24

Fauces Amarillas se volvió y se abrió paso entre los helechos. Tormenta Blanca y los demás la siguieron.

Zarpa de Fuego sintió un cosquilleo de emoción. Ya no notaba la humedad fría del aire, y hacía mucho que había olvidado su cansancio.

La vieja gata los guió hasta una pequeña hondonada rodeada de maleza espesa, y señaló la entrada al campamento del Clan de la Sombra. La enmarañada masa de zarzas tenía un aspecto muy diferente del impecable túnel de aulagas que conducía al campamento del Clan del Trueno. Los límites del campamento estaban llenos de agujeros y huecos, y el hedor a carne podrida flotó hasta los gatos.

—¿Coméis carroña? —susurró Zarpa de Fuego, frunciendo la boca.

—Nuestros guerreros están acostumbrados a atacar, no a cazar —contestó Cenizo—. Comemos todo lo que encontramos.

—Clan del Trueno, ocultaos en esa mata de helechos de ahí —susurró Fauces Amarillas—. Ese sitio está lleno de setas venenosas que camuflarán vuestro olor. Esperad aquí hasta que oigáis mi llamada.

Luego retrocedió para dejar que otros gatos del Clan de la Sombra abrieran la marcha, y ella se colocó en el centro del grupo, como si fuera su prisionera. Así se encaminaron en silencio al campamento.

Los del Clan del Trueno se instalaron entre las setas, tensos y alerta. Zarpa de Fuego sintió que se le erizaba el pelo. Miró a Zarpa Gris, que estaba a su lado. Su amigo tenía erizado el espeso pelaje del pescuezo, y respiraba entrecortadamente con emoción contenida.

De repente, sonaron aullidos en el campamento. Sin dudar, los gatos del Clan del Trueno salieron disparados de su escondrijo y franquearon la entrada.

Fauces Amarillas, Cenizo, Nube del Alba y Nocturno se hallaban en un claro trillado y fangoso, luchando con seis guerreros de aspecto cruel. Entre ellos, Zarpa de Fuego reconoció a Estrella Rota y a su lugarteniente Patas Negras. Los guerreros parecían hambrientos y estaban llenos de cicatrices de otras batallas, pero Zarpa de Fuego vio sus poderosos músculos latiendo bajo su pelaje desigual.

Alrededor del claro, grupos de gatos escuálidos presenciaron el tumulto con incertidumbre. Sus flacos cuerpos parecían retroceder ante la violencia, mientras sus ojos apagados observaban conmocionados y confusos. Con el rabillo del ojo, Zarpa de Fuego vio que Nariz Inquieta se retiraba para esconderse bajo un arbusto.

Cuando Tormenta Blanca dio la señal con un movimiento de la cabeza, los del Clan del Trueno se unieron al combate.

Zarpa de Fuego agarró a un atigrado gris, pero éste consiguió zafarse. El aprendiz trastabilló, y el guerrero del Clan de la Sombra se volvió hacia él y lo aferró con unas uñas tan puntiagudas como las espinas del endrino. Zarpa de Fuego logró retorcerse y hundió los dientes en su contrincante. El aullido del guerrero le dijo que había encontrado un lugar sensible, de modo que mordió con más fuerza. El guerrero chilló de nuevo, se liberó al fin y huyó hacia los arbustos.

Zarpa de Fuego se puso en pie. Un joven aprendiz del Clan de la Sombra saltó sobre él desde el borde del claro, con su suave pelaje de cachorro erizado de miedo.

Zarpa de Fuego escondió las uñas y lo despachó fácilmente de un golpe.

—Ésta no es tu guerra —resopló.

Tormenta Blanca ya tenía inmovilizado a Patas Negras contra el suelo. Le dio un tremendo mordisco y el lugarteniente herido corrió hacia la entrada del campamento y se perdió en la seguridad del bosque.

—¡Zarpa de Fuego! —gritó Nube del Alba—. ¡Cuidado! Cara Cortada está…

Zarpa de Fuego no oyó el resto. Un corpulento gato marrón se abalanzó sobre él. ¡Cara Cortada! El aprendiz hundió las garras en el suelo y se volvió para pelear. ¡El guerrero que había matado a Jaspeada! Sintió que lo invadía la furia y embistió al gato marrón.

