20

Cuando Zarpa de Fuego regresó, el campamento ya tenía mejor aspecto. Los grupos de gatos habían estado arreglando y reparando sin cesar durante todo el día. Escarcha y Flor Dorada seguían atareadas fortificando las paredes de la maternidad, pero el muro exterior parecía sólido y seguro una vez más.

El aprendiz cruzó el claro para ver si había algo de carne fresca. Pasó junto a Arenisca y Polvoroso, que estaban preparándose para salir con la próxima patrulla.

—Lo siento —maulló Arenisca mientras Zarpa de Fuego olfateaba por la zona de comida—. Nos hemos zampado los dos últimos ratones.

Zarpa de Fuego se encogió de hombros. Cazaría algo él mismo más tarde. Se dirigió a la guarida de los aprendices, donde encontró a Zarpa Gris apoyado en el tocón de árbol, lamiéndose una pata delantera.

—¿Dónde está Cuervo? —le preguntó mientras se sentaba.

—Aún no ha vuelto de su misión. ¡Mira esto! —Zarpa Gris alargó la pata para que su amigo la examinara. La almohadilla estaba desgarrada y sangraba—. Garra de Tigre me ha mandado pescar, y he resbalado sobre una piedra afilada del arroyo.

—Ese corte parece bastante profundo. Deberías ir a que Jaspeada le echara un vistazo. Por cierto, ¿adónde ha mandado Garra de Tigre a Cuervo?

—Ni idea. Yo estaba metido hasta la barriga en agua fría —masculló Zarpa Gris. Luego se puso en pie y se marchó cojeando al refugio de Jaspeada.

Zarpa de Fuego se puso cómodo, con los ojos fijos en la entrada del campamento, y esperó a Cuervo. Después de haber oído la conversación de los guerreros la noche anterior, no podía librarse de la sensación de que algo espantoso iba a sucederle a su amigo. Le dio un vuelco el corazón cuando vio que Garra de Tigre entraba en el campamento solo.

Esperó más. La luna ya estaba alta en el cielo. Desde luego, Cuervo ya debería estar de vuelta a esas alturas. Zarpa de Fuego deseó haber hablado con Estrella Azul cuando tuvo la ocasión. Cebrado y Rabo Largo estaban custodiando la guarida de la líder, y desde luego no quería que ellos oyeran sus inquietudes.

Garra de Tigre había llegado con presas recién cazadas, que estaba compartiendo con Tormenta Blanca delante del refugio de los guerreros. Zarpa de Fuego tenía mucha hambre. Quizá debía ir a cazar algo, y puede que se encontrase con Cuervo fuera del campamento. Mientras se preguntaba qué hacer, vio que Cuervo aparecía por el túnel de aulagas. Lo recorrió un estremecimiento de alivio, y no sólo porque su amigo traía carne fresca en la boca.

El aprendiz negro fue derecho hacia Zarpa de Fuego y dejó la comida en el suelo.

—¡Aquí hay bastante para los tres! —maulló Cuervo con orgullo—. Y debería saber especialmente bien: procede del territorio del Clan de la Sombra.

Zarpa de Fuego soltó un maullido ahogado.

—¿Has cazado en el territorio del Clan de la Sombra?

—Ésa era mi misión —explicó Cuervo.

—¿Garra de Tigre te ha mandado a cazar en terreno enemigo? —Apenas podía creerlo—. Debemos contárselo a Estrella Azul. ¡Eso ha sido demasiado peligroso!

Cuervo negó con la cabeza. Sus ojos parecieron atormentados y oscurecidos por el miedo.

—Oye, mejor no digas nada, ¿vale? —siseó—. He sobrevivido. Incluso he cazado algunas presas. Eso es todo.

—¡Has sobrevivido esta vez! —resopló Zarpa de Fuego.

—¡Chist! Garra de Tigre está mirando. ¡Cómete tu parte y cierra el pico! —espetó Cuervo.

Zarpa de Fuego se encogió de hombros y tomó una pieza de carne. Cuervo comió deprisa, evitando la mirada de su amigo. Al cabo de un rato, preguntó:

—¿Guardamos algo para Zarpa Gris?

—Ha ido a ver a Jaspeada —respondió Zarpa de Fuego—. Se ha hecho un corte en la pata. No sé cuándo regresará.

—Bueno, pues guárdale lo que quieras —respondió Cuervo, exhausto de repente—. Yo estoy cansado; necesito dormir.

Se levantó y entró en la guarida.

Zarpa de Fuego se quedó fuera, observando cómo el resto del campamento se preparaba para pasar la noche. Iba a tener que contarle a Cuervo lo que había oído en el bosque la noche anterior. Su amigo debía saber en qué peligro se hallaba.

