8

Fauces Amarillas gruñó desafiante al oír los pasos que se acercaban, pero Zarpa de Fuego percibió su pánico. La gata se levantó a duras penas.

—Hasta luego. Gracias por la comida. —Trató de alejarse a tres patas, pero esbozó una mueca de dolor—. ¡Uf! Esta pata se me ha agarrotado mientras descansaba.

Era demasiado tarde para huir. Unas sombras silenciosas salieron de entre los árboles, y en un segundo la patrulla del Clan del Trueno los había rodeado. El joven aprendiz los reconoció: Garra de Tigre, Cebrado, Sauce y Estrella Azul, todos esbeltos y de fuertes músculos. Zarpa de Fuego captó el miedo de la gata al verlos.

Zarpa Gris los seguía de cerca. Salió de los arbustos saltando y se detuvo junto a la patrulla.

Zarpa de Fuego se apresuró a saludar a su clan, pero sólo Zarpa Gris le devolvió el saludo.

—¡Hola, Zarpa de Fuego!

—¡Silencio! —ordenó Garra de Tigre.

Zarpa de Fuego miró a Fauces Amarillas y gimió para sus adentros: aún podía oler el miedo de la gata, pero en vez de encogerse con sumisión, la maltrecha criatura echaba fuego por los ojos con insolencia.

—¿Zarpa de Fuego? —Estrella Azul habló con voz fría y mesurada—. ¿Qué tenemos aquí? Una guerrera enemiga… recientemente alimentada, por el olor que desprendéis ambos. —Los ojos de la líder ardían, y el joven bajó la cabeza.

—Ella estaba débil y hambrienta… —empezó.

—¿Y tú? ¿Tu hambre era tan grande que tenías que comer antes de haber conseguido presas para tu clan? Supongo que habrás tenido una razón muy sólida para quebrantar el código guerrero, ¿verdad?

Al gato no lo engañó el dulce tono de su líder. Estrella Azul estaba furiosa… y con razón. El joven se agachó más todavía.

Antes de que pudiera hablar, Garra de Tigre soltó un sonoro bufido:

—¡Una mascota siempre es una mascota!

Estrella Azul hizo caso omiso del guerrero y se volvió hacia Fauces Amarillas. De pronto, pareció sorprendida.

—¡Bueno, bueno, Zarpa de Fuego! Por lo visto, has capturado a un miembro del Clan de la Sombra. Y uno que conozco bien. Tú eres la curandera del Clan de la Sombra, ¿no es así? —le preguntó—. ¿Qué estás haciendo tan dentro de nuestro territorio?

—Yo era la curandera del Clan de la Sombra —la corrigió la gata—. Ahora he decidido viajar sola.

Zarpa de Fuego escuchó atónito. ¿Había oído bien? ¿Fauces Amarillas era una guerrera del Clan de la Sombra? Su lamentable condición debía de haber enmascarado su olor territorial. De haberlo sabido, habría disfrutado más enfrentándose a ella.

—¡Fauces Amarillas! —maulló Garra de Tigre con sorna—. Parece que estás en baja forma si un aprendiz puede vencerte.

—Esta vieja gata no nos sirve para nada —intervino Cebrado—. Matémosla ahora. Y respecto al minino doméstico, ha quebrantado el código guerrero. Debería ser castigado.

—Esconde las uñas, Cebrado —ronroneó Estrella Azul con calma—. Todos los clanes hablan del valor y la sabiduría de Fauces Amarillas. Podría sernos de ayuda oír lo que tenga que decir. Venga, nos la llevaremos al campamento. Luego decidiremos qué hacer con ella… y con Zarpa de Fuego. ¿Puedes andar o necesitas ayuda? —le preguntó a la gata.

—Aún conservo tres patas buenas —espetó la gata canosa, cojeando.

Los ojos de la vieja curandera estaban vidriosos de dolor, pero parecía decidida a no mostrar ninguna debilidad. Un destello de respeto cruzó la cara de Estrella Azul antes de volverse para encabezar la marcha a través de los árboles. Los otros guerreros flanquearon a Fauces Amarillas y la patrulla echó a andar, manteniendo el ritmo de su renqueante prisionera.

Zarpa de Fuego y Zarpa Gris se colocaron juntos al final del grupo.

