21

—¡Fauces Amarillas ha matado a Jaspeada y se ha llevado mis cachorros! —chilló Escarcha.

Las otras reinas corrieron a su lado e intentaron calmarla con lametones y caricias, pero Escarcha las rechazó y aulló su dolor al cielo, que estaba cada vez más oscuro. Como en respuesta, el cielo rugió amenazadoramente y un viento frío alborotó el pelo de los gatos.

—¡Fauces Amarillas! —siseó Garra de Tigre—. Siempre he sabido que era una traidora. Ahora ya sabemos cómo consiguió vencer al lugarteniente del Clan de la Sombra. ¡Era todo una artimaña tramada para engañarnos e introducirse fraudulentamente en nuestro clan!

Un relámpago estalló en lo alto, acentuando las palabras de Garra de Tigre con un destello blanco y cegador, y el rugido de un trueno resonó por todo el bosque.

Zarpa de Fuego no podía creer lo que estaba oyendo. Aturdido de congoja, le daba vueltas la cabeza. ¿Fauces Amarillas podía haber matado de verdad a Jaspeada?

Por encima de los murmullos conmocionados, Cebrado maulló bien alto:

—¡Estrella Azul! ¿Tú qué dices?

Todos los gatos se volvieron en silencio hacia su líder.

La mirada de Estrella Azul recorrió la multitud y acabó deteniéndose en el cuerpo de Jaspeada. Empezaron a caer las primeras gotas de lluvia, centelleando como rocío sobre el lustroso pelaje de la curandera.

Estrella Azul parpadeó lentamente. Tenía el rostro ensombrecido de aflicción, y durante un momento Zarpa de Fuego temió que aquella nueva muerte sobrepasara a su líder. Pero cuando la gata volvió a abrir los ojos, éstos brillaban con una fiereza que mostraba su determinación de vengarse de aquel cruel ataque. Estrella Azul alzó la cabeza.

—Si Fauces Amarillas ha matado a Jaspeada y se ha llevado a los cachorros de Escarcha, la buscaremos y atraparemos sin compasión —declaró, y la multitud maulló con aprobación—. Pero debemos esperar —continuó—. Se avecina una tormenta, y no estoy preparada para arriesgar más vidas. Si el Clan de la Sombra tiene a nuestros pequeños, éstos no sufrirán ningún daño de momento. Sospecho que Estrella Rota los quiere como reclutas para su propio clan, o como rehenes… para obligarnos a dejarlos cazar en nuestro territorio. En cuanto la tormenta haya pasado, una patrulla seguirá a Fauces Amarillas y traerá de vuelta a nuestros cachorros.

—No podemos perder tiempo, ¡o el rastro se perderá con la lluvia! —protestó Garra de Tigre.

Estrella Azul agitó la cola con impaciencia.

—Si mandamos una partida de caza ahora, nuestros esfuerzos se desperdiciarán igualmente. Con este temporal, el rastro se habrá perdido para cuando estemos listos. Si esperamos hasta después de la tormenta, tendremos más posibilidades de éxito.

Hubo murmullos de conformidad entre los miembros del clan. Incluso aunque el sol estaba en lo más alto, el cielo se veía cada vez más negro. Los gatos se sentían inquietos con los relámpagos y truenos, y parecían inclinados a escuchar los consejos de su líder.

Estrella Azul miró a su lugarteniente.

—Me gustaría discutir contigo nuestros planes, Garra de Tigre.

El guerrero asintió y se encaminó a la guarida de la líder, pero ésta vaciló. Lanzó una mirada a Zarpa de Fuego, señalándole con un movimiento de la cola y el hocico que quería hablar con él a solas.

Los otros gatos se congregaron alrededor de Jaspeada y empezaron a compartir lenguas con ella; sus aullidos de pena sonaron por encima de los truenos. Estrella Azul se abrió paso entre ellos y se dirigió al túnel de helechos que conducía a la guarida de la curandera.

Zarpa de Fuego rodeó a los apenados gatos en silencio y siguió a Estrella Azul. Debajo de los helechos estaba muy oscuro. La tormenta había tapado el sol matinal, de modo que parecía como si hubiese caído la noche. Ahora llovía con más fuerza, rociando ruidosamente las hojas, pero al menos el claro de Jaspeada estaba resguardado.

