Conmocionados, los gatos del clan lanzaron maullidos que resonaron en el bosque.
Cuervo se tambaleó un poco. Su pata derecha brillaba con la sangre que manaba de un profundo tajo en el omóplato.
—Nos en… encontramos con cinco guerreros del Clan del Río junto al arroyo, no lejos de las Rocas Soleadas —contó agitado—. Corazón de Roble estaba entre ellos.
—¡Corazón de Roble! —exclamó Zarpa Gris en voz baja—. Es el lugarteniente del Clan de Río. Uno de los mejores guerreros del bosque. ¡Qué suerte tiene Cuervo! Ojalá hubiera estado yo. Habría…
Lo hizo callar una feroz mirada del viejo macho gris que había advertido el regreso de Cuervo.
Zarpa de Fuego devolvió su atención a la Peña Alta.
—Cola Roja instó a Corazón de Roble a que mantuviese sus partidas de caza lejos de nuestro territorio. Le dijo que el próximo guerrero del Clan del Río que sorprendiera en terreno del Clan del Trueno sería aniquilado, pero Corazón… Corazón de Roble no se echó atrás. Replicó que su cl… clan necesitaba alimentarse, por mucho que lo amenazáramos.
Cuervo hizo una pausa para tomar aire resollando. El corte seguía sangrándole profusamente. Mantenía una postura incómoda para no descargar el peso sobre la pata herida.
—Entonces fue cuando los gatos del Clan de Río atacaron. Costaba ver lo que ocurría. La lucha fue atroz. Corazón de Roble inmovilizó contra el suelo a Cola Roja, pero entonces éste…
De repente, Cuervo puso los ojos en blanco y perdió el equilibrio. Medio trastabillando y medio cayendo, se deslizó por la Peña Alta y acabó desplomándose en el suelo.
Una reina melada saltó hacia él, le dio un lametón en la mejilla y llamó:
—¡Jaspeada!
Del rincón sombreado por los helechos apareció la bonita gata parda que Zarpa de Fuego había visto sentada junto a Zarpa Gris en la reunión. Corrió hacia Cuervo y lanzó un maullido para que la reina se apartara. Entonces usó su pequeño hocico rosa para girar al aprendiz y poder examinar la herida. Luego alzó la mirada y maulló:
—No pasa nada, Flor Dorada. Sus heridas no son mortales, pero necesito recoger algunas telarañas para detener la hemorragia.
Mientras Jaspeada salía disparada hacia su guarida, el profundo silencio del claro quedó roto por un alarido lastimero. Todos los ojos se volvieron.
Un enorme atigrado marrón oscuro atravesó a duras penas el túnel de aulagas. Entre sus afilados colmillos, el guerrero no llevaba ninguna presa, sino el cuerpo sin vida de otro gato. Arrastró a la destrozada criatura hasta el centro del claro.
Zarpa de Fuego estiró el cuello, y alcanzó a vislumbrar una cola de un rojizo intenso que colgaba inerte sobre el polvo.
El espanto recorrió el clan como una brisa helada. Junto a Zarpa de Fuego, Zarpa Gris se acurrucó, embargado por la pena.
—¡Cola Roja!
—¿Cómo ha sucedido esto, Garra de Tigre? —quiso saber Estrella Azul desde la Peña Alta.
El atigrado soltó el pescuezo de Cola Roja y miró fijamente a su líder.
—Murió con honor, a manos de Corazón de Roble. No pude salvarlo, pero logré quitarle la vida a Corazón de Roble mientras se regodeaba con su victoria. —La voz de Garra de Tigre era sonora y profunda—. La muerte de Cola Roja no ha sido en vano, pues dudo que volvamos a ver cazadores del Clan del Río en nuestro territorio.
Zarpa de Fuego miró a su amigo. Los ojos del aprendiz estaban ensombrecidos de tristeza.
Tras una pausa, varios gatos se acercaron a lamer el manchado pelaje de Cola Roja. Mientras lo lavaban, iban susurrándole cosas al guerrero muerto.
