Garra de Tigre se dirigió a los guerreros con un feroz bufido que sonó a través de la ventisca:
—¡Tormenta Blanca, espera hasta que oigas mi grito de guerra! Bigotes, tú nos llevarás a la entrada del campamento. Nosotros nos encargaremos del resto.
Bigotes echó a correr cuesta abajo, hacia los arbustos cubiertos de nieve. Garra de Tigre lo siguió como un rayo, con Cebrado pisándole los talones. Corazón de Fuego fue tras el lustroso atigrado gris a través del estrecho túnel que conducía al campamento. La aulaga era tan densa y espinosa como recordaba. Látigo Gris y los otros guerreros se quedaron en lo alto de la cuesta, un pelotón de asalto de refuerzo, listo para atacar tras el aluvión inicial.
Corazón de Fuego frenó en seco, retrocediendo ante la escena que lo recibió en el claro del campamento. La última vez que había estado allí, en busca de rastros olorosos que condujeran hasta el clan desaparecido, el lugar estaba desierto y silencioso. Ahora bullía de gatos que chillaban y se retorcían en plena lucha. Bigotes tenía razón: los superaban absolutamente en número. Un batallón de reserva compuesto por guerreros de los clanes del Río y de la Sombra aguardaba al borde del claro, pero el Clan del Viento no podía permitirse un grupo de apoyo. Todo el clan estaba peleando: aprendices y veteranos, guerreros y reinas.
Corazón de Fuego descubrió a Flor Matinal forcejeando con un guerrero del Clan de la Sombra. La reina del Clan del Viento parecía exhausta y asustada, y tenía el pelo erizado en mechones desiguales. Aun así, se volvió ágilmente y arañó a su atacante, pero éste era mucho más grande y la derribó con un potente golpe.
Con un rugido, Corazón de Fuego dio un salto y aterrizó sobre los omóplatos del agresor, y no lo soltó mientras el otro intentaba quitárselo de encima. Flor Matinal aprovechó para arañar al enemigo mientras Corazón de Fuego lo tiraba al suelo. El guerrero aulló y logró liberarse, corrió hasta el espinoso muro del campamento y se marchó por allí. Flor Matinal lanzó una mirada de agradecimiento a Corazón de Fuego y volvió al combate.
Éste miró alrededor, sacudiéndose gotas de sangre de la nariz. Las reservas de los clanes del Río y de la Sombra se habían unido a la batalla. La llegada del Clan del Trueno había igualado los números durante un momento, pero ahora necesitaban al segundo grupo de asalto. Corazón de Fuego oyó el grito de guerra de Garra de Tigre, y al cabo de un instante Tormenta Blanca irrumpió en el claro, seguido por Látigo Gris, Viento Veloz y el resto de los guerreros.
Corazón de Fuego agarró a un guerrero del Clan del Río, lo derribó con una pata y lo inmovilizó con otra. Luego lo hizo girar y le arañó la barriga con las garras traseras. El contrincante se alejó de un salto y chocó contra un guerrero del Clan del Viento. Éste se volvió sorprendido, y Corazón de Fuego reconoció de inmediato a Bigotes, que se puso de manos para atacar al del Clan del Río sin pensárselo. Vio el fuego que ardía en los ojos de Bigotes. Dejaría que él acabase la pelea.
Un bufido familiar atrajo su atención. Látigo Gris estaba batallando con un gato gris del Clan de la Sombra. Se trataba de Patas Mojadas, un guerrero que los había ayudado en la lucha para deshacerse de Estrella Rota. Los dos oponentes estaban al mismo nivel. Látigo Gris lanzó a Patas Mojadas por el aire y miró alrededor, en busca de otro gato al que atacar. Corazón de Fuego vio a un guerrero del Clan del Río justo detrás de su amigo. Por encima del estruendo de la batalla, aguzó la mirada. ¿Atacaría Látigo Gris a uno de los compañeros de Corriente Plateada?
Látigo Gris dio un salto y Corazón de Fuego contuvo la respiración. Pero en vez de caer sobre el guerrero del Clan del Río, Látigo Gris pasó por encima de él y aterrizó en el lomo de otro guerrero del Clan de la Sombra.
Corazón de Fuego oyó que Garra de Tigre lo llamaba. Giró la cabeza y descubrió al lugarteniente en el otro extremo del claro. Allí la confrontación estaba muy reñida, con gatos de todos los clanes combatiendo juntos. Cuando se disponía a ir hacia su lugarteniente, Leopardina le agarró la pata trasera y tiró hacia abajo.