—Zarpa de Fuego —maulló la líder con urgencia cuando él llegó a su lado—. ¿Dónde está Fauces Amarillas? ¿Lo sabes?

El joven apenas la oía. No pudo evitar acordarse de la última vez que había entrado en aquel claro. Lo asaltó una ardiente imagen de Jaspeada saliendo de su refugio con su pelaje resplandeciendo a la luz del sol, y cerró los ojos para conservarla.

—Zarpa de Fuego —le espetó la gata—, debes guardar tu aflicción para más tarde.

El aprendiz se sacudió.

—Yo… he visto cómo Fauces Amarillas atravesaba los límites del campamento después de que desaparecieran los cachorros. ¿En serio crees que ella ha matado a Jaspeada y se ha llevado a los pequeños?

Estrella Azul lo miró fijamente.

—No lo sé —admitió—. Quiero que la encuentres y la traigas de vuelta… viva. Necesito saber la verdad.

—¿No vas a mandar a Garra de Tigre?

—Garra de Tigre es un gran guerrero, pero en este caso su lealtad al clan puede nublar su entendimiento —explicó Estrella Azul—. Él quiere darle al clan la venganza que éste desea. Ningún gato puede culparlo por eso. El clan cree que Fauces Amarillas nos ha traicionado, y si Garra de Tigre piensa que puede tranquilizar al clan entregándole el cadáver de Fauces Amarillas, eso es lo que hará.

Zarpa de Fuego asintió. La líder tenía razón: Garra de Tigre mataría a Fauces Amarillas sin vacilar.

Estrella Azul se mostró severa un momento:

—Si descubro que Fauces Amarillas es una traidora, entonces yo misma la mataré. Pero si no lo es… —Sus ojos azules miraron al aprendiz con ardor—. No permitiré que un gato inocente muera.

—Pero ¿y si Fauces Amarillas no regresa? —maulló Zarpa de Fuego.

—Regresará si tú se lo pides.

El aprendiz se quedó asombrado por la confianza que la líder depositaba en él. La enormidad de lo que le estaba pidiendo lo abrumó, y se preguntó si tendría el coraje suficiente para llevarlo a cabo.

—¡Vete ya! —ordenó la gata—. Pero ten cuidado: estarás solo, y quizá haya patrullas enemigas ahí fuera. Esta tormenta mantendrá a nuestros guerreros en el campamento un rato.

Un trueno resonó en lo alto mientras Zarpa de Fuego salía corriendo al claro. La lluvia caía con fuerza, golpeándolo como piedras diminutas. Un rayo iluminó las caras de Cebrado y Rabo Largo, que lo observaron cruzar el claro.

Zarpa de Fuego pasó junto a la maternidad. No podía marcharse sin compartir lenguas con Jaspeada. Los demás gatos habían corrido en busca de refugio, abandonando el cuerpo de la curandera bajo el aguacero; se apretujaban bajo los helechos goteantes, maullando atemorizados su pérdida.

Zarpa de Fuego hundió la nariz en el pelaje mojado de Jaspeada, aspirando su aroma por última vez.

—Adiós, mi dulce Jaspeada —murmuró.

Alzó las orejas al oír las voces de Escarcha y Cola Pintada, que estaban hablando cerca. Se quedó inmóvil, esforzándose por captar lo que decían.

—Fauces Amarillas ha debido de tener ayuda —gruñó Cola Pintada.

—¿Te refieres a alguien del Clan del Trueno? —inquirió Escarcha con voz ansiosa.

—Ya habrás oído lo que Garra de Tigre ha dicho sobre Cuervo. Quizá el joven aprendiz haya tenido algo que ver con esto. Yo nunca me he sentido muy a gusto con él.

A Zarpa de Fuego se le erizó el lomo. Si Garra de Tigre había propagado sus maliciosos rumores incluso hasta en la maternidad, Cuervo ya no estaría seguro en ningún lugar del campamento. Así pues, tendría que actuar con rapidez. Primero encontraría a Fauces Amarillas, luego se ocuparía de Cuervo. Corrió hacia el punto en que había visto a Fauces Amarillas por última vez. Conocía el olor de la gata tan bien que podía captarlo incluso a través de las hojas empapadas de lluvia. Empezó a internarse entre las matas, con la boca abierta para detectar adónde llevaba su rastro.