Zarpa de Fuego le preguntó a su amigo al oído:
—¿Qué están haciendo?
Zarpa Gris contestó sin despegar la vista del malogrado lugarteniente:
—Aunque su espíritu haya ido a reunirse con el Clan Estelar, el clan compartirá lenguas con Cola Roja una última vez.
—¿El Clan Estelar?
—Es la tribu de guerreros celestiales que cuida de todos los clanes. Puedes verlos en el Manto de Plata.
Zarpa de Fuego parecía confuso, de modo que su amigo le explicó:
—El Manto de Plata es ésa densa banda de estrellas que cada noche se despliega en el cielo. Cada punto de luz es un guerrero del Clan Estelar. Esta noche, Cola Roja estará entre ellos.
Zarpa de Fuego asintió, y Zarpa Gris se fue a compartir lenguas con su lugarteniente muerto.
Estrella Azul había guardado silencio desde que los primeros gatos fueron a presentarle sus respetos a Cola Roja. Pero entonces saltó de la Peña Alta y se acercó despacio al cuerpo sin vida. Los demás retrocedieron, observando cómo su líder se agachaba para compartir lenguas con su viejo camarada por última vez.
Cuando hubo acabado, Estrella Azul levantó la cabeza y habló en voz baja y afligida, y el clan la escuchó en silencio.
—Cola Roja era un guerrero valiente. Jamás podrá ponerse en duda su lealtad al clan. Yo siempre confié en su criterio, pues se guiaba por las necesidades del clan y nunca se movía por interés propio ni por soberbia. Habría sido un buen líder.
Luego se tumbó en el suelo, con la cabeza gacha y las patas estiradas ante sí, y lloró en silencio por su amigo perdido. Otros gatos se acercaron a tumbarse junto a ella, con la cabeza baja y el lomo encorvado, imitando su doliente postura.
Zarpa de Fuego se quedó mirándolos. Él no había conocido a Cola Roja, pero no pudo evitar sentirse conmovido ante el duelo del clan.
Zarpa Gris regresó junto a él.
—Polvoroso estará triste —señaló.
—¿Polvoroso?
—El aprendiz de Cola Roja. Ese atigrado de rayas marrones de ahí. Me pregunto quién será ahora su mentor.
Zarpa de Fuego se fijó en un pequeño macho acurrucado cerca del cuerpo de Cola Roja, mirando al suelo con la vista perdida. Luego miró a la líder del clan.
—¿Cuánto tiempo pasará Estrella Azul junto a Cola Roja? —preguntó.
—Probablemente toda la noche —contestó Zarpa Gris—. Era su lugarteniente desde hacía muchísimas lunas. No querrá dejarlo marchar demasiado pronto. Era uno de los mejores guerreros. No tan grande y poderoso como Garra de Tigre o Corazón de León, pero rápido y listo.
Zarpa de Fuego miró a Garra de Tigre, admirando la fuerza que irradiaban sus potentes músculos y su ancha cabeza. Su enorme cuerpo mostraba signos de su vida guerrera; una de sus orejas estaba partida en una profunda «V», y una gruesa cicatriz le dividía el puente de la nariz.
De pronto, Garra de Tigre se levantó y fue hacia Cuervo. Jaspeada se hallaba junto al aprendiz herido, usando los dientes y las patas para aplicarle bolas de telaraña en el corte del omóplato.
Zarpa de Fuego se inclinó hacia su amigo y le preguntó:
—¿Qué está haciendo Jaspeada?
—Detener la hemorragia. Parecía un tajo muy feo. Y Cuervo parecía realmente conmocionado. Siempre está un poco nervioso, pero nunca lo había visto tan mal. Vayamos a ver si ya se ha despertado.
Se abrieron paso entre los llorosos gatos hasta donde yacía Cuervo, y se detuvieron a una distancia respetuosa, esperando a que Garra de Tigre acabara de hablar.
—Bueno, Jaspeada —le dijo el guerrero a la curandera con un maullido confiado—, ¿cómo está Cuervo? ¿Crees que podrás salvarlo? He empleado mucho tiempo entrenándolo, y no quisiera que mis esfuerzos se desperdiciaran en la primera batalla.