Garra de Tigre estaba tumbado junto a Tormenta Blanca, compartiendo lenguas con él, pero con un ojo clavado en el dormitorio de los aprendices. Zarpa de Fuego bostezó para mostrarle al lugarteniente lo agotado que estaba. Luego se puso en pie y siguió a Cuervo al interior.

Cuervo ya se había dormido, pero Zarpa de Fuego notó que estaba soñando por la manera en que agitaba las patas y los bigotes. Supo que no se trataba de un sueño agradable por los leves maullidos y quejidos que emitía. El aprendiz negro se levantó de golpe, con los ojos como platos de terror. Tenía el pelo erizado y el lomo arqueado.

—¡Cuervo! —exclamó Zarpa de Fuego alarmado—. Tranquilízate. Estás en nuestra guarida. ¡Sólo estoy yo aquí!

Cuervo miró alrededor frenéticamente.

—Sólo estoy yo —repitió Zarpa de Fuego.

Cuervo parpadeó y pareció reconocer a su amigo. Se derrumbó en su lecho.

—Cuervo —maulló Zarpa de Fuego muy serio—. Hay algo que debes saber. Algo que oí anoche cuando estaba buscando ajo silvestre.

Su amigo apartó la mirada, todavía temblando por la pesadilla, pero Zarpa de Fuego insistió:

—Oí que Garra de Tigre le contaba a Cebrado y Rabo Largo que tú habías traicionado al Clan del Trueno. Les dijo que te escabulliste durante el viaje a la Piedra Lunar y le contaste al Clan de la Sombra que el campamento estaba desprotegido.

Cuervo dio media vuelta para encararse con él.

—Pero ¡no lo hice! —exclamó.

—Por supuesto que no. Pero Cebrado y Rabo Largo creen que sí, y Garra de Tigre los convenció de que debían librarse de ti.

Cuervo se había quedado atónito y respiraba entre jadeos.

—¿Por qué Garra de Tigre querría librarse de ti? —preguntó Zarpa de Fuego dulcemente—. Él es uno de los guerreros más fuertes del clan. ¿Qué amenaza supones para él?

Zarpa de Fuego ya sospechaba cuál era la respuesta, pero deseaba oírla de boca de su propio amigo. Esperó mientras Cuervo titubeaba, buscando las palabras.

Por fin, el aprendiz negro se acercó sigilosamente y le susurró al oído con voz ronca:

—Porque el lugarteniente del Clan del Río no mató a Cola Roja. Fue Garra de Tigre.

Zarpa de Fuego asintió en silencio y Cuervo continuó, con la voz quebrada por la tensión:

—Cola Roja mató al lugarteniente del Clan del Río…

—De modo que no fue Garra de Tigre quien acabó con Corazón de Roble —dijo Zarpa de Fuego sin poder evitarlo.

Cuervo negó con la cabeza.

—¡No, no fue él! Después de que Cola Roja matara a Corazón de Roble, Garra de Tigre me ordenó regresar al campamento. Yo quería quedarme, pero él me gritó que me fuera, así que corrí entre los árboles. Debería haber seguido corriendo, pero no podía marcharme mientras ellos continuaban luchando. Di la vuelta y volví para ver si Garra de Tigre necesitaba ayuda. Para cuando llegué, todos los guerreros del Clan del Río habían huido y sólo quedaban Cola Roja y Garra de Tigre. Cola Roja estaba observando cómo desaparecía el último guerrero enemigo, y Garra de Tigre… —Hizo una pausa y tragó saliva—. Garra de Tigre s… saltó sobre él. Le hundió los colmillos en la nuca, y Cola Roja cayó al suelo, muerto. Entonces sí que corrí. No sé si Garra de Tigre me vio. No dejé de correr hasta llegar al campamento.

—¿Por qué no se lo contaste a Estrella Azul?

—¿Me habría creído? —Cuervo puso los ojos en blanco, nervioso—. ¿Tú me crees?

—Por supuesto que sí.

Y lamió a Cuervo entre las orejas en un intento de calmarlo y reconfortarlo. Tendría que encontrar la ocasión de contarle a Estrella Azul la traición de Garra de Tigre.

—No te preocupes, Cuervo. Buscaré una solución —prometió—. Mientras tanto, procura no separarte de mí o de Zarpa Gris.

—¿Zarpa Gris lo sabe? ¿Lo de que ellos quieren librarse de mí?

—Todavía no. Pero tendré que contárselo.

Cuervo se sentó en silencio sobre las cuatro patas y se quedó mirando al frente.

