11

Zarpa de Fuego regresó con un pinzón sujeto entre los dientes. Lo depositó delante de Garra de Tigre, que aguardaba en la hondonada.

—Eres el primero en volver —maulló el guerrero.

—Sí, pero tengo muchas presas que recoger —se apresuró a decir Zarpa de Fuego—. Las he enterrado…

—Sé exactamente lo que has hecho —gruñó Garra de Tigre—. He estado vigilándote.

Un crujido entre los arbustos anunció la llegada de Zarpa Gris. Llevaba una pequeña ardilla en la boca, que dejó junto al pinzón de Zarpa de Fuego.

—¡Puaj! —escupió—. Las ardillas son demasiado peludas. Me pasaré toda la tarde sacándome pelos de entre los dientes.

Garra de Tigre no prestó atención a los refunfuños del aprendiz.

—Cuervo se retrasa —observó—. Le daremos un poco más de tiempo y luego regresaremos al campamento.

—Pero ¿y si le ha picado una víbora? —protestó Zarpa de Fuego.

—Entonces será culpa suya —contestó fríamente el guerrero—. En el Clan del Trueno no hay sitio para los necios.

Esperaron en silencio. Zarpa de Fuego y Zarpa Gris intercambiaron una mirada, preocupados por Cuervo. Garra de Tigre permaneció inmóvil, aparentemente absorto en sus pensamientos.

Zarpa de Fuego fue el primero en oler la llegada de Cuervo. Se levantó de un salto cuando el aprendiz negro entró en el claro; parecía insólitamente contento consigo mismo. De la boca le colgaba el cuerpo largo de una víbora.

—¡Cuervo! ¿Estás bien? —preguntó Zarpa de Fuego.

—¡Eh! —maulló Zarpa Gris, corriendo a admirar la captura de su amigo—. ¿Te ha mordido?

—¡Yo era demasiado rápido para ella! —se ufanó Cuervo. Luego sus ojos se cruzaron con los de Garra de Tigre y guardó silencio.

El guerrero observó a los tres aprendices con mirada glacial.

—Vamos —dijo secamente—. Recojamos el resto de vuestras presas y volvamos al campamento.

Los aprendices entraron en el campamento detrás de Garra de Tigre. Llevaban en la boca su impresionante caza de aquel día, aunque Cuervo no paraba de tropezar con su serpiente. Al emerger de entre las aulagas al campamento, varios cachorros de la maternidad se asomaron para verlos pasar.

—¡Mirad! —exclamó uno de ellos—. ¡Son aprendices que vuelven de cazar!

Zarpa de Fuego reconoció al pequeño atigrado al que Fauces Amarillas había bufado el día anterior. Junto a él había un lanudo gatito gris, de no más de dos lunas de edad, además de un chiquitín negro y un pequeño pardo.

—¿Ése no es el minino casero, Zarpa de Fuego? —chilló el gatito gris.

—¡Sí! Fíjate en su pelaje rojizo —respondió el negro.

—Dicen que es un buen cazador —añadió el pardo—. Se parece un poco a Corazón de León. ¿Creéis que es tan bueno como él?

—Me muero por empezar el entrenamiento —maulló el atigrado—. ¡Voy a ser el mejor guerrero que el Clan del Trueno haya visto jamás!

Zarpa de Fuego levantó la cabeza, sintiéndose orgulloso por los admirados comentarios de los pequeños. Siguió a sus dos amigos hasta el centro del claro.

—¡Una víbora! —exclamó Zarpa Gris, mientras dejaban las presas para que las comieran los demás gatos.

—¿Qué haré con ella? —preguntó Cuervo, olfateando el largo cuerpo junto al montón de caza.

—¿Puedes comer víboras? —inquirió Zarpa Gris.

—¡Tú siempre pensando con el estómago! —bromeó Zarpa de Fuego, dándole un cabezazo.

—Bueno, yo no me la comería —murmuró Cuervo—. Después de cargar con ella, tengo un sabor asqueroso en la boca.

—Entonces vamos a ponerla sobre el tocón de árbol —sugirió Zarpa Gris—, para que Polvoroso y Arenisca puedan verla al volver.

Se llevaron una pieza de caza cada uno, y la víbora, a su guarida. Zarpa Gris colocó cuidadosamente la víbora sobre el tocón, de modo que pudiera verse a la perfección desde cualquier lado. Luego comieron. Al terminar, se sentaron juntos para lavarse unos a otros y charlar.

—Me pregunto a quién elegirá Estrella Azul para ir a la Asamblea —maulló Zarpa de Fuego—. Mañana será luna llena.