—¡Zarpa de Fuego!

El joven pegó un brinco, pero se relajó al darse cuenta de que era la voz de Zarpa Gris.

—¡Te estaba buscando! —maulló su amigo, corriendo hacia él.

Zarpa de Fuego volvió a salir de entre los helechos ágilmente.

Zarpa Gris bizqueó cuando la lluvia le goteó por el largo pelaje y le entró en los ojos.

—¿Adónde ibas? —maulló.

—A buscar a Fauces Amarillas.

—¿Tú solo? —El ancho rostro de Zarpa Gris mostró inquietud.

Zarpa de Fuego pensó un momento y decidió contarle a su amigo la verdad.

—Estrella Azul me ha pedido que la traiga de vuelta —explicó.

—¿Qué? —exclamó Zarpa Gris desconcertado—. ¿Por qué tú?

—Quizá crea que la conozco mejor y que la encontraré más fácilmente.

—¿No tendría más posibilidades un grupo de guerreros? Garra de Tigre es el mejor rastreador del clan, y si alguien puede traer de vuelta a Fauces Amarillas, ése es él.

—A lo mejor él no la traería de vuelta —murmuró Zarpa de Fuego.

—¿Qué quieres decir?

—Garra de Tigre busca venganza. Él se limitaría a matarla.

—Pero si Fauces Amarillas ha matado a Jaspeada y se ha llevado a los cachorros…

—¿De verdad lo crees? —preguntó Zarpa de Fuego.

Zarpa Gris miró a su amigo y sacudió la cabeza confuso.

—¿Piensas que Fauces Amarillas es inocente? —maulló.

—No lo sé. Y Estrella Azul tampoco lo sabe. Ella quiere averiguar la verdad. Por eso me ha mandado a mí en vez de a Garra de Tigre.

—Pero si Estrella Azul le ordenase a Garra de Tigre que trajera viva a Fauces Amarillas… —Las palabras de Zarpa Gris quedaron ahogadas por el ensordecedor estallido de un trueno, y un relámpago iluminó los árboles que los rodeaban.

Bajo la deslumbrante luz, Zarpa de Fuego vio cómo Escarcha echaba a Cuervo de la maternidad. El rostro de la reina blanca estaba crispado de furia; bufó al joven gato negro y se abalanzó sobre él para darle un mordisco de advertencia en la pata trasera.

Zarpa Gris se volvió hacia su amigo.

—¿De qué va todo esto? —maulló.

Zarpa de Fuego le devolvió la mirada, mientras su mente cambiaba de idea. Parecía que a Cuervo se le había acabado el tiempo, y él necesitaba la ayuda de Zarpa Gris. Pero ¿su amigo lo creería? El viento había empezado a rugir entre los árboles y Zarpa de Fuego tuvo que levantar la voz:

—¡Cuervo se halla en un grave peligro!

—¿Qué?

—Tengo que alejarlo del Clan del Trueno. Ahora mismo, antes de que le suceda algo.

Zarpa Gris pareció desconcertado.

—¿Por qué? ¿Y qué hay de Fauces Amarillas?

—No hay tiempo para explicaciones —maulló Zarpa de Fuego con urgencia—. Tendrás que confiar en mí. Debe de haber un modo de alejar a Cuervo. Estrella Azul mantendrá a los guerreros en el campamento hasta que pase la tormenta, pero eso no nos deja demasiado tiempo. —Trató de recordar los rincones ocultos del bosque, más allá del territorio del Clan del Trueno—. Tendremos que llevar a Cuervo a algún sitio en que Garra de Tigre no lo encuentre, algún sitio donde pueda sobrevivir sin el clan.

Zarpa Gris lo miró fijamente un momento.

—¿Qué te parece con Centeno?

—¡Centeno! —repitió Zarpa de Fuego—. ¿Quieres decir que llevemos a Cuervo a la zona de Dos Patas? —Agitó las orejas de la emoción—. Sí, ésa podría ser la mejor idea.

