Por la mañana, mientras se recuperaba de sus andanzas nocturnas, Colorado volvió a tener el sueño del ratón, aún más vívido que antes. Libre de su collar, a la luz de la luna, acechaba a la asustadiza criatura. Pero en esa ocasión era consciente de que lo estaban vigilando. Reluciendo entre las sombras del bosque, vio docenas de ojos amarillos. Los gatos del clan habían entrado en su mundo soñado.
Colorado despertó, parpadeando por la brillante luz que se derramaba sobre el suelo de la cocina. Sintió el pelo pesado y pegajoso de calor. Tenía el comedero lleno hasta arriba, y el bebedero limpio y rellenado con el agua de sabor amargo de los Dos Patas. Él prefería beber en los charcos de fuera, pero cuando hacía calor o tenía mucha sed, debía admitir que era mucho más sencillo ir a su recipiente. ¿De verdad sería capaz de abandonar aquella vida tan cómoda?
Comió y luego salió al jardín por la gatera. El día prometía ser cálido, y el aire del jardín estaba cargado con el aroma de las primeras flores.
—Hola, Colorado —maulló alguien desde una valla. Era Tiznado—. Deberías haberte levantado hace una hora. Los polluelos de gorrión han salido a estirar las alas.
—¿Has cazado alguno?
Tiznado bostezó y se relamió la nariz.
—No tenía ganas de tomarme esa molestia. Ya he comido bastante en casa. De todos modos, ¿por qué no has salido antes? Ayer te quejabas de que Henry se pasa el tiempo durmiendo, pero hoy no eres mejor que él.
Colorado se sentó en la fresca tierra, junto a la valla, y enroscó pulcramente la cola alrededor de sus patas delanteras.
—Anoche estuve en el bosque —le recordó a su amigo, y al momento sintió cómo la sangre se agitaba en sus venas y se le esponjaba el pelaje.
Tiznado bajó la vista hacia él con los ojos como platos.
—¡Oh, sí! Lo había olvidado. ¿Cómo fue? ¿Atrapaste algo? ¿O algo te atrapó a ti?
Colorado hizo una pausa, no muy seguro de cómo contarle a su viejo amigo qué había sucedido.
—Tropecé con unos gatos salvajes —empezó.
—Vaya —se asombró Tiznado—. ¿Te metiste en una pelea?
—Más o menos. —Colorado volvió a sentir una corriente de energía al recordar la fuerza y el poder de los gatos del clan.
—¿Te hirieron? ¿Qué ocurrió? —quiso saber Tiznado, ansioso.
—Eran tres. Más grandes y fuertes que ninguno de nosotros.
—¿Y tú peleaste con los tres? —lo interrumpió Tiznado, agitando la cola de emoción.
—¡No! —se apresuró a aclarar Colorado—. Sólo con el más joven; los otros dos aparecieron más tarde.
—¿Y cómo es que no te hicieron trizas?
—Sólo me dijeron que abandonara su territorio. Pero luego… —Colorado vaciló.
—¿Qué? —maulló Tiznado con impaciencia.
—Me propusieron que me uniera a su clan.
Los bigotes de Tiznado se estremecieron de incredulidad.
—¡En serio! —aseguró Colorado.
—¿Por qué iban a hacer algo así?
—No lo sé. Creo que necesitan patas extra en el clan.
—A mí me suena un poco raro —maulló Tiznado dubitativo—. En tu lugar, yo no confiaría en ellos.
Colorado lo miró. Su amigo blanco y negro jamás había mostrado interés por aventurarse en el bosque. Estaba completamente satisfecho viviendo con sus dueños. Nunca comprendería el turbulento anhelo que le provocaban sus sueños una noche tras otra.
—Pues yo sí que confío en ellos —ronroneó suavemente—. Y he tomado una decisión. Voy a unirme a su clan.
Tiznado saltó de la valla y se encaró con su amigo.
—Por favor, no te vayas —maulló alarmado—. Me quedaré solo.
Colorado le dio un golpecito afectuoso con la cabeza.
—No te preocupes. Mis dueños se buscarán otro gato. Harás buenas migas con él. ¡Tú haces buenas migas con todo el mundo!
—Pero ¡no será lo mismo! —gimió Tiznado.
Colorado agitó la cola con impaciencia.
—Ésa es la cuestión. Si me quedo aquí hasta que me lleven al Rebanador, yo tampoco seré el mismo.
Tiznado se mostró perplejo.
—¿El Rebanador? —repitió.
