A la mañana siguiente, una fina llovizna empapaba los árboles y goteaba sobre el campamento.
Zarpa de Fuego despertó sintiéndose húmedo. Había pasado una noche incómoda. Se levantó y se sacudió vigorosamente, esponjando el pelo. Luego salió del dormitorio de los aprendices y cruzó el claro hasta donde dormía Fauces Amarillas.
La gata acababa de despertar. Alzó la cabeza y miró de soslayo a Zarpa de Fuego.
—Esta mañana me duelen los huesos. ¿Ha estado lloviendo toda la noche?
—Justo desde que la luna estaba en lo alto —contestó el joven. Alargó una pata y palpó la musgosa cama—. Tienes el lecho empapado. ¿Por qué no te trasladas más cerca de la maternidad? Allí estarías más resguardada.
—¿Qué? ¿Y que me despierten toda la noche esos cachorros lloriqueantes? ¡Prefiero calarme! —gruñó Fauces Amarillas.
Zarpa de Fuego observó cómo la gata, entumecida, daba vueltas en su lecho.
—Pues entonces deja que por lo menos te traiga musgo seco —sugirió, ansioso por abandonar el tema de los cachorros, que tanto disgustaba a la vieja curandera.
—Gracias, Zarpa de Fuego —contestó ella quedamente, acomodándose de nuevo.
El joven se quedó atónito. Se preguntó si Fauces Amarillas se encontraría bien. Era la primera vez que le daba las gracias por algo, y la primera que no lo llamaba «minino».
—Bueno, no te quedes ahí como una ardilla pasmada. ¡Ve a buscar un poco de musgo! —le espetó la gata.
Los bigotes de Zarpa de Fuego temblaron de risa. Aquello era más propio de Fauces Amarillas. Asintió y salió corriendo.
Estuvo a punto de chocar con Cola Pintada en medio del claro. Ésa era la reina que había presenciado el furioso estallido de Fauces Amarillas con el pequeño atigrado el día anterior.
—Perdona, Cola Pintada —se disculpó—. ¿Vas a ver a Fauces Amarillas?
—¿Por qué iba yo a querer ver a esa criatura antinatural? —refunfuñó la gata—. Te estaba buscando a ti. Estrella Azul desea verte.
Zarpa de Fuego se dirigió deprisa hacia la Peña Alta y la guarida de la líder.
Estrella Azul estaba sentada fuera, lamiéndose el pelaje gris del pecho. Se detuvo al reparar en Zarpa de Fuego.
—¿Cómo se encuentra hoy Fauces Amarillas? —preguntó.
—Tiene el lecho mojado, así que iba a buscarle musgo seco.
—Le pediré a una de las reinas que se ocupe de eso. —Estrella Azul se dio un último lametazo y luego miró al joven con cautela—. ¿Ya está lo bastante repuesta para cazar por sí sola?
—Creo que no, pero ya puede andar bastante bien.
—Ajá. —Pareció pensativa un momento—. Es hora de que retomes el entrenamiento, Zarpa de Fuego. Pero tendrás que trabajar duro para recuperar el tiempo perdido.
—¡Genial! Quiero decir, ¡gracias, Estrella Azul!
—Esta mañana saldrás con Garra de Tigre, Zarpa Gris y Cuervo. Le he pedido a Garra de Tigre que evalúe las habilidades guerreras de todos los aprendices. No te preocupes por Fauces Amarillas. Dispondré que alguien se encargue de ella mientras estás fuera.
Zarpa de Fuego asintió.
—Bien, ahora reúnete con tus compañeros. Estarán esperándote.
—Gracias, Estrella Azul.
Se volvió sacudiendo la cola y corrió hacia la guarida de los aprendices.
Estrella Azul tenía razón: Zarpa Gris y Cuervo lo esperaban junto a su tocón de árbol preferido. Zarpa Gris parecía agarrotado e incómodo, con su largo pelo apelmazado por la humedad reinante. Cuervo se paseaba alrededor del tocón, perdido en sus pensamientos y agitando la punta blanca de su cola.
—¡Así que hoy vas a unirte a nosotros! —exclamó Zarpa Gris cuando vio a su amigo—. Menudo día, ¿eh? —Se sacudió bruscamente para librarse de la pegajosa humedad.
—Sí. Estrella Azul me ha dicho que Garra de Tigre va a evaluarnos. ¿Polvoroso y Arenisca vendrán también?