—¡Tú! —bufó la lugarteniente del Clan del Río. Se habían encontrado por última vez en el desfiladero donde murió Garra Blanca.
Corazón de Fuego se zafó y rodó sobre su espalda. Se dio cuenta, demasiado tarde, de que había dejado expuesta la barriga. Leopardina se alzó sobre las patas traseras y cayó sobre él con toda su potencia. Corazón de Fuego sintió que se quedaba sin aire antes de que unas garras afiladas como espinas se le clavaran en la barriga. Chilló de dolor. Con los ojos casi en blanco, vio a Garra de Tigre al borde del claro, observándolo con mirada fría e inexpresiva.
—¡Garra de Tigre! —aulló—. ¡Ayúdame!
Pero el lugarteniente no se movió. Tan sólo se quedó mirando cómo Leopardina clavaba sus garras en Corazón de Fuego una y otra vez.
De pura furia, el joven guerrero reunió la fuerza que necesitaba. Se enfrentó al dolor, echó hacia atrás las patas traseras y golpeó la barriga de Leopardina tan fuerte como pudo. Vio su expresión de pasmo mientras la patada lanzaba a la lugarteniente por los aires. Corazón de Fuego se puso en pie a duras penas y fulminó a Garra de Tigre con la mirada, ardiendo de dolor y rabia. El lugarteniente le sostuvo la mirada con odio indisimulado, y luego volvió a la encarnizada batalla.
Un golpe en la parte de atrás de la cabeza desequilibró a Corazón de Fuego. Se volvió tambaleándose y vio a Pedrizo, que estaba preparándose para atizarle de nuevo. Lo esquivó y lo empujó directamente sobre Tormenta Blanca, que dio media vuelta y agarró a Pedrizo por el pescuezo. Corazón de Fuego intentó saltar para ayudar a su camarada blanco, pero unas garras se lo impidieron al clavarse en sus ancas. Se retorció para ver quién lo atacaba y entrevió un pelaje gris. Corriente Plateada.
La gata se irguió ante él con el rostro contraído por la ira del combate. Tenía los ojos inyectados en sangre y Corazón de Fuego supo que no lo había reconocido. Corriente Plateada alzó una pata para atacar, y el joven vio sus largas garras. Entornó los ojos, preparándose para el golpe, y entonces oyó un aullido desgarradoramente familiar.
—¡Corriente Plateada! ¡No!
«Látigo Gris», pensó Corazón de Fuego.
La bella gata sacudió la cabeza y reconoció al joven guerrero con un maullido ahogado. Cayó sobre las cuatro patas, con los ojos dilatados de la impresión.
Corazón de Fuego reaccionó instintivamente, pues le ardía la sangre en el fragor del combate. Sin pensar, saltó sobre el lomo de la gata y la inmovilizó contra el suelo. Ella no se debatió mientras él echaba atrás el cuello para darle un mordisco atroz en el bíceps. Al levantar la cabeza, Corazón de Fuego sintió que los ojos de Látigo Gris lo estaban taladrando. El guerrero gris lo contemplaba horrorizado al borde del campo de batalla.
El sufrimiento y la incredulidad que reflejaban los ojos de su amigo lo devolvieron a la realidad. Se detuvo, envainó las garras y aflojó la presión sobre Corriente Plateada. La gata se separó de él y desapareció por la cercana aulaga. Corazón de Fuego se quedó mirando sin pestañear, todavía conmocionado, cómo Látigo Gris corría tras la gata.
Sintió como si lo estuvieran observando. Miró alrededor y sus ojos se cruzaron con Cebrado, al otro extremo del claro. Se estremeció. Al final, el romance de Látigo Gris lo había empujado a ser desleal al Clan del Trueno: ¡había dejado escapar a una guerrera enemiga! ¿Cuánto habría visto Cebrado? Entonces oyó un chillido de Viento Veloz, pidiendo ayuda. El guerrero atigrado estaba forcejeando desesperadamente con Estrella Nocturna, el traicionero líder del Clan de la Sombra. Corazón de Fuego corrió entre la multitud hacia Viento Veloz.
