —le reprendió Bell.

—La intuición es una bobada —soltó Rhyme—. Mientras que la lógica no lo es. La lógica es la espina dorsal de la ciencia, y la investigación criminal es ciencia pura.

Sellitto miró a Bell e hizo un gesto de «ya tenemos aquí el sermón».

Pero la insubordinación en las filas no iba a apagar el entusiasmo de Rhyme.

—La lógica, como iba diciendo. Kara nos contó en qué consistía dirigir la atención de los espectadores hacia donde no quiere uno que miren.

Los mejores ilusionistas presentan el truco tan bien que pueden aludir directamente al método que están empleando, a lo que van a hacer de verdad. Pero la gente no les cree, y miran hacia el lado opuesto. Cuando pasa eso, ya está: tú has perdido y ellos han ganado.

—Eso es lo que hiciste tú. Y he de decir que la idea era brillante. Y yo no suelo hacer halagos, ¿verdad, Sachs?… Querías vengarte de Kadesky por el incendio que te arruinó la vida, así que te inventaste un número que te permitiera hacerlo y escapar después, como si se tratara de un acto de ilusionismo que elaboraras para representar en un escenario, con varias capas de desorientaciones. —Rhyme entrecerró los ojos y reflexionó—. La primera de ellas la «forzaste». Kara nos dijo que así lo llaman los ilusionistas, ¿verdad?

El asesino permaneció callado.

—Estoy seguro de que fue ésa la palabra que empleó. Primero, nos «forzaste» a creer que ibas a destruir el circo por venganza. Pero yo no me lo creí: era demasiado obvio. Y nuestra sospecha condujo a la segunda desorientación: dejaste el artículo de periódico sobre Grady, la factura del restaurante, el pase de prensa y la llave del hotel para que nosotros llegáramos a la conclusión de que ibas a matarle… Ah, ¿y la chaqueta del chándal cerca del río Hudson? Ibas a dejarla allí en la escena a propósito, ¿no? Eran pruebas que dejaste porque querías que las encontráramos.

—Sí, iba a dejarla —asintió El Prestidigitador—. Pero al final resultó mejor, ya que, como sus oficiales me sorprendieron, parecía más natural que yo me dejara la chaqueta al huir.

—Fue entonces —continuó el criminalista— cuando pensamos que eras un asesino a sueldo que estaba utilizando la magia para acercarse a Charles Grady y matarle… Comprendimos lo que te traías entre manos. Por ahí iban nuestras sospechas… hasta cierto punto.

—Cierto punto… —El Prestidigitador esbozó una ligera sonrisa—. ¿Lo ve? Cuando se emplea la desorientación para engañar a las personas, personas listas, éstas siguen desconfiando.

—Y ahí entra la desorientación número tres. Para mantener nuestra atención lejos del circo, nos haces creer que te dejas arrestar para entrar en el Centro de Detención, y no para matar a Grady, sino para ayudar a Constable a fugarse. Para entonces, nosotros nos hemos olvidado ya por completo del circo y de Kadesky. Pero la verdad es que tanto Constable como Grady te importaban poco.

—Eran accesorios, desorientaciones para engañarles… —admitió.

—Pues a los de la Unión Patriótica no va a gustarles mucho eso… —murmuró Sellitto entre dientes.

—Yo diría —dijo El Prestidigitador señalando con un gesto a los grilletes— que ésa no es precisamente mi mayor preocupación ahora, ¿no cree?

Pero Rhyme no estaba tan seguro, teniendo en cuenta lo que les había hecho a Constable y al resto de los miembros de la Unión.

Bell señaló con un gesto al Prestidigitador y le preguntó a Rhyme:

—¿Pero por qué se tomó la molestia de hacer que Constable se preparara para la falsa huida?

—Está claro —fue Sellitto quien contestó—, ¿no crees? para desviar nuestra atención del circo de forma que fuera más fácil para él llevar la bomba allí.

—En realidad no, Lon —le contradijo lentamente Rhyme—. Había otra razón.

Al oír estas palabras, o tal vez fuera el tono críptico de la voz de Rhyme, el asesino se volvió hacia el criminalista, que vio cautela en los ojos de El Prestidigitador; verdadera cautela, si no miedo, por vez primera esa noche.

Ya te tengo, pensó Rhyme.

—¿Ves? Había una cuarta desorientación.

—¿Una cuarta? —dijo Sellitto.

—Así es… Él no es Erick Weir —anunció Rhyme en un tono que incluso él mismo tuvo que admitir que resultó excesivamente teatral.