—¡Eh, Zarpa de Fuego, despierta!
El maullido de Zarpa Gris se coló en el sueño del nuevo aprendiz. Estaba persiguiendo a una ardilla, cada vez más arriba, hasta las ramas más elevadas de un alto roble.
—El entrenamiento empieza al amanecer. Polvoroso y Arenisca ya se han levantado —lo apremió su amigo.
Zarpa de Fuego se desperezó adormilado, y luego lo recordó: aquél iba a ser su primer día de entrenamiento. Se puso en pie de un salto. La somnolencia se evaporó, sustituida por una creciente euforia.
Zarpa Gris estaba aseándose deprisa. Entre lametazos, maulló:
—Acabo de hablar con Corazón de León. Cuervo no entrenará hasta que su herida mejore. Probablemente se quede en la guarida de Jaspeada un día o dos. Polvoroso y Arenisca tienen que ir a cazar. De modo que Corazón de León ha pensado que tú y yo podríamos entrenar con él y con Garra de Tigre esta mañana. Pero será mejor que nos apresuremos —agregó—. ¡Estarán esperándonos!
Guió rápidamente a Zarpa de Fuego a través de la entrada de aulagas y hasta la ladera rocosa del valle. Cuando treparon a la cima del barranco, un frío viento les alborotó el pelaje. Gruesas nubes blancas cruzaban el cielo azul. Zarpa de Fuego sintió una alegría salvaje mientras seguía a su amigo por una pendiente sombreada por árboles, hasta una hondonada arenosa.
Garra de Tigre y Corazón de León, en efecto, estaban esperándolos, sentados a unas colas de distancia sobre la arena caldeada por el sol.
—En el futuro, espero de vosotros que seáis puntuales —gruñó Garra de Tigre.
—No seas demasiado severo —respondió Corazón de León—. La de ayer fue una noche muy ajetreada. Esperaba que estuvieran cansados. Aún no te han asignado un mentor, Zarpa de Fuego. De momento, Garra de Tigre y yo compartiremos tu entrenamiento.
Zarpa de Fuego asintió entusiasmado, con la cola muy tiesa, incapaz de disimular su placer por tener a tan grandes guerreros como mentores.
—Vamos —maulló Garra de Tigre con impaciencia—. Hoy vamos a mostrarte los límites de nuestro territorio, para que sepas dónde vas a cazar y qué fronteras debes proteger. Zarpa Gris, a ti no te perjudicará repasar el territorio del clan.
Sin una palabra más, Garra de Tigre dio un salto y salió de la hondonada arenosa. Corazón de León le hizo un gesto a Zarpa Gris, y ambos se pusieron en marcha a la misma velocidad. Zarpa de Fuego trastabilló tras ellos, pues las patas le resbalaban en la blanda arena.
Los árboles eran muy frondosos en aquella parte del bosque: abedules y fresnos, ensombrecidos por gigantescos robles. El suelo estaba alfombrado con quebradizas hojas muertas que crujían bajo sus patas. Garra de Tigre se detuvo para esparcir su esencia en una densa mata de helechos. Los otros se detuvieron junto a él.
—Aquí hay un sendero de Dos Patas —murmuró Corazón de León—. Utiliza la nariz, Zarpa de Fuego. ¿Puedes oler algo?
El joven gato olfateó. Percibió el leve aroma de un Dos Patas, y el olor más fuerte de un perro, familiar para él por su antigua vida.
—Un Dos Patas ha paseado por aquí con su perro, pero ya se han ido.
—Bien —maulló Corazón de León—. ¿Crees que es seguro cruzar?
Zarpa de Fuego volvió a olfatear. Los olores eran débiles y parecían solapados por aromas del bosque más recientes.
—Sí —contestó.
Garra de Tigre asintió y los cuatro salieron de entre los helechos y atravesaron las cortantes piedras del camino de Dos Patas.
Los árboles del otro lado eran pinos. Crecían altos y rectos, en hileras. Era fácil caminar en silencio por allí. El suelo estaba cubierto de gruesas capas de agujas de pino, que pinchaban las almohadillas de Zarpa de Fuego pero resultaban esponjosas por debajo. Allí no había maleza en la que esconderse, y Zarpa de Fuego percibió la tensión de los otros gatos mientras avanzaban desprotegidos entre los troncos.