Sin pararse a pensar, saltó para agarrar a Estrella Nocturna por detrás. El líder negro aulló de ira cuando el joven tiró de él clavándole las garras. Hacía sólo unas lunas, Corazón de Fuego había luchado al lado de ese guerrero para ayudarlo a expulsar a Estrella Rota. Ahora hundió los colmillos en el bíceps de Estrella Nocturna con la misma ferocidad que había empleado contra el anterior líder del Clan de la Sombra.
Estrella Nocturna chilló, retorciéndose bajo las uñas de Corazón de Fuego. Mientras peleaba por sujetarlo, el joven guerrero comprobó que aquel macho no había llegado a líder por nada. Estrella Nocturna logró liberarse, pero Viento Veloz estaba listo. Saltó, y los dos guerreros rodaron por el congelado claro. Corazón de Fuego los observó pelear y retorcerse, calculando su momento, de modo que cuando por fin dio un salto aterrizó directamente sobre el lomo de Estrella Nocturna. En esta ocasión lo aferró con más firmeza, preparándose para cuando el guerrero quisiera zafarse. Pero Viento Veloz también lo tenía bien sujeto. Entre los dos mordieron y arañaron al líder del Clan de la Sombra hasta que chilló con fuerza. Entonces lo soltaron, saltando hacia atrás con las uñas aún desenvainadas.
Estrella Nocturna se puso en pie y dio media vuelta resoplando. Corazón de Fuego vio furia en sus ojos, pero el líder del Clan de la Sombra sabía que estaba vencido. Retrocedió, barriendo con la mirada el claro donde sus guerreros estaban sufriendo un trato similar por parte del Clan del Trueno. Entonces lanzó el grito de retirada. Sus gatos dejaron de luchar y, como su líder, desaparecieron por la aulaga que circundaba el campamento. Los guerreros del Clan del Río se quedaron solos para hacer frente a los clanes del Viento y del Trueno.
Corazón de Fuego se paró a recuperar el aliento, parpadeando para limpiarse los ojos de sangre. Tormenta Blanca estaba enzarzado ahora con Leopardina, con Musaraña a su lado. Tormenta de Arena batallaba con un guerrero del Clan del Río que la doblaba en tamaño, pero su oponente sólo tenía la mitad de su rapidez. Corazón de Fuego observó cómo Tormenta de Arena mordía y rodeaba sin cesar al guerrero, hasta que éste pareció derrotado.
Manto Polvoroso estaba peleando cerca de allí con un macho negro grisáceo. Corazón de Fuego reconoció a Prieto, el guerrero del Clan del Río al que había visto cazando conejos en las tierras altas. Manto Polvoroso no se dejaba intimidar por los golpes y mordiscos de su contrincante; cada vez que recibía uno, el joven guerrero lo devolvía. No parecía necesitar ayuda, y Corazón de Fuego supuso que no le agradecería que se entrometiera en aquel enfrentamiento.
¿Dónde estaba Estrella Doblada? Escudriñó el claro en busca del líder del Clan del Río, y no le costó encontrarlo ahora que el lugar estaba mucho menos abarrotado. El atigrado claro con la mandíbula torcida estaba agazapado, cara a cara con Garra de Tigre. Ambos guerreros se miraban fijamente, sacudiendo la cola de modo amenazador. Corazón de Fuego esperó con nerviosa expectación que uno de los dos hiciera un movimiento. Fue Estrella Doblada quien saltó primero, pero Garra de Tigre se apartó ágilmente. El lugarteniente fue más certero al abalanzarse sobre el lomo del líder. Lo aferró con sus largas garras y Estrella Doblada se quedó inerme debajo de él. A Corazón de Fuego se le cortó la respiración al ver que Garra de Tigre mostraba los colmillos para clavarlos profundamente en la nuca de su rival.
El joven guerrero soltó un grito ahogado. ¿De verdad había matado Garra de Tigre al líder del Clan del Río? El aullido de dolor de Estrella Doblada le dijo que el lugarteniente no había acertado en la espina dorsal, aunque fue un golpe de efecto para ganar la batalla. El atigrado oscuro soltó a su oponente y lo dejó huir, maullando, hacia la entrada del campamento. En cuanto la cola de Estrella Doblada se perdió de vista, sus guerreros se zafaron y corrieron tras él.
En apenas un segundo, el campamento del Clan del Viento quedó en silencio, aparte del fragor del viento por encima de las aulagas. Corazón de Fuego miró alrededor. Los guerreros del Clan del Trueno estaban cansados y maltrechos, pero los del Clan del Viento tenían un aspecto mucho peor. Todos sangraban, y algunos yacían inmóviles sobre el suelo helado. Cascarón, su curandero, no perdió ni un momento en correr de uno a otro para tratar sus heridas.
