Deshicieron el camino que habían recorrido. La luna había desaparecido detrás de un banco de nubes. Estaba oscuro, pero al menos el Sendero Atronador estaba más tranquilo ahora. El único monstruo que oyeron se hallaba a mucha distancia. Los gatos cruzaron juntos, y se abrieron paso a través del seto del otro lado.
Conforme avanzaban, Zarpa de Fuego notaba los músculos cada vez más entumecidos de cansancio. Estrella Azul mantenía un ritmo rápido, con el morro al frente y la cola bien alta. Garra de Tigre avanzaba a su lado. Zarpa de Fuego los seguía a pocos pasos con Zarpa Gris, pero Cuervo estaba flaqueando.
—¡No te rezagues, Cuervo! —gruñó Garra de Tigre por encima del hombro.
Cuervo se estremeció y se apresuró hasta alcanzar a sus dos amigos.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Zarpa de Fuego.
—Sí —respondió Cuervo jadeando, sin mirarlo a los ojos—. Sólo estoy un poco cansado.
Bajaron una profunda zanja y subieron por el otro lado.
—¿Qué ha dicho Garra de Tigre al salir de la cueva? —maulló Zarpa de Fuego, procurando no sonar demasiado curioso.
—Que quería asegurarse de que seguíamos de guardia en la entrada —respondió Zarpa Gris—. ¿Por qué?
Zarpa de Fuego vaciló.
—¿Habéis olido algo extraño en él?
—Sólo a cueva vieja y húmeda —respondió Zarpa Gris, sorprendido.
—Parecía un poco nervioso —aventuró Cuervo.
—¡No era el único! —exclamó Zarpa Gris, mirando a su amigo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Cuervo.
—Pues que últimamente cada vez que ves a Garra de Tigre se te eriza el lomo —susurró—. Te has llevado un susto de muerte al verlo salir de la cueva.
—Me ha pillado por sorpresa; eso es todo —protestó Cuervo—. Boca Materna es un poco escalofriante, ¿no crees?
—Supongo que sí —admitió Zarpa Gris.
Los gatos se colaron por debajo de un seto a un maizal, que relucía de color plata a la luz de la luna, y siguieron la acequia que lo bordeaba.
—Bueno, ¿y cómo era por dentro, Zarpa de Fuego? —quiso saber Zarpa Gris—. ¿Has visto la Piedra Lunar?
—Sí. ¡Es asombrosa! —Sintió un cosquilleo en la piel al recordarlo.
Zarpa Gris le dirigió una mirada de admiración.
—¡Así que es verdad! Es cierto que la roca brilla bajo la tierra.
Zarpa de Fuego no contestó. Cerró los ojos un momento, saboreando la imagen de la Piedra Lunar que lo había deslumbrado. Luego la escena de su pesadilla se le coló en la cabeza, y abrió los ojos de golpe. Estrella Azul tenía razón: debían regresar al campamento tan deprisa como pudieran.
Delante de ellos, Garra de Tigre y Estrella Azul habían salido del maizal atravesando una valla. Los aprendices los siguieron, pasando por debajo de la valla, hasta un camino de tierra. Era el sendero que pasaba por delante de la vivienda de Dos Patas y sus perros. Zarpa de Fuego levantó la vista y vio que Estrella Azul y Garra de Tigre continuaban incansablemente, recortados contra la línea del cielo, teñida de rojo. Pronto empezaría a salir el sol.
—¡Mirad! —les dijo a sus amigos.
Un gato desconocido había saltado ante los dos guerreros.
—¡Es un solitario! —susurró Zarpa Gris.
Los tres aprendices corrieron hacia delante.
El desconocido era un macho robusto de color blanco y negro, más bajo que los guerreros pero bien musculado.
—Éste es Centeno —explicó Estrella Azul a los aprendices cuando llegaron junto a ellos—. Vive cerca de este hogar de Dos Patas.
—¡Hola! —maulló el gato—. No había visto a ninguno de vuestro clan en varias lunas. ¿Cómo estás, Estrella Azul?
—Bien, gracias. ¿Y tú? ¿Cómo va la caza desde la última vez que pasamos por aquí?