—Tormenta Blanca y Cebrado los han llevado a patrullar. Supongo que Garra de Tigre los examinará más tarde —contestó Zarpa Gris.
—¡Vamos! Deberíamos ponernos en marcha —los apremió Cuervo. Había dejado de pasearse y se puso a revolotear ansioso alrededor de sus amigos.
—Por mí está bien —dijo Zarpa Gris—. Con un poco de suerte, algo de ejercicio me ayudará a entrar en calor.
Los tres aprendices recorrieron el sendero de aulagas para salir del campamento, y fueron deprisa a la hondonada arenosa. Garra de Tigre aún no había llegado, de modo que esperaron refugiados bajo un pino, con el pelo ahuecado para aislarse del frío.
—¿Estás preocupado por la evaluación? —le preguntó Zarpa de Fuego a Cuervo, que se paseaba arriba y abajo con pasos veloces y nerviosos—. No tienes por qué. Después de todo, tú eres el aprendiz de Garra de Tigre. Cuando informe a Estrella Azul, querrá contarle lo bueno que eres.
—Con Garra de Tigre nunca se sabe —respondió Cuervo sin detenerse.
—Por todos los dioses gatunos, siéntate —refunfuñó Zarpa Gris—. ¡A este ritmo estarás agotado antes de empezar!
Cuando Garra de Tigre apareció, el cielo había cambiado. Las nubes ya no parecían tanto un espeso pelaje gris, sino más bien las suaves bolas de plumón que las reinas usaban para rellenar la cama de los recién nacidos. El cielo azul no estaría muy lejos, pero la brisa que acompañaba a las nuevas nubes era fría.
Garra de Tigre los saludó secamente y fue directo a los detalles del ejercicio.
—Corazón de León y yo hemos pasado las últimas semanas intentando enseñaros cómo cazar. Hoy tendréis la oportunidad de demostrarme cuánto habéis aprendido. Cada uno tomará un camino diferente y cazará tantas presas como pueda. Y todo lo que atrapéis se añadirá a las provisiones del campamento.
Los tres aprendices se miraron entre sí, nerviosos y entusiasmados. Zarpa de Fuego sintió que el corazón le latía más deprisa ante la perspectiva de un desafío.
—Cuervo, tú seguirás la senda que hay más allá del Gran Sicomoro hasta las Rocas de las Serpientes. Debería ser bastante fácil para tus penosas habilidades. Tú, Zarpa Gris, tomarás la ruta que va a lo largo del arroyo, hasta el Sendero Atronador.
—Genial —maulló Zarpa Gris—. ¡A mí me toca mojarme las patas!
Garra de Tigre lo silenció con una mirada.
—Y tú, Zarpa de Fuego. Qué pena que tu gran mentora no pueda estar hoy aquí para presenciar tu actuación. Tomarás el camino que cruza el pinar, pasa por el Cortatroncos y va hasta el bosque de más allá.
El aprendiz asintió, trazando la ruta en su cabeza nerviosamente.
—Y recordad —concluyó Garra de Tigre, clavando en los tres sus ojos claros—: os estaré vigilando.
Cuervo fue el primero en salir corriendo en dirección a las Rocas de las Serpientes. Garra de Tigre tomó un camino diferente para internarse en el bosque, dejando solos en la hondonada a Zarpa Gris y Zarpa de Fuego, que trataban de adivinar a quién seguiría primero el guerrero.
—¡No sé por qué Garra de Tigre cree que la de las Rocas de las Serpientes es una ruta fácil! —maulló Zarpa Gris—. Ese sitio está plagado de víboras. Los pájaros y ratones se mantienen lejos de allí porque hay muchísimas serpientes.
—Cuervo tendrá que pasarse el tiempo procurando que no lo muerdan —coincidió Zarpa de Fuego.
—Oh, estará bien. En estos momentos, ni siquiera una víbora sería lo bastante rápida para morder a Cuervo, con lo nervioso que está. Será mejor que me vaya. Nos veremos a la vuelta. ¡Buena suerte!
Zarpa Gris corrió hacia el arroyo. Zarpa de Fuego olfateó el aire, salió de la hondonada saltando y se encaminó al pinar.
Le resultaba extraño ir en aquella dirección, hacia la zona de Dos Patas en que se había criado. Atravesó con cautela el estrecho sendero que llevaba al pinar. Miró a través de las rectas hileras de árboles, por encima del liso suelo forestal, alerta para captar una presa con la vista o el olfato.