Estrella Alta se acercó cojeando a Garra de Tigre, con sangre goteándole por la cara. Observando al líder del Clan del Viento, Corazón de Fuego recordó su sueño de algunas lunas atrás: la silueta de Estrella Alta se recortaba contra un fuego resplandeciente, como un guerrero enviado por el Clan Estelar para salvarlos. «El fuego salvará al clan», decía la profecía de Jaspeada. Pero al mirar a los gatos del Clan del Viento, exhaustos y derrengados, el joven guerrero se preguntó si habría malinterpretado su sueño. ¿Cómo podían esos gatos representar al fuego que, como había prometido el Clan Estelar, salvaría a su clan? ¿Acaso no era el Clan del Trueno el que acababa de salvar al Clan del Viento… de nuevo?
Estrella Alta hablaba quedamente con Garra de Tigre. Corazón de Fuego no oía qué le decía, pero supuso que el líder estaba reconociendo la deuda que tenían con el Clan del Trueno. El lugarteniente estaba muy erguido, y aceptó el agradecimiento con la cabeza alta. Corazón de Fuego sintió asco ante la arrogancia del guerrero oscuro. Él nunca olvidaría que Garra de Tigre se había quedado mirando sin hacer nada mientras Leopardina casi lo despedaza.
—Esto te hará bien.
La dulce voz de Sauce interrumpió sus pensamientos: estaba ofreciéndole un bocado de las hierbas del curandero. Corazón de Fuego ronroneó para darle las gracias mientras ella exprimía las hojas sobre los mordiscos que tenía en los bíceps. El jugo escocía, pero el olor lo trasladó a otro tiempo, con Jaspeada. Muchas lunas atrás, ella le había dado las mismas hierbas para que tratara las heridas de Fauces Amarillas. Conforme el aroma de las hierbas impregnaba el aire, Corazón de Fuego recordó su sueño de la noche anterior. «Cuídate de un guerrero…», le había advertido Jaspeada. ¿Cuidarse de un guerrero?
La verdad lo envolvió como un viento gélido: ¡no debería haber recelado de Látigo Gris, sino de Garra de Tigre! ¿Cómo podía haber sospechado de su amigo cuando sabía de qué era capaz aquel lugarteniente? De pronto estuvo seguro de que Cuervo decía la verdad, dijera lo que dijese Estrella Azul. Después de ver la actuación del lugarteniente ese mismo día, el joven comprendió que Garra de Tigre podía haber matado tranquilamente a Cola Roja y seguido adelante sin remordimientos.
—¡Has luchado muy bien, Corazón de Fuego! —lo interrumpió Viento Veloz. El atigrado marrón le guiñó un ojo afectuosamente mientras prometía—: ¡Me aseguraré de que Estrella Azul se entere de esto!
—Sí —coincidió Sauce—. Eres un gran guerrero. El Clan Estelar te honrará por ello.
Corazón de Fuego los miró agitando las orejas de alegría. Era un alivio volver a sentirse parte del clan.
De pronto sintió un hormigueo. Cebrado estaba cruzando el claro en dirección a Garra de Tigre. Se sentó detrás de Estrella Alta y esperó a que se alejara; entonces se inclinó y susurró algo al oído del lugarteniente. Los dos guerreros no dejaron de mirar a Corazón de Fuego.
«Cebrado me ha visto —pensó el joven, asustado—. Ha visto que dejaba escapar a Corriente Plateada».
—¿Te encuentras bien? —preguntó Sauce.
Corazón de Fuego se dio cuenta de que se había estremecido.
—Eh… sí, perdona. Sólo estaba pensando.
Garra de Tigre se encaminaba hacia él, con los ojos relucientes de rencorosa satisfacción.
—Bueno, si estás seguro, iré a ver a los otros —maulló Sauce.
—Sí… muy bien. Gracias.
Sauce recogió las hierbas y se alejó. Viento Veloz fue tras ella.
El lugarteniente agachó las orejas y enseñó los dientes con un gruñido, observando a Corazón de Fuego.
—¡Cebrado dice que has dejado escapar a una gata del Clan del Río!