—No demasiado mal —respondió Centeno con un brillo amigable en los ojos—. Una cosa buena de los Dos Patas es que siempre encontrarás muchas ratas cerca de ellos. Pareces tener más prisa de lo habitual. ¿Va todo bien?
Garra de Tigre lo miró. Un gruñido resonó desde lo más hondo de su pecho. Zarpa de Fuego percibió que el guerrero recelaba de la curiosidad del solitario.
—No me gusta estar lejos de mi clan demasiado tiempo —respondió la líder.
—Como siempre, estás unida a tu clan como una reina a sus cachorros —observó Centeno, no sin amabilidad.
—¿Qué quieres, Centeno? —le espetó Garra de Tigre.
El solitario le lanzó una mirada de reproche.
—Sólo quería avisaros de que ahora hay dos perros por aquí. Estaréis más seguros si atravesáis el maizal en vez de pasar por delante del patio.
—Ya sabemos lo de los perros. Los hemos visto antes… —respondió Garra de Tigre con impaciencia.
—Te agradecemos la advertencia —interrumpió Estrella Azul—. Gracias, Centeno. Hasta la próxima…
Centeno sacudió la cola.
—Que tengáis un buen viaje —maulló, alejándose por el sendero.
—Vamos —ordenó Estrella Azul, saliendo del camino.
Cruzó la alta hierba que había entre el sendero y la valla que rodeaba el maizal. Los tres aprendices la siguieron, pero Garra de Tigre vaciló.
—¿Te fías de la palabra de un solitario?
La gata se volvió hacia él.
—¿Preferirías enfrentarte a los perros?
—Al pasar antes por aquí, estaban atados —señaló Garra de Tigre.
—Quizá ahora estén sueltos. Iremos por aquí —zanjó Estrella Azul.
Entró al campo por debajo de la valla. Zarpa de Fuego fue tras ella, seguido de Zarpa Gris y Cuervo y, finalmente, Garra de Tigre.
Para entonces, el sol ya asomaba por el horizonte. En los setos centelleaba el rocío, lo que prometía otro día cálido.
Los gatos avanzaron por el borde de la acequia. Zarpa de Fuego miró el profundo canal, de laterales escarpados y llenos de ortigas. Olía a presas. Había algo familiar en aquel olor amargo, algo que no había olido en mucho tiempo.
Un grito ensordecedor lo hizo volver. Cuervo estaba retorciéndose y arañando la tierra. Algo le había agarrado la pata y lo arrastraba a la acequia.
—¡Ratas! —bufó Garra de Tigre—. ¡Centeno nos ha metido en una trampa!
Antes de que pudieran reaccionar, los cinco gatos estaban rodeados. Enormes ratas surgían de la acequia lanzando chillidos estridentes. Zarpa de Fuego vio sus afilados dientes delanteros, reluciendo a la luz del amanecer.
De repente, una le saltó encima. Un dolor feroz le atravesó el bíceps cuando la rata hundió los dientes en su carne. Otra le atrapó una pata con sus poderosas mandíbulas.
Zarpa de Fuego se tiró al suelo y empezó a revolverse como un loco, tratando de liberarse. Sabía que las ratas no eran tan fuertes como él, pero había muchísimas. Al oír aullidos, siseos y bufidos, supo que los otros también estaban siendo atacados.
Zarpa de Fuego se defendió fieramente con las uñas, cortando a una rata que tenía aferrada a la pata. La bestia se soltó, pero otra le agarró la cola. Tan veloz como el relámpago, impulsado por el miedo y la rabia, el joven gato peleó y derribó a sus atacantes. Volviéndose, hundió los colmillos en la rata que le mordía el hombro. Notó cómo le partía el cuello y cómo su cuerpo quedaba inerte antes de lanzarla al canal.
Soltó un maullido de dolor cuando otra rata le saltó al lomo y le clavó los dientes. Con el rabillo del ojo, vio un destello de pelaje blanco. Se quedó confuso un momento; luego notó que le quitaban la rata de encima. Se volvió y vio a Centeno arrojando la rata a la acequia.