Jaspeada respondió sin levantar la vista de su paciente.
—Sí, sería una lástima que, después de tu valioso entrenamiento, Cuervo muriera en su primera pelea, ¿eh?
Zarpa de Fuego percibió la ironía en la suave voz de la gata.
—¿Vivirá? —insistió Garra de Tigre.
—Por supuesto. Sólo necesita descansar.
El guerrero resopló y miró el inmóvil cuerpo negro. Lo pinchó con una de sus uñas delanteras.
—¡Pues venga! ¡Levántate!
Cuervo no se movió.
—¡Fíjate en la longitud de esa uña! —susurró Zarpa de Fuego.
—¡Madre mía! —se admiró Zarpa Gris—. ¡Tengo clarísimo que no querría verme metido en una pelea con él!
—¡No tan deprisa, Garra de Tigre! —Jaspeada puso una pata sobre las afiladas zarpas del guerrero y lo apartó con delicadeza—. Este aprendiz debe moverse lo menos posible hasta que se le cure la herida. No queremos que se le reabra por ponerse a saltar para intentar complacerte. Déjalo tranquilo.
Zarpa de Fuego contuvo la respiración mientras esperaba la reacción de Garra de Tigre. Supuso que muy pocos gatos se atrevían a darle órdenes de esa manera. El gran atigrado se quedó parado, y parecía que iba a replicar cuando Jaspeada añadió burlona:
—Incluso tú sabes de sobra que no hay que discutir con los curanderos, Garra de Tigre.
Los ojos del atigrado destellaron ante las palabras de la gata.
—Yo jamás osaría discutir contigo, querida Jaspeada —ronroneó. Se volvió para marcharse y reparó en los jóvenes amigos—. ¿Quién es éste? —le preguntó a Zarpa Gris.
—Es el nuevo aprendiz.
—¡Pues huele a minino de compañía! —bufó Garra de Tigre.
—Antes era un gato doméstico —terció Zarpa de Fuego con osadía—. Pero voy a entrenar para convertirme en guerrero.
El atigrado lo miró con repentino interés.
—Ah, sí. Ahora recuerdo que Estrella Azul mencionó que había tropezado con un minino descarriado. ¿Así que realmente va a darte una oportunidad?
Zarpa de Fuego se puso rígido, ansioso por impresionar a aquel distinguido guerrero del clan.
—En efecto —maulló respetuosamente.
Garra de Tigre lo miró muy serio.
—Entonces seguiré tus progresos con interés.
Zarpa de Fuego hinchó el pecho orgullosamente mientras el guerrero se alejaba.
—¿Crees que le he gustado? —le preguntó a su amigo.
—No creo que a Garra de Tigre le guste ningún aprendiz.
Justo entonces, Cuervo se movió y agitó las orejas.
—¿Se ha ido? —musitó.
—¿Quién? ¿Garra de Tigre? —inquirió Zarpa Gris, yendo hacia él—. Sí, se ha ido.
—Eh, hola —dijo Zarpa de Fuego, dispuesto a presentarse.
—¡Marchaos, vosotros dos! —protestó Jaspeada—. ¿Cómo se supone que voy a ayudar a este gato con tantas interrupciones? —Agitó la cola con impaciencia y se interpuso entre ellos y su paciente.
Zarpa de Fuego percibió que no hablaba en broma, pese al animado brillo de sus cálidos ojos ambarinos.
—Anda, ven, Zarpa de Fuego —maulló Zarpa Gris—. Te enseñaré esto. Te veremos más tarde, Cuervo.
Los dos jóvenes dejaron a Jaspeada con el aprendiz herido y echaron a andar por el claro.
Zarpa Gris se mostró solícito. Era obvio que se tomaba muy en serio su labor de guía.
