22

Zarpa de Fuego y Zarpa Gris volvieron sobre sus pasos hasta el territorio del Clan del Trueno. Ambos estaban calados hasta los huesos y agotados, pero Zarpa de Fuego no bajó el ritmo. La tormenta estaba empezando a desplazarse. Pronto saldría una patrulla del Clan del Trueno tras la pista de Fauces Amarillas. Ellos tenían que encontrarla primero.

El cielo seguía oscuro, incluso aunque las negras nubes de tormenta empezaban a alejarse hacia el horizonte. Zarpa de Fuego supuso que estarían cerca de la puesta de sol.

—¿Por qué no vamos directamente al territorio del Clan de la Sombra? —propuso Zarpa Gris mientras bajaban corriendo la escarpada ladera que llevaba a los Cuatro Árboles.

—Primero debemos encontrar el rastro de Fauces Amarillas —explicó Zarpa de Fuego—. Y espero que no nos conduzca al campamento del Clan de la Sombra.

Zarpa Gris miró a su amigo de reojo, pero no dijo nada.

Se dirigieron de nuevo hacia el arroyo, para entrar en el territorio del Clan del Trueno. No hubo señales de Fauces Amarillas hasta que cruzaron por el robledal que había cerca del campamento.

Ahora que la tormenta se había debilitado por fin, volvieron a sentirse rodeados de aromas. Zarpa de Fuego tenía la esperanza de que la lluvia no hubiese barrido por completo el rastro de la vieja gata. Se detuvo y rozó un helecho con la punta de la nariz; reconoció una esencia familiar. El olor a miedo de Fauces Amarillas le picó en las fosas nasales.

—¡Ha pasado por aquí! —exclamó.

Se internó en el mojado sotobosque, y Zarpa Gris lo siguió. La lluvia había disminuido, y los truenos se apagaban en la distancia. El tiempo se estaba acabando. Zarpa de Fuego continuó adelante más deprisa.

Para su consternación, reparó en que el olor de Fauces Amarillas los conducía derechos al territorio del Clan de la Sombra. Se sintió descorazonado. ¿Significaba aquello que las acusaciones de Garra de Tigre eran ciertas? Empezó a desear que cada nueva pista los llevase en otra dirección, pero el rastro era decidido.

Llegaron al Sendero Atronador y se detuvieron. Varios monstruos pasaron rugiendo y levantando cascadas de agua sucia. Los dos amigos permanecieron al borde del ancho camino gris hasta que hubo un hueco. Entonces cruzaron a la carrera hasta el territorio del Clan de la Sombra.

Ante las marcas olorosas que bordeaban la frontera, Zarpa de Fuego sintió un hormigueo en las patas.

Zarpa Gris paró y miró alrededor, nervioso.

—Siempre había pensado que cuando por fin entrara en el territorio del Clan de la Sombra, vendrían algunos guerreros más conmigo —confesó.

—No tendrás miedo, ¿verdad? —murmuró Zarpa de Fuego.

—¿Acaso tú no lo tienes? Mi madre me advirtió muchas veces sobre el hedor del Clan de la Sombra.

—Mi madre nunca me enseñó tales cosas —replicó su amigo, pero por primera vez se sintió aliviado por tener el pelaje mojado y pegado al cuerpo: así Zarpa Gris no notaría cómo se le había erizado el lomo de miedo.

Siguieron adelante, alertas a cualquier visión u olor. Zarpa Gris estaba atento a las patrullas del Clan de la Sombra, y Zarpa de Fuego, al pelotón del Clan del Trueno que llegaría pronto.

El rastro oloroso de Fauces Amarillas los condujo al corazón de los terrenos de caza del Clan de la Sombra. Allí el bosque resultaba tenebroso, y el sotobosque estaba lleno de ortigas y zarzas.

—No puedo oler a Fauces Amarillas —se quejó Zarpa Gris—. Está demasiado mojado.

—El rastro está ahí —le aseguró Zarpa de Fuego.

—En cambio eso sí que puedo olerlo —bufó de pronto.