Sin dudar, Centeno miró alrededor y corrió hacia Estrella Azul. La gata estaba retorciéndose en el suelo, cubierta de ratas. En un segundo, Centeno había atrapado a una por el lomo con la facilidad de la práctica. La escupió al suelo y agarró a otra mientras Estrella Azul se debatía debajo de él.
Zarpa de Fuego corrió hacia Zarpa Gris, a quien estaban atacando por ambos lados dos pequeñas ratas. Zarpa de Fuego se abalanzó sobre la más cercana y le dio un mordisco que la mató. Zarpa Gris logró volverse y atravesar a la segunda con sus uñas. Luego la agarró con la boca y la lanzó a la acequia, tan lejos como pudo. No volvió a salir.
—¡Están huyendo! —bramó Garra de Tigre.
Cierto. Las ratas que quedaban estaban regresando a la seguridad de la acequia. Zarpa de Fuego oyó el sonido de sus patas al desaparecer entre las ortigas. Los mordiscos del bíceps y la pata trasera le dolían tremendamente. Se lamió con cuidado el pelo, mojado y salpicado de sangre, cuyo sabor acre se mezclaba con el hedor de las ratas.
Miró alrededor en busca de Cuervo. Zarpa Gris estaba al borde de las ortigas, maullando, mientras Cuervo salía penosamente de la acequia, embarrado y dolorido. De la cola todavía le colgaba una joven rata. Zarpa de Fuego dio un salto y acabó enseguida con ella, mientras Zarpa Gris ayudaba a Cuervo a llegar a lo alto del canal.
Entonces, Zarpa de Fuego buscó con la mirada a Estrella Azul. Vio primero a Centeno, plantado al borde de la acequia, examinando las profundidades en busca de más ratas. Estrella Azul estaba tumbada en el camino. Alarmado, el aprendiz corrió al lado de su líder. El denso pelo gris de su nuca estaba empapado de sangre.
—¿Estrella Azul? —maulló Zarpa de Fuego.
Estrella Azul no contestó.
Un furioso aullido hizo que el joven alzara la vista.
Garra de Tigre saltó sobre Centeno y lo inmovilizó contra el suelo.
—¡Nos has conducido a una trampa! —gruñó.
—¡Yo no sabía que aquí habría ratas! —se defendió Centeno, arañando la tierra con las zarpas al intentar ponerse en pie.
—¿Por qué nos has mandado por este camino? —siseó Garra de Tigre.
—¡Por los perros!
—Al pasar antes por aquí, ¡los perros estaban atados!
—Los Dos Patas los sueltan por la noche para que guarden su hogar —jadeó Centeno, resollando bajo el peso de las patas del guerrero.
—¡Garra de Tigre! —llamó Zarpa de Fuego—. ¡Estrella Azul está herida!
El guerrero soltó por fin a Centeno. Éste se levantó y se sacudió el polvo de encima. Garra de Tigre corrió al lado de Estrella Azul y olfateó sus heridas.
—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó Zarpa de Fuego.
—Ahora está en las manos del Clan Estelar —respondió Garra de Tigre solemnemente, dando un paso atrás.
A Zarpa de Fuego se le pusieron los ojos como platos de la impresión. ¿Acaso Garra de Tigre quería decir que la gata estaba muerta? Se le erizó el pelo al mirar a su líder. ¿Era aquello lo que los espíritus de la Piedra Lunar le habían advertido a Estrella Azul?
Zarpa Gris y Cuervo se les habían unido, y permanecieron junto a su líder, horrorizados. Centeno se quedó atrás, estirando el cuello para ver qué estaba ocurriendo.
Estrella Azul tenía los ojos abiertos pero vidriosos, y su cuerpo gris yacía inmóvil. Ni siquiera parecía respirar.
—¿Está muerta? —susurró Cuervo.
—No lo sé. Debemos esperar a ver —contestó Garra de Tigre.
Los cinco gatos aguardaron en silencio mientras el sol empezaba a ascender en el cielo. Zarpa de Fuego se encontró rezándole al Clan Estelar para que protegiera a su líder y la mandara de nuevo con ellos.
