—¿Estás contándole a Zarpa de Fuego cómo protegí a Cola Roja?
Zarpa de Fuego sintió que un escalofrío le erizaba la nuca.
Cuervo se volvió de golpe, con los ojos dilatados de miedo. Garra de Tigre se erguía sobre ellos, mostrando los dientes con un gruñido amenazador.
Zarpa de Fuego dio un salto y se encaró al nuevo lugarteniente.
—¡Cuervo sólo estaba diciendo que ojalá hubieses cuidado también de Corazón de León; eso es todo! —exclamó, pensando con rapidez.
Garra de Tigre paseó la mirada de uno a otro, y luego se alejó en silencio. Los ojos verdes de Cuervo se ensombrecieron de terror y empezó a temblar.
—¿Cuervo? —maulló Zarpa de Fuego alarmado.
Pero Cuervo ni siquiera lo miró. Con la cabeza gacha, se escabulló hasta donde estaba Zarpa Gris y se tumbó junto a su amigo, pegando su delgado cuerpo al denso pelaje de Zarpa Gris, como si de repente tuviese frío.
Zarpa de Fuego miró con impotencia a sus dos amigos, apretujados junto al cadáver de Corazón de León. Sin saber qué más hacer, se acercó y se instaló junto a ellos, preparado para pasar la noche a la intemperie.
Conforme la luna se desplazaba sobre sus cabezas, otros gatos se unieron a su vigilia. Estrella Azul fue la última en llegar, una vez que el campamento estuvo tranquilo y silencioso. La líder no dijo nada, pero se sentó un poco retirada, contemplando a su lugarteniente muerto con una expresión de pesar tan insoportable que Zarpa de Fuego tuvo que apartar la vista.
Al amanecer, un grupo de veteranos llegó para llevarse el cuerpo de Corazón de León al lugar de los enterramientos. Zarpa Gris los siguió para ayudar a cavar el agujero donde descansaría el gran guerrero.
Zarpa de Fuego bostezó y se desperezó. Sintió que estaba helado hasta los huesos. La estación de la caída de la hoja no quedaba lejos, y el bosque estaba cubierto de niebla, pero por encima de las hojas más altas, el joven gato vio un rosado cielo matinal. Observó cómo Zarpa Gris desaparecía por el sotobosque empapado de rocío junto con los veteranos.
Cuervo se puso en pie de un salto y corrió al dormitorio de los aprendices. Zarpa de Fuego lo siguió despacio. Para cuando llegó, Cuervo estaba enroscado, con la nariz debajo de la cola, como si durmiera.
Zarpa de Fuego estaba demasiado agotado para hablar. Dio unas vueltas sobre su lecho de musgo y se acomodó para un largo sueño.
—¡Despertad!
Zarpa de Fuego oyó que la voz de Polvoroso los llamaba desde la entrada de la guarida. Abrió los ojos. Cuervo ya estaba despierto, sentado muy derecho y con las orejas erguidas. Zarpa Gris se removió junto a él. A Zarpa de Fuego lo sorprendió ver la familiar figura gris. Ni siquiera lo había oído regresar tras el entierro de Corazón de León.
—Estrella Azul ha convocado otra reunión —les anunció Polvoroso, y se marchó entre los helechos.
Los tres aprendices abandonaron la calidez del dormitorio. El sol ya había pasado lo más alto y el aire parecía más frío que antes. Zarpa de Fuego se estremeció, y oyó que le rugía el estómago. No recordaba cuál era la última vez que había comido, y se preguntó si ese día tendría ocasión de cazar.
Los tres amigos se apresuraron a unirse a los demás junto a la Peña Alta.
Garra de Tigre estaba hablando desde su puesto junto a Estrella Azul.
—Durante la batalla, nuestra líder perdió otra vida. Ahora sólo le quedan cuatro de sus nueve vidas, de modo que voy a nombrar una guardia personal que permanezca a su lado constantemente. Ningún gato podrá acercarse a Estrella Azul a menos que los guardias estén presentes. —Sus ojos ámbar miraron a Cuervo, y luego al resto de los reunidos—. Cebrado y Rabo Largo —continuó, dirigiendo la mirada a los dos guerreros—: vosotros seréis los guardias de Estrella Azul.
Cebrado y Rabo Largo asintieron de manera rimbombante, y alzaron más la cabeza.
Entonces habló Estrella Azul. Su voz sonó dulce y tranquilizadora tras el aullido autoritario de su lugarteniente.
