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—¿Y bien? —siseó Estrella Azul, con la cara a sólo un ratón de distancia de Colorado.

Corazón de León guardó silencio mientras se erguía sobre él.

Colorado bajó las orejas y se agachó bajo la fría mirada del guerrero atigrado. Notó un molesto picor en la piel.

—No soy ninguna amenaza para vuestro clan —maulló, mirándose las temblorosas patas.

—¡Amenazas a nuestro clan cuando nos arrebatas la comida! —aulló Estrella Azul—. Tú ya tienes alimento suficiente en tu hogar de Dos Patas. Has venido aquí a cazar sólo por diversión. Pero nosotros cazamos para sobrevivir.

La verdad de las palabras de la reina guerrera traspasó a Colorado como las espinas de un endrino, y de repente comprendió su furia. Dejó de temblar, se incorporó y alzó las orejas. La miró a los ojos.

—No había pensado en eso. Lo lamento —maulló solemnemente—. No volveré a cazar aquí nunca más.

La ira de Estrella Azul se desvaneció, y le hizo una señal a Corazón de León para que retrocediera.

—Eres un gato doméstico fuera de lo común —dijo.

Las orejas de Colorado se agitaron al oír el suspiro de alivio de Zarpa Gris. Percibió aprobación en la voz de Estrella Azul, y reparó en que la gata intercambiaba una mirada significativa con Corazón de León. Eso le picó la curiosidad. ¿Qué estaban compartiendo los dos guerreros?

—¿Realmente es tan duro sobrevivir aquí? —preguntó en voz baja.

—Nuestro territorio sólo cubre parte del bosque —respondió Estrella Azul—. Competimos con los otros clanes por lo que tenemos. Y este año, el retraso de la estación de la hoja nueva implica que escasee la caza.

—¿Es muy grande vuestro clan? —maulló Colorado con los ojos muy abiertos.

—Bastante. Nuestro territorio puede alimentarnos, pero no sobran presas.

—Entonces, ¿sois todos guerreros? —quiso saber Colorado. Las respuestas cautas de Estrella Azul sólo aumentaban su curiosidad.

—Algunos son guerreros —contestó Corazón de León—. Otros son demasiado jóvenes o viejos, o están demasiado ocupados cuidando de los pequeños.

—Y ¿todos vivís juntos y compartís las piezas? —murmuró Colorado con asombro, pensando con cierta culpabilidad en su propia existencia, tan regalada y egoísta.

Estrella Azul volvió a mirar a Corazón de León. El atigrado le sostuvo la mirada con firmeza. Por fin ella se volvió de nuevo hacia Colorado y maulló:

—Quizá deberías averiguarlo por ti mismo. ¿Te gustaría unirte al Clan del Trueno?

Colorado se quedó tan sorprendido que no pudo hablar.

—Si aceptas —continuó Estrella Azul—, entrenarías con Zarpa Gris para convertirte en guerrero del clan.

—Pero ¡los gatos de compañía no pueden ser guerreros! —exclamó Zarpa Gris impulsivamente—. ¡No tienen sangre guerrera!

Los ojos de Estrella Azul se empañaron de tristeza.

—Sangre guerrera —repitió con un suspiro—. Últimamente ya se ha derramado demasiada.

La gata guardó silencio, y Corazón de León dijo:

—Estrella Azul sólo te está ofreciendo entrenamiento, joven gato. No hay ninguna garantía de que llegues a convertirte en un auténtico guerrero. Quizá resulte demasiado difícil para ti. Después de todo, estás acostumbrado a una vida cómoda.

A Colorado le hirieron las palabras de Corazón de León. Giró la cabeza para encararse al atigrado.

—Entonces, ¿por qué me ofrece esta oportunidad?

Fue Estrella Azul quien respondió:

—Tienes razón al cuestionarte nuestros motivos. La verdad es que el Clan del Trueno necesita más guerreros.

—Debes comprender que Estrella Azul no te hace esta propuesta a la ligera —le advirtió Corazón de León—. Si deseas entrenar con nosotros, te acogeremos en nuestro clan. Pero una de dos: tienes que vivir con nosotros y respetar nuestras costumbres, o volver a tu hogar de Dos Patas y no regresar jamás. No puedes vivir con una pata en cada mundo.

Una brisa fresca agitó la maleza, alborotando el pelaje de Colorado. El gato se estremeció, no de frío, sino de emoción por las increíbles posibilidades que se desplegaban ante él.

—Quizá te estés preguntando si vale la pena abandonar tu confortable vida de mascota —dijo Estrella Azul con dulzura—. Pero ¿eres consciente del precio que tendrás que pagar por el calor y la comida?

Colorado la miró perplejo. Sin duda, su encuentro con aquellos gatos le había mostrado lo fácil y abundante que era su vida.

—Puedo notar que sigues siendo un macho —continuó Estrella Azul—, pese al hedor de Dos Patas que llevas pegado a la piel.

—¿Qué quieres decir con que… sigo siendo un macho?

—Los Dos Patas todavía no te han llevado a ver al Rebanador —respondió Estrella Azul con seriedad—. Después de eso serás muy diferente. Sospecho que ya no tendrás muchas ganas de pelear con un gato de un clan.

Colorado estaba confuso. De repente pensó en Henry, que se había vuelto gordo y perezoso después de su visita al veterinario. ¿A eso se refería Estrella Azul con lo del Rebanador?

—Tal vez el clan no pueda ofrecerte comida tan fácil ni calor —continuó la gata—. En la estación sin hojas, las noches en el bosque pueden ser crueles. El clan te exigirá una gran lealtad y trabajo duro. Esperará de ti que lo protejas con tu vida si es necesario. Y hay muchas bocas que alimentar. Pero las recompensas son enormes. Seguirás siendo un macho. Serás adiestrado en las costumbres de la vida salvaje. Aprenderás qué significa ser un verdadero gato. La fuerza y el compañerismo del clan siempre estarán contigo, incluso cuando caces solo.

A Colorado le daba vueltas la cabeza. Estrella Azul parecía estar ofreciéndole la tentadora vida que él había vivido tantas veces en sus sueños, pero ¿realmente sería capaz de vivir así?

Corazón de León interrumpió sus pensamientos:

—Venga, Estrella Azul, no desperdiciemos más tiempo aquí. Debemos reunirnos con la otra patrulla cuando la luna esté alta. Garra de Tigre se preguntará qué nos ha ocurrido. —Se puso en pie y agitó la cola, expectante.

—Espera —maulló Colorado—. ¿Puedo pensar en vuestra propuesta?

Estrella Azul lo miró largo rato y al cabo asintió.

—Corazón de León estará aquí mañana cuando el sol se encuentre en lo alto —dijo—. Dale tu respuesta entonces.

Luego murmuró una señal, y con un solo movimiento los tres gatos se volvieron y desaparecieron en el sotobosque.

Colorado parpadeó. Se quedó mirando —ilusionado, vacilante— por encima de los helechos que lo rodeaban, a través del dosel de hojas, las estrellas que resplandecían en el cielo despejado. El olor de los gatos del clan aún impregnaba el aire nocturno. Cuando se volvió para dirigirse hacia su casa, notó una extraña sensación, algo que tiraba de él hacia las profundidades del bosque. Sintió un delicioso hormigueo en el pelo bajo el leve viento, y las susurrantes hojas parecieron musitar su nombre entre las sombras.