—No pasa nada, Cuervo —ronroneó Zarpa de Fuego, tocando el delgado cuerpo negro con el hocico—. Te ayudaré a salir de ésta.

Zarpa Gris entró en la guarida al amanecer. Arenisca y Polvoroso habían regresado de patrullar hacía un rato, y dormían en sus sitios.

—¡Hola! —maulló Zarpa Gris, más alegre de lo que lo había estado en los últimos días.

Zarpa de Fuego se despertó de inmediato.

—Parece que estás mucho mejor —ronroneó.

Zarpa Gris le lamió una oreja.

—Jaspeada me puso un potingue en el corte y me ordenó tumbarme y quedarme quieto durante unas horas. Debo de haberme dormido. Por cierto, espero que ese pinzón de ahí fuera fuese para mí; ¡estaba muerto de hambre!

—Era para ti. Cuervo lo cazó ayer. Garra de Tigre lo mandó a…

—¡Callaos los dos! —gruñó Arenisca—. Algunos estamos intentando dormir.

Zarpa Gris puso los ojos en blanco.

—Venga, Zarpa de Fuego —maulló—. Pecas ha dado a luz. Vayamos a visitar a los pequeños.

Zarpa de Fuego ronroneó complacido. Por fin, algo que el Clan del Trueno podía celebrar. Miró a Cuervo, que seguía dormido, y salió de la guarida. Cruzaron el claro en dirección a la maternidad. El sol matinal hizo que su pelaje reluciera cálidamente, y Zarpa de Fuego se estiró agradecido, deleitándose con la flexibilidad de su espinazo y la fuerza de sus patas.

—¡Para ya de fanfarronear! —exclamó Zarpa Gris por encima del hombro.

El otro dejó de estirarse y saltó tras su amigo.

Tormenta Blanca estaba sentado delante de la maternidad, guardando la entrada.

—¿Venís a ver a los nuevos cachorros? —preguntó cuando los aprendices se acercaron.

Zarpa de Fuego asintió con la cabeza.

—Sólo de uno en uno, y tendréis que esperar. Estrella Azul está con ellos ahora —explicó Tormenta Blanca.

—Bueno, pasa tú primero —propuso Zarpa de Fuego—. Yo iré a ver a Fauces Amarillas mientras me toca el turno.

Bajó la cabeza respetuosamente ante Tormenta Blanca y se encaminó al nido de la vieja gata.

La encontró lavándose detrás de las orejas, con los ojos entornados de concentración.

—¡No me digas que esperas lluvia! —bromeó Zarpa de Fuego.

Fauces Amarillas levantó la vista.

—Has oído demasiados cuentos de viejas —replicó—. ¿Qué sentido tiene que un gato se lave las orejas si van a mojársele con la lluvia?

El aprendiz retorció los bigotes, divertido.

—¿Vas a ver la nueva camada de Pecas? —preguntó.

La gata se puso tensa y negó con la cabeza.

—Creo que no sería bien recibida —gruñó.

—Pero saben que tú salvaste…

—Las gatas son muy protectoras con sus recién nacidos. Especialmente cuando se trata de su primera camada. Creo que me mantendré al margen —respondió en un tono que no invitaba a discutir.

—Como quieras, pero yo sí voy a verlos. Debe de ser una buena señal tener nuevos gatitos en el campamento.

Fauces Amarillas se encogió de hombros.

—A veces —masculló sombríamente.

Zarpa de Fuego se dirigió de nuevo hacia la maternidad. Las nubes habían tapado el sol y el aire se había vuelto más fresco. Una potente brisa le alborotaba el pelo y agitaba las hojas por el claro.

Estrella Azul estaba sentada delante de la maternidad. Tras ella, la cola de Zarpa Gris desapareció por la estrecha entrada.

—Hola, Zarpa de Fuego —saludó la líder—. ¿Has venido a ver a los nuevos guerreros del Clan del Trueno? —Sonaba cansada y triste.

El aprendiz se sorprendió. ¿Acaso los cachorros no eran una buena noticia para el clan?

—Sí —contestó.

—Bien, cuando hayas terminado, acude a mi guarida.

—Muy bien —asintió mientras ella se alejaba despacio.

Zarpa de Fuego sintió un hormigueo. Ahí tenía otra oportunidad de hablar con Estrella Azul a solas. Quizá, después de todo, el Clan Estelar estaba de su lado.

Zarpa Gris salió de la maternidad.

—Son preciosos —maulló—. Pero ahora estoy muerto de hambre. Voy por carne fresca. ¡Te guardaré un poco si encuentro algo! —Le guiñó un ojo y se marchó saltando.

