6

El sol de primera hora de la mañana se derramaba sobre el suelo del bosque mientras Zarpa de Fuego deambulaba en busca de presas. Habían transcurrido dos lunas desde el inicio de su entrenamiento. Ya se sentía a gusto en aquel entorno. Sus sentidos habían despertado y se habían educado en las costumbres del bosque.

Se detuvo a olfatear la tierra y los seres fríos y ciegos que se movían en su interior. Captó el aroma de un Dos Patas que había paseado por el monte recientemente. Ahora que la estación de la hoja verde estaba en su apogeo, el follaje de las ramas era muy denso y había criaturas diminutas muy atareadas debajo de la alfombra de hojarasca.

Zarpa de Fuego era una figura fibrosa y fuerte que se movía silenciosamente entre los árboles, con todos los sentidos alerta en busca del rastro oloroso que acabaría en una muerte rápida. Ese día le habían encomendado su primera tarea a solas. Estaba decidido a hacerla bien, aunque la tarea sólo consistiese en llevar carne fresca al clan.

Se encaminó al arroyo que había cruzado en su primera caminata por los territorios de caza del clan. Borboteando y salpicando, el arroyo bajaba por la colina sobre los guijarros lisos y redondos. Se paró a beber agua, fría y cristalina, y luego alzó la cabeza y volvió a olisquear en busca de presas.

El hedor de un zorro impregnaba el aire. No era un olor fresco; el zorro habría bebido allí esa misma mañana, pero mucho antes. Zarpa de Fuego reconoció el olor, pues lo había captado en su primera visita al bosque. Corazón de León le había enseñado después que pertenecía a un zorro, pero aparte del pelaje que entrevió apenas en su primera salida, el joven gato aún no había visto debidamente a un zorro.

Se esforzó en desechar la pestilencia zorruna y concentrarse en el olor a presas. Sintió un hormigueo en el hocico al localizar el cálido latido de la sangre de una: un ratón de agua.

Lo vio un momento después. El gordo roedor iba y venía a lo largo de la ribera, recogiendo briznas de hierba. A Zarpa de Fuego se le hizo la boca agua. Habían pasado muchas horas desde su última comida, pero no se atrevía a cazar para sí mismo hasta que el clan estuviese alimentado. Recordó las palabras que de vez en cuando repetían Corazón de León y Garra de Tigre: «El clan debe ser el primero en alimentarse».

Tras agazaparse, Zarpa de Fuego empezó a acechar al pequeño roedor. Su panza rojiza rozó la hierba húmeda. Se acercó agachado, sin apartar los ojos de su presa. Ya casi estaba. Un instante más y se hallaría lo bastante cerca para saltar…

De repente, se oyó un sonoro crujido entre los helechos que había detrás de él. El ratón de agua agitó las orejas y desapareció en un agujero de la orilla.

Zarpa de Fuego sintió que se le erizaba el lomo. Quienquiera que hubiese estropeado su primera oportunidad de cazar pagaría por ello.

Olfateó el aire. Supo que era un gato, pero no podía identificar el clan al que pertenecía; el hedor del zorro seguía confundiendo su olfato.

Le brotó un gruñido de la garganta mientras volvía sobre sus pasos describiendo un amplio círculo. Movió las orejas y abrió bien los ojos para percibir cualquier movimiento. Oyó que la maleza crujía de nuevo. Ahora el sonido era más fuerte, y procedía de un lado. Zarpa de Fuego se aproximó. Vio que los helechos se movían, pero la fronda seguía ocultando al enemigo. Un tallo se partió con un chasquido seco. «Por el ruido que hace, debe de ser grande», pensó el aprendiz, preparándose para una feroz pelea.

Saltó al tronco de un fresno y trepó veloz y silenciosamente a una rama que sobresalía. Debajo de él, el guerrero invisible iba aproximándose cada vez más. Zarpa de Fuego contuvo la respiración, y vio su oportunidad cuando los helechos se apartaron y surgió una larga figura gris.

—¡Graaarrr!

El grito de guerra retumbó en la garganta de Zarpa de Fuego. Se abalanzó contra el enemigo y aterrizó de lleno sobre unos omóplatos musculosos y peludos. Lo atacó con fuerza, aferrándolo con las garras, afiladas como espinas, preparado para darle un potente mordisco de advertencia.

—¿Qué demonios…? —El gato que tenía debajo se revolvió dando un brinco.