—Los Dos Patas ponen estos árboles aquí —maulló Garra de Tigre—. Luego los talan con esas criaturas apestosas, que vomitan suficientes gases para dejar ciego a un gato. Después se llevan los árboles caídos al Cortatroncos que hay cerca de aquí.
Zarpa de Fuego se detuvo, tratando de captar el rugido del comedor de árboles, que ya había oído antes.
—El Cortatroncos estará en silencio durante unas lunas más, hasta que llegue la estación de la hoja verde —explicó Zarpa Gris al verlo parado.
Los gatos atravesaron el pinar.
—Las viviendas de los Dos Patas quedan en esa dirección —maulló Garra de Tigre, agitando la cola hacia allí—. Sin duda puedes olerlo, Zarpa de Fuego. Sin embargo, hoy tomaremos el otro camino.
Finalmente, llegaron a otro sendero de Dos Patas que marcaba el extremo más alejado del pinar. Lo cruzaron deprisa y se internaron en la seguridad de un robledal. Pero Zarpa de Fuego seguía percibiendo la ansiedad de sus compañeros.
—Nos estamos acercando al territorio del Clan del Río —susurró Zarpa Gris—. Las Rocas Soleadas están por ahí. —Señaló con el hocico un montón de piedras peladas.
A Zarpa de Fuego se le erizó la punta del pelo. Allí era donde habían asesinado a Cola Roja.
Corazón de León se detuvo junto a una roca plana y gris.
—Éste es el límite entre el territorio del Clan del Trueno y el del Río. Éste domina el terreno de caza que hay junto al gran río. Respira hondo, Zarpa de Fuego.
El olor acre de gatos desconocidos le impactó en el paladar. Lo sorprendió lo diferente que resultaba del cálido aroma de su campamento. Y también lo sorprendió darse cuenta de lo familiares y reconfortantes que le parecían ya las esencias del Clan del Trueno.
—Ése es el olor del Clan del Río —gruñó Garra de Tigre—. Recuérdalo bien. Será más intenso en la frontera, porque sus guerreros habrán marcado los árboles que la bordean. —Dicho esto, el atigrado oscuro levantó la cola y dejó su propia marca sobre la roca plana.
—Seguiremos esta línea fronteriza, pues lleva directamente a los Cuatro Árboles —dispuso Corazón de León.
Reanudó la marcha deprisa, seguido por Garra de Tigre, alejándose de las Rocas Soleadas. Los dos aprendices fueron tras ellos.
—¿Qué son los Cuatro Árboles? —preguntó Zarpa de Fuego jadeando.
—Es donde se tocan los territorios de los cuatro clanes. Allí hay cuatro magníficos robles, tan viejos como los clanes…
—¡Callaos! —ordenó Garra de Tigre—. ¡No olvidéis que estamos muy cerca de territorio enemigo!
Los dos aprendices enmudecieron, y Zarpa de Fuego se concentró en avanzar en silencio. Cruzaron un arroyo poco profundo sin mojarse las patas; saltaron de piedra en piedra por encima del lecho cubierto de guijarros.
Cuando llegaron a los Cuatro Árboles, Zarpa de Fuego estaba sin resuello y le dolían las patas. No estaba acostumbrado a desplazarse tan lejos y tan rápido. Se sintió bastante aliviado cuando Corazón de León y Garra de Tigre los condujeron fuera del bosque, al borde de una pendiente cubierta de arbustos.
El sol estaba en su cénit. Las nubes habían desaparecido y el viento había amainado. Abajo, a la deslumbrante luz del sol, había cuatro robles enormes; sus copas de verde oscuro llegaban casi hasta lo alto de la pronunciada ladera.
—Como te ha contado Zarpa Gris —le dijo Corazón de León al nuevo aprendiz—, esto es los Cuatro Árboles, donde se tocan los territorios de los cuatro clanes. El Clan del Viento gobierna el terreno alto que hay ante nosotros, donde se pone el sol. Hoy no podrás captar su olor; el viento sopla en su dirección. Pero lo conocerás pronto.