—Gracias, Garra de Tigre, por tu lealtad. Pero el clan debe saber que puede seguir contando conmigo. Ningún gato debería dudar en acercarse a mí, y me complace hablar con cualquiera, con o sin mis guardias. —Lanzó una breve mirada en dirección a Garra de Tigre—. Como dice el código guerrero, la seguridad del clan es más importante que la seguridad de uno solo de sus miembros. —Hizo una pausa, y sus ojos azul cielo se posaron brevemente sobre Zarpa de Fuego—. Y ahora, deseo invitar a Fauces Amarillas a unirse al Clan del Trueno.
Algunos de los guerreros lanzaron maullidos de asombro. Estrella Azul miró a Escarcha, la cual asintió para mostrar su conformidad. Las otras reinas guardaron silencio.
—Sus actos de anoche demostraron que es valiente y leal —continuó Estrella Azul—. Si así lo desea, será bienvenida como miembro de pleno derecho de este clan.
Desde donde estaba, al borde de la multitud, Fauces Amarillas miró a la líder del clan y murmuró:
—Me siento muy honrada, Estrella Azul, y acepto tu oferta.
—Bien —respondió Estrella Azul con voz firme, como si el asunto quedara zanjado.
Zarpa de Fuego ronroneó de contento y se restregó contra Zarpa Gris. Lo sorprendió cuánto significaba para él que Estrella Azul hubiera hecho una demostración pública de confianza en Fauces Amarillas.
La líder empezó a hablar de nuevo:
—Anoche logramos defendernos contra el Clan de la Sombra, pero seguimos estando bajo una gran amenaza. Los trabajos de reparación que hemos iniciado esta mañana continuarán. Nuestras fronteras serán patrulladas constantemente. No debemos dar por hecho que la guerra ha terminado.
Garra de Tigre se levantó, con la cola bien erguida, y miró ceñudo a los gatos reunidos.
—El Clan de la Sombra nos atacó mientras estábamos lejos del campamento —gruñó—. Escogieron bien el momento. ¿Cómo sabían que el campamento estaba tan desprotegido? ¿Acaso tienen ojos dentro de nuestro clan?
Zarpa de Fuego se quedó helado de espanto cuando Garra de Tigre clavó sus fríos ojos en Cuervo. Algunos gatos siguieron la mirada del nuevo lugarteniente y observaron perplejos al aprendiz negro. Cuervo bajó la vista al suelo y movió las patas nerviosamente.
—Aún tenemos tiempo hasta la puesta de sol —prosiguió Garra de Tigre—. Debemos concentrarnos en reconstruir el campamento. Mientras tanto, si sospecháis algo, o de alguien, decídmelo. Os garantizo que todo lo que digáis contará con la máxima discreción.
Hizo un gesto con la cabeza para dar la reunión por concluida, y luego se volvió y empezó a murmurarle algo a Estrella Azul.
Los gatos se separaron y empezaron a moverse por el campamento, para valorar los daños y formar grupos de trabajo.
—¡Cuervo! —lo llamó Zarpa de Fuego, todavía conmocionado por la oscura insinuación de Garra de Tigre de que el aprendiz negro había traicionado al clan.
Pero Cuervo ya se había alejado. Zarpa de Fuego vio que se ofrecía a ayudar a Medio Rabo y Tormenta Blanca, antes de salir corriendo a recoger ramitas para remendar los agujeros del muro defensivo. Era evidente que Cuervo no quería hablar.
—Vayamos a ayudarlo —sugirió Zarpa Gris. Tenía la voz débil y cansada, y los ojos apagados.
—Ve tú. Yo iré dentro de un momento —respondió Zarpa de Fuego—. Primero quiero hablar con Fauces Amarillas, para ver cómo se encuentra tras su pelea con Patas Negras.
Buscó a la vieja curandera en su lecho junto al árbol caído. Estaba acostada en las sombras, con la mirada pensativa.
—Zarpa de Fuego —ronroneó al verlo—. Me alegro de que hayas venido.
—Quería asegurarme de que estabas bien.
—Las antiguas costumbres perviven más que los antiguos olores, ¿eh? —maulló Fauces Amarillas, con un destello de su viejo espíritu.
—Supongo —respondió Zarpa de Fuego—. ¿Cómo te sientes?
—Esta vieja herida me está dando la lata de nuevo, pero estaré bien.
—¿Cómo te las arreglaste para echar a Patas Negras? —preguntó el joven, incapaz de ocultar la admiración en su voz.