—¡Oh! ¿Zarpa Gris? —Reconoció la sorprendida voz y captó el aroma familiar de su amigo, pero estaba demasiado enardecido para aflojar la presión.

—¡Emboscada! ¡Murr-auu! —bufó Zarpa Gris, sin advertir que el gato agarrado a su lomo era Zarpa de Fuego. Rodó sobre sí mismo una y otra vez para librarse de su atacante.

—¡Ufff-ff! —Zarpa de Fuego rodó con él, aplastado y chafado bajo el fornido cuerpo—. Soy yo… ¡Zarpa de Fuego! —aulló, luchando por zafarse y envainar las uñas. Tras apartarse rodando, se puso en pie de un salto y se sacudió de arriba abajo, desde la cabeza a la punta de la cola—. ¡Zarpa Gris! Soy yo —repitió—. ¡Pensaba que eras un guerrero enemigo!

Zarpa Gris se levantó y se sacudió con una mueca.

—¡Ya me he dado cuenta! —refunfuñó, girando la cabeza para lamerse los omóplatos doloridos—. ¡Me has hecho trizas!

—Lo siento. Pero ¿qué iba a pensar, si te has acercado reptando?

—¡Reptando! —A Zarpa Gris se le dilataron los ojos de indignación—. Ésa era mi mejor técnica de acecho sigiloso.

—¿Sigiloso? ¡Sigues acechando como un tejón cojo! —bromeó Zarpa de Fuego.

Zarpa Gris resopló.

—¿Cojo? ¡Ya te enseñaré yo a ti!

Los dos saltaron el uno contra el otro y empezaron a pelear juguetonamente. Zarpa Gris le asestó un golpe con una fornida pata, y el joven aprendiz vio las estrellas.

—¡Ufff-ff! —Zarpa de Fuego agitó la cabeza para recuperar la visión y lanzó un contraataque.

Consiguió propinar un par de zarpazos antes de que su amigo lo dominara y lo inmovilizase contra el suelo. Zarpa de Fuego dejó de resistirse.

—¡Te rindes demasiado deprisa! —maulló Zarpa Gris, aflojando la presión.

Entonces, Zarpa de Fuego se levantó de un brinco y lo derribó de espaldas sobre la maleza.

Luego saltó tras él y lo inmovilizó contra el suelo.

—La mejor arma del guerrero es la sorpresa —declaró, citando una de las frases favoritas de Corazón de León.

Se separó de Zarpa Gris con un ágil salto y empezó a revolcarse sobre el mantillo de hojas, disfrutando de la fácil victoria y de la calidez de la tierra.

Zarpa Gris no pareció afectado por la segunda derrota de la mañana. Hacía un día demasiado bueno para el mal genio.

—Y ¿cómo te va con tu tarea? —preguntó.

Zarpa de Fuego se incorporó.

—Lo estaba haciendo bastante bien hasta tu llegada. Estaba a punto de atrapar un ratón de agua cuando tus ruidosas pisadas lo han asustado.

—Oh, lo siento.

Zarpa de Fuego miró a su cabizbajo amigo.

—No pasa nada. Tú no lo sabías —ronroneó—. En cualquier caso, ¿no tenías que reunirte con la patrulla en la frontera con el Clan del Viento? Creía que debías entregarles un mensaje de Estrella Azul.

—Sí, pero tengo tiempo de sobra. Primero iba a cazar un poco. ¡Estoy muerto de hambre!

—Yo también. Pero he de cazar para el clan antes de cazar para mí mismo.

—Seguro que Polvoroso y Arenisca acostumbran a zamparse una musaraña o dos cuando les toca cazar —resopló Zarpa Gris.

—No me extrañaría, pero éste es mi primer cometido en serio…

—Y quieres hacerlo correctamente, lo sé.

—Por cierto, ¿cuál es el mensaje de Estrella Azul? —preguntó Zarpa de Fuego para cambiar de tema.

—Quiere que la patrulla la espere en el Gran Sicomoro hasta que se reúna con ellos, cuando el sol esté en lo alto. Al parecer, algunos gatos del Clan de la Sombra han estado merodeando. Estrella Azul quiere verificarlo.

—Pues entonces será mejor que te marches.

—El terreno de caza del Clan del Viento no está lejos de aquí. Hay mucho tiempo —respondió Zarpa Gris confiado—. Y supongo que debería ayudarte, después de haberte hecho perder ese ratón de agua.