—El veterinario. Para que me castren, como le hicieron a Henry.
Tiznado se encogió de hombros y se miró las patas.
—Pero Henry está bien —repuso entre dientes—. Vale, es verdad que ahora es un poco más perezoso, pero no es infeliz. Aún podríamos divertirnos.
A Colorado se le encogía el corazón de pena ante la idea de dejar a su amigo.
—Lo lamento, Tiznado. Te echaré de menos, pero tengo que irme.
Tiznado no contestó, pero avanzó un paso y tocó afectuosamente la nariz de su amigo con la suya.
—Muy bien. Ya veo que no puedo detenerte, pero al menos podemos pasar una última mañana juntos.
Colorado acabó disfrutando de la mañana incluso más de lo habitual, visitando sus antiguos lugares preferidos con Tiznado y charlando con los gatos con los que había crecido. Todos sus sentidos parecían sobrecargados, como si estuviera preparándose para dar un gran salto. Conforme se acercaba la hora en que el sol estaría más alto, empezó a impacientarse por ver si Corazón de León estaría esperándolo de verdad. El runrún perezoso de sus viejos amigos parecía un débil sonido de fondo; todos sus sentidos estaban puestos en el bosque.
Colorado bajó de la valla de su jardín por última vez y se dirigió al bosque. Ya se había despedido de Tiznado. Ahora todos sus pensamientos estaban centrados en el monte y los gatos que lo habitaban.
Al llegar al lugar en que se había tropezado con los del Clan del Trueno la noche anterior, se sentó y saboreó el aire. Altos árboles resguardaban el suelo del sol de mediodía, por lo que estaba confortablemente fresco. Aquí y allá, algunos rayos solares se colaban entre las hojas e iluminaban el suelo. Colorado percibía el mismo olor a gatos de la noche anterior, pero no tenía ni idea de si era viejo o reciente. Alzó la cabeza y olfateó, indeciso.
—Tienes mucho que aprender —maulló una voz profunda—. Incluso el más pequeñín de los cachorros del clan sabe cuándo hay otro gato cerca.
Colorado vio un par de ojos verdes relucientes debajo de un zarzal. Entonces reconoció el olor: Corazón de León.
—¿Podrías decirme si estoy solo? —preguntó el atigrado rubio, saliendo a la luz.
Colorado se apresuró a olisquear de nuevo el aire. El olor de Estrella Azul y Zarpa Gris aún seguía allí, pero no tan fuerte como por la noche. Dubitativo, maulló:
—Estrella Azul y Zarpa Gris no están contigo esta vez.
—Verdad —respondió Corazón de León—. Pero hay alguien más.
Colorado se puso tenso cuando un segundo gato del clan entró en el claro.
—Éste es Tormenta Blanca —ronroneó Corazón de León—. Uno de nuestros guerreros más veteranos.
Colorado miró al recién llegado y sintió un hormigueo de miedo en la columna. ¿Aquello era una trampa? De cuerpo largo y musculoso, Tormenta Blanca se situó frente a él y lo miró desde arriba. Tenía un pelaje blanco muy espeso y sin marcas, y sus ojos eran amarillos como la arena tostada por el sol. Colorado agachó las orejas con cautela y tensó los músculos, preparándose para una pelea.
—Relájate, antes de que tu olor a miedo atraiga una atención indeseada —gruñó Corazón de León—. Sólo estamos aquí para llevarte a nuestro campamento.
Colorado se quedó muy quieto, sin atreverse apenas a respirar, mientras Tormenta Blanca acercaba la nariz para olisquearlo con curiosidad.
—Hola, joven —murmuró el guerrero blanco—. He oído hablar mucho de ti.
Colorado bajó la cabeza a modo de saludo.
—Vamos, podremos hablar más cuando estemos en el campamento —ordenó Corazón de León y, sin ninguna pausa, él y Tormenta Blanca se internaron a saltos en la maleza.
Colorado se puso en pie de un brinco y los siguió tan rápido como pudo.
Los dos guerreros no le hicieron concesiones mientras atravesaban el bosque a toda velocidad, y al poco Colorado estaba luchando por seguir su paso. El ritmo de los guerreros apenas disminuyó mientras lo conducían por encima de árboles caídos; ellos los salvaban con un solo salto, pero Colorado tenía que trepar y bajar por el otro lado. Cruzaron una zona de pinos de penetrante fragancia, donde tuvieron que sortear profundos surcos producidos por el comedor de árboles de los Dos Patas. Desde la seguridad de la valla de su jardín, Colorado lo había oído rugir y gruñir en la distancia a menudo. Una de las zanjas era demasiado ancha para saltarla, y estaba medio llena de un agua fangosa y pestilente. Los gatos del clan la vadearon sin titubeos.