Zarpa de Fuego le dijo adiós ronroneando y miró a Tormenta Blanca, quien asintió, dándole permiso para entrar en la maternidad. Se deslizó por la diminuta entrada.

Cuatro minúsculos gatitos se apelotonaban en busca de calor en el lecho de Pecas, profusamente acolchado. Su pelaje era gris claro con manchas más oscuras, igual que el de su madre, excepto un pequeño macho gris oscuro. Maullaban y se retorcían junto al vientre de Pecas, con los ojos firmemente cerrados.

—¿Cómo te encuentras? —le susurró Zarpa de Fuego a la gata.

—Un poco cansada —respondió, mirando orgullosa a su camada—. Pero todos los pequeños están sanos y fuertes.

—El Clan del Trueno es afortunado de tenerlos. Ahora mismo estaba hablando de eso con Fauces Amarillas.

Pecas no respondió, pero al aprendiz no se le escapó el destello de inquietud que cruzó los ojos de la gata mientras atraía hacia sí a un cachorro que se había separado un poco.

Zarpa de Fuego sintió una súbita ansiedad. Puede que Estrella Azul hubiese aceptado a Fauces Amarillas en el Clan del Trueno, pero daba la impresión de que la vieja curandera todavía no contaba con la confianza de todos sus miembros. El joven tocó afectuosamente el flanco de Pecas con la nariz y luego salió de nuevo al claro.

La líder del clan lo esperaba en la entrada de su guarida. Rabo Largo estaba sentado junto a ella. El atigrado claro le puso mala cara a Zarpa de Fuego cuando lo vio acercarse, pero éste no le hizo caso y miró expectante a Estrella Azul.

—Vamos dentro —maulló la gata, volviéndose para abrir la marcha.

El gato fue tras ella, y Rabo Largo se levantó dispuesto a seguirlos.

Estrella Azul miró por encima del hombro y dijo:

—Creo que estaré bastante segura con el joven Zarpa de Fuego.

Rabo Largo titubeó un momento, pero luego volvió a sentarse delante de la entrada.

Zarpa de Fuego nunca había entrado en la guarida de Estrella Azul. La siguió a través del liquen que colgaba como una cortina sobre la entrada.

—Los cachorros de Pecas son adorables —ronroneó.

La líder se puso seria.

—Puede que sean adorables, pero significan más bocas que alimentar, y la estación sin hojas llegará pronto. —Echó una mirada a Zarpa de Fuego, que fue incapaz de ocultar su sorpresa ante el tono melancólico de la gata—. Oh, no me hagas caso —maulló sacudiendo la cabeza con impaciencia—. El primer viento frío siempre me preocupa. Venga, ponte cómodo. —Señaló el suelo seco y arenoso.

El gato se sentó sobre la barriga y estiró las patas delanteras.

Estrella Azul dio unas vueltas lentamente en su lecho de musgo.

—Sigo teniendo dolores por nuestro entrenamiento de ayer —admitió, cuando estuvo por fin aposentada y enroscó la cola alrededor de las patas—. Peleaste bien, joven.

Por una vez, Zarpa de Fuego no se detuvo a regodearse en sus elogios. El corazón le latía con fuerza. Aquél era el momento perfecto para contarle a la líder sus temores sobre Garra de Tigre. Alzó la barbilla, dispuesto a hablar.

Pero Estrella Azul se le adelantó, mirando al extremo más alejado de la guarida.

—Aún percibo el hedor rancio del Clan de la Sombra en el campamento —murmuró—. Espero no ver el día en que nuestro enemigo entre por la fuerza en el corazón del Clan del Trueno.

Zarpa de Fuego asintió en silencio, intuyendo que Estrella Azul iba a decir algo más.

—Y tantas muertes… —Soltó un suspiro—. Primero Cola Roja, después Corazón de León. Agradezco al Clan Estelar que los guerreros que nos quedan sean tan fuertes y leales como lo eran ellos. Por lo menos, con Garra de Tigre como lugarteniente, nuestro clan podrá defenderse.

Al aprendiz se le cayó el alma a los pies y sintió un escalofrío, mientras Estrella Azul proseguía:

—Hubo un tiempo, cuando Garra de Tigre era un joven guerrero, en que temí el ímpetu de su pasión. Tal energía puede necesitar una canalización cuidadosa. Pero ahora me siento orgullosa al ver cuánto lo respeta el clan. Sé que es ambicioso, pero su ambición lo convierte en uno de los gatos más valientes junto con los que he tenido el honor de luchar.