Un movimiento atrajo su atención. Era un ratón que escarbaba entre las agujas de pino. Recordando su primera lección, adoptó la posición de acecho, descansando el peso en las ancas y aligerando las patas sobre el suelo. La técnica funcionó a la perfección. El ratón no lo detectó hasta el salto final. Lo atrapó con una pata y lo mató en el acto. Luego lo enterró, para poder recogerlo en el camino de vuelta.
Se internó un poco más en el pinar. Allí el suelo estaba profundamente surcado por las rodadas del gigantesco monstruo de los Dos Patas que derribaba árboles. Respiró hondo con la boca abierta. Hacía tiempo que el ácido aliento del monstruo no tocaba el aire del pinar.
Siguió los profundos surcos saltando por encima. Estaban encharcados de agua, y eso le daba sed. Se sintió tentado de pararse a tomar unos sorbos, pero vaciló. Un lametazo al agua de aquella zanja fangosa, y notaría el sabor de las apestosas huellas del monstruo durante días.
Decidió esperar. Quizá hubiera un charco de agua de lluvia fuera del pinar. Avanzó deprisa entre los árboles y cruzó el camino de Dos Patas del extremo más lejano. Volvía a estar en medio de la densa maleza de un robledal. Siguió adelante hasta que dio con un charco y bebió unos sorbos de agua fresca. Empezó a sentir un hormigueo en la piel con una conciencia adicional. Reconoció sonidos y aromas familiares de su antiguo lugar de vigilancia en el poste de la valla, y al instante supo dónde se encontraba. Aquél era el bosque que bordeaba las viviendas de Dos Patas. Debía de estar muy cerca de su antiguo hogar.
Olió a Dos Patas y oyó sus voces, estridentes y roncas como cuervos. Eran un par de jóvenes Dos Patas que jugaban en el bosque. Zarpa de Fuego se agazapó y espió entre los helechos. Los sonidos estaban lo bastante lejos para ser seguros. El gato cambió de dirección, esquivando los sonidos, asegurándose de no ser visto.
Se mantuvo alerta y vigilante, pero no sólo por los Dos Patas; Garra de Tigre podía estar cerca. Creyó oír el chasquido de una ramita en los arbustos que tenía detrás. Olfateó el aire, pero no percibió nada nuevo, y se preguntó si estarían espiándolo.
Con el rabillo del ojo captó un movimiento. Al principio pensó que era el pelaje marrón oscuro de Garra de Tigre, pero luego vio un destello blanco. Se detuvo, se agazapó y respiró hondo. El olor era desconocido; se trataba de un gato, pero no de un miembro del Clan del Trueno. Zarpa de Fuego sintió que se le erizaba el pelo con los instintos de un guerrero del bosque. ¡Tendría que echar al intruso del territorio del clan!
Observó cómo la criatura atravesaba el sotobosque. Vio claramente su silueta avanzando entre los helechos. Esperó a que estuviese más cerca. Se agachó todavía más, moviendo la cola a un lado y otro lentamente. Mientras el gato blanco y negro se aproximaba, Zarpa de Fuego balanceó las ancas, preparándose para saltar. Un segundo después, saltó.
El gato blanco y negro pegó un brinco, aterrorizado, y salió huyendo entre los árboles. Zarpa de Fuego fue tras él.
«¡Es una mascota! —pensó, mientras corría a través de la maleza, percibiendo su olor a miedo—. ¡En mi territorio!». Se acercó rápidamente al pobre animal. Éste había aminorado su precipitada huida, disponiéndose a trepar por el ancho tronco musgoso de un árbol caído. Con la sangre rugiéndole en los oídos, Zarpa de Fuego se abalanzó sobre su lomo.
Sintió que el intruso se retorcía debajo de él mientras lo aferraba con las uñas. Luego el extraño aulló de desesperación y pánico.
Zarpa de Fuego lo soltó y retrocedió. El gato blanco y negro se encogió al pie del árbol caído, temblando, y lo miró. Zarpa de Fuego levantó la nariz, disgustado por la fácil rendición del intruso. Aquel débil y rechoncho minino doméstico, con sus ojos redondos y su fina cara, era muy distinto de los gatos con los que vivía ahora, delgados y de cara ancha. Y aun así, aquel gato le resultaba familiar.
Zarpa de Fuego lo miró fijamente. Olfateó, captando la esencia del desconocido. «No lo reconozco», pensó, rebuscando en su memoria.
De pronto, cayó en la cuenta.
—¡Tiznado! —exclamó.