Colorado jamás había puesto una pata en el agua. Pero estaba decidido a no mostrar signos de debilidad, de modo que entornó los ojos y siguió adelante, procurando no pensar en la desagradable humedad que le empapaba la barriga.
Corazón de León y Tormenta Blanca se detuvieron por fin. Colorado frenó con un patinazo tras ellos, y se quedó jadeando mientras los dos guerreros subían a una roca en el borde de un barranco.
—Ya estamos muy cerca de nuestro campamento —maulló Corazón de León.
Colorado hizo un esfuerzo por ver señales de vida —movimiento de hojas, destellos de pelaje entre los arbustos de abajo—, pero sus ojos no vieron nada, excepto la misma vegetación que cubría el resto del bosque.
—Utiliza tu nariz. Debes acostumbrarte a olerlo —siseó Tormenta Blanca con impaciencia.
Colorado cerró los ojos y olfateó. Tormenta Blanca tenía razón. Allí los aromas eran muy diferentes del olor a gatos al que estaba acostumbrado. El aire olía más fuerte, lo que hablaba de muchos gatos distintos.
Asintió muy serio y anunció:
—Huelo a gatos.
Corazón de León y Tormenta Blanca intercambiaron una mirada divertida.
—Llegará un tiempo, si eres aceptado en el clan, en que conocerás el olor de cada gato por su propio nombre —maulló Corazón de León—. ¡Sígueme!
Bajó ágilmente por las piedras hasta el fondo del barranco y se abrió paso entre una densa extensión de aulagas. Lo seguía Colorado, y Tormenta Blanca cerraba la comitiva. Mientras la espinosa aulaga le rozaba los flancos, Colorado bajó la vista y advirtió que la hierba que pisaba estaba aplastada: era un sendero amplio y muy oloroso. Debía de ser la entrada principal del campamento.
Más allá de las aulagas se abría un claro. El suelo del centro estaba pelado; sólo era tierra dura, modelada por muchas generaciones de pisadas. Aquel campamento llevaba mucho tiempo allí. El claro, salpicado de sol, estaba cálido y sereno.
Colorado miró alrededor con los ojos muy abiertos. Había gatos por todas partes, sentados solos o en grupos, compartiendo comida o ronroneando mientras se lamían unos a otros.
—Justo después de que el sol llegue a lo más alto, el momento del día en que hace más calor, es la hora de compartir lenguas —explicó Corazón de León.
—¿Compartir lenguas? —repitió Colorado.
—Los gatos del clan siempre pasan un tiempo lavándose unos a otros e intercambiando las novedades del día —dijo Tormenta Blanca—. A eso lo llamamos compartir lenguas. Es una costumbre que mantiene unidos a los miembros del clan.
Era evidente que los gatos habían percibido el olor forastero de Colorado, pues empezaron a volver la cabeza en su dirección y a mirarlo con curiosidad.
De repente, Colorado sintió vergüenza de cruzar la mirada con cualquier gato, de modo que echó un vistazo al claro. Estaba bordeado de hierba espesa, con tocones de árbol esparcidos y un tronco caído. Una gruesa cortina de helechos y aulagas protegía el campamento del resto del bosque.
—Ahí se encuentra la maternidad —maulló Corazón de León, señalando con la cola una maraña de zarzas de aspecto impenetrable—. Es donde se cuida a los cachorros.
Colorado dirigió las orejas hacia los arbustos. No podía ver a través de las enredadas ramas espinosas, pero oyó el maullido de varios gatitos en algún punto del interior. Mientras observaba, una gata leonada salió retorciéndose por un pequeño hueco de la parte delantera. «Ésta debe de ser una de las reinas», pensó Colorado.
Una reina atigrada con manchas negras apareció por detrás del zarzal. Las dos gatas intercambiaron un lametazo amistoso entre las orejas antes de que la atigrada se metiera en la maternidad, murmurando a los llorosos cachorros.
—Todas las reinas comparten el cuidado de nuestras crías —maulló Corazón de León—. Todos los gatos sirven al clan. La lealtad al clan es la primera ley de nuestro código guerrero, una lección que debes aprender rápidamente si deseas quedarte con nosotros.
—Aquí llega Estrella Azul —anunció Tormenta Blanca olfateando el aire.