—¿El qué? —siseó Zarpa de Fuego y se detuvo, alarmado.

—Olor de cachorros. ¡Aquí hay sangre de cachorro!

Zarpa de Fuego olfateó de nuevo, buscando la esencia de los retoños del Clan del Trueno.

—Yo también lo detecto —declaró—. ¡Y algo más!

Bajó la cola de golpe, indicándole a Zarpa Gris que no hiciese ruido. Luego, en silencio, señaló con el hocico un fresno ennegrecido que había más adelante.

Zarpa Gris torció las orejas interrogativamente, y su amigo movió apenas la cabeza. Fauces Amarillas estaba refugiada debajo del ancho tronco hendido.

Los dos gatos se separaron instintivamente, moviéndose en dirección al árbol, cada uno por un lado. Avanzaron sobre el mullido suelo forestal usando todos los trucos del entrenamiento básico, pisando con suavidad y manteniendo el cuerpo agachado.

Luego saltaron.

Fauces Amarillas aulló de sorpresa cuando aterrizaron junto a ella y la inmovilizaron contra el suelo. Luchó para liberarse, bufando, y retrocedió hasta un hueco situado en la base del tronco. Ambos gatos se acercaron, bloqueándole la salida.

—¡Sabía que el Clan del Trueno me consideraría culpable! —siseó la gata; en sus ojos centelleaba toda su antigua hostilidad.

—¿Dónde están los pequeños? —exigió saber Zarpa de Fuego.

—¡Hemos olido su sangre! —bufó Zarpa Gris—. ¿Les has hecho daño?

—Yo no los tengo —gruñó Fauces Amarillas—. He venido a localizarlos para devolvéroslos. Me he parado porque también he captado el olor a sangre. Pero los cachorros no están aquí.

Los dos amigos se miraron.

—¡Yo no los tengo! —insistió Fauces Amarillas.

—Entonces, ¿por qué has huido del campamento? ¿Por qué has matado a Jaspeada? —Zarpa Gris hizo las preguntas que Zarpa de Fuego no tenía ánimo de plantear en voz alta.

—¡¿Jaspeada está muerta?! —inquirió Fauces Amarillas, con voz conmocionada.

Zarpa de Fuego sintió un gran alivio.

—¿No lo sabías? —preguntó con voz ronca.

—¿Cómo iba a saberlo? He abandonado el campamento en cuanto he oído que los cachorros habían desaparecido.

Zarpa Gris parecía receloso, pero el otro percibió la verdad en la voz de la vieja curandera.

—Sé quién se los ha llevado —continuó Fauces Amarillas—. He captado su olor cerca de la maternidad.

—¿Quién es? —preguntó Zarpa de Fuego.

—Cara Cortada… uno de los guerreros de Estrella Rota. Y mientras los cachorros estén en el Clan de la Sombra, se hallarán en peligro.

—Pero ¡ni siquiera el Clan de la Sombra haría daño a unos cachorros! —objetó Zarpa Gris.

—No estés tan seguro —espetó Fauces Amarillas—. Estrella Rota pretende utilizarlos como guerreros.

—Pero ¡si sólo tienen tres lunas de edad! —exclamó Zarpa de Fuego con voz ahogada.

—Eso no lo ha detenido con anterioridad. Desde que se convirtió en líder, ha estado entrenando a cachorros de apenas tres lunas. Al cumplir cinco lunas, ¡los manda a servir como guerreros!

—Pero ¡serán demasiado pequeños para luchar! —protestó Zarpa de Fuego. Aunque luego recordó a los aprendices del Clan de la Sombra que había visto en la Asamblea, de un tamaño inferior al normal. No sólo eran pequeños: ¡eran cachorros!

Fauces Amarillas resopló desdeñosa.

—Eso no le preocupa a Estrella Rota. Tiene cachorros de sobra, y si se le agotan, ¡siempre puede robar los de otros clanes! —Su voz rezumaba ira—. Después de todo, ¡estamos hablando de un gato que mató a cachorros de su propio clan!

Ambos aprendices se quedaron atónitos.