—Ya conoces la Peña Alta —empezó, señalando con la cola la gran roca lisa—. Estrella Azul siempre se dirige al clan desde ahí. Su guarida está debajo. —Indicó con la nariz un hueco en un lateral de la Peña—. Su guarida fue labrada hace muchas lunas por un antiguo arroyo. —Una cortina de liquen colgaba sobre la entrada, resguardando la estancia de la líder del viento y la lluvia—. Los guerreros duermen allí —añadió.
Zarpa de Fuego lo siguió hasta un gran arbusto, a unos pocos pasos de la Peña Alta. Desde allí se veía claramente el acceso de aulagas al campamento. Las ramas del arbusto eran muy bajas, pero Zarpa de Fuego logró ver un espacio protegido en el interior, donde los guerreros tenían sus lechos.
—Los guerreros de más edad duermen cerca del centro, donde se está más calentito —explicó Zarpa Gris—. Y suelen compartir su caza junto a esa mata de ortigas. Los más jóvenes comen cerca. En ocasiones, los mayores los invitan a unirse a ellos durante la comida, lo cual es un gran honor.
—Y ¿qué hay de los otros gatos del clan? —preguntó Zarpa de Fuego fascinado, aunque sintiéndose algo abrumado por todas las tradiciones y rituales de la vida del clan.
—Bueno, las reinas viven en el alojamiento guerrero cuando ejercen como guerreras, pero cuando están embarazadas o cuidando de sus crías, se quedan en una guarida próxima a la maternidad. Los veteranos tienen su propia zona al otro lado del claro. Ven, te lo mostraré.
Zarpa de Fuego saltó tras de su amigo para cruzar el claro, dejando atrás el rincón sombreado en que Jaspeada tenía su guarida. Se detuvieron junto a un árbol caído que resguardaba una extensión de exuberante hierba. Agachados entre la mullida vegetación, cuatro gatos viejos estaban zampándose un rollizo conejito.
—Seguro que es una cortesía de Polvoroso y Arenisca —susurró Zarpa Gris—. Una de las obligaciones de los aprendices es cazar para los veteranos.
—Hola, jovencito —saludó uno de los ancianos a Zarpa Gris.
—Hola, Orejitas —saludó el joven, bajando la cabeza respetuosamente.
—Éste debe de ser nuestro nuevo aprendiz. Zarpa de Fuego, ¿no es eso? —maulló un segundo macho. Su pelaje atigrado era marrón oscuro, y sólo había un muñón donde debería estar su cola.
—Así es —contestó Zarpa de Fuego, imitando el educado gesto de su amigo.
—Yo soy Medio Rabo. Bienvenido al clan.
—¿Ya habéis comido? —preguntó Orejitas.
Los dos jóvenes negaron con la cabeza.
—Bueno, aquí hay de sobra. Polvoroso y Arenisca se están convirtiendo en grandes cazadores. ¿Te importaría que estos jovencitos compartieran un ratón, Tuerta?
La reina de color gris claro que estaba junto a él negó con la cabeza. Zarpa de Fuego reparó en que tenía un ojo vidrioso y ciego.
—¿Y a ti, Cola Moteada?
Cola Moteada, una gata parda con el hocico gris, maulló con una voz cascada por la edad:
—Por supuesto que no.
—Gracias —dijo Zarpa Gris con ansia. Se adelantó y tomó un ratón del montón de carne fresca. Lo dejó a los pies de Zarpa de Fuego—. ¿Todavía no has probado el ratón? —preguntó.
—No —admitió. Y de repente le gustó el cálido aroma de aquella pieza recién cazada. Se estremeció con la idea de compartir su primera comida como miembro del clan.
—En ese caso, toma tú el primer bocado. Pero guárdame un poco. —Zarpa Gris bajó la cabeza y retrocedió para dejarle sitio a su amigo.
Éste se agachó y le dio un mordisco al ratón. Era jugoso y tierno, y rebosaba de los sabores del bosque.
—¿Qué te parece?
—¡Fantástico! —contestó Zarpa de Fuego con la boca llena.
—Pues entonces apártate un poco —maulló el otro, adelantándose para tomar un pedazo.
Mientras los dos aprendices compartían el ratón, escucharon la conversación de los mayores.