—Patas Negras es fuerte, pero no es un luchador inteligente. Pelear contigo supuso un desafío mayor.
Zarpa de Fuego buscó un brillo de ironía en los ojos de la vieja gata, pero no lo encontró.
—Conozco a Patas Negras desde que era un cachorro —prosiguió Fauces Amarillas—. No ha cambiado: es un matón, pero no tiene cerebro.
Zarpa de Fuego se sentó a su lado.
—No me sorprende que Estrella Azul te haya invitado a unirte a nuestro clan —ronroneó—. Lo cierto es que anoche demostraste tu lealtad.
Fauces Amarillas sacudió la cola.
—Quizá un gato verdaderamente leal habría luchado al lado del clan en que se crió.
—Pero ¡entonces yo estaría luchando por mis Dos Patas! —señaló Zarpa de Fuego.
Fauces Amarillas le lanzó una mirada de admiración.
—Bien dicho, jovencito. Pero, claro, tú siempre has usado la cabeza.
Zarpa de Fuego sintió que la pena le atravesaba el corazón, pues recordó que ésas eran también las palabras de Corazón de León.
—¿Echas de menos al Clan de la Sombra? —le preguntó a Fauces Amarillas.
La gata parpadeó despacio.
—Echo de menos el antiguo Clan de la Sombra —maulló por fin—. Como era antes.
—¿Antes de que Estrella Rota se convirtiera en líder? —Zarpa de Fuego sentía curiosidad.
—Sí —admitió Fauces Amarillas quedamente—. Él cambió el clan. —Soltó una carcajada asmática—. Sabía dar un buen discurso. Si se empeñaba, podía hacer que creyeras que un ratón era un conejo. Quizá por eso estaba tan ciega ante sus errores. —La vieja gata se quedó mirando ante sí, perdida en sus recuerdos.
—¿A que no adivinas quién es el nuevo curandero del Clan de la Sombra? —preguntó Zarpa de Fuego, acordándose de pronto de lo que había sabido en la Asamblea. Ahora se le antojaba que hacía lunas de eso.
Sus palabras parecieron devolver al presente a Fauces Amarillas.
—¿No será Nariz Inquieta? —maulló.
—¡Sí!
La gata sacudió la cabeza.
—Pero ¡si ni siquiera es capaz de curar su resfriado crónico!
—¡Eso es lo que dijo Zarpa Gris!
Ronronearon juntos un momento, divertidos. Luego Zarpa de Fuego se puso en pie.
—Ahora te dejaré descansar. Llámame si necesitas algo.
Fauces Amarillas levantó la cabeza.
—Antes de irte, Zarpa de Fuego, he oído que tuviste una pelea con ratas. ¿Te hicieron sangre?
—Sí, pero está todo bien. Jaspeada me trató las heridas con caléndula.
—En ocasiones, la caléndula no es lo bastante fuerte para los mordiscos de rata. Ve a buscar una mata de ajo silvestre y revuélcate en ella. Creo que hay una no muy lejos de la entrada del campamento. Te sacará todo el veneno que las ratas puedan haber dejado. Aunque —añadió burlona— quizá tus compañeros de cuarto no me agradezcan el consejo.
—Bien, lo haré. ¡Gracias, Fauces Amarillas! —ronroneó Zarpa de Fuego.
—Ve con cuidado, joven. —La gata le sostuvo la mirada un momento, y luego apoyó la cabeza en las patas delanteras y cerró los ojos.
Zarpa de Fuego se deslizó bajo las ramas que rodeaban el nido de Fauces Amarillas y se encaminó al túnel de aulagas, en busca del ajo silvestre. El sol estaba empezando a ponerse, y oyó cómo las reinas acomodaban a los cachorros para la noche.
—¿Adónde crees que vas? —gruñó una voz desde las sombras. Era Cebrado.
—Fauces Amarillas me ha dicho que saliera a…
—¡Tú no vas a aceptar órdenes de esa desertora! —siseó el guerrero—. Ve a ayudar con las reparaciones. ¡Ningún gato abandonará el campamento esta noche! —Sacudió la cola de un lado a otro.
—Sí, Cebrado —maulló Zarpa de Fuego, bajando la cabeza sumisamente. Luego se volvió y masculló para sí—: ¡Atontado!
Se encaminó al perímetro del campamento, donde encontró a Zarpa Gris y Cuervo, atareados rellenando un gran agujero en el muro vegetal.
—¿Cómo está Fauces Amarillas? —le preguntó Zarpa Gris al verlo llegar.
