Zarpa de Fuego se asomó por la cima de una ladera cubierta de arbustos; Zarpa Gris y Cuervo estaban agazapados junto a él. Cerca de ellos, un grupo de veteranos, guerreros y reinas aguardaban en el sotobosque a que Estrella Azul les diera la señal.
Zarpa de Fuego no había estado en los Cuatro Árboles desde su primera expedición con Corazón de León y Garra de Tigre. El claro de laterales abruptos parecía diferente. El verde intenso del bosque se había decolorado por la fría luz de la luna llena, y el follaje de los árboles relucía plateado. Al fondo se hallaban los enormes robles que marcaban donde el territorio de un clan tocaba los otros tres.
El aire estaba cargado con las cálidas esencias de gatos de los diversos clanes. Zarpa de Fuego podía verlos bastante bien a la luz de la luna, moviéndose en el claro cubierto de hierba que se extendía entre los cuatro robles. En el centro del claro, una gran roca dentada se elevaba del suelo como un colmillo roto.
—¡Mirad a todos esos gatos ahí abajo! —susurró Cuervo.
—¡Ahí está Estrella Doblada! —musitó Zarpa Gris—. El líder del Clan del Río.
—¿Dónde? —maulló Zarpa de Fuego, dándole un empujoncito de impaciencia.
—Es el atigrado claro que está junto a la Gran Roca.
Zarpa de Fuego siguió la dirección que le indicaba su amigo y vio un enorme macho, más grande incluso que Corazón de León, sentado en el centro del claro. Su pelaje rayado brillaba pálidamente al claro de luna. Incluso en la distancia, su viejo rostro mostraba los signos de una vida dura, y su boca parecía torcida, como si se la hubiera roto y le hubiese sanado mal.
—¡Eh! —exclamó Zarpa Gris—. ¿Habéis visto el bufido de Arenisca cuando le he dicho que esperaba que tuviese una agradable velada en casa?
—¡Desde luego que sí! —ronroneó Zarpa de Fuego.
Cuervo los interrumpió con un gruñido sofocado.
—¡Mirad! Ahí está Estrella Rota, el líder del Clan de la Sombra —siseó.
Zarpa de Fuego miró al atigrado marrón oscuro. Tenía un pelaje insólitamente largo y una cara ancha y aplastada. En la forma en que permanecía sentado mirando alrededor había una extraña calma que puso nervioso a Zarpa de Fuego; el aprendiz notó un picor de inquietud.
—Parece bastante desagradable —masculló.
—Sí —coincidió Zarpa Gris—. Entre los demás clanes tiene fama de no soportar tonterías. Y no es líder desde hace mucho tiempo… Hace sólo cuatro lunas, desde que murió su padre, Estrella Mellada.
—¿Qué aspecto tiene el líder del Clan del Río?
—¿Estrella Alta? Nunca lo he visto, pero sé que es blanco y negro y tiene una cola muy larga.
—¿Lo ves ahí abajo? —preguntó Cuervo.
Zarpa Gris miró hacia el claro, examinando la multitud de gatos.
—No.
—¿Captas el olor de algún gato del Clan del Río? —inquirió Zarpa de Fuego.
Zarpa Gris negó con la cabeza.
—Tampoco.
La voz de Corazón de León sonó quedamente junto a ellos:
—Quizá los del Clan del Río sólo se están retrasando.
—Pero ¿y si no aparecen? —maulló Zarpa Gris.
—¡Chist! Debemos ser pacientes. Éstos son tiempos difíciles. Ahora guardad silencio. Estrella Azul dará la señal de partir enseguida —respondió Corazón de León.
En ese momento se levantó Estrella Azul, irguió bien la cola y la sacudió. A Zarpa de Fuego le dio un vuelco el corazón cuando todos los gatos del Clan del Trueno se levantaron como uno solo y saltaron entre los arbustos en dirección al lugar de reunión. Corrió junto a ellos, sintiendo el viento en las orejas y un hormigueo de expectación en las patas.
Los del Clan del Trueno se detuvieron instintivamente en el lindero del claro, fuera de los límites de los robles. Estrella Azul olfateó el aire y asintió con la cabeza. La tropa se internó en el claro.
Zarpa de Fuego sintió un escalofrío. De cerca, los otros gatos parecían más impresionantes incluso, circulando alrededor de la Gran Roca. Un guerrero blanco pasó junto a los aprendices. Zarpa de Fuego y Cuervo lo miraron pasmados.
—¡Mirad sus patas! —murmuró Cuervo.