El joven comprendió que no podía alegar nada en su defensa. Por mucho que Látigo Gris le hubiese complicado las cosas, de ningún modo iba a traicionar a su amigo. Le dieron ganas de maullar que Garra de Tigre se había quedado mirándolo mientras una guerrera del Clan del Río intentaba matarlo. Pero ¿quién lo creería? Cebrado se situó junto al lugarteniente. Corazón de Fuego añoró la sabiduría y la imparcialidad de Estrella Azul, pero ella estaba muy lejos, en el campamento del clan.
Respiró hondo, preparándose para hablar bajo la mirada amenazadora de Garra de Tigre. Entonces cayó en la cuenta de que al lugarteniente no le importaba la deslealtad que hubiese mostrado a causa de Látigo Gris. Ésa no era la verdadera razón por la que lo acosaba. Garra de Tigre aún temía qué podía haberle contado Cuervo sobre la muerte de Cola Roja, ocurrida muchas lunas atrás. Pero, al contrario que Cuervo, Corazón de Fuego no iba a ceder al miedo. Sus ojos desafiaron al atigrado oscuro y gruñó:
—La gata ha escapado, sí, como a ti se te ha escapado Estrella Doblada. ¿Por qué lo dices? ¿Acaso querías que la matara?
La cola de Garra de Tigre atizó el frío suelo.
—Cebrado dice que ni siquiera le has hecho un rasguño.
El joven guerrero se encogió de hombros.
—¡A lo mejor Cebrado debería ir tras ella y preguntarle si eso es cierto!
Cebrado parecía a punto de bufar, pero guardó silencio mientras Garra de Tigre hablaba.
—No es necesario. Cebrado también dice que tu joven amigo gris ha salido en persecución de la gata. Tal vez él pueda contarnos lo malherida que está.
Por primera vez desde que se habían unido a la batalla, Corazón de Fuego sintió el frío del viento. El fulgor de los ojos de Garra de Tigre contenía una amenaza velada. ¿Habría descubierto el amor de Látigo Gris por Corriente Plateada? Mientras buscaba una respuesta adecuada, en la entrada del campamento apareció Látigo Gris.
—Mira quién ha regresado —se mofó Garra de Tigre—. ¿Quieres preguntarle cómo se encuentra la gata? No, espera. Puedo imaginarme su respuesta. Me dirá que no ha conseguido alcanzarla. —Y sin molestarse en disimular su desprecio, se alejó con Cebrado a la zaga.
Corazón de Fuego miró a Látigo Gris, cuyo rostro estaba surcado de agotamiento e inquietud, así que cruzó el claro hacia su amigo. ¿Seguiría resentido con él por haberse entrometido? ¿Estaría enfadado con él por haber intentado atacar a Corriente Plateada, o agradecido porque la había dejado marchar?
El gato estaba muy callado y cabizbajo. Corazón de Fuego estiró el cuello para tocarle suavemente el flanco con la nariz. Sintió la vibración de un ronroneo y alzó la vista. Látigo Gris le devolvió la mirada. Tenía los ojos tristes, pero en ellos no había ni rastro de la furia que había visto en los últimos tiempos.
—¿Ella está bien? —le preguntó en voz baja.
—Sí —susurró Látigo Gris—. Y te agradece que la hayas dejado marchar.
Corazón de Fuego le hizo un guiño.
—Me alegro de que no esté herida —maulló.
Su amigo le sostuvo la mirada un momento y luego dijo:
—Tenías razón. La batalla no ha sido fácil. Sentía que estaba luchando contra los compañeros de clan de Corriente Plateada, no contra guerreros enemigos. —Bajó la vista, avergonzado—. Pero aun así no puedo dejar de verla.
Las palabras del guerrero gris llenaron a Corazón de Fuego de malos presagios, pero no pudo evitar compadecerlo.
—Eso es algo que debes resolver por ti mismo —maulló—. Yo no soy quién para juzgarte —añadió, y Látigo Gris levantó la vista—. Decidas lo que decidas, yo siempre seré tu amigo.
Látigo Gris se quedó mirándolo fijamente, con los ojos empañados de alivio y gratitud. Luego, sin hablar, ambos se acostaron en el suelo, uno junto al otro, en aquel claro poco familiar. Por primera vez en lunas, sus cuerpos se apretaron como muestra de amistad. Por encima de ellos, la aulaga cargada de nieve les ofrecía un frágil cobijo ante la tormenta que se avecinaba.