—¡Pues entonces, andando! —maulló Zarpa Gris—. Vamos.

Zarpa de Fuego sintió un enorme alivio. Debería haber sabido que su viejo amigo lo ayudaría. Se sacudió la lluvia de la cabeza y luego tocó el pelo de Zarpa Gris con el hocico.

—Gracias —ronroneó—. Vayamos por Cuervo.

Encontraron a su amigo ovillado tristemente en la guarida de los aprendices. Arenisca y Polvoroso también estaban en su lecho, con aspecto tenso y asustado mientras la tormenta restallaba sobre sus cabezas.

—Cuervo —siseó Zarpa de Fuego asomándose.

Cuervo levantó la mirada. Zarpa de Fuego movió las orejas y el aprendiz negro lo siguió bajo la tormenta.

—Vamos a llevarte con Centeno —susurró Zarpa de Fuego.

—¿Centeno? —maulló Cuervo asombrado, entornando los ojos para protegérselos de la lluvia—. ¿Por qué?

—Porque allí estarás a salvo —respondió, mirándolo a los ojos.

—¿Has visto lo que me ha hecho Escarcha? —preguntó Cuervo con voz temblorosa—. Yo sólo pretendía comprobar si los pequeños estaban…

—Vamos —lo interrumpió Zarpa de Fuego—. ¡Debemos darnos prisa!

Cuervo lo miró.

—Gracias —murmuró. Luego se volvió hacia el viento y cruzó el claro a grandes saltos.

Los tres aprendices se abalanzaron hacia la entrada del campamento, con el pelo aplastado por el viento aullador. Cuando iban a entrar en el túnel de aulagas, una voz los llamó:

—¡Vosotros tres! ¿Adónde vais?

Era Garra de Tigre.

Zarpa de Fuego se volvió de golpe, sintiendo que se le caía el alma a los pies. Se preguntó desesperadamente qué podría decir, pero entonces vio que Estrella Azul se dirigía hacia ellos. La gata arrugó el entrecejo un momento, pero luego su cara se relajó.

—Bien hecho, Zarpa de Fuego —maulló—. Veo que has convencido a tus amigos para que te acompañen. El Clan del Trueno tiene aprendices valientes, Garra de Tigre, si están dispuestos a realizar una tarea con un tiempo como éste.

—Pues éste no es momento para tareas, ¿no te parece? —objetó Garra de Tigre.

—Una de las crías de Pecas se ha acatarrado. —Estrella Azul habló con una voz glacialmente tranquila—. Zarpa de Fuego se ha ofrecido a ir a recoger un poco de fárfara para ella.

—¿Es necesario que sus amigos vayan también con él? —inquirió el guerrero.

—Con esta tormenta, creo que es afortunado de tener compañía —respondió la líder. Miró intensamente a Zarpa de Fuego, quien fue consciente de pronto de la confianza que estaba depositando en él—. Marchaos los tres —ordenó.

Zarpa de Fuego le devolvió la mirada agradecido.

—Gracias —ronroneó, inclinando la cabeza.

Con una breve mirada a sus compañeros, abrió la marcha a través de los conocidos senderos que llevaban a los Cuatro Árboles. El viento rugía a través de las ramas y los árboles se balanceaban; los troncos gemían y crujían como si fueran a caer en cualquier momento. La lluvia se colaba a través de las hojas, empapando a los gatos hasta el pellejo.

Alcanzaron el arroyo, pero las piedras sobre las que solían saltar para cruzarlo habían desaparecido debajo del agua. Los gatos se detuvieron en la orilla y miraron abatidos el ancho río, revuelto y de color marrón.

—Por aquí —maulló Zarpa de Fuego—. Hay un árbol caído. Podemos utilizarlo para cruzar.

Guió a Zarpa Gris y Cuervo arroyo arriba, hasta un tronco que descansaba a sólo un pasito de la corriente de agua.

—Tened cuidado, ¡estará resbaladizo! —les advirtió Zarpa de Fuego, saltando precavidamente sobre él.

El tronco había perdido toda la corteza, y sólo quedaba una madera lisa y mojada por la que avanzar haciendo equilibrios. Los tres gatos lo recorrieron cuidadosamente. Zarpa de Fuego llegó al otro lado y observó a sus amigos hasta que todos estuvieron en tierra y a salvo.