—Arenisca y Polvoroso ya han estado dos veces —repuso Zarpa Gris.

—Quizá esta vez Estrella Azul escoja a uno de nosotros. Después de todo, ya llevamos entrenando casi tres lunas.

—Pero Arenisca y Polvoroso siguen siendo los aprendices más mayores —señaló Cuervo.

Zarpa de Fuego asintió.

—Y esta Asamblea es muy importante. Será la primera vez que se reúnan los clanes desde la desaparición del Clan del Viento. Ningún gato sabe qué va a decir el Clan de la Sombra sobre eso.

Garra de Tigre los interrumpió:

—Tienes razón, joven. —El guerrero se les había acercado sin que lo advirtieran—. Por cierto, Zarpa de Fuego —añadió como si nada—, Estrella Azul quiere verte.

El aprendiz alzó la vista, sorprendido. ¿Por qué querría verlo la líder?

—Ahora —precisó Garra de Tigre.

Zarpa de Fuego se levantó de inmediato y cruzó el claro.

Estrella Azul estaba sentada fuera de su guarida, agitando intranquila la cola a un lado y otro. Al ver al joven, se puso en pie y lo miró fijamente.

—Garra de Tigre dice que hoy te ha visto hablando con un gato de las viviendas de Dos Patas —maulló en voz baja.

—Pero…

—Dice que has empezado luchando con ese gato, pero que al final has compartido lenguas con él.

—Es cierto —admitió el aprendiz, sintiendo que el lomo se le erizaba, a la defensiva—. Pero era un viejo amigo. Crecimos juntos. —Hizo una pausa para tragar saliva—. Cuando yo era un gato doméstico.

Estrella Azul lo miró ceñuda.

—¿Echas de menos tu antigua vida, Zarpa de Fuego? —preguntó—. Piénsalo detenidamente.

—Claro que no. —«¿Cómo puede pensar eso?». Le dio vueltas la cabeza. ¿Qué pretendía hacerle decir Estrella Azul?

—¿Deseas abandonar el clan?

—¡Por supuesto que no! —Se quedó helado por la pregunta.

No pareció que Estrella Azul hubiera percibido la vehemencia de su respuesta. La gata sacudió la cabeza; de pronto parecía vieja y cansada.

—No te juzgaré si nos dejas, Zarpa de Fuego. A lo mejor esperaba demasiado de ti. A lo mejor mi criterio estaba nublado por la necesidad que tenemos de nuevos guerreros.

El aprendiz fue presa del pánico ante la idea de abandonar el clan para siempre.

—Pero ¡mi lugar está aquí! —protestó—. Éste es mi hogar.

—Necesito más que eso, Zarpa de Fuego. Necesito poder confiar en tu lealtad, especialmente ahora que parece que el Clan de la Sombra está planeando un ataque. No tenemos sitio para nadie que no esté seguro de si su corazón pertenece al pasado o al presente.

Zarpa de Fuego respiró hondo y eligió sus palabras cuidadosamente.

—Cuando hoy me he encontrado con Tiznado (ése es el gato doméstico con el que Garra de Tigre me ha visto hablar), he descubierto qué clase de vida habría tenido si me hubiese quedado con los Dos Patas. Me siento feliz de no haberme quedado. Me siento orgulloso de haberlos dejado. —Miró a Estrella Azul sin parpadear—. Al encontrar a Tiznado, he tenido la certeza de haber tomado la decisión correcta. Jamás habría podido estar satisfecho con la vida fácil de un minino casero.

Estrella Azul lo observó con los ojos entornados. Luego asintió.

—Muy bien —dijo—. Te creo.

Zarpa de Fuego bajó la cabeza respetuosamente, y soltó en silencio un suspiro de alivio.

—He estado hablando con Fauces Amarillas —maulló Estrella Azul en tono más ligero—. Tiene un buen concepto de ti. Es una vieja gata muy sabia, ya sabes. Y sospecho que no siempre tuvo tan mal genio. De hecho, creo que podría llegar a apreciarla.

Zarpa de Fuego sintió una inesperada alegría. Quizá, al cuidar de Fauces Amarillas, su admiración por ella se había transformado en afecto, pese al mal humor de la gata. Fuera cual fuese la razón, le alegraba que Estrella Azul también la apreciase.

—Pero hay algo en ella de lo que no me fío —continuó la líder—. Fauces Amarillas permanecerá con el Clan del Trueno de momento, pero seguirá siendo una prisionera. Las reinas se ocuparán de ella. Tú debes concentrarte en tu entrenamiento.

El aprendiz asintió y esperó a que lo despachara, pero Estrella Azul no había terminado.