—¿Tú habías oído hablar de Fauces Amarillas?

—Un poco —respondió Zarpa Gris—. Al parecer, fue guerrera antes de convertirse en curandera, lo cual es insólito. Pero no puedo imaginármela como una solitaria. Ha pasado toda su vida con el Clan de la Sombra.

—¿Qué hace un solitario?

Zarpa Gris le lanzó una ojeada.

—Un solitario es un gato que no forma parte de ningún clan y al que no cuida ningún Dos Patas. Garra de Tigre dice que son poco de fiar y egoístas. A menudo viven cerca de las casas de Dos Patas, pero no pertenecen a nadie y cazan su propia comida.

—Quizá yo me convierta en un solitario cuando Estrella Azul haya terminado conmigo —maulló Zarpa de Fuego.

—Nuestra líder Azul es muy justa —lo tranquilizó Zarpa Gris—. No te expulsará. Lo cierto es que parece contenta de tener como prisionera a una gata tan importante del Clan de la Sombra. Estoy seguro de que no armará jaleo porque hayas alimentado a ese pobre y viejo saco sarnoso.

—Pero ¡siguen lamentándose de que la caza es escasa! Oh, ¿por qué me comería ese conejo? —Zarpa de Fuego sintió que le ardía la piel de vergüenza.

—Ya, ya. —Zarpa Gris le dio un empujoncito amistoso—. Eso ha sido propio de un ratón descerebrado. La verdad es que ahí has quebrantado el código guerrero, pero ningún gato es perfecto.

Zarpa de Fuego no contestó; siguió adelante con un gran peso en el corazón. Aquél no era el desenlace que se había imaginado para su primera misión a solas.

Cuando la patrulla pasó ante los centinelas que guardaban la entrada del campamento, el resto del clan corrió a recibir a sus guerreros.

Reinas, cachorros y veteranos se agolparon a ambos lados. Observaron con curiosidad a Fauces Amarillas mientras la conducían al interior del campamento. Algunos veteranos reconocieron a la vieja gata. Enseguida se corrió la voz de que era la curandera del Clan de la Sombra y empezaron a abuchearla.

Ella parecía sorda a las provocaciones. Zarpa de Fuego no pudo sino admirar el modo en que la gata cojeaba dignamente a través de un pasillo de malas miradas e insultos. El joven sabía que sufría un gran dolor, y que estaba hambrienta pese al conejo que él había cazado para ella.

Cuando la patrulla llegó a la Peña Alta, Estrella Azul indicó con la cabeza el suelo polvoriento que había ante ella. Fauces Amarillas obedeció la silenciosa orden y se tumbó agradecida. Sin inmutarse por las miradas hostiles que la rodeaban, empezó a lamerse la pata herida.

Zarpa de Fuego vio que Jaspeada salía de su rincón. Debía de haber percibido la presencia de un gato herido en el campamento. La multitud se separó para dejar paso a la gata parda.

Fauces Amarillas la miró ceñuda y bufó:

—Sé cómo cuidar mis propias heridas. No necesito tu ayuda.

Sin responder, Jaspeada asintió y volvió sobre sus pasos.

Algunos gatos habían estado cazando y llevaron carne fresca a los guerreros recién llegados. Cada uno tomó algo y se apartó para comer. Luego acudió el resto de los miembros del clan para recoger su parte.

Zarpa de Fuego se paseó hambriento por el claro, viendo cómo los gatos formaban los grupos habituales, masticando y tragando. Se moría de ganas de un bocado, pero no se atrevía a tomar nada. Había quebrantado el código guerrero. Suponía que eso implicaba que su parte de comida le estaba vedada.

Se detuvo junto a la Peña Alta, donde estaban conversando Estrella Azul y Garra de Tigre. Indeciso, miró a su líder buscando una señal de que le permitía comer. Pero la gata gris y el gran guerrero estaban enfrascados murmurando en voz baja. El joven se preguntó si estarían hablando de él. Ansioso por conocer su destino, aguzó el oído.

Garra de Tigre sonaba impaciente.

—Es que resulta demasiado peligroso traer a una guerrera enemiga al corazón del Clan del Trueno. Ahora que ella conoce el campamento, incluso los cachorros del Clan de la Sombra sabrán de él. Tendremos que trasladarnos.