—Y el Clan de la Sombra domina la parte más oscura del bosque —añadió Zarpa Gris, ladeando la cabeza—. Los veteranos dicen que los fríos vientos del norte soplan sobre los gatos del Clan de la Sombra y les hielan el corazón.
—¡Cuántos clanes! —exclamó Zarpa de Fuego. «Y qué bien organizados», agregó para sí mismo, recordando las fantasiosas historias de Tiznado sobre gatos salvajes que causaban el terror en el bosque.
—Ahora ya ves por qué las presas son tan valiosas —maulló Corazón de León—. Por qué debemos luchar para proteger lo poco que tenemos.
—Pero ¡eso me parece absurdo! ¿Por qué no pueden los clanes cazar juntos y compartir los terrenos de caza, en vez de pelear entre sí? —sugirió con atrevimiento.
Un silencio escandalizado siguió a sus palabras.
Garra de Tigre fue el primero en responder.
—Esas ideas son traicioneras, minino doméstico —le espetó.
—No seas tan feroz, Garra de Tigre —respondió Corazón de León—. Las costumbres de los clanes son nuevas para este aprendiz. —Miró a Zarpa de Fuego—. Hablas con el corazón, joven gato. Algún día, eso hará de ti un guerrero más fuerte.
Garra de Tigre gruñó.
—O quizá haga que ceda a la debilidad de minino doméstico en el preciso momento de atacar.
Corazón de León le lanzó una dura mirada antes de continuar.
—Cada luna, los cuatro clanes se reúnen pacíficamente en una Asamblea. Aquí —señaló hacia los enormes robles de abajo— es donde nos juntamos. La tregua dura mientras hay luna llena.
—Entonces habrá una reunión pronto, ¿no? —dijo Zarpa de Fuego, recordando lo brillante que estaba la luna la noche anterior.
—Así es, en efecto —respondió Corazón de León; parecía impresionado—. De hecho, es esta misma noche. Las Asambleas son muy importantes, porque permiten a los clanes reunirse en paz durante una noche. Pero debes entender que las alianzas más prolongadas supondrían más problemas que ventajas.
—Lo que nos hace fuertes es la lealtad a nuestro clan —coincidió Garra de Tigre—. Si debilitas esa lealtad, debilitas nuestras posibilidades de supervivencia.
Zarpa de Fuego asintió.
—Comprendo.
—Vamos —maulló Corazón de León, levantándose—. Pongámonos en marcha.
Avanzaron a lo largo de la cresta del valle en que se hallaban los Cuatro Árboles. Ahora iban en dirección contraria al sol, que empezaba a descender en el cielo de la tarde. Cruzaron el arroyo por una parte lo bastante estrecha para salvarla de un salto.
Zarpa de Fuego olfateó el aire. Un nuevo olor gatuno inundó su boca.
—¿Qué clan es ése? —preguntó.
—El de la Sombra —respondió Garra de Tigre muy serio—. Estamos yendo a lo largo de su frontera. Mantente alerta, Zarpa de Fuego. Los olores más recientes significan que hay una patrulla del Clan de la Sombra por la zona.
Mientras asentía, Zarpa de Fuego oyó un nuevo sonido. Se quedó quieto, pero los demás continuaron adelante, dirigiéndose justo hacia aquel siniestro ruido.
—¿Qué es eso? —quiso saber, corriendo para alcanzarlos.
—Enseguida lo verás —respondió Corazón de León.
Zarpa de Fuego miró a través de los árboles que tenían delante. Parecían disminuir, y dejaban pasar una ancha banda de luz solar.
—¿Estamos en el lindero del bosque? —preguntó.
Se detuvo y respiró hondo. Los verdes aromas del bosque parecían ahogados por olores extraños y oscuros. Esa vez no se trataba de esencias gatunas, sino de algo que le recordaba a su antiguo hogar de Dos Patas. Y el ruido se estaba volviendo ensordecedor, un rugido incesante que estremecía el suelo y dañaba los oídos.
—Éste es el Sendero Atronador —maulló Garra de Tigre.
Zarpa de Fuego siguió a Corazón de León, que los condujo hasta el extremo del bosque. Luego los cuatro gatos se sentaron a observar.