—No importa. Encontraré otro. Hace un día tan cálido que habrá unos cuantos dando vueltas por aquí.

—Cierto, pero aún tienes que atraparlos. —Pensativo, Zarpa Gris se mordisqueó una uña delantera, arrancándose un trozo de la funda externa—. ¿Sabes?, eso podría llevarte hasta mucho después de que el sol esté en lo alto, quizá incluso hasta la puesta de sol.

Zarpa de Fuego asintió desanimado mientras su estómago rugía de hambre. Probablemente tendría que hacer tres o cuatro batidas de caza para conseguir bastantes presas. El Manto de Plata brillaría en el cielo antes de que tuviera la oportunidad de comer algo.

Zarpa Gris se acarició los bigotes.

—Venga. Te ayudaré a empezar. Te debo eso como mínimo. Deberíamos atrapar un par de ratones de agua antes de que tenga que irme.

Zarpa de Fuego siguió a su amigo arroyo arriba, contento por la compañía y la ayuda. El hedor a zorro continuaba en el aire, pero de repente se tornó más intenso.

Zarpa de Fuego se detuvo.

—¿Hueles eso? —preguntó.

Zarpa Gris se paró y olfateó el aire también.

—Zorro. Sí, lo he captado antes.

—Pero ¿ahora no lo notas más reciente?

Zarpa Gris volvió a olisquear, abriendo levemente la boca.

—Tienes razón —respondió, bajando la voz. Giró la cabeza para escudriñar al otro lado del arroyo, hacia los arbustos del bosque que había más allá—. ¡Mira! —susurró.

Zarpa de Fuego miró. Vio algo rojizo y de denso pelaje que se movía entre los arbustos. Luego salió a un claro, y el gato contempló un cuerpo de patas cortas que despedía destellos rojo a la luz moteada del sol. Tenía una cola muy peluda y voluminosa, y un hocico largo y fino.

—¿Así que eso es un zorro? —susurró Zarpa de Fuego—. ¡Pues qué morro tan feo!

—¡Y que lo digas! —coincidió Zarpa Gris.

—Estaba siguiendo a uno de ésos la primera vez que tú y yo… nos encontramos.

—¡Lo más probable es que él estuviera siguiéndote a ti, idiota! —siseó Zarpa Gris—. Jamás confíes en un zorro. Parece un perro y se comporta como un gato. Debemos advertir a las reinas de que hay uno deambulando por nuestro territorio. Los zorros son tan malos como los tejones en lo de matar crías de gato. Me alegro de que no alcanzaras al que viste la primera vez. Habría hecho picadillo a un renacuajo como tú.

Zarpa de Fuego pareció algo ofendido, y su amigo añadió:

—Aunque ahora tendrías más posibilidades. En cualquier caso, lo más probable es que Estrella Azul mande una patrulla de guerreros para ahuyentarlo. Eso tranquilizará a las reinas.

El zorro no había reparado en ellos, de modo que los dos aprendices prosiguieron a lo largo del arroyo.

—¿Qué aspecto tiene un tejón? —preguntó Zarpa de Fuego mientras avanzaban, olfateando a un lado y otro.

—Es blanco y negro, y paticorto. Lo reconocerás cuando lo tengas delante. Son animales torpes y malhumorados. Es menos capaz de asaltar la maternidad que un zorro, pero sus dentelladas son atroces. ¿Cómo crees que el viejo Medio Rabo se ganó su nombre? ¡Ha sido incapaz de trepar a un árbol desde que un tejón le arrancó la cola!

—¿Por qué?

—Tiene miedo de caerse. Un gato necesita su cola si quiere aterrizar de pie. Lo ayuda a girar en el aire.

Zarpa de Fuego asintió comprensivo.

Como había predicho, aquel día la caza fue buena. No pasó mucho antes de que Zarpa Gris saltara sobre un pequeño ratón y Zarpa de Fuego atrapase un tordo. Le quitó la vida deprisa. Aquel día no había tiempo para practicar técnicas de matar; había demasiadas bocas hambrientas esperando en el campamento. Zarpa de Fuego lanzó tierra sobre la presa para que estuviera a salvo de depredadores hasta que volviese por ella.

De repente apareció una ardilla.

Zarpa de Fuego se puso en acción.

—¡A por ella! —gritó, corriendo por el mullido suelo del bosque, con Zarpa Gris a la zaga.