—Cálmate, Garra de Tigre. ¿Por qué habríamos de trasladarnos? Fauces Amarillas dice que ahora vive por su cuenta. No hay razones para que el Clan de la Sombra conozca este sitio.

—¿Y tú te lo crees? —resopló el guerrero—. Desde luego, ese minino de compañía es un cabeza de chorlito.

—Piensa un momento, Garra de Tigre. ¿Por qué la curandera del Clan de la Sombra decidiría abandonar su clan? Pareces temer que Fauces Amarillas comparta nuestros secretos con su clan, pero ¿has pensado en cuántos secretos del Clan de la Sombra podría compartir ella con nosotros?

Por el modo en que el pelaje de Garra de Tigre empezó a alisarse, Zarpa de Fuego comprendió que las palabras de Estrella Azul lo convencían. El guerrero asintió con la cabeza y luego se marchó por su ración de carne fresca.

Estrella Azul se quedó allí. Miró al extremo opuesto del claro, donde algunos cachorros peleaban y rodaban juguetonamente. Luego se levantó y se dirigió hacia Zarpa de Fuego. Al aprendiz le dio un vuelco el corazón. ¿Qué iría a decirle?

Pero la gata pasó de largo. Ni siquiera lo miró; sus ojos estaban absortos en pensamientos distantes.

—¡Escarcha! —llamó la líder al acercarse a la maternidad.

Una gata blanquísima con ojos azul oscuro salió de entre las zarzas. En el interior, los maullidos se volvieron más estridentes.

—Silencio, pequeños —ronroneó tranquilizadora—. No tardaré. ¿Sí, Estrella Azul? ¿Qué sucede?

—Un aprendiz ha visto un zorro por la zona. Avisa a las otras reinas para que vigilen bien la maternidad. Y asegúrate de que los cachorros de menos de seis lunas permanecen en el campamento hasta que nuestros guerreros hayan ahuyentado al intruso.

Escarcha asintió.

—Les pasaré el aviso.

Luego se volvió y regresó a la maternidad para acallar a los llorosos gatitos.

Finalmente, Estrella Azul fue hasta el montón de caza y recogió su parte. Le habían guardado una gruesa paloma torcaz. Zarpa de Fuego la miró con ansia mientras ella se llevaba la pieza para comerla en compañía de los guerreros veteranos.

Al final, el joven cedió al hambre. Zarpa Gris estaba con Cuervo, devorando un pequeño pinzón junto al tocón de árbol. Vio que Zarpa de Fuego se acercaba al montón de carne fresca y lo animó con un gesto de la cabeza. Zarpa de Fuego estiró el cuello para tomar un pequeño ratón de campo entre los dientes.

—Tú no puedes comer —gruñó Garra de Tigre, colocándose tras él—. No has traído ninguna presa. Los veteranos se adjudicarán tu parte. Llévasela a ellos.

Zarpa de Fuego miró a Estrella Azul.

Ella asintió con la cabeza.

—Haz lo que dice.

Obediente, el aprendiz recogió el ratón para llevárselo a Orejitas. El delicioso aroma que desprendía le anegó la nariz. No había nada que deseara más que triturarlo entre sus fauces. Casi sentía la energía vital del roedor corriendo por su joven cuerpo.

Con un gran autodominio, depositó la presa delante del macho gris y retrocedió educadamente. No esperaba que le dieran las gracias, y no se las dieron.

Al menos había engullido los restos del conejo que había atrapado para Fauces Amarillas. Para él no habría nada más hasta que volviese a cazar al día siguiente.

Fue hacia Zarpa Gris. Su amigo, que había comido hasta hartarse, estaba tumbado con Cuervo delante de la guarida de los aprendices. Estirado, se lavaba rítmicamente la pata delantera. Vio que Zarpa de Fuego se acercaba y paró de lamerse.

—¿Estrella Azul ya ha mencionado tu castigo?

—Todavía no —respondió Zarpa de Fuego sombríamente.

Su amigo entornó los ojos compasivamente y no dijo nada.

De pronto, la voz de Estrella Azul resonó en todo el claro:

—¡Que todos los gatos lo bastante mayores para cazar sus propias presas acudan para una reunión del clan!