Zarpa de Fuego se dio cuenta de que las enormes patas de aquel magnífico macho eran negras como la tinta.
—Debe de ser Patas Negras —maulló Zarpa Gris—. El nuevo lugarteniente del Clan de la Sombra.
Patas Negras se dirigió a Estrella Rota y se sentó a su lado. El líder del Clan de la Sombra lo recibió agitando una oreja, pero no dijo nada.
—¿Cuándo empieza la reunión? —le preguntó Cuervo a Tormenta Blanca.
—Ten paciencia —respondió el guerrero—. Esta noche el cielo está despejado, así que tenemos tiempo de sobra.
Corazón de León se inclinó hacia ellos y añadió:
—A los guerreros nos gusta pasar un rato fanfarroneando sobre nuestras victorias, mientras los veteranos intercambian historias sobre los antiguos tiempos, antes de que los Dos Patas llegaran aquí.
Los tres aprendices lo miraron y vieron cómo Corazón de León retorcía los bigotes maliciosamente.
Cola Moteada, Tuerta y Orejitas fueron derechos a un grupo de gatos ancianos que se habían acomodado bajo uno de los robles. Tormenta Blanca y Corazón de León se dirigieron a otro par de guerreros que Zarpa de Fuego no conocía; olfateó el aire y reconoció la esencia del Clan del Río.
La voz de Estrella Azul sonó detrás de los aprendices:
—Esta noche no desperdiciéis el tiempo. Es una buena oportunidad de conocer a vuestros enemigos. Escuchadlos, memorizad qué aspecto tienen y cómo se comportan. Hay muchísimo que aprender en estas reuniones.
—Y hablad poco —les advirtió Garra de Tigre—. No reveléis nada que pueda emplearse contra vosotros una vez que la luna haya menguado.
—No te preocupes, no lo haremos —se apresuró a prometer Zarpa de Fuego. La sensación de que el guerrero no confiaba en su lealtad aún no lo había abandonado.
Estrella Azul y Garra de Tigre asintieron y se alejaron, y los aprendices se quedaron solos. Se miraron entre sí.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Zarpa de Fuego.
—Lo que han dicho —respondió Cuervo—. Escuchar.
—Y no hablar demasiado —añadió Zarpa Gris.
Zarpa de Fuego asintió y dijo:
—Iré a ver adónde va Garra de Tigre.
—Bueno, pues yo voy a buscar a Corazón de León —dijo Zarpa Gris—. ¿Me acompañas, Cuervo?
—No, gracias. Voy a ver si encuentro a los otros aprendices.
—De acuerdo; nos veremos más tarde —respondió Zarpa de Fuego, y se fue en la dirección que había tomado Garra de Tigre.
Captó fácilmente su olor; lo encontró sentado en el centro de un grupo de guerreros enormes, detrás de la Gran Roca. Estaba hablando.
Relataba algo que Zarpa de Fuego había oído muchas veces en el campamento: su reciente batalla contra la partida de caza del Clan del Río.
—Peleé como un gato del Clan del León. Tres guerreros intentaron sujetarme, pero me los quité de encima. Luché contra ellos hasta que dos quedaron fuera de combate y el otro huyó corriendo al bosque, aullando como un gatito que llama a su madre.
En esta ocasión, Garra de Tigre no mencionó que había matado a Corazón de Roble en venganza por la muerte de Cola Roja. «A lo mejor es por no ofender a los del Clan del Río», se dijo Zarpa de Fuego.
El aprendiz escuchó educadamente hasta que acabó el relato, aunque un olor familiar lo estaba distrayendo. En cuanto Garra de Tigre terminó de hablar, Zarpa de Fuego se encaminó sigilosamente hacia el dulce aroma, que procedía de un grupo cercano.
Encontró a Zarpa Gris sentado entre aquellos gatos, pero no era el suyo el olor que lo había atraído. Enfrente de su amigo, entre dos machos del Clan del Río, estaba Jaspeada. Zarpa de Fuego le lanzó una mirada tímida y se sentó junto a su amigo.
—Ni rastro del Clan del Viento —le maulló a Zarpa Gris.
—La reunión no ha empezado todavía; aún pueden llegar. Mira: ahí está Nariz Inquieta. Por lo visto, es el nuevo curandero del Clan de la Sombra. —Señaló con la cabeza a un pequeño gato gris y blanco, situado en el centro del grupo.
—Ya veo por qué lo llaman Nariz Inquieta —respondió Zarpa de Fuego. El curandero tenía la nariz húmeda en la punta y agrietada en los bordes.