Zarpa de Fuego vio un camino gris, como un río, que se abría paso a través del bosque. Frente a él, la dura piedra gris se extendía tanto que los árboles del otro lado parecían borrosos y diminutos. El joven gato se estremeció con el amargo olor que emanaba del sendero.
Un segundo después dio un salto hacia atrás, con el pelo erizado, cuando un monstruo gigantesco pasó ante él rugiendo. Las ramas de los árboles de ambos lados se agitaron por el viento que siguió al veloz monstruo. Zarpa de Fuego miró a sus compañeros con los ojos desorbitados, incapaz de hablar. Había visto caminos como aquél cerca de su antiguo hogar de Dos Patas, pero nunca tan anchos, no con monstruos tan rápidos y feroces.
—A mí también me asustó la primera vez —recordó Zarpa Gris—. Pero al menos ayuda, pues evita que los guerreros del Clan de la Sombra crucen fácilmente hasta nuestro territorio. El Sendero Atronador recorre una buena parte de nuestra frontera. Y no te preocupes: por lo visto, esos monstruos jamás abandonan el Sendero Atronador. Estarás bien siempre que no te acerques demasiado.
—Es hora de regresar al campamento —maulló Corazón de León—. Hoy habéis visto nuestras fronteras. Pero evitaremos las Rocas de las Serpientes, aunque la ruta para rodearlas sea más larga. Un aprendiz inexperto sería una presa fácil para una víbora, y supongo que estarás algo cansado, Zarpa de Fuego.
El joven se sintió aliviado ante la idea de volver al campamento. La cabeza le daba vueltas con todos aquellos nuevos olores e imágenes, y el lugarteniente tenía razón: estaba cansado, y hambriento. Se colocó detrás de Zarpa Gris cuando se alejaron del Sendero Atronador para dirigirse al campamento.
Los húmedos aromas de la tarde impregnaban el aire cuando Zarpa de Fuego accedió al campamento del Clan del Trueno por el túnel de aulagas. Los esperaba carne recién cazada. Los dos aprendices tomaron su parte del montón que había en una parte umbrosa del claro, y se la llevaron al tocón de árbol situado junto a su guarida.
Polvoroso y Arenisca ya estaban allí, masticando con hambre.
—Hola, minino doméstico —saludó Polvoroso, entornando los ojos burlonamente—. Disfruta de la comida que nosotros hemos cazado para ti.
—Quién sabe, quizá algún día incluso aprendas a cazar tus propias piezas —se mofó Arenisca.
—¿Todavía estáis encargados de cazar? —preguntó Zarpa Gris inocentemente—. No importa. Nosotros hemos estado patrullando las fronteras de nuestro territorio. Os alegrará saber que todo está en orden.
—¡Seguro que los otros gatos se han aterrorizado al oler que os acercabais! —aulló Polvoroso.
—Ni siquiera se han atrevido a asomar la cabeza —replicó Zarpa Gris, incapaz de ocultar su rabia.
—Bueno, se lo preguntaremos esta noche, cuando los veamos en la Asamblea de los clanes —maulló Arenisca.
—¿Vais a ir? —inquirió Zarpa de Fuego, impresionado, pese a la hostilidad de los dos aprendices.
—Por supuesto que sí —respondió Polvoroso con arrogancia—. Como ya sabéis, es un gran honor. Pero no os preocupéis; os lo contaremos todo por la mañana.
Zarpa Gris pasó por alto la malicia de Polvoroso y empezó a comerse su pieza. Zarpa de Fuego también tenía hambre, y se dispuso a comer. No pudo evitar una punzada de envidia porque Polvoroso y Arenisca fueran a conocer a los otros clanes esa noche.
Una llamada de Estrella Azul lo hizo levantar la vista. Vio que varios guerreros y veteranos se reunían en el claro. Era la hora de que la delegación del clan partiera hacia la Asamblea. Polvoroso y Arenisca se pusieron en pie de un salto y corrieron a unirse a los demás.
—Adiós a los dos —se despidió Arenisca por encima del hombro—. Que paséis una velada tranquila.
El grupo de gatos salió del campamento en fila india, con Estrella Azul a la cabeza. Su pelaje relucía como la plata al claro de luna, y parecía tranquila y confiada mientras guiaba a su clan a la breve tregua entre viejos enemigos.