—Está bien. Me ha dicho que el ajo silvestre sería bueno para las mordeduras de rata. Iba de camino a buscarlo, pero Cebrado me ha ordenado que me quedase en el campamento.
—¿Ajo silvestre? —maulló Zarpa Gris—. A mí no me importaría probarlo. Todavía me duele la pierna.
—Podría escabullirme y traer un poco —se ofreció Zarpa de Fuego. Estaba resentido por el brusco trato de Cebrado, y apreció la oportunidad de burlarlo—. Nadie se daría cuenta si salgo por este agujero de aquí. No me costará ni dos saltos de conejo.
Cuervo arrugó el entrecejo, pero Zarpa Gris asintió.
—Nosotros te cubriremos —susurró.
Zarpa de Fuego le frotó el hocico en agradecimiento y saltó por el hueco abierto en el muro defensivo.
Una vez fuera del campamento, se encaminó a la mata de ajo silvestre; su intenso olor le dijo enseguida dónde encontrarlo. La luna iba alzándose en el cielo violeta mientras el sol se hundía en el horizonte. Una brisa fría alborotó el pelo de Zarpa de Fuego. De pronto, captó en el viento una esencia a gato. Olfateó cuidadosamente. ¿El Clan de la Sombra? No; sólo Garra de Tigre y otros dos gatos. Volvió a olisquear el aire. ¡Cebrado y Rabo Largo! ¿Qué estaban haciendo allí?
Lleno de curiosidad, el aprendiz se agazapó. Avanzó sigilosamente a través de la maleza, paso a paso, manteniéndose con el viento de cara para que no lo descubriesen. Los guerreros se hallaban a la sombra de una mata de helechos, con las cabezas muy juntas. Zarpa de Fuego no tardó en estar lo bastante cerca para oír lo que decían.
—El Clan Estelar sabe que mi aprendiz no era demasiado prometedor desde el principio, pero ¡nunca habría esperado que se convirtiera en un traidor! —gruñó Garra de Tigre.
A Zarpa de Fuego se le dilataron los ojos y sintió un hormigueo de asombro. ¡Parecía que Garra de Tigre pretendía hacer algo más que insinuar que Cuervo había traicionado al clan!
—¿Cuánto dices que Cuervo estuvo desaparecido en vuestro viaje a la Piedra Lunar? —preguntó Cebrado.
—Lo suficiente para haber ido al campamento del Clan de la Sombra y regresar luego —fue la amenazadora respuesta del lugarteniente.
A Zarpa de Fuego se le erizó el pelo de la cola de rabia. «¡Eso es imposible! —pensó—. ¡Cuervo estuvo con nosotros todo el tiempo!».
Entonces sonó la voz de Rabo Largo, aguda y vehemente:
—Debió de contarles que la líder del Clan del Trueno y su guerrero más fuerte habían abandonado el campamento. ¿Por qué si no atacaron cuando lo hicieron?
—Somos el último clan que le planta cara al Clan de la Sombra. Debemos permanecer fuertes —ronroneó Garra de Tigre. Su tono se había vuelto aterciopelado. Aguardó una respuesta en silencio.
Fue Cebrado quien la dio, ansioso, como si aún fuera aprendiz de Garra de Tigre, dando la respuesta correcta a una pregunta sobre técnicas de caza. Sus palabras dejaron a Zarpa de Fuego sin aliento y horrorizado.
—Y el clan estaría mejor sin un traidor como Cuervo.
—Tengo que decir que estoy de acuerdo contigo, Cebrado —murmuró Garra de Tigre, con la voz embargada de emoción—. Incluso aunque se trate de mi propio aprendiz… —No terminó la frase, como si estuviera demasiado pesaroso para seguir.
Zarpa de Fuego ya había oído bastante. Olvidándose del ajo silvestre, dio media vuelta y regresó al campamento tan sigilosamente y deprisa como pudo.
Decidió no contarle a Cuervo lo que había oído, porque se quedaría aterrorizado. Pensó con rapidez. ¿Qué podía hacer? Garra de Tigre era el lugarteniente del clan, un gran guerrero, y muy popular entre los demás gatos. Nadie iba a prestar atención a las acusaciones de un aprendiz. Pero Cuervo se hallaba en un terrible peligro. Zarpa de Fuego trató de recuperarse para pensar con claridad. Sólo había una cosa que hacer: debía contarle a Estrella Azul lo que había oído, ¡y convencerla de algún modo de que estaba diciendo la verdad!