Colorado también olfateó el aire, y lo alegró ser capaz de reconocer el olor de la gata gris un momento antes de que emergiera desde la sombra de una gran roca que había junto a ellos, a la entrada del campamento.
—Ha venido —ronroneó Estrella Azul, dirigiéndose a los guerreros.
—Corazón de León creía que no vendría —replicó Tormenta Blanca.
Colorado notó que la punta de la cola de la líder se agitaba de impaciencia.
—Y bien, ¿qué pensáis de él? —preguntó Estrella Azul.
—Ha aguantado el ritmo del trayecto de vuelta, pese a ser algo canijo —admitió Tormenta Blanca—. La verdad es que parece fuerte para ser un minino doméstico.
—Entonces, ¿estamos de acuerdo? —Estrella Azul miró a Corazón de León y a Tormenta Blanca.
Ambos gatos asintieron.
—En ese caso anunciaré su llegada al clan. —La líder saltó a la roca y aulló—. Que todos los gatos lo bastante mayores para cazar sus propias presas vengan aquí, bajo la Peña Alta, para una reunión del clan.
Su nítida llamada atrajo a todos los gatos, que acudieron surgiendo como sombras líquidas desde los extremos del claro. Colorado permaneció donde estaba, flanqueado por Corazón de León y Tormenta Blanca. Los demás se acomodaron bajo la Peña Alta y miraron expectantes a su líder.
Colorado sintió una oleada de alivio al reconocer entre los gatos el grueso pelaje ceniciento de Zarpa Gris. Junto a él se hallaba una joven reina moteada, con la cola de punta negra perfectamente enroscada sobre sus pequeñas patas blancas. Detrás de ellos había un enorme atigrado de color gris oscuro, cuyas rayas negras semejaban sombras sobre un suelo de bosque iluminado por la luna.
Cuando todos los gatos guardaron silencio, Estrella Azul habló.
—El Clan del Trueno necesita más guerreros —empezó—. Hasta ahora, nunca habíamos tenido tan pocos aprendices entrenando. Se ha decidido que el Clan del Trueno acepte a un forastero para entrenarlo como guerrero…
Colorado oyó murmullos de indignación entre los gatos del clan, pero Estrella Azul los silenció con un firme aullido.
—He encontrado a un gato dispuesto a convertirse en aprendiz del Clan del Trueno.
—¡Qué afortunado es de convertirse en aprendiz! —bramó una fuerte voz por encima de los susurros conmocionados que se extendían entre los presentes.
Colorado ladeó la cabeza y vio que un atigrado claro se había puesto en pie y miraba desafiante a su líder.
Estrella Azul no hizo ningún caso al atigrado y se dirigió a todo su clan:
—Corazón de León y Tormenta Blanca ya han conocido a este joven gato, y ambos coinciden conmigo en que deberíamos entrenarlo junto con los otros aprendices.
Colorado miró a Corazón de León y luego al clan, y descubrió que todos los ojos estaban clavados en él. Sintió un hormigueo y tragó saliva nerviosamente. Hubo un momento de silencio. Colorado estaba seguro de que todos podían oír los latidos de su corazón y percibir el olor de su miedo.
Al cabo, un crescendo de maullidos se elevó entre los reunidos.
—¿De dónde viene?
—¿A qué clan pertenece?
—¡Qué olor tan raro tiene! ¡No es el olor de ningún clan que yo conozca!
Y luego un aullido en particular sonó por encima de los demás:
—¡Mirad su collar! ¡Es un minino de compañía! —El atigrado claro de nuevo—. Una mascota siempre es una mascota. Para defenderse, este clan necesita guerreros nacidos en libertad, no otra boca delicada que alimentar.
Corazón de León se agachó y le susurró a Colorado al oído:
—Ese atigrado es Rabo Largo. Huele tu miedo. Igual que todos los demás. Debes demostrarle a él y a los otros que tu miedo no te frenará.
Pero Colorado no podía moverse. ¿Cómo iba a demostrarles a aquellos fieros gatos que no era sólo un minino casero?
El atigrado continuó mofándose de él.
—Tu collar es una marca de los Dos Patas, y ese ruidoso campanilleo hará de ti, en el mejor de los casos, un mal cazador. Y en el peor, atraerá a los Dos Patas a nuestro territorio, en busca de su pobrecita mascota perdida que inunda el bosque con su penoso tintineo.
Todos los gatos coincidieron entre resoplidos.