La mayor parte de los guerreros habían acabado de comer y, como Zarpa Gris, estaban ocupados lavándose. Se pusieron en pie ágilmente y fueron hacia la Peña Alta, donde Estrella Azul aguardaba para hablar.

—Vamos —maulló Zarpa Gris.

Se levantó de un salto. Cuervo y Zarpa de Fuego lo siguieron mientras se abría paso a empujones para encontrar un buen sitio.

—Estoy segura de que sabréis lo de la prisionera que hoy hemos traído —empezó Estrella Azul—. Pero hay algo más que debéis saber. —Miró a la demacrada gata que yacía junto a la Peña Alta—. ¿Me oyes desde ahí? —preguntó.

—Quizá sea vieja, pero ¡todavía no estoy sorda!

Sin inmutarse por el tono hostil de la prisionera, Estrella Azul continuó:

—Me temo que tengo algunas malas noticias. Hoy he entrado con una patrulla en el territorio del Clan del Viento. El aire estaba saturado de olor al Clan de la Sombra. Casi todos los árboles habían sido marcados por guerreros de ese clan. Y no hemos encontrado a ningún gato del Clan del Viento, aunque nos hemos internado hasta el centro de su territorio.

Sus palabras fueron recibidas en silencio. Zarpa de Fuego vio confusión en la cara de los demás gatos.

—¿Quieres decir que el Clan de la Sombra los ha echado? —inquirió Orejitas, vacilante.

—No podemos estar seguros. Desde luego, la esencia del Clan de la Sombra estaba por todas partes. También hemos visto sangre y pelo. Debió de haber una batalla, pero no hemos encontrado cadáveres de ningún clan.

Un maullido de conmoción brotó de la multitud como una sola voz. Zarpa de Fuego vio que los gatos se ponían tensos, horrorizados y furiosos.

Nunca un clan había expulsado a otro de sus terrenos de caza.

—¿Cómo pueden haber echado al Clan del Viento? —terció Tuerta con voz ronca—. El Clan de la Sombra es feroz, pero el Clan del Viento es muy numeroso. Lleva viviendo en las tierras altas desde hace generaciones. ¿Por qué lo han expulsado ahora? —Sacudió la cabeza nerviosa, con los bigotes temblando.

—No tengo respuestas para vuestras preguntas —respondió Estrella Azul—. Es bien sabido que el Clan de la Sombra ha nombrado un nuevo líder recientemente, tras la muerte de Estrella Mellada. Su nuevo líder, Estrella Rota, no dio ninguna muestra de amenaza cuando lo conocimos en la última Asamblea.

—Tal vez Fauces Amarillas tenga respuestas —gruñó Cebrado—. Después de todo, ¡pertenece al Clan de la Sombra!

—¡No soy una traidora! ¡Nada en el mundo haría que compartiera los secretos del Clan de la Sombra con un bruto como tú! —espetó la cautiva, mirándolo con agresividad.

Los guerreros del Clan del Trueno se adelantaron amenazadoramente, las orejas pegadas a la cabeza y los ojos convertidos en rendijas.

—¡Deteneos! —ordenó Estrella Azul.

Cebrado se paró en seco, incluso aunque Fauces Amarillas lo incitaba con sus ojos llameantes y sus feroces bufidos.

—¡Ya basta! —bramó la líder—. Esta situación es demasiado grave para que nos peleemos entre nosotros. El Clan del Trueno debe prepararse. A partir de hoy, los guerreros se moverán en grupos más numerosos. Los otros miembros del clan se mantendrán cerca del campamento. Las patrullas recorrerán nuestras fronteras más a menudo, y todos los cachorros permanecerán en la maternidad.

Los gatos asintieron.

—Nuestra escasez de guerreros es nuestro mayor hándicap. Solucionaremos el problema acelerando el entrenamiento de los aprendices. Deberán estar listos antes de lo esperado para luchar por nuestro clan.

Zarpa de Fuego vio que Polvoroso intercambiaba una mirada de ilusión con Arenisca. Zarpa Gris contempló a la líder con los ojos dilatados por la emoción. Cuervo se limitó a mover las patas nerviosamente. Los grandes ojos del aprendiz negro mostraban más inquietud que entusiasmo.