Zarpa de Fuego supo de inmediato que no podría contarle sus sospechas sobre Garra de Tigre. No cuando ella confiaba en su lugarteniente para proteger a todo el clan. Tendría que salvar a Cuervo él solo. Respiró hondo y parpadeó despacio, para que cuando Estrella Azul lo mirara a los ojos no quedara en ellos ni rastro de conmoción o decepción.

Las siguientes palabras de la líder reflejaron inquietud.

—Sabes que Estrella Rota regresará —dijo con voz queda—. En la Asamblea dejó bien claro que quiere derechos de caza en todos los territorios.

—Lo repelimos una vez. Podemos hacerlo de nuevo —declaró Zarpa de Fuego.

—Eso es cierto —admitió la gata con una mueca—. El Clan Estelar te honrará por tu coraje, joven Zarpa de Fuego. —Hizo una pausa y se lamió una herida casi curada del costado—. Creo que deberías saber que, en la batalla con las ratas, la vida que perdí no fue la quinta, sino la séptima.

El aprendiz se incorporó, impactado.

La líder prosiguió:

—He dejado que el clan crea que era la quinta porque no quiero que teman por mi seguridad. Pero dos vidas más, y tendré que abandonaros para reunirme al Clan Estelar.

A Zarpa de Fuego le dio vueltas la cabeza. ¿Por qué la líder le contaba aquello?

—Gracias por contármelo, Estrella Azul —ronroneó respetuosamente.

Ella asintió.

—Ahora estoy cansada —dijo con voz ronca—. Márchate. Y espero que no le repitas esta conversación a nadie.

—Por supuesto —contestó él, encaminándose a la cortina de liquen.

Rabo Largo seguía junto a la entrada. Zarpa de Fuego pasó ante él y se dirigió a la guarida de los aprendices. No sabía qué parte de la conversación con Estrella Azul había sido más desconcertante.

Se detuvo en seco al oír un maullido de terror procedente de la maternidad. Escarcha salió disparada al claro, con la cola erizada y los ojos dilatados de espanto.

—¡Mis cachorros! ¡Alguien se ha llevado a mis cachorros!

Garra de Tigre se le acercó de un salto. Llamó al clan:

—¡Deprisa, registrad el campamento! ¡Tormenta Blanca, quédate donde estás! ¡Guerreros, examinad los límites del campamento! ¡Aprendices, buscad en todas las guaridas!

Zarpa de Fuego corrió a la guarida más cercana, la de los guerreros, y entró resueltamente. Estaba vacía. Hurgó en los lechos, pero no vio ni olió a los pequeños de Escarcha.

Salió disparado y fue hacia su guarida. Cuervo y Zarpa Gris ya estaban dentro, apartando las camas y olfateando todos los rincones. Polvoroso y Arenisca se hallaban en la guarida de los veteranos. Zarpa de Fuego los dejó y fue de una mata de hierba a otra, hundiendo el hocico en todas sin importarle las ortigas que le picaban la nariz. No había ni rastro de los gatitos por ningún lado. Miró los límites del campamento. Los guerreros estaban recorriéndolos, olfateando el aire con urgencia.

De repente, Zarpa de Fuego vio a Fauces Amarillas en la distancia. Estaba colándose por una parte desprotegida del muro de helechos. «Debe de haber captado un olor», pensó Zarpa de Fuego y corrió hacia ella mientras su cola desaparecía entre la vegetación. Para cuando llegó a la pared de helechos, la gata se había ido. Olfateó el aire. Ni rastro de los cachorros: sólo el amargo olor del miedo de Fauces Amarillas. ¿De qué tenía miedo la vieja curandera?

De los arbustos que había tras la maternidad brotó un maullido de Garra de Tigre. Todos los gatos corrieron hacia él, encabezados por Escarcha. Se apiñaron tanto como pudieron, empujándose para ver a través de la densa maleza. Zarpa de Fuego se abrió paso entre la multitud, y vio a Garra de Tigre junto a un bulto inmóvil de pelaje moteado.

¡Jaspeada!

Zarpa de Fuego se quedó mirando con incredulidad su cuerpo sin vida. Lo invadió una oleada de furia como una nube negra, y sintió que la sangre le rugía en los oídos. ¿Quién había hecho aquello?

Estrella Azul llegó a través de la multitud y se inclinó sobre la curandera.

—La ha matado el ataque de un guerrero —maulló despacio.

Zarpa de Fuego estiró el cuello y vio una única herida en la nuca de Jaspeada. La cabeza le dio vueltas, y de repente fue incapaz de ver con claridad.

A través de su dolor, oyó un murmullo en el fondo de la multitud que fue creciendo hasta convertirse en un solo y estridente maullido:

—¡¡Fauces Amarillas se ha ido!!