—¿Cuánto tiempo pasará hasta que Estrella Azul nombre un nuevo lugarteniente? —preguntó Orejitas.
—¿Qué has dicho? —maulló Tuerta.
—Tu oído se ha vuelto tan malo como tu vista —le espetó Orejitas—. He dicho que cuánto tiempo pasará hasta que Estrella Azul nombre un nuevo lugarteniente.
Tuerta, sin inmutarse por la réplica irritada de Orejitas, se dirigió a la reina de color carey:
—Cola Moteada, ¿recuerdas el día de hace ya muchas lunas en que se nombró líder a Estrella Azul?
—¡Oh, sí! —maulló muy seria—. Fue poco después de que Estrella Azul perdiera a sus cachorros.
—Le será duro nombrar un nuevo lugarteniente —observó Orejitas—. Cola Roja le prestó muy buenos servicios durante mucho tiempo. Pero tendrá que tomar una decisión pronto. Según la costumbre del clan, tendrá que elegir a alguien antes de que la luna esté en lo alto tras la muerte del antiguo lugarteniente.
—Por lo menos esta vez la elección es obvia —señaló Medio Rabo.
Zarpa de Fuego alzó la cabeza y echó un vistazo al claro. ¿A quién se referiría Medio Rabo? Para él, todos los guerreros parecían merecedores de convertirse en lugarteniente. Quizá el anciano estaba hablando de Garra de Tigre; después de todo, éste había vengado la muerte de Cola Roja.
Garra de Tigre estaba sentado no muy lejos de allí, con las orejas dirigidas hacia la conversación de los veteranos.
Mientras Zarpa de Fuego se estiraba, lamiéndose los últimos restos de ratón del hocico, la voz de Estrella Azul llamó al clan desde la Peña Alta. El cuerpo de Cola Roja seguía en el claro, de un gris pálido en la decreciente luz.
—Hay que nombrar un nuevo lugarteniente —anunció la líder—. Pero primero démosle las gracias al Clan Estelar por la vida de Cola Roja. Esta noche se sentará con sus camaradas guerreros entre las estrellas.
Se produjo un silencio mientras todos miraban al cielo, que empezaba a oscurecerse conforme el crepúsculo caía sobre el bosque.
—Y ahora nombraré al nuevo lugarteniente del Clan del Trueno —continuó Estrella Azul—. Pronuncio estas palabras ante el cuerpo de Cola Roja, para que su espíritu pueda oír y aprobar mi decisión.
Zarpa de Fuego miró a Garra de Tigre. No pudo evitar percibir el ansia en los grandes ojos ambarinos del guerrero, clavados en la Peña Alta.
—Corazón de León será el nuevo lugarteniente del Clan del Trueno —decretó Estrella Azul.
Zarpa de Fuego sentía curiosidad por ver la reacción de Garra de Tigre, pero el oscuro rostro del guerrero no expresó nada; felicitó a Corazón de León con un empujoncito tan brioso que el nuevo lugarteniente casi perdió pie.
—¿Por qué no ha nombrado a Garra de Tigre? —susurró Zarpa de Fuego a su amigo.
—Probablemente porque Corazón de León es guerrero desde hace más tiempo, con lo que tiene más experiencia —respondió Zarpa Gris, sin dejar de mirar a Estrella Azul.
La líder volvió a hablar:
—Cola Roja también era el mentor de Polvoroso. Como no debe haber retrasos en el entrenamiento de nuestros aprendices, designaré ahora mismo el nuevo mentor de Polvoroso. Cebrado, estás listo para tener tu primer aprendiz, de modo que continuarás con el entrenamiento de Polvoroso. Tuviste un buen mentor en Garra de Tigre, y espero que sepas transmitir algunas de las excelentes habilidades que él te enseñó.
Henchido de orgullo, el guerrero atigrado aceptó el nombramiento con un gesto solemne. Fue hacia Polvoroso, bajó la cabeza y, con cierta torpeza, tocó con la nariz la de su primer alumno. Polvoroso agitó la cola respetuosamente, pero sus ojos seguían rebosantes de pena por su mentor perdido.