—Un joven gato ha estado recibiendo instrucción de los mentores de Zarpa Gris y Polvoroso. Así que, para acelerar el entrenamiento de los tres, he decidido que —miró a su clan— tomaré a Zarpa de Fuego como mi propio aprendiz.

Al joven gato se le pusieron los ojos como platos. ¿Estrella Azul iba a ser su mentora?

Junto a él, Zarpa Gris soltó un maullido ahogado, incapaz de ocultar su sorpresa.

—¡Qué honor! Han pasado muchísimas lunas desde que Estrella Azul tuvo un aprendiz. ¡Normalmente, sólo entrena a los hijos de los lugartenientes!

Entonces surgió una voz familiar entre la multitud. Era Garra de Tigre.

—De modo que Zarpa de Fuego va a ser recompensado en vez de penalizado, por alimentar a una guerrera enemiga cuando debería estar alimentando a su propio clan, ¿no?

—Ahora Zarpa de Fuego es mi aprendiz. Yo me ocuparé de él —contestó Estrella Azul. Se quedó mirando al feroz Garra de Tigre un momento, y luego levantó la cabeza para dirigirse a todo el clan una vez más—. Fauces Amarillas podrá quedarse aquí hasta que haya recuperado fuerzas. Somos guerreros, no salvajes. Hay que tratarla con respeto y cortesía.

—Pero el clan no puede mantenerla —protestó Cebrado—. Ya tenemos demasiadas bocas que alimentar.

—¡Sí! —susurró Zarpa Gris al oído de Zarpa de Fuego—. ¡Y algunas son más grandes que otras!

—¡No necesito que nadie cuide de mí! —resopló Fauces Amarillas—. ¡Rajaré a cualquiera que lo intente!

—Qué simpática, ¿eh? —murmuró Zarpa Gris.

Zarpa de Fuego sacudió la punta de la cola, coincidiendo en silencio. Hubo maullidos apagados de otros guerreros; reconocían a su pesar el espíritu luchador de la prisionera.

Estrella Azul pasó por alto los murmullos.

—Mataremos dos pájaros de un tiro. Zarpa de Fuego, como castigo por quebrantar el código guerrero, será responsabilidad tuya ocuparte de Fauces Amarillas. Cazarás para ella y cuidarás sus heridas. Le llevarás lo necesario para renovar su lecho y retirarás sus excrementos.

—Sí, Estrella Azul —maulló el joven sumisamente, con la cabeza gacha. Y pensó: «¡Retirar sus excrementos! ¡Puaj!».

Polvoroso y Arenisca soltaron maullidos burlones.

—¡Buena idea! —susurró Polvoroso—. ¡Más le vale a Zarpa de Fuego ser bueno en aplastar pulgas!

—¡Y en cazar! —añadió Arenisca—. ¡Ese saco de huesos necesita que la ceben!

—¡Basta! —los interrumpió Estrella Azul—. Espero que Zarpa de Fuego no considere vergonzoso ocuparse de Fauces Amarillas. Ella es curandera y mayor que él. Sólo por esas razones ya debería respetarla. —Lanzó una dura mirada a Arenisca y Polvoroso—. Y no tiene nada de humillante cuidar de otro gato cuando éste es incapaz de cuidarse por sí solo. La reunión ha terminado. Ahora me gustaría hablar a solas con mis guerreros más veteranos.

Dicho eso, la líder saltó de la Peña Alta y se dirigió a su guarida.

Corazón de León la siguió. Los demás gatos empezaron a dispersarse. Uno o dos felicitaron a Zarpa de Fuego por haberse convertido en aprendiz de Estrella Azul; otros, con sorna, le desearon suerte con el cuidado de Fauces Amarillas. Él se sentía tan aturdido por el anuncio de Estrella Azul que se limitó a asentir mecánicamente.

Rabo Largo se le acercó. Aún era visible el corte en forma de «V» que Zarpa de Fuego le había hecho en la oreja. El joven guerrero le enseñó los dientes con un feo gruñido.

—Bueno, espero que la próxima vez te lo pienses antes de traernos gatos descarriados al campamento —dijo con desprecio—. Los forasteros siempre traen problemas.