Zarpa Gris y Cuervo seguían remendando el agujero cuando Zarpa de Fuego regresó. Sus amigos le habían dejado un hueco lo bastante ancho para que pudiera colarse de nuevo en el campamento.
—No ha habido suerte con el ajo —jadeó al entrar—. Cebrado está merodeando por ahí fuera.
—No importa —replicó Zarpa Gris—. Podemos conseguirlo mañana.
—Yo iré a pedirle a Jaspeada algo de adormidera para ti —se ofreció Zarpa de Fuego. Le preocupaba la mirada opaca de su amigo y que sus músculos parecieran agarrotados de dolor.
—No, no te molestes —maulló Zarpa Gris—. Estaré bien.
—No es ninguna molestia —insistió, y antes de que su amigo pudiera discutírselo, se encaminó a la guarida de la curandera.
Jaspeada estaba dando vueltas por su claro, con los ojos empañados de desdicha.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Zarpa de Fuego.
—Los espíritus del Clan Estelar están inquietos. Creo que intentan decirme algo —respondió, sacudiendo la cola con desasosiego—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Creo que a Zarpa Gris lo ayudaría tomar semillas de adormidera para su pata —explicó el aprendiz—. Los mordiscos de rata siguen doliéndole.
—La pena por haber perdido a Corazón de León hará que sus heridas lo incomoden más. Pero mejorará con el tiempo; no te preocupes. Mientras tanto, tienes razón, las semillas de adormidera lo ayudarán.
Jaspeada entró en su guarida y sacó una flor seca de adormidera. La depositó cuidadosamente en el suelo.
—Sólo tienes que sacudirla para que caigan una o dos semillas, y dáselas a tu amigo —indicó.
—Gracias —maulló Zarpa de Fuego—. ¿Seguro que te encuentras bien?
—Ve a ver a tu amigo —respondió ella, evitando su mirada.
Zarpa de Fuego recogió la flor seca entre los dientes y se encaminó a la salida.
—Espera —susurró Jaspeada de repente.
El aprendiz se volvió, expectante, y se encontró con la mirada ámbar de la curandera. Ella lo miró con ojos ardientes.
—Zarpa de Fuego —musitó—. El Clan Estelar me habló hace muchas lunas, antes de que tú te unieras al clan. Tengo la sensación de que ahora ellos quieren que te cuente esto. Dijeron que sólo el fuego puede salvar a nuestro clan.
El joven la miró desconcertado.
El extraño ardor se desvaneció de los ojos de la curandera.
—Ten cuidado, Zarpa de Fuego —maulló Jaspeada con su voz normal, y le dio la espalda.
—Hasta luego —contestó él vacilante.
Volvió a atravesar el túnel de helechos. Las extrañas palabras de Jaspeada resonaron en su mente, pero no les veía ningún sentido. ¿Por qué se lo habría contado? El fuego era indudablemente enemigo de todo lo que vivía en el bosque. Sacudió la cabeza, frustrado, y se encaminó al dormitorio de los aprendices.
—¡Zarpa Gris! —susurró al oído de su amigo dormido.
Les habían permitido descansar toda la mañana, después de haber trabajado en las reparaciones la mayor parte de la noche. Garra de Tigre les había ordenado que estuviesen listos para empezar el entrenamiento cuando el sol estuviese en lo más alto. La intensa luz amarilla que se filtraba hasta el dormitorio le dijo a Zarpa de Fuego que ya casi era la hora.
Había pasado una noche intranquila. Cada vez que caía dormido, se le mezclaban sueños en la mente, confusos y vagos, pero llenos de oscuridad y amenaza.
—¡Zarpa Gris! —repitió.
Pero su amigo no se movió. Se había tomado dos semillas de adormidera antes de acostarse, y ahora estaba sumido en un profundo sueño.
—¿Estás despierto, Zarpa de Fuego? —preguntó Cuervo desde su sitio.
Zarpa de Fuego maldijo para sus adentros, pues tenía previsto hablar con Zarpa Gris antes de que Cuervo se despertara.