En aquel lado los árboles eran más grandes, lo que les proporcionaba mayor refugio de la tormenta mientras corrían, uno al lado de otro.

—¿Vais a contarme exactamente por qué tenemos que alejar a Cuervo del campamento? —pidió Zarpa Gris.

—Porque él sabe que Garra de Tigre mató a Cola Roja —respondió Zarpa de Fuego.

—¡Garra de Tigre mató a Cola Roja! —repitió Zarpa Gris con incredulidad, frenando en seco y mirando primero a Zarpa de Fuego y después a Cuervo.

—En la batalla contra el Clan del Río —resopló Cuervo—. Yo lo vi.

—Pero ¿por qué haría eso Garra de Tigre? —protestó Zarpa Gris, reemprendiendo la marcha. Empezaron a bajar la pendiente que llevaba al claro de los Cuatro Árboles.

—No lo sabemos. A lo mejor pensaba que Estrella Azul iba a nombrarlo lugarteniente —sugirió Zarpa de Fuego, alzando la voz contra el viento.

Zarpa Gris no respondió, pero su rostro se ensombreció.

Luego, los aprendices comenzaron a ascender la cuesta que conducía al territorio del Clan del Viento. Mientras subía saltando de roca en roca, Zarpa de Fuego siguió hablando con Zarpa Gris, que iba detrás de él. Quería que su amigo supiera lo peligroso que era para Cuervo quedarse en el campamento del Clan del Trueno.

—La noche que Corazón de León murió, oí hablar a Garra de Tigre con Cebrado y Rabo Largo —dijo—. Quiere deshacerse de Cuervo.

—¿Deshacerse de Cuervo? ¿Te refieres a matarlo? —Zarpa Gris se sentó pesadamente sobre una piedra.

Zarpa de Fuego también se detuvo. Contempló a sus amigos. Cuervo se había parado a cierta distancia, en la cuesta, y estaba resollando para recuperar el aliento. Parecía más pequeño que nunca con el pelo empapado y adherido a su flaco cuerpo.

—¿Has visto cómo Escarcha trataba hoy a Cuervo? —le preguntó Zarpa de Fuego a Zarpa Gris—. Garra de Tigre ha estado insinuando a todo el mundo que Cuervo es un traidor. Pero Cuervo estará a salvo con Centeno. Ahora sigamos, ¡debemos darnos prisa!

Era imposible hablar en la extensa amplitud del territorio del Clan del Viento. El viento aullaba alrededor mientras truenos y relámpagos estallaban retumbantes sobre ellos. Los tres gatos bajaron la cabeza y se internaron en el corazón de la tormenta.

Por fin alcanzaron el extremo de la meseta que marcaba el límite del territorio del Clan del Viento.

—No podemos llevarte más lejos, Cuervo —maulló Zarpa de Fuego a través del vendaval—. Tenemos que regresar y encontrar a Fauces Amarillas antes de que la tormenta remita.

Cuervo miró a través de la fuerte lluvia, alarmado. Luego asintió.

—¿Podrás encontrar a Centeno tú solo? —chilló Zarpa de Fuego.

—Sí, recuerdo el camino.

—Ten cuidado con los perros —le advirtió Zarpa Gris.

Cuervo asintió.

—¡Lo tendré! —De pronto, arrugó el entrecejo—. ¿Cómo podéis estar seguros de que Centeno me recibirá bien?

—¡Tú cuéntale que una vez atrapaste una víbora! —respondió Zarpa de Fuego, frotándole con afecto el lomo empapado de lluvia—. Anda, vete —lo apremió, consciente de que quedaba poco tiempo. Lamió el delgado pecho de Cuervo—. Y no te preocupes: me encargaré de que todos sepan que no has traicionado al Clan del Trueno.

—¿Y si Garra de Tigre viene a buscarme? —La voz de Cuervo sonaba muy débil contra la estruendosa tormenta.

Zarpa de Fuego lo miró fijamente a los ojos.

—Garra de Tigre no irá a buscarte —dijo—. Le contaré que has muerto.