Frenaron con un patinazo cuando la ardilla subió como una flecha a un abedul.

—¡Jo, la hemos perdido! —gruñó Zarpa Gris.

Jadeando, los dos gatos se pararon a recuperar el aliento. Los sorprendió un olor acre que les llenó la nariz y la boca.

—El Sendero Atronador —maulló Zarpa de Fuego—. No sabía que habíamos llegado tan lejos.

Los dos gatos fueron al linde del bosque para asomarse al gran camino oscuro. Era la primera vez que estaban allí solos. Una ristra de criaturas ruidosas rugían sobre la dura superficie, mirando al frente con sus ojos muertos.

—¡Puaj! —bufó Zarpa Gris—. ¡Esos monstruos apestan de verdad!

Zarpa de Fuego coincidió sacudiendo las orejas. Le escocía la garganta con aquellos asfixiantes olores.

—¿Alguna vez has ido al otro lado del Sendero Atronador? —maulló.

Zarpa Gris negó con la cabeza.

Zarpa de Fuego dio un paso adelante, abandonando la protección del bosque. Una frontera de hierba aceitosa se extendía entre los árboles y el Sendero Atronador. El joven gato avanzó sigilosamente por ella, pero retrocedió encogiéndose cuando un apestoso monstruo pasó ante él a toda velocidad.

—¡Eh! ¿Adónde vas? —exclamó Zarpa Gris.

Zarpa de Fuego no contestó. Aguardó hasta que no hubo monstruos a la vista. Luego continuó adelante, cruzando la hierba, justo hasta el borde del camino. Con cautela, alargó una pata para tocarlo. Estaba tibio, casi pegajoso, calentado por el sol. Zarpa de Fuego alzó la cabeza, mirando por encima del Sendero Atronador. ¿Aquello que brillaba en el bosque del lado opuesto era un par de ojos? Olfateó el aire, pero no captó nada excepto la pestilencia del gran camino gris. Los ojos del otro lado seguían reluciendo entre las sombras. Y luego parpadearon, despacio.

Ahora Zarpa de Fuego estaba seguro. Era un guerrero del Clan de la Sombra, y estaba mirándolo fijamente.

—¡Zarpa de Fuego!

La voz de Zarpa Gris le hizo dar un salto, justo cuando un monstruo gigantesco, más alto que un árbol, pasó rugiendo ante sus narices. El viento que levantó casi lo derribó. Zarpa de Fuego dio media vuelta y corrió tanto como pudo hacia la seguridad del bosque.

—¡Eres un estúpido con cerebro de ratón! —bufó Zarpa Gris. Los bigotes le temblaban de miedo y furia—. ¿Qué estabas haciendo?

—Sólo me preguntaba qué tacto tendría el Sendero Atronador —musitó Zarpa de Fuego. También a él le temblaban los bigotes.

—Vamos —siseó Zarpa Gris, nervioso—. ¡Salgamos de aquí!

Zarpa de Fuego siguió a su amigo, que regresó saltando al interior del bosque. En cuanto estuvieron a una distancia segura del Sendero Atronador, Zarpa Gris se detuvo para recobrar el aliento.

Zarpa de Fuego se sentó y empezó a lamerse el alborotado pelaje.

—Creo que he visto a un guerrero del Clan de la Sombra —maulló entre lametazos—. En el bosque que hay al otro lado del Sendero Atronador.

—¡Un guerrero del Clan de la Sombra! —repitió Zarpa Gris con los ojos como platos—. ¿En serio?

—Estoy casi seguro.

—Bueno, pues es una suerte que ese monstruo haya pasado en ese momento. Donde hay un guerrero del Clan de la Sombra, hay más, y nosotros todavía no podemos competir con ellos. Lo mejor será que nos vayamos de aquí. —Miró al sol, que ya estaba casi sobre su cabeza—. Será mejor que me ponga en marcha si quiero alcanzar a la patrulla a tiempo. Nos vemos luego. —Se internó a toda prisa en la maleza, diciendo a gritos—: ¡Nunca se sabe; puede que Corazón de León me deje venir a ayudarte con la caza cuando le haya entregado el mensaje!

Zarpa de Fuego lo observó irse. Envidió a su amigo, y deseó ser él quien tuviera que reunirse con la patrulla. Pero al menos tenía algo que contarles a Polvoroso y Arenisca cuando regresara al campamento. Ese día había visto a su primer guerrero del Clan de la Sombra.