—¡Sí! —contestó.
Cuervo se incorporó en su lecho de musgo y brezo y empezó a lavarse con rápidos lengüetazos.
—¿Vas a despertarlo? —preguntó, señalando a Zarpa Gris.
—¡Eso espero! —gruñó una voz profunda desde fuera del dormitorio—. El entrenamiento está a punto de empezar.
Zarpa de Fuego y Cuervo dieron un salto.
—¡Zarpa Gris, despierta! —Zarpa de Fuego pinchó a su amigo con una uña—. ¡Garra de Tigre está esperando!
Zarpa Gris levantó la cabeza. Seguía teniendo los ojos pesados de sueño.
—¿Ya estáis preparados? —inquirió Garra de Tigre.
Zarpa de Fuego y Cuervo salieron de la guarida, bizqueando a la luz del sol.
El lugarteniente estaba sentado junto al tocón de árbol.
—¿El otro va a venir? —preguntó.
—Sí —contestó Zarpa de Fuego, a la defensiva por su amigo—. Es sólo que acaba de despertarse.
—El entrenamiento le hará bien —gruñó Garra de Tigre—. Ya ha pasado demasiado tiempo de duelo.
Zarpa de Fuego sostuvo aquella amenazante mirada ámbar unos momentos. Durante un segundo, guerrero y aprendiz se miraron encarnizadamente, como enemigos.
Zarpa Gris salió con paso vacilante y soñoliento.
—Estrella Azul estará contigo dentro de un instante, Zarpa de Fuego —anunció Garra de Tigre.
Esas palabras diluyeron la rabia del joven aprendiz. ¡Su primer entrenamiento con Estrella Azul! Lo recorrió una oleada de emoción. Había supuesto que su mentora seguiría de reposo.
—Zarpa Gris —continuó Garra de Tigre—, tú puedes unirte a mi sesión de entrenamiento. ¿Y tú crees que estás recuperado, Cuervo? —Fulminó a su aprendiz con la mirada—. Después de todo, sufriste unas horribles picaduras de ortiga mientras los demás estábamos luchando con esas ratas.
Cuervo miró al suelo.
—Estoy bien —maulló.
Cuervo y Zarpa Gris siguieron al lugarteniente fuera del campamento. Cuervo iba cabizbajo al desaparecer por el túnel de aulagas.
Zarpa de Fuego se sentó a esperar a Estrella Azul. La líder no tardó mucho. Salió de su guarida y cruzó el claro. Todavía tenía el pelo apelmazado en las zonas con heridas recientes, pero sus zancadas seguras no revelaban ningún dolor.
—Vamos —lo llamó Estrella Azul.
Zarpa de Fuego advirtió sorprendido que iba sola. Cebrado y Rabo Largo no se veían por ningún lado. Se le ocurrió algo, y de pronto su emoción se vio teñida de impaciencia: ahí tenía la oportunidad de contarle a Estrella Azul lo que había oído la noche anterior.
La alcanzó cuando se dirigía al túnel de aulagas, y continuó tras ella.
—¿Tus guardias se reunirán con nosotros? —preguntó dudoso.
Estrella Azul respondió sin volver la vista atrás:
—He ordenado a Cebrado y Rabo Largo que ayuden en las reparaciones del campamento. Asegurar la base del Clan del Trueno es nuestra prioridad fundamental.
A Zarpa de Fuego se le aceleró el corazón. Le contaría lo de Cuervo en cuanto estuvieran lejos del campamento.
Los dos siguieron la senda de la hondonada arenosa. El camino estaba sembrado de hojas doradas recién caídas que crujían bajo sus patas. La mente de Zarpa de Fuego trabajaba deprisa, buscando las palabras apropiadas. ¿Qué debía contarle a su líder? ¿Qu Garra de Tigre estaba tramando deshacerse de su aprendiz? Y ¿qué diría cuando ella le preguntase por qué? ¿Sería capaz de decir en voz alta que sospechaba que Garra de Tigre había matado a Cola Roja? ¿Incluso aunque no tenía pruebas, aparte del relato de Cuervo en la Asamblea?