—Zarpa de Fuego, aunque hoy has tenido un desacierto al hablar con ese gato, Garra de Tigre estaba impresionado por tus habilidades para la caza. En realidad, me ha dicho que todos lo habéis hecho muy bien. Estoy muy contenta con vuestros progresos. Vendréis a la Asamblea… los tres.

¡Miau! Zarpa de Fuego sintió un cosquilleo de emoción por todo el cuerpo. ¡La Asamblea!

—¿Y qué hay de Polvoroso y Arenisca?

—Ellos se quedarán a guardar el campamento —contestó Estrella Azul—. Ahora puedes irte.

La gata sacudió la cola para indicarle que se fuera y se puso a acicalarse.

Zarpa Gris y Cuervo se quedaron pasmados al ver que Zarpa de Fuego se les acercaba saltando alegremente. Lo habían esperado nerviosos junto al tocón. El aprendiz se sentó y miró a sus amigos.

—¿Y bien? —quiso saber Zarpa Gris—. ¿Qué te ha dicho Estrella Azul?

—Garra de Tigre ha contado que esta mañana has compartido lenguas con un minino casero —espetó Cuervo—. ¿Tienes problemas?

—No. Aunque Estrella Azul no estaba muy contenta. Pensaba que tal vez yo quería abandonar el Clan del Trueno.

—Pero no quieres, ¿verdad? —preguntó Cuervo.

—¡Por supuesto que no quiere! —exclamó Zarpa Gris.

Zarpa de Fuego le dio a su amigo una colleja afectuosa.

—Sí, a ti no te gustaría. ¡Me necesitas para que cace ratones por ti! ¡Estos días sólo cazas ardillas viejas y peludas!… —Los otros dos sonrieron—. Por cierto, ¡nunca adivinaríais qué más ha dicho Estrella Azul! —continuó Zarpa de Fuego, emocionado.

—¿Qué ha dicho?

—¡Que vamos a ir a la Asamblea!

Zarpa Gris soltó un maullido de entusiasmo y saltó a lo alto del tocón. Con una pata, lanzó la víbora por los aires. Ésta le dio a Cuervo en la cabeza.

Alarmado, Cuervo bufó y se volvió hacia Zarpa Gris.

—¡Ten cuidado! —resopló enfadado, y se sacudió de encima la víbora.

—¿Temes que intente picarte? —bromeó Zarpa de Fuego. Se agachó, siseando, y se acercó sigilosamente a Cuervo.

Éste frunció el hocico y replicó:

—¡Menuda víbora serías! —Y saltó sobre Zarpa de Fuego y lo tumbó de espaldas.

Zarpa Gris alargó una pata desde el tocón y tiró de la cola de Cuervo, que se volvió para darle un sopapo. Zarpa de Fuego se incorporó de un brinco y saltó sobre sus dos amigos. Los tres rodaron por el suelo peleando juguetonamente. Al final se separaron y se acomodaron, jadeantes, junto al tocón.

—¿Arenisca y Polvoroso irán también? —resolló Zarpa Gris.

—¡No! —contestó Zarpa de Fuego, incapaz de disimular la nota de triunfo en su voz—. Tienen que quedarse a vigilar el campamento.

—¡Oh, déjame que se lo diga yo! ¡Estoy deseando ver qué cara pondrán!

—¡Yo también! No puedo creer que vayamos a ir nosotros en lugar de ellos. ¡Sobre todo después de que Garra de Tigre me haya visto con Tiznado!

—Eso sólo ha sido mala suerte. Todos hemos cazado montones de presas para la evaluación. Habrá sido eso lo que ha contado.

—Me pregunto cómo será la Asamblea —maulló Cuervo.

—Será fantástica —respondió Zarpa Gris, confiado—. Seguro que todos los grandes guerreros estarán allí. Cara Cortada, Pedrizo…

Zarpa de Fuego ya no estaba escuchando. Se encontró pensando en Garra de Tigre y Tiznado. Zarpa Gris tenía razón: había sido mala suerte que el gran guerrero estuviera vigilándolo cuando se encontró con su viejo amigo. ¿Por qué no podría haber estado vigilando a Zarpa Gris o Cuervo? De hecho, qué mala suerte que Garra de Tigre lo hubiese mandado a cazar tan cerca de las viviendas de Dos Patas.

De repente, lo asaltó un oscuro pensamiento: ¿por qué lo había enviado tan cerca de sus antiguos lugares preferidos? ¿Había pretendido ponerlo a prueba? ¿Sería posible que el gran guerrero no confiara en su lealtad al Clan del Trueno?