—Si mató a crías del Clan de la Sombra, ¿por qué no fue castigado? —preguntó Zarpa de Fuego al cabo.

—Porque mintió —gruñó Fauces Amarillas. La amargura le endurecía la voz—. Él me acusó de su muerte, ¡y el Clan de la Sombra lo creyó!

Zarpa de Fuego lo comprendió todo de repente.

—¿Por eso te expulsaron del Clan de la Sombra? —preguntó—. Tienes que regresar con nosotros y contarle esto a Estrella Azul.

—¡No antes de haber rescatado a vuestros cachorros! —replicó la gata.

Zarpa de Fuego levantó la cabeza y olfateó el aire. La lluvia había cesado y el viento estaba amainando. La patrulla del Clan del Trueno estaría ya de camino. Allí no estaban a salvo.

Zarpa Gris seguía conmocionado por la acusación de Fauces Amarillas.

—¿Cómo puede un líder matar a cachorros de su propio clan? —quiso saber.

—Estrella Rota insistía en someterlos a un entrenamiento demasiado duro cuando eran demasiado pequeños. Un día se llevó a dos para hacer prácticas de combate. —Fauces Amarillas respiró hondo, resollando—. Sólo tenían cuatro lunas de edad. Cuando Estrella Rota me los llevó, ya estaban muertos. Tenían zarpazos y mordiscos de un guerrero hecho y derecho, no de aprendices. Estrella Rota debía de haber peleado personalmente con ellos. Yo no pude hacer nada por su vida. Cuando la madre de los pequeños vino a verlos, Estrella Rota estaba conmigo. Dijo que me había encontrado sobre los cadáveres. —A la gata se le quebró la voz, y desvió la mirada.

—¿Por qué no le contaste a la madre que había sido Estrella Rota? —preguntó Zarpa de Fuego con incredulidad.

Fauces Amarillas negó con la cabeza.

—No podía.

—¿Por qué?

La vieja gata dudó. Cuando al fin habló, su voz irradiaba pesadumbre:

—Estrella Rota es el líder del Clan de la Sombra. El noble Estrella Mellada era su padre. Su palabra es ley.

Zarpa de Fuego miró hacia otro lado. Los tres gatos permanecieron un rato en silencio. Al final, Zarpa de Fuego maulló:

—Esta noche rescataremos a los cachorros. Pero no podemos quedarnos aquí. Huelo que se acerca la patrulla del Clan del Trueno. —Hizo una pausa—. Si Garra de Tigre está con ellos, Fauces Amarillas no tendrá ninguna posibilidad. La matará antes de que podamos darle una explicación.

La gata lo miró, alerta y resuelta de nuevo.

—Por este lado hay turba; estará mojada después de la lluvia —dijo—. Nuestro olor quedará camuflado ahí.

Saltó a una mata de helechos y los dos amigos la siguieron. Oyeron el susurro de la maleza en la distancia. Ya no era el viento que movía los arbustos, sino una patrulla que se aproximaba, sin duda sedienta de venganza y enardecida por las mentiras de Garra de Tigre.

Una quietud turbadora se instaló en el bosque, y una fina neblina empezó a formarse alrededor de los árboles. Zarpa de Fuego se sacudió las gotas de lluvia del pelo y se quitó con impaciencia un abrojo del pecho.

Fauces Amarillas los guió. El suelo estaba cada vez más esponjoso, y sus patas empezaron a hundirse en la blanda turba. El olor a moho saturó el olfato de Zarpa de Fuego, pero al menos eso enmascararía su propio rastro. Tras ellos, el sonido de gatos era cada vez más intenso.

—Rápido, aquí debajo —los urgió Fauces Amarillas, agachándose bajo un arbusto de hojas anchas.

Los tres gatos se agazaparon allí, cuidándose bien de esconder la cola. Zarpa de Fuego se quedó tan inmóvil como pudo, procurando pasar por alto la maloliente humedad del suelo que le empapaba la barriga, y escuchando a la patrulla del Clan del Trueno, que iba acercándose más y más.