Para cuando llegaron a la hondonada arenosa, Zarpa de Fuego aún no había abierto la boca. El lugar estaba vacío.
—Le he pedido a Garra de Tigre que hoy hiciese su sesión de entrenamiento en otra parte del bosque —explicó Estrella Azul, situándose en el centro de la hondonada—. Quiero concentrarme en tus habilidades de lucha, y quiero que tú también te concentres en ellas… lo cual significa nada de distracciones.
«Debo contárselo ahora —pensó Zarpa de Fuego—. Estrella Azul tiene que saber el peligro en que se halla Cuervo. —Sintió un hormigueo de ansiedad en las patas—. No tendré otra oportunidad como ésta…».
Captó un movimiento repentino con el rabillo del ojo. Algo gris pasó silbando velozmente ante su nariz, y Zarpa de Fuego cayó hacia delante cuando sus cuatro patas se separaron del suelo. Recuperó el equilibrio tambaleándose, y al volverse vio a Estrella Azul sentada tranquilamente a su lado.
—¿Ya cuento con tu atención? —gruñó la gata.
—Sí, Estrella Azul. ¡Lo siento! —se apresuró a responder, mirando sus ojos azules.
—Eso está mejor. Zarpa de Fuego, ahora ya llevas muchas lunas con nosotros. Te he observado luchar. Con las ratas fuiste rápido; con los guerreros del Clan de la Sombra fuiste feroz. Fuiste más listo que Zarpa Gris el día en que nos conocimos, y también venciste a Fauces Amarillas usando tu ingenio. —Hizo una pausa, y luego bajó la voz hasta convertirla en un intenso siseo—. Pero algún día te encontrarás con un oponente que también sea todas esas cosas: rápido, feroz y listo. Mi obligación es prepararte para ese momento.
Zarpa de Fuego asintió, completamente atrapado en sus palabras. Sus sentidos estaban alerta. Todos los pensamientos sobre Cuervo y Garra de Tigre habían desaparecido, y los olores húmedos y los leves sonidos del bosque lo envolvieron.
—Veamos cómo peleas —empezó Estrella Azul—. Atácame.
Zarpa de Fuego la miró, midiéndola con los ojos, sopesando la mejor manera de comenzar. Estrella Azul se hallaba a menos de tres conejos de distancia. Lo doblaba en tamaño, así que empezar con los habituales golpes de pata y de lucha sería malgastar energía. Pero si podía saltar justo sobre su lomo con la potencia suficiente, quizá la desequilibrara. La gata no había despegado sus penetrantes ojos azules de él ni un instante. Zarpa de Fuego le sostuvo la mirada y saltó.
Pretendía aterrizar directamente en sus omóplatos, pero Estrella Azul estaba preparada para el movimiento, y se agachó deprisa. Cuando el aprendiz iba hacia la gata, ésta se tumbó de espaldas. En vez de caer sobre los omóplatos de la líder, Zarpa de Fuego se encontró cayendo sobre su vientre. Estrella Azul lo atrapó con las cuatro patas y se lo quitó de encima con facilidad. El joven sintió que se habían deshecho de él como si fuera un cachorro molesto. Cayó duramente sobre el suelo polvoriento, y se quedó sin aire un momento antes de levantarse a trompicones.
—Interesante estrategia, pero tus ojos han traicionado hacia dónde apuntabas —gruñó Estrella Azul, poniéndose en pie y sacudiéndose el polvo a su vez—. Ahora prueba de nuevo.
Entonces, Zarpa de Fuego le miró los omóplatos pero apuntó hacia sus patas. Cuando Estrella Azul se agachara, chocaría contra ella. Mientras saltaba, Zarpa de Fuego sintió una oleada de satisfacción, que se transformó en confusión cuando Estrella Azul saltó en el aire inesperadamente y dejó que él se estrellara contra el suelo, justo donde ella estaba un segundo antes. La gata lo había calculado a la perfección: cuando el aprendiz aterrizó, ella cayó sobre él como un trueno, dejándolo sin respiración.