Rabo Largo prosiguió, consciente de que contaba con el apoyo de la audiencia:
—El sonido de tu cascabel traidor alertará a nuestros enemigos, ¡eso si no lo hace tu hedor a Dos Patas!
Corazón de León volvió a susurrar al oído de Colorado:
—¿Te amilanas ante un desafío?
Colorado seguía sin moverse. Pero ahora estaba intentando averiguar la posición de Rabo Largo. Allí estaba, justo detrás de una reina marrón oscuro. Colorado agachó las orejas, entornó los ojos y, bufando, saltó entre los sorprendidos gatos para abalanzarse sobre su torturador.
El ataque de Colorado pilló desprevenido a Rabo Largo, que trastabilló de lado, perdiendo pie en la seca y dura tierra. Rabioso y desesperado por demostrar su valor, Colorado le clavó uñas y dientes al atigrado. No hubo sutiles rituales de golpes y empujones antes del enfrentamiento. Debatiéndose y chillando, ambos se enzarzaron en una pelea que fue dando vueltas enloquecidas por el claro, en el corazón del campamento. Los otros gatos tenían que apartarse corriendo de su camino para evitar aquel aullante remolino de pelo.
Mientras arañaba y luchaba, Colorado advirtió que no sentía miedo, sólo euforia. Entre el fragor de la sangre en sus oídos, percibió los gritos de entusiasmo de los gatos que lo rodeaban.
De pronto, notó que el collar le apretaba el cuello. Rabo Largo se lo había atrapado entre los dientes y estaba tirando y tirando con fuerza. Colorado sintió una espantosa presión en la garganta. Incapaz de respirar, fue presa del pánico. Se retorció y revolcó, pero cada movimiento sólo conseguía aumentar la presión. Con arcadas y boqueando en busca de aire, hizo acopio de toda su energía para librarse del cepo de Rabo Largo. Y de repente, con un sonoro chasquido, quedó libre.
Rabo Largo cayó lejos de él. Colorado se puso en pie a trompicones y miró alrededor. Rabo Largo estaba agazapado a tres colas de distancia, y, colgando de su boca, vio su collar destrozado.
De inmediato, Estrella Azul saltó de la Peña Alta y silenció a la ruidosa multitud con un resonante maullido. Colorado y Rabo Largo se quedaron inmóviles donde estaban, respirando entre jadeos. Matas de pelo colgaban de sus mantos alborotados. Colorado notó el escozor de un corte sobre el ojo. Rabo Largo tenía la oreja derecha desgarrada, y la sangre manaba por su flaco omóplato hasta el suelo polvoriento. Se miraron fijamente; su hostilidad no se había consumido.
Estrella Azul dio unos pasos y recuperó el collar que sujetaba Rabo Largo. Luego lo depositó en el suelo ante sí y maulló:
—El recién llegado ha perdido su collar de Dos Patas en una batalla por su honor. El Clan Estelar ha dado su aprobación: este gato ha sido liberado del dominio de sus dueños Dos Patas, y es libre para unirse al Clan del Trueno como aprendiz.
Colorado miró a la líder y aceptó solemnemente con un movimiento de la cabeza. Luego se levantó para colocarse debajo de un rayo de sol, agradeciendo el calor en sus músculos doloridos. El charco de luz brillaba sobre su pelaje anaranjado, haciendo relucir su pelo. Alzó la cabeza con orgullo y miró a los gatos que lo rodeaban. Esa vez ninguno discutió ni se burló. Había demostrado que era un digno oponente en un combate.
Estrella Azul se le acercó y dejó el maltrecho collar delante de él. Luego le tocó delicadamente una oreja con la nariz.
—A la luz del sol pareces una antorcha encendida —murmuró. Sus ojos destellaron brevemente, como si sus palabras tuvieran más significado para ella que para Colorado—. Has luchado bien. —Entonces se volvió hacia el clan y anunció—: De hoy en adelante, hasta que se gane su nombre de guerrero, este aprendiz se llamará Zarpa de Fuego, en honor a su pelaje del color de las llamas.
Luego retrocedió y, junto con los otros gatos, esperó en silencio el siguiente movimiento de Colorado. Sin dudarlo, éste se dio la vuelta y empezó a lanzar tierra y hierba sobre el collar, como si estuviera enterrando sus deposiciones.
Rabo Largo gruñó y se fue cojeando hacia un rincón sombreado por los helechos. Los demás gatos se dividieron en grupos, murmurando animadamente.
—Hola, Zarpa de Fuego.
