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29

Conforme se iba iluminando el dormitorio, Sauce se despertó. Corazón de Fuego se quedó mirando cómo la gata se levantaba, se estiraba y salía. Tras lanzar una última ojeada al dormido Látigo Gris, Corazón de Fuego siguió a Sauce.

—Ha dejado de nevar —maulló, deseoso de romper el silencio fantasmal que envolvía el campamento inmovilizado por la nieve.

Su voz resonó por todo el claro y Sauce asintió.

Un sonido susurrante acompañó al olor de Garra de Tigre y Viento Veloz cuando ambos guerreros salieron de la guarida. Se sentaron junto a Corazón de Fuego y Sauce para lavarse. «Listos para la patrulla del alba», se dijo Corazón de Fuego. Pensó en ofrecerse a acompañarlos, pero, aunque una caminata por el bosque no le iría mal, una parte de él deseaba quedarse para vigilar a Látigo Gris. Las palabras de Jaspeada aún le pesaban en el corazón. No lograba librarse de la idea de que su viejo amigo era el guerrero del que no podía fiarse. Látigo Gris insistía en que su relación con Corriente Plateada no modificaba su lealtad al clan, pero ¿cómo era posible? ¡Sólo con verla ya estaba quebrantando el código guerrero!

De pronto, Garra de Tigre levantó la cabeza como si hubiera olido algo. Corazón de Fuego se puso en tensión. Movió las orejas: logró captar pisadas sobre la nieve, en la distancia, acercándose deprisa. La brisa llevaba el olor del Clan del Viento. Las pisadas eran cada vez más sonoras. Todos a una, los guerreros se quedaron inmóviles: un gato corría hacia ellos a través del túnel de aulagas. Garra de Tigre arqueó el lomo y bufó cuando Bigotes irrumpió en el claro.

El guerrero del Clan del Viento frenó en seco delante de ellos, con ojos de pánico.

—¡El Clan de la Sombra y el Clan del Río! —exclamó resollando—. ¡Están atacando nuestro campamento! Nos superan en número y nosotros estamos luchando a vida o muerte. Esta vez Estrella Alta se niega a marcharse. Debéis ayudarnos, ¡o mi clan será aniquilado!

Estrella Azul salió de su guarida. Todos los ojos pasaron de Bigotes a la líder.

—Lo he oído —maulló la gata.

Sin subirse a la Peña Alta, lanzó el maullido habitual para convocar al clan. El olor a miedo de Bigotes inundó el claro mientras los gatos iban saliendo a la luz matinal.

En cuanto el clan estuvo reunido, Estrella Azul empezó a hablar:

—No hay tiempo que