—¿Has estado en alguna Asamblea? —le preguntó Zarpa de Fuego a su amigo.
—Todavía no —respondió éste, y partió sonoramente un hueso de ratón—. Pero ya no falta mucho; sólo tienes que esperar. Todos los aprendices acaban yendo.
Los dos se acabaron la cena en silencio. Luego Zarpa Gris se acercó a él para lamerle la cabeza. Se lavaron juntos, compartiendo lenguas, como Zarpa de Fuego había visto hacer a los otros gatos. Después, cansados tras la larga caminata, se metieron en la guarida, se acomodaron en sus lechos y pronto cayeron dormidos.
A la mañana siguiente, los dos amigos llegaron temprano a la hondonada arenosa. Habían salido sigilosamente antes de que Polvoroso y Arenisca se despertaran. Zarpa de Fuego estaba deseando saber cosas de la Asamblea, pero su amigo se lo llevó a rastras.
—Lo sabrás todo más tarde; conozco a esos dos.
Prometía ser otro día cálido, y esa vez Cuervo se reunió con ellos. Gracias a Jaspeada, su herida estaba sanando bien.
Zarpa Gris se puso a juguetear, lanzando hojas al aire y saltando tras ellas. Zarpa de Fuego lo miraba, sacudiendo la cola de risa. Cuervo permaneció en silencio en un lado de la hondonada, con aspecto tenso y desdichado.
—¡Anímate, Cuervo! —exclamó Zarpa Gris—. Ya sé que no te gusta entrenar, pero normalmente no estás tan tristón.
El olor de Corazón de León y Garra de Tigre los alertó de su proximidad. Cuervo respondió:
—Creo que me preocupa que vuelva a dolerme el omóplato.
En ese momento, Garra de Tigre salió entre los arbustos, seguido de cerca por Corazón de León.
—Los guerreros deberían sufrir el dolor en silencio —gruñó. Miró a Cuervo a los ojos—. Has de aprender a mantener la boca cerrada.
Cuervo se encogió y bajó la vista al suelo.
—Garra de Tigre está un poco gruñón hoy —susurró Zarpa Gris al oído de Zarpa de Fuego.
Corazón de León lanzó una mirada severa a su aprendiz, y luego anunció:
—Hoy vamos a practicar el acecho. Hay una gran diferencia entre acercarse a hurtadillas a un ratón o a un conejo. ¿Alguno de vosotros podría explicarme por qué?
Zarpa de Fuego no tenía ni idea, y Cuervo parecía haberse tomado a pecho el comentario de Garra de Tigre, pues no dijo ni mu.
—¡Vamos! —resopló Garra de Tigre con impaciencia.
Fue Zarpa Gris quien contestó:
—Porque un conejo te olerá antes de verte, pero un ratón sentirá tus pisadas a través del suelo incluso antes de olerte.
—¡Exacto! Entonces, ¿qué hay que tener presente al cazar ratones?
—¿Pisar suavemente? —sugirió Zarpa de Fuego.
Corazón de León le dirigió una mirada aprobatoria.
—Bastante bien, Zarpa de Fuego. Debes descansar todo tu peso en las ancas, para que las zarpas causen el mínimo impacto sobre el suelo. ¡Vamos a probar!
Zarpa de Fuego observó mientras los otros aprendices se agachaban para adoptar la postura de acecho.
—¡Bien hecho, Zarpa Gris! —maulló Corazón de León, cuando los dos comenzaron a avanzar sigilosamente.
—¡Mantén el trasero agachado, Cuervo, que pareces un pato! —bufó Garra de Tigre—. Ahora prueba tú, Zarpa de Fuego.
Zarpa de Fuego se agazapó y comenzó a andar. Sintió que había adoptado la postura correcta de forma instintiva, y mientras avanzaba, tan silenciosa y levemente como podía, lo enorgulleció que sus músculos respondieran con tanta facilidad.
—¡Bueno, es obvio que no has conocido otra cosa que la blandura! —gruñó Garra de Tigre—. Acechas con la torpeza de un minino de compañía. ¿Acaso crees que el alimento va a ir a meterse en tus fauces, a esperar que te lo comas?