Lo lanzó al suelo y le aplastó la cabeza contra la tierra. Cegado por la ira, se preparó para clavar los colmillos en el cuello de Cara Cortada. Pero antes de que pudiera asestar el golpe mortal, Tormenta Blanca lo apartó de un empujón y agarró al guerrero del Clan de la Sombra.

—Los guerreros del Clan del Trueno no matan a menos que sea necesario —gruñó al oído de Zarpa de Fuego—. ¡Sólo tenemos que dejarles claro que no vuelvan a asomarse por aquí!

Tormenta Blanca le dio a Cara Cortada un feroz mordisco que lo mandó aullando fuera del campamento.

Todavía rabioso, Zarpa de Fuego miró alrededor como un loco. Los guerreros de Estrella Rota se habían marchado.

Detrás de Zarpa Gris sonó un chillido iracundo. Zarpa Gris se apartó de un salto, y Zarpa de Fuego vio a Fauces Amarillas, que tenía agarrado a Estrella Rota con las patas llenas de barro y sangre. El cuerpo del líder sangraba por varias heridas. Tenía las orejas agachadas, y mostraba los dientes desde el suelo, aplastado bajo las poderosas garras de Fauces Amarillas.

—Nunca pensé que fueras más difícil de matar que mi padre —gruñó Estrella Rota.

Fauces Amarillas retrocedió como si la hubiese picado una abeja, con la cara crispada de conmoción y pesar. Aflojó la presión sobre Estrella Rota, quien enseguida la echó a un lado con un movimiento de su potente cuerpo.

—¿Tú mataste a Estrella Mellada? —aulló Fauces Amarillas, con los ojos dilatados de incredulidad.

Estrella Rota la observó con frialdad.

—Tú misma encontraste su cuerpo. ¿No reconociste mi pelo entre sus garras?

Fauces Amarillas lo miró horrorizada.

—Mi padre era un líder blando e insensato. Merecía morir —añadió el guerrero.

—¡No! —siseó la gata, bajando la cabeza. Luego recobró la compostura. Alzó la mirada hacia Estrella Rota, arqueando el lomo—. ¿Y los cachorros de Flor Radiante? ¿Ellos también merecían morir? —inquirió con voz ronca.

Estrella Rota gruñó y se lanzó sobre la gata, obligándola a echarse al suelo. Ella ni siquiera intentó resistirse a aquellas garras afiladas como espinas. Zarpa de Fuego vio, alarmado, que los ojos de la vieja curandera estaban vidriosos de tristeza.

—Esos cachorros eran débiles —bufó Estrella Rota, inclinándose hacia el oído de Fauces Amarillas—. No le habrían servido de nada al Clan de la Sombra. Si no los hubiese matado yo, lo habría hecho otro guerrero.

Un aullido de aflicción brotó de una reina blanca y negra. Estrella Rota no le hizo caso.

—Y debería haberte matado a ti cuando tuve la ocasión —le espetó a Fauces Amarillas—. Parece que tengo algo de la blandura de mi padre. ¡Fui un insensato al permitir que abandonaras el Clan viva!

Se abalanzó hacia ella con la boca abierta, listo para clavarle los colmillos en el cuello.

Zarpa de Fuego fue más rápido. Saltó al lomo de Estrella Rota antes de que éste pudiese cerrar las mandíbulas. El aprendiz hundió las garras en el pelaje apelmazado del atigrado, y lo separó de la exhausta curandera lanzándolo al borde del claro.

Estrella Rota giró en el aire para aterrizar de pie, y miró a Zarpa de Fuego bufando cruelmente.

—¡No malgastes tu tiempo, aprendiz! He compartido sueños con el Clan Estelar. Tendrás que matarme nueve veces antes de que me reúna con ellos. ¿De verdad crees que eres lo bastante fuerte para eso? —Sus ojos relucían confiados y desafiantes.

Zarpa de Fuego le devolvió la mirada. Se le encogió el estómago. ¡Estrella Rota era el líder de un clan! ¿Cómo podía esperar vencerlo? Pero los gatos del Clan de la Sombra que presenciaban la escena habían empezado a acercarse a su líder derrotado, gruñendo y bufando de odio. Estaban magullados y medio muertos de hambre, pero superaban en número a Estrella Rota, quien pareció advertirlo agitando la cola nerviosamente. Se agachó y retrocedió hacia los arbustos. Sus ojos brillaban amenazadores desde las sombras, y encontraron a Zarpa de Fuego entre la multitud.