Colorado oyó la amigable voz de Zarpa Gris a sus espaldas. ¡Zarpa de Fuego! Un escalofrío de orgullo lo recorrió al oír su nuevo nombre. Se volvió para saludar al aprendiz con un cordial husmeo.
—¡Magnífica pelea! —maulló Zarpa Gris—. ¡Sobre todo para ser un minino doméstico! Rabo Largo es un guerrero, aunque acabó su entrenamiento hace sólo dos lunas. El corte que le has hecho en la oreja no dejará que te olvide enseguida. Desde luego, has arruinado su atractivo.
—Gracias, Zarpa Gris. Pero Rabo Largo ha presentado batalla muy bien.
Se lamió la pata delantera y empezó a limpiarse el profundo arañazo que le escocía sobre el ojo. Mientras se lavaba, volvió a oír su nombre, resonando entre los maullidos de los gatos.
—¡Zarpa de Fuego!
—¡Hola, Zarpa de Fuego!
—¡Bienvenido, joven Zarpa de Fuego!
Cerró los ojos un momento y dejó que las voces lo envolvieran.
—¡Y el nombre también es bueno! —exclamó Zarpa Gris con aprobación, devolviéndolo a la realidad.
Zarpa de Fuego miró alrededor.
—¿Adónde ha ido Rabo Largo?
—Creo que se dirigía a la guarida de Jaspeada. —Zarpa Gris señaló con la cabeza el rincón de densos helechos por donde había desaparecido el guerrero—. Es nuestra curandera. Y no tiene precisamente mal aspecto. Es más joven y bonita que la mayoría…
Un maullido grave sonó cerca de ellos y lo interrumpió en mitad de la frase. Los dos jóvenes se volvieron, y Zarpa de Fuego reconoció al fornido atigrado gris que estaba sentado en la reunión detrás de Zarpa Gris.
—Cebrado —saludó Zarpa Gris, bajando la cabeza respetuosamente.
El lustroso macho miró a Zarpa de Fuego un instante.
—Has tenido suerte de que el collar se rompiera. Rabo Largo es un guerrero joven, pero no concibo que sea vencido por una mascota. —Pronunció «mascota» con un bufido despectivo, y luego se alejó.
—Y Cebrado —siseó Zarpa Gris en voz baja— no es ni joven ni bonito…
Zarpa de Fuego estaba a punto de darle la razón a su amigo cuando oyeron un aullido de advertencia de un viejo gato gris, sentado en un extremo del claro.
—¡Orejitas huele problemas! —maulló Zarpa Gris, poniéndose alerta.
Zarpa de Fuego apenas había tenido tiempo de mirar alrededor cuando un joven gato irrumpió en el claro por entre los arbustos. Estaba muy flaco y, aparte de la punta blanca de su larga y fina cola, era completamente negro de patas a cabeza.
Zarpa Gris sofocó un grito.
—¡Ése es Cuervo! ¿Por qué está solo? ¿Dónde está Garra de Tigre?
Zarpa de Fuego miró a Cuervo, que cruzó el claro trastabillando. Jadeaba pesadamente. Su pelaje estaba alborotado y lleno de polvo, y tenía los ojos enloquecidos de miedo.
—¿Quiénes son Cuervo y Garra de Tigre? —le susurró Zarpa de Fuego a su amigo, mientras otros gatos pasaban junto a ellos para recibir al recién llegado.
—Cuervo es un aprendiz. Garra de Tigre es su mentor. Cuervo, esa afortunada bola de pelo, ha salido al amanecer con Garra de Tigre y Cola Roja en una misión contra el Clan del Río.
—¿Cola Roja? —repitió Zarpa de Fuego, confundido con todos aquellos nombres.
—El lugarteniente de Estrella Azul. Pero ¿por qué diablos Cuervo ha vuelto solo? —añadió para sí mismo. Levantó la cabeza para escuchar cuando apareció la líder.
—¿Cuervo? —preguntó la gata con calma, aunque la inquietud empañaba sus ojos azules.
Los otros gatos retrocedieron.
—¿Qué ha ocurrido? —Estrella Azul saltó a la Peña Alta y miró al tembloroso aprendiz—. Habla, Cuervo.
A Cuervo aún le costaba respirar, sus costados palpitaban espasmódicamente y goteaban sangre, pero logró trepar a la Peña Alta y situarse junto a Estrella Azul. Se volvió hacia la multitud de gatos ansiosos y consiguió reunir el suficiente aire para declarar:
—¡Cola Roja ha muerto!