Zarpa de Fuego se irguió rápidamente mientras Garra de Tigre hablaba, algo confuso por sus duras palabras. Escuchó al guerrero con atención, decidido a hacerlo todo lo mejor posible.
—Su forma de andar y avanzar vendrá después, pero su postura está perfectamente equilibrada —señaló Corazón de León con calma.
—Lo cual, supongo, es mejor que lo de Cuervo —se lamentó Garra de Tigre. Lanzó una mirada desdeñosa al joven gato negro—. Incluso al cabo de dos meses de entrenamiento, sigues descansando todo tu peso en el lado izquierdo.
Cuervo pareció todavía más abatido; Zarpa de Fuego no pudo reprimirse y replicó:
—Le molesta la herida, eso es todo.
Garra de Tigre giró la cabeza de golpe y lo fulminó con la mirada.
—Las heridas son parte de la vida. Cuervo debería ser capaz de adaptarse. Incluso tú, Zarpa de Fuego, has aprendido algo esta mañana. Si Cuervo asimilara las cosas tan deprisa como tú, sería para mí un motivo de orgullo, en vez de un motivo de bochorno. Imagínate, ¡avergonzado por una mascota! —le bufó furioso a su aprendiz.
Zarpa de Fuego sintió un incómodo hormigueo. No podía mirar a Cuervo a los ojos, de modo que se miró las patas.
—Bueno, yo tengo menos equilibrio que un tejón cojo —maulló Zarpa Gris, abandonando su cuidadosa postura y empezando a tambalearse por el claro—. Creo que habré de acostumbrarme a cazar ratones estúpidos. No tendrán la mínima oportunidad. Me acercaré y me sentaré encima de ellos hasta que se rindan.
—Concéntrate, Zarpa Gris. ¡Éste no es momento para tus bromas! —maulló Corazón de León con severidad—. Quizá logréis concentraros mejor si ponéis realmente a prueba vuestras dotes de acecho.
Los tres aprendices levantaron la vista, animados.
—Quiero que cada uno de vosotros intente cazar una presa real —continuó el lugarteniente—. Cuervo, tú busca junto al Árbol de la Lechuza. Zarpa Gris, quizá haya algo en ese gran zarzal de ahí. Y tú, Zarpa de Fuego, sigue el sendero de conejos de esa cuesta; llegarás al lecho seco de un arroyo invernal. Podrías encontrar algo por allí.
Los tres aprendices se alejaron saltando, incluso Cuervo, con energía extra por aquel desafío.
Con la sangre latiéndole en los oídos, Zarpa de Fuego subió lentamente la cuesta. Y sí, entre los árboles de delante había un lecho fluvial. Supuso que, en la estación de la caída de la hoja, canalizaría el agua de la lluvia hasta el gran río que corría por el territorio del Clan del Río. Ahora estaba seco.
Descendió por la ribera sigilosamente y se agazapó en el suelo arenoso. Todos sus sentidos ardían de tensión. En silencio, examinó el arroyo vacío, buscando señales de vida. Rastreó cualquier pequeño movimiento, con la boca abierta para captar hasta el menor de los olores y con las orejas dirigidas al frente.
Entonces olió a ratón. Reconoció el aroma al instante, recordando su primer mordisco del día anterior. Lo recorrió una energía salvaje, pero permaneció inmóvil, intentando desesperadamente localizar a su presa.
Tendió las orejas hacia delante, hasta que percibió el rápido latido de un corazón minúsculo. Luego vislumbró un destello marrón. La criatura se movía entre la hierba alta que cubría los bordes del arroyo. Zarpa de Fuego se acercó un poco más, recordando descargar su peso en las ancas hasta que estuviera a una distancia apropiada para atacar. Luego se echó hacia atrás con fuerza y dio un salto, levantando arena mientras se elevaba.
El ratón salió corriendo, pero Zarpa de Fuego era más veloz. Lo lanzó al aire con una pata, lo tiró al arenoso lecho del arroyo y se abalanzó sobre él. Lo mató rápidamente, con un mordisco preciso.
Después tomó cuidadosamente el cálido cuerpo entre los dientes y regresó con la cola muy tiesa a donde aguardaban Corazón de León y Garra de Tigre. Había hecho su primera caza. Ahora era un verdadero aprendiz del Clan del Trueno.