—¿C… có… cómo s… sa… sabes mi no… nom… nombre? —tartamudeó Tiznado, todavía encogido.
—¡Soy yo!
El gato doméstico pareció confuso.
—Nos criamos juntos. Yo vivía en el jardín de al lado —insistió Zarpa de Fuego.
—¿Colorado? —preguntó Tiznado con incredulidad—. ¿Eres tú? ¿Volviste a encontrar a los gatos salvajes? ¿O estás viviendo con otros amos? ¡Eso debe de ser, porque sigues vivo!
—Ahora me llamo Zarpa de Fuego. —Relajó los músculos y dejó que el pelo recuperara su tersura anaranjada.
Tiznado también se relajó. Plantó las orejas.
—¿Zarpa de Fuego? —repitió divertido—. Bueno, Zarpa de Fuego, pues parece que tus nuevos amos no te dan bastante comida. ¡Desde luego, no estabas tan flaco la última vez que nos vimos!
—No necesito que los Dos Patas me den de comer. Tengo todo un bosque para alimentarme.
—¿Dos Patas?
—Humanos. Así es como los llaman los clanes.
Tiznado pareció perplejo y su expresión cambió a pasmada.
—¿Quieres decir que de verdad estás viviendo con los gatos salvajes?
—¡Pues sí! —Hizo una pausa—. ¿Sabes? Hueles… distinto. A desconocido.
—¿Desconocido? —repitió Tiznado. Sorbió por la nariz—. Supongo que ahora estás acostumbrado al olor de esos gatos salvajes.
Zarpa de Fuego sacudió la cabeza como para aclararse las ideas.
—Pero tú y yo nos criamos juntos. Debería conocer tu olor como conocería el olor de mi madre. —De pronto recordó algo: Tiznado ya tenía más de seis lunas. No era extraño que estuviese tan flojo y gordo, y que oliese tan raro—. ¡Te han llevado al Rebanador! —exclamó con voz ahogada—. Quiero decir al veterinario.
Tiznado se encogió de hombros.
—¿Y? —replicó.
Zarpa de Fuego se quedó sin palabras. Estrella Azul tenía razón.
—¡Venga, cuenta! ¿Cómo es la vida salvaje? —quiso saber Tiznado—. ¿Es tan buena como esperabas?
Zarpa de Fuego se paró a pensar un momento: en la noche anterior, durmiendo en un refugio mojado; en la bilis de ratón, en retirar los excrementos de Fauces Amarillas, y en intentar complacer al mismo tiempo a Corazón de León y Garra de Tigre en el entrenamiento. Recordó las burlas recibidas por su sangre de gato doméstico. Y también la emoción de su primera captura, de correr por el bosque persiguiendo a una ardilla, y de las cálidas veladas bajo las estrellas compartiendo lenguas con sus amigos.
—Ahora sé quién soy —respondió simplemente.
Tiznado ladeó la cabeza y se quedó mirándolo, confundido.
—Debería irme a casa —maulló al fin—. Es casi la hora de comer.
—Cuídate, Tiznado.
Zarpa de Fuego se inclinó y le dio un afectuoso lametón entre las orejas. Su viejo amigo lo acarició con el hocico.
—Y mantente alerta —añadió Zarpa de Fuego—. Puede que en la zona haya otro gato al que no le gustan nada las mascotas… quiero decir los gatos domésticos.
Tiznado movió las orejas nervioso. Miró alrededor cautelosamente y luego saltó al tronco del árbol caído.
—¡Adiós, Colorado! —se despidió—. ¡Le contaré a todo el mundo que estás bien!
—¡Adiós, Tiznado! ¡Disfruta de tu comida!
Vio cómo la punta blanca de la cola de su amigo desaparecía por el otro lado del árbol. En la distancia, oyó el repiqueteo de comida seca dentro de una caja y la voz de un Dos Patas llamando.
Zarpa de Fuego se volvió con la cola bien alta, en dirección hacia su propia casa, olfateando el aire al caminar. «Cazaré un pinzón o dos —decidió—. Y luego atraparé algo mientras cruzo el pinar». Se sentía rebosante de energía tras encontrarse con Tiznado y comprender lo afortunado que era por vivir en el clan.
Miró las ramas que pendían sobre él y empezó a avanzar sigilosamente por el bosque, con todos los sentidos alerta. Ahora sólo necesitaba impresionar a Estrella Azul y Garra de Tigre para que el día fuera perfecto.