—Ahora prueba algo que no me espere —le susurró al oído, antes de separarse de él y alejarse con un brillo desafiante en los ojos.
Zarpa de Fuego se levantó a duras penas, jadeando, y se sacudió el polvo enfadado. Ni siquiera Fauces Amarillas le había resultado tan difícil. Siseó y volvió a saltar. Esa vez estiró al máximo las patas delanteras mientras se abalanzaba sobre Estrella Azul. Ella se plantó sobre las patas traseras y lo desvió con las delanteras. Al perder pie, Zarpa de Fuego escarbó el suelo con las patas traseras, pero era demasiado tarde: se desplomó pesadamente de lado.
—Zarpa de Fuego —maulló la líder tranquilamente, mientras él intentaba ponerse en pie una vez más—. Eres fuerte y rápido, pero debes aprender a mantener el control de tu velocidad y el peso de tu cuerpo para que no sea tan sencillo desequilibrarte. Prueba de nuevo.
El aprendiz retrocedió, acalorado, polvoriento y sin resuello. Se sentía frustradísimo. Estaba decidido a obtener lo mejor de su mentora en esa ocasión. Se agazapó lentamente y empezó a acercarse a Estrella Azul. Ella imitó su postura y le bufó en la cara mientras se acercaba. Zarpa de Fuego lanzó una pata hacia la oreja izquierda de la gata, que se agachó para esquivar el golpe y luego se plantó sobre las patas traseras, irguiéndose sobre él. El gato se tiró al suelo de espaldas, se deslizó bajo el cuerpo de Estrella Azul y, con un rápido movimiento, le golpeó la barriga con las patas traseras. La gata salió despedida hacia atrás y cayó sobre la arena con un fuerte gruñido.
Zarpa de Fuego rodó sobre sí mismo y se levantó de un brinco. Se sintió lleno de júbilo. Entonces vio a Estrella Azul tirada sobre el polvo, y por primera vez se acordó de sus heridas. ¿Se le habrían reabierto? Corrió a su lado y la observó con atención. Para su alivio, la gata lo miró con un brillo de orgullo en los ojos.
—Eso ha estado mucho mejor —resopló. Luego se puso en pie y se sacudió de arriba abajo—. Ahora es mi turno.
Saltó sobre él y lo derribó, y después retrocedió, dejando que se recuperara antes de saltar de nuevo. Zarpa de Fuego se preparó, pero la gata lo tumbó otra vez con facilidad.
—¡Fíjate en mi tamaño, Zarpa de Fuego! No intentes hacer frente a mi ataque. Utiliza la cabeza. Si eres lo bastante rápido para evitarme, entonces, ¡evítame!
El gato volvió a levantarse a trompicones, preparándose para el ataque de la líder. Esa vez no hundió las uñas en la blanda tierra, sino que pisó el suelo con ligereza, apoyando el peso en los dedos. Cuando Estrella Azul voló de nuevo en su dirección, él se apartó de su camino con un salto limpio, y luego se plantó sobre las patas traseras y empujó a la gata con las delanteras, desviándola de su trayectoria.
Estrella Azul aterrizó elegantemente sobre las cuatro patas y se volvió.
—¡Excelente! ¡Aprendes con rapidez! —ronroneó—. Pero ése era un movimiento fácil. A ver cómo te las arreglas con este otro.
Entrenaron hasta la puesta de sol. Zarpa de Fuego soltó un suspiro de alivio cuando Estrella Azul maulló:
—Ya basta por hoy.
La gata parecía un poco cansada y agarrotada, pero aun así salió de un salto de la hondonada arenosa.
El aprendiz la siguió a duras penas. Le dolían los músculos, y la cabeza le daba vueltas con todo lo que había aprendido. Mientras avanzaban juntos entre los árboles, el gato se moría de ganas de contarles a Zarpa Gris y Cuervo la sesión de entrenamiento. Y hasta que alcanzaron los muros del campamento, Zarpa de Fuego no se dio cuenta de que había olvidado contarle a Estrella Azul lo de Cuervo.