Estrella Azul levantó la voz:
—Esta noche velaré el cuerpo de Cola Roja, antes de que lo enterremos al amanecer.
Bajó de un salto de la roca y fue a tumbarse de nuevo junto al cadáver de Cola Roja. Muchos gatos se le unieron, entre ellos, Orejitas y Polvoroso.
—¿Debemos quedarnos con ellos? —preguntó Zarpa de Fuego. La verdad era que la idea no lo atraía demasiado. Había sido un día muy ajetreado y empezaba a sentirse cansado. Lo único que quería era buscar un sitio caliente y seco donde ovillarse para dormir.
Zarpa Gris negó con la cabeza.
—No; sólo los más cercanos a Cola Roja comparten su última noche. Te enseñaré dónde dormimos. La guarida de los aprendices está por aquí.
Zarpa de Fuego lo siguió hasta una espesa mata de helechos detrás de un musgoso tocón de árbol.
—Todos los aprendices comparten su caza junto a este tocón —explicó Zarpa Gris.
—¿Cuántos hay?
—No tantos como habitualmente… sólo tú y yo, Cuervo, Polvoroso y Arenisca.
Se acomodaron junto al tocón, y entonces salió una joven gata de entre los helechos. Su pelaje era rojizo, como el de Zarpa de Fuego, pero mucho más claro; las rayas más oscuras eran apenas visibles.
—¡Así que aquí tenemos al nuevo aprendiz! —maulló, entornando los ojos.
—¡Hola! —saludó Zarpa de Fuego.
La joven gata sorbió por la nariz groseramente.
—¡Huele como un minino de compañía! ¡No me digas que voy a tener que compartir mi cama con ese hedor asqueroso!
Zarpa de Fuego se quedó algo desconcertado. Desde su pelea con Rabo Largo, todos los gatos habían sido bastante amables. Quizá sólo era que las noticias de Cuervo los habían inquietado.
—Tendrás que perdonar a Arenisca —se disculpó Zarpa Gris—. Debe de tener una bola de pelo atascada en algún lugar. Normalmente no tiene tan mal genio.
—¡Pfff! —resopló Arenisca malhumorada.
—Un momento, jóvenes. —La profunda voz de Tormenta Blanca sonó detrás de ellos—. ¡Arenisca! Como aprendiza mía, espero que seas más cordial con este recién llegado.
Arenisca alzó la cabeza.
—Lo siento, Tormenta Blanca —ronroneó, aunque sonó como si no lo sintiera en absoluto—. Pero no esperaba entrenar con una mascota, eso es todo.
—Te acostumbrarás, descuida —maulló Tormenta Blanca con calma—. Ahora se está haciendo tarde, y el entrenamiento empieza a primera hora de la mañana. Deberíais iros a dormir los tres.
Le lanzó una severa mirada a Arenisca, que asintió obediente. Cuando el guerrero se marchó, ella se dio media vuelta y desapareció en la mata de helechos, sorbiendo de nuevo por la nariz al pasar ante Zarpa de Fuego.
Con una sacudida de la cola, Zarpa Gris invitó a su amigo a seguirlo y entró detrás de Arenisca. El interior estaba tapizado de suave musgo, y la clara luz de la luna lo volvía todo de un delicado tono verdoso. El aire era fragante con el olor de los helechos, y más cálido que en el exterior.
—¿Dónde duermo? —preguntó Zarpa de Fuego.
—¡En cualquier sitio mientras no sea cerca de mí! —gruñó Arenisca mientras amontonaba algo de musgo con la pata.
Ambos amigos intercambiaron una mirada, pero no dijeron nada. Zarpa de Fuego rastrilló un montoncito de musgo con las uñas. Cuando hubo conseguido un lecho acogedor, dio unas cuantas vueltas hasta dejarlo cómodo y se enroscó. Todo su cuerpo estaba amodorrado de contento. Aquél era su hogar ahora. Era miembro del Clan del Trueno.