—Sí —dijo Zarpa Gris con un gruñido burlón—. ¡No entiendo cómo lo han nombrado curandero si ni siquiera puede curarse su propio resfriado!
Nariz Inquieta estaba hablando sobre una hierba que los curanderos empleaban en los tiempos antiguos para curar el catarro infantil.
—Desde que los Dos Patas llegaron y llenaron el lugar de tierra dura y flores extrañas —se lamentó—, esa hierba ha desaparecido y los cachorros mueren en el frío invierno.
Los gatos que lo rodeaban mostraron su desaprobación con maullidos.
—Eso nunca habría sucedido en la época de los clanes de los grandes felinos —gruñó una reina negra del Clan del Río.
—Desde luego —coincidió un atigrado plateado—. Los grandes felinos habrían matado a cualquier Dos Patas que se hubiera atrevido a entrar en su territorio. Si el Clan del Tigre siguiera rondando por estos bosques, los Dos Patas no habrían construido tan adentro de nuestra tierra.
Entonces Zarpa de Fuego oyó la dulce voz de Jaspeada:
—Si el Clan del Tigre siguiera rondando por estos bosques, nosotros tampoco habríamos podido crear aquí nuestro territorio.
—¿Qué es el Clan del Tigre? —preguntó una vocecilla junto a los amigos.
Zarpa de Fuego reparó en un pequeño aprendiz atigrado, perteneciente a otro clan, sentado junto a él.
—Es uno de los clanes de los grandes felinos que antes vivían en el bosque —explicó Zarpa Gris—. Los del Clan del Tigre eran felinos de la noche, grandes como caballos, con rayas negras. Luego está el Clan del León. Ellos… —Vaciló, arrugando la frente para recordar.
—¡Oh! Yo he oído hablar de ellos —maulló el pequeño atigrado—. Eran tan grandes como los del Tigre, y tenían el pelaje amarillo y una melena dorada como los rayos del sol.
Zarpa Gris asintió.
—Y luego está el otro, el Clan Manchado o algo así…
—Te refieres al Clan del Leopardo, joven Zarpa Gris —dijo una voz a sus espaldas.
—¡Corazón de León! —Zarpa Gris recibió a su mentor con un afectuoso toque con el hocico.
Corazón de León sacudió la cabeza con fingida desesperación.
—¿Vosotros los jóvenes no conocéis nuestra historia? Los del Clan del Leopardo eran los felinos más veloces, grandes y dorados, salpicados de manchas negras en forma de huella. Debéis agradecerle al Clan del Leopardo la velocidad y la destreza cazadora que ahora poseéis.
—¿Agradecérselo? ¿Por qué? —preguntó el atigrado.
Corazón de León bajó la mirada hacia el pequeño aprendiz y respondió:
—Hay un vestigio de todos los grandes felinos en los gatos de hoy en día. No seríamos cazadores nocturnos sin nuestros antepasados del Clan del Tigre, y nuestro amor por el calor del sol procede del Clan del León. —Hizo una pausa—. Tú eres aprendiz del Clan de la Sombra, ¿verdad? ¿Cuántas lunas tienes?
El atigrado se quedó mirando al suelo, incómodo.
—S… seis lunas —tartamudeó, sin mirar al guerrero.
—Eres bastante pequeño para tener seis lunas —murmuró éste. Su tono sonaba amable, pero su mirada era penetrante y seria.
—Mi madre también era pequeña —respondió el atigrado, nervioso. Inclinó la cabeza y retrocedió, hasta desaparecer entre los gatos con una sacudida de su cola ocre.
Corazón de León se volvió hacia Zarpa de Fuego y Zarpa Gris.
—Bueno, quizá fuera pequeño, pero al menos sentía curiosidad. ¡Ojalá vosotros dos mostrarais el mismo interés por las historias que cuentan vuestros mayores!
—Lo siento, Corazón de León —maullaron al unísono los dos amigos, intercambiando miradas dubitativas.
El guerrero gruñó bonachón.
—¡Oh, marchaos! La próxima vez, espero que Estrella Azul decida traer aprendices que aprecien lo que oyen. —Y con un débil gruñido, los ahuyentó de allí.
—Vamos —maulló Zarpa Gris mientras se alejaban del grupo—. Veamos dónde se ha metido Cuervo.
Éste se hallaba en el centro de un grupo de aprendices que le pedían que contara la batalla contra el Clan del Río.
—¡Vamos, Cuervo, cuéntanos qué ocurrió! —exclamó una bonita gata blanca y negra.