Al cabo la gata se movió. Sacudió la punta de la cola y levantó la cabeza.
—¿Estrella Azul? —maulló Zarpa de Fuego con voz temblorosa.
—Está todo bien —contestó con aspereza—. Sigo aquí. He perdido una vida, pero no era la novena.
A Zarpa de Fuego lo embargó la alegría. Miró a Garra de Tigre, esperando ver alivio en su cara, pero el guerrero se mostró inexpresivo.
—Bien —dijo con voz imperiosa—. Cuervo, recoge telarañas para las heridas de Estrella Azul. Zarpa Gris, busca caléndula o cola de caballo.
Los dos aprendices salieron disparados.
—Centeno —continuó el guerrero—, creo que ahora deberías dejarnos.
Zarpa de Fuego miró al solitario que había luchado tan valerosamente para ayudarlos. Quería darle las gracias, pero no se atrevió a hacerlo bajo la feroz mirada de Garra de Tigre. En vez de hablar, le dedicó un leve gesto de la cabeza. Centeno pareció entenderlo, porque le devolvió el gesto y se marchó sin pronunciar palabra.
Estrella Azul seguía tumbada en el camino de tierra.
—¿Está todo el mundo bien? —quiso saber con voz ronca.
Garra de Tigre asintió.
Cuervo regresó a todo correr, con una pata delantera envuelta en una gruesa capa de telarañas.
—Aquí están —maulló.
—¿Se las pongo en las heridas? —le preguntó Zarpa de Fuego a Garra de Tigre—. Fauces Amarillas me enseñó a hacerlo.
—Muy bien —aceptó el guerrero. Se alejó para inspeccionar de nuevo la acequia, con las orejas plantadas en busca de ratas.
Zarpa de Fuego desenrolló un trozo de telaraña de la pata de Cuervo y la apretó con firmeza contra las heridas de Estrella Azul.
Ella hizo una mueca de dolor.
—De no haber sido por Garra de Tigre, esas ratas me habrían comido viva —murmuró la gata, con voz tensa por el dolor.
—No es Garra de Tigre quien te ha salvado, sino Centeno —susurró Zarpa de Fuego mientras tomaba más telarañas de Cuervo.
—¿Centeno? —se asombró—. ¿Está aquí?
—Garra de Tigre lo ha despachado —respondió el aprendiz quedamente—. Cree que Centeno nos había metido en una trampa.
—¿Y tú qué crees?
Zarpa de Fuego no levantó la vista, sino que se concentró en aplicar el último pedazo de telaraña en su lugar.
—Centeno es un solitario —maulló por fin—. ¿Qué ganaría mandándonos a una trampa para tener que rescatarnos después?
Estrella Azul bajó la cabeza y cerró los ojos.
Zarpa Gris regresó con cola de caballo. Zarpa de Fuego mascó las hojas y escupió el jugo sobre las heridas de Estrella Azul. Sabía que eso ayudaría a detener la infección, pero aun así deseó que Jaspeada estuviese con él, con todos sus conocimientos y su confianza en las curas.
—Deberíamos descansar mientras Estrella Azul se recupera —dijo Garra de Tigre, acercándose.
—Ni hablar —replicó la gata—. Debemos regresar al campamento. —Entornando los ojos de dolor, se levantó penosamente—. Pongámonos en marcha.
La líder del Clan del Trueno recorrió el linde del campo cojeando. Garra de Tigre iba a su lado, con la cara ensombrecida por pensamientos desconocidos. Los aprendices intercambiaron miradas de inquietud, y luego los siguieron.
—Ha pasado mucho tiempo desde que te vi perder una vida, Estrella Azul —susurró Garra de Tigre, pero Zarpa de Fuego logró oír sus palabras—. ¿Cuántas has perdido hasta ahora?
El joven no pudo evitar sorprenderse por la abierta curiosidad del guerrero.
—Ésta era la quinta —respondió Estrella Azul con calma.
Zarpa de Fuego aguzó el oído, pero Garra de Tigre no hizo ningún comentario más. Siguió andando, perdido en sus pensamientos.