—Esto no ha terminado, aprendiz —siseó antes de dar media vuelta y desaparecer en el bosque, tras sus guerreros vencidos.

Zarpa de Fuego miró a Tormenta Blanca.

—¿Deberíamos ir tras ellos? —maulló.

El guerrero negó con la cabeza.

—Creo que han captado el mensaje de que no son bien recibidos aquí.

Nocturno, el guerrero del Clan de la Sombra, estuvo de acuerdo.

—Déjalos. Si algún día se atreven a volver por aquí, nuestro clan ya será lo bastante fuerte para enfrentarse a ellos.

El resto de los miembros del Clan de la Sombra estaban apiñados en las ruinas de su campamento, como paralizados por la idea de que su líder se había ido. «Llevará su tiempo reconstruir este clan», pensó Zarpa de Fuego.

—¡Los cachorros!

Zarpa de Fuego oyó el grito de Zarpa Gris; procedía de un rincón lejano del claro. Corrió hacia allí, con Musaraña y Tormenta Blanca a la zaga. Conforme se acercaban, oyeron los quejosos maullidos de los pequeños, que salían de entre un montón de hojas y ramitas. Zarpa Gris y Musaraña escarbaron deprisa entre el follaje, hasta descubrir a los desaparecidos cachorros del Clan del Trueno en el fondo de un pequeño hoyo.

—¿Se encuentran bien? —quiso saber Tormenta Blanca, moviendo la cola con ansiedad.

—Están bien —contestó Zarpa Gris—. La mayoría sólo tienen rasguños. Pero ese pequeño atigrado tiene una herida bastante fea en la oreja. ¿Puedes echarle una mirada, Fauces Amarillas?

La vieja gata estaba lamiéndose sus propias heridas, pero al oír la llamada de Zarpa Gris, corrió al borde del hoyo, donde el aprendiz había depositado cuidadosamente al cachorro atigrado.

Zarpa de Fuego ayudó a su amigo a sacar al resto de los pequeños. La última fue una gatita gris, como los rescoldos de una vieja hoguera. Maulló y se retorció mientras Zarpa de Fuego la dejaba en el suelo. Musaraña los reunió a todos junto a sí y los reconfortó con lametones y caricias.

Fauces Amarillas examinó la oreja desgarrada.

—Tenemos que detener la hemorragia —dijo.

Nariz Inquieta surgió entre las sombras. Tenía la pata delantera envuelta en una capa de telaraña, que le tendió a Fauces Amarillas en silencio. Ella asintió para darle las gracias y empezó a tratar la herida del cachorro.

Nocturno se acercó al grupo del Clan del Trueno.

—Habéis ayudado al Clan de la Sombra a deshacerse de un líder brutal y peligroso, y os estamos agradecidos. Pero ha llegado el momento de que abandonéis nuestro campamento y regreséis al vuestro. Prometo que vuestros terrenos de caza estarán libres de guerreros del Clan de la Sombra mientras encontremos suficiente alimento en nuestro propio territorio.

Tormenta Blanca asintió.

—Cazad en paz durante una luna, Nocturno. El Clan del Trueno sabe que necesitáis tiempo para reconstruir vuestro Clan. —Luego se volvió hacia Fauces Amarillas y le preguntó—: ¿Y tú, Fauces Amarillas? ¿Deseas regresar con nosotros o quedarte aquí con tus viejos camaradas?

La gata lo miró.

—Haré el viaje de regreso con vosotros. —Observó un profundo corte en la pata trasera de Tormenta Blanca—. Necesitaréis una curandera, para vosotros y para los cachorros.

—Gracias —ronroneó Tormenta Blanca.

Sacudió la cola para dar la señal a los gatos del Clan del Trueno y los guió fuera del campamento. Musaraña y Sauce ayudaron a los cachorros, que avanzaban a trompicones, exhaustos y aturdidos. Fauces Amarillas caminó cerca del atigrado herido, levantándolo por el pescuezo cada vez que resbalaba. Zarpa de Fuego y Zarpa Gris los siguieron a través de los zarzales, atravesaron la línea de olor que marcaba el campamento y salieron al bosque.

La luna seguía elevándose en el tranquilo cielo cuando la patrulla del Clan del Trueno inició la larga y penosa caminata que los llevaría a casa mientras, a su alrededor, una lluvia de hojas marrones caían revoloteando al suelo del bosque.