Cohibido, el aprendiz movió las patas y negó con la cabeza.
—¡Vamos, Cuervo! —insistió otro.
Cuervo miró alrededor y vio a sus dos amigos en el borde de la multitud. Zarpa de Fuego le hizo un gesto de ánimo. Cuervo sacudió la cola a modo de respuesta y empezó su relato.
Al principio se atascó un poco, pero conforme avanzaba, el temblor de su voz desapareció y su audiencia se inclinó hacia delante, con los ojos cada vez más abiertos.
—Había pelo volando por todos lados. La sangre salpicaba las hojas de los zarzales: rojo brillante contra verde. Yo acababa de deshacerme de un enorme guerrero, que se perdió chillando entre los arbustos, cuando el suelo se estremeció, y entonces oí gritar a un guerrero. ¡Era Corazón de Roble! Cola Roja pasó corriendo ante mí, con sangre en la boca y la piel desgarrada. «¡Corazón de Roble está muerto!», aulló. Luego se apresuró a ayudar a Garra de Tigre, que tenía a otro enemigo encima.
—¿Quién habría imaginado que Cuervo era tan buen narrador? —le preguntó Zarpa Gris a Zarpa de Fuego en un susurro, impresionado.
Pero Zarpa de Fuego estaba pensando en otra cosa. ¿Qué era lo que había dicho Cuervo? ¿Qué Cola Roja había matado a Corazón de Roble? Pero, según Garra de Tigre, Corazón de Roble había matado a Cola Roja, y él, Garra de Tigre, había matado a Corazón de Roble en venganza.
—Si Cola Roja mató a Corazón de Roble, ¿quién mató a Cola Roja? —le susurró a Zarpa Gris.
—¿Qué quién hizo qué? —respondió su amigo, distraído. Sólo estaba escuchándolo a medias.
Zarpa de Fuego sacudió la cabeza para aclararse las ideas. «Cuervo debe de haberse equivocado —pensó—. Debía de referirse a Garra de Tigre».
Cuervo estaba llegando al final de su historia:
—Cola Roja agarró del rabo al gato que estaba sobre Garra de Tigre y, con toda la fuerza del Clan del Tigre, lo lanzó contra los arbustos.
Un movimiento en la sombra captó la atención de Zarpa de Fuego. Miró alrededor y vio a Garra de Tigre a poca distancia. El guerrero estaba observando a Cuervo con mirada dura. Ajeno a la presencia de su mentor, Cuervo continuó respondiendo una tras otra a las preguntas de su entusiasmada audiencia.
—¿Cuáles fueron las palabras de Corazón de Roble al morir?
—¿Es verdad que Corazón de Roble jamás había perdido una batalla hasta entonces?
Cuervo respondía con prontitud, con voz alta y clara y los ojos brillantes. Pero cuando Zarpa de Fuego se volvió de nuevo hacia Garra de Tigre, advirtió una expresión de horror y luego de furia en su cara. Era evidente que el guerrero no estaba disfrutando con el relato de Cuervo. Iba a comentárselo a Zarpa Gris cuando un estridente maullido pidió silencio a todos los gatos. Zarpa de Fuego no pudo evitar sentirse aliviado cuando Cuervo enmudeció por fin y Garra de Tigre se marchó.
La silueta de tres gatos se recortaba contra la luz de la luna en lo alto de la Gran Roca. Eran Estrella Azul, Estrella Rota y Estrella Doblada.
Los líderes de los clanes se disponían a dar comienzo a la reunión. Pero ¿dónde estaba el líder del Clan del Viento?
—No pensarán empezar sin Estrella Alta, ¿verdad? —preguntó Zarpa de Fuego en voz baja.
—No lo sé —respondió Zarpa Gris.
—¿No os habéis dado cuenta? Aquí no hay ni un solo gato del Clan del Viento —susurró un aprendiz del Clan del Río que estaba al lado de Zarpa de Fuego.
Éste supuso que a su alrededor estarían produciéndose conversaciones similares. Conforme los gatos se apiñaban debajo de la Gran Roca, un murmullo de inquietud brotó de sus gargantas.
—¡No podemos empezar todavía! —gritó una voz por encima del rumor—. ¿Dónde están los representantes del Clan del Viento? Debemos esperar hasta que todos los clanes estén presentes.
Desde lo alto de la roca, Estrella Azul dio unos pasos adelante. Su pelaje gris resultaba casi blanco a la luz de la luna.
—Gatos de todos los clanes, bienvenidos —maulló con voz clara—. Es cierto que el Clan del Viento no se halla presente, pero Estrella Rota desea hablar igualmente.
La aludida avanzó en silencio hasta colocarse junto a Estrella Azul. Inspeccionó a la multitud un momento; sus ojos naranja ardían. Luego respiró hondo y empezó:
—Amigos, esta noche vengo a hablaros de las necesidades del Clan de la Sombra…
Pero unos gritos impacientes lo interrumpieron.
—¿Dónde está Estrella Alta? —quiso saber uno.
—¿Y los guerreros del Clan del Viento? —aulló otro.
Estrella Rota se irguió cuan alto era y agitó la cola.
—Como líder del Clan de la Sombra, ¡tengo derecho a hablaros desde aquí! —gruñó con voz amenazadora.
La multitud guardó un silencio desasosegado. Alrededor, Zarpa de Fuego captó el sabor acre del miedo.
Estrella Rota volvió a tomar la palabra.
—Todos sabemos que la dura estación sin hojas y la tardía estación de la hoja nueva han dejado pocas presas en nuestras zonas de caza. Pero también sabemos que los clanes del Río, el Viento y el Trueno perdieron muchas crías por las heladas tardías de esta estación. El Clan de la Sombra no perdió crías. Estamos endurecidos por el frío viento del norte. Nuestros cachorros son más fuertes que los vuestros desde que nacen. De modo que nos hemos encontrado con muchas bocas que alimentar y pocas presas con que alimentarlas.
La multitud, todavía en silencio, escuchaba angustiada.
—Las necesidades del Clan de la Sombra son simples. Para sobrevivir, debemos aumentar nuestro territorio de caza. Por eso insisto en que permitáis que nuestros guerreros cacen en vuestras tierras.
Un gruñido conmocionado, pero contenido, recorrió la multitud.
—¿Compartir nuestra zona de caza? —exclamó escandalizado Garra de Tigre.
—¡Eso no tiene precedentes! —protestó una reina parda del Clan del Río—. ¡Los clanes jamás han compartido sus derechos de caza!
—¿Habría que castigar al Clan de la Sombra porque nuestros cachorros se desarrollan bien? —gritó Estrella Rota desde la Gran Roca—. ¿Queréis que veamos cómo nuestros pequeños mueren de hambre? Debéis compartir con nosotros lo que tenéis.
—¿Debemos? —resopló Orejitas furibundo, desde el fondo.
—Debéis —repitió Estrella Rota—. El Clan del Viento no lo comprendió. Al final, nos vimos obligados a echarlos de su propio territorio.
Brotaron gruñidos de indignación, pero el maullido de Estrella Rota sonó por encima de todos:
—Y si tengo que hacerlo, os echaré a todos de vuestra zona de caza para alimentar a nuestros pequeños hambrientos.
Hubo un silencio instantáneo. Desde el otro lado del claro, Zarpa de Fuego oyó que un aprendiz del Clan del Río empezaba a murmurar algo, pero uno de los veteranos lo hizo callar.
Satisfecho de haber conseguido la atención de todos, Estrella Rota continuó:
—Cada año, los Dos Patas destrozan algo más de nuestro territorio. Si todos los clanes han de sobrevivir, al menos uno debería mantenerse fuerte. El Clan de la Sombra prospera mientras los demás os debatís. Y puede que llegue el día en que necesitéis que os protejamos.
—¿Dudas de nuestra fuerza? —siseó Garra de Tigre. Sus ojos claros miraron amenazadores al líder que hablaba, y sus poderosos omóplatos se estremecieron a causa de la tensión.
—No pido que me deis vuestra respuesta ahora mismo. —Estrella Rota pasó por alto el desafío del guerrero atigrado—. Debéis marcharos y reflexionar sobre mis palabras. Pero tened esto en mente: ¿preferiríais compartir vuestra caza o ser expulsados y quedaros sin hogar y muertos de hambre?
Los guerreros, los veteranos y los aprendices se miraron con incredulidad. En la preocupada pausa que siguió, Estrella Doblada se adelantó para anunciar:
—Ya he decidido conceder al Clan de la Sombra algunos derechos de caza en el río que atraviesa nuestro territorio. —Miró a los miembros de su clan.
Las palabras de su líder provocaron una oleada de espanto y humillación entre los gatos del Clan del Río.
—¡No se nos ha consultado! —protestó un atigrado gris plata.
—Siento que esto es lo mejor para nuestro clan. Para todos los clanes —se justificó Estrella Doblada, con la voz cargada de resignación—. Hay muchos peces en el río. Es mejor compartir nuestra caza que derramar sangre por ella.
—Y ¿qué pasa con el Clan del Trueno? —graznó Orejitas—. ¿Estrella Azul? ¿Tú también has accedido a esta vergonzosa exigencia?
Estrella Azul le sostuvo la mirada con firmeza.
—Yo no he acordado nada con Estrella Rota, excepto que discutiré su propuesta con mi clan después de la Asamblea.
—Bueno, algo es algo —le susurró Zarpa Gris a Zarpa de Fuego—. Les enseñaremos que no somos tan flojos como esos cobardicas del Clan del Río.
Estrella Rota volvió a hablar. Su áspera voz sonó arrogante y potente tras la rendición de Estrella Doblada.
—También traigo una noticia importante para la seguridad de vuestras crías. Una gata del Clan de la Sombra ha desertado y ha rechazado el código guerrero. La expulsamos del campamento, pero no sabemos dónde está ahora. Parece una criatura vieja y sarnosa, pero muerde como si fuera del Clan del Tigre.
A Zarpa de Fuego se le erizó el pelo. ¿Era posible que Estrella Rota estuviese hablando de Fauces Amarillas? Estiró las orejas, curioso por oír más.
—Es peligrosa. Os lo advierto: no le deis asilo. —Estrella Rota hizo una pausa teatral—. Y… hasta que la hayamos atrapado y matado, os recomiendo que vigiléis de cerca a vuestros cachorros.
Por los gruñidos nerviosos que brotaron entre los gatos del Clan del Trueno, Zarpa de Fuego supo que los demás también estaban pensando en Fauces Amarillas. La temeraria gata no había hecho nada por granjearse las simpatías de sus reticentes anfitriones, y el aprendiz supuso que no costaría mucho fomentar el odio contra ella; bastarían incluso las palabras de un enemigo despreciable como Estrella Rota.
Los guerreros del Clan de la Sombra empezaron a abrirse paso entre la multitud. Estrella Rota saltó de la Gran Roca y, escoltado por sus guerreros, se marchó de los Cuatro Árboles en dirección al territorio del Clan de la Sombra. El resto de gatos del clan los siguieron enseguida, incluido el atigrado menudo con el que había hablado Corazón de León. Pero entre los demás aprendices del Clan de la Sombra, el atigrado ya no resultaba insólitamente pequeño: todos parecían diminutos y desnutridos, como si fueran cachorros de tres o cuatro lunas en vez de aprendices hechos y derechos.
—¿Qué pensáis de todo esto? —maulló Zarpa Gris en voz baja.
Cuervo empezó a dar saltos antes de que Zarpa de Fuego pudiese responder.
—¿Qué va a pasar ahora? —se lamentó, con el pelo erizado y los ojos dilatados.
Zarpa de Fuego no contestó. Los veteranos del Clan del Trueno se habían reunido cerca, y él estaba intentando oír lo que decían.
—Estrella Rota debía de estar hablando de Fauces Amarillas —gruñó Orejitas.
—Bueno, el otro día trató de morder al más chiquitín de Flor Dorada —murmuró Cola Pintada sombríamente. Era la reina más vieja de la maternidad, y ferozmente protectora con los cachorros.
—¡Y la hemos dejado allí, con el campamento prácticamente sin protección! —gimió Tuerta, que por una vez parecía no tener problemas para oírlo todo.
—Yo intenté deciros que era un peligro para todos nosotros —siseó Cebrado—. ¡Estrella Azul tiene que atender a razones y deshacerse de esa gata antes de que hiera a alguno de nuestros pequeños!
Garra de Tigre se acercó al grupo.
—¡Debemos regresar al campamento inmediatamente y encargarnos de esa desertora! —maulló.
Zarpa de Fuego no se quedó a oír más. La cabeza le daba vueltas. Aunque era leal a su clan, no podía creer que Fauces Amarillas supusiera un peligro para los cachorros. Temeroso por la vieja gata, bullendo de preguntas que sólo ella podía responder, se alejó de sus amigos sin pronunciar palabra.
Subió disparado la colina y corrió a toda velocidad por el bosque. ¿Se habría equivocado con Fauces Amarillas? Si la avisaba del peligro en que se hallaba, ¿estaría arriesgando su propia posición en el clan? Fuera cual fuese el problema en que iba a meterse, tenía que averiguar la verdad de boca de Fauces Amarillas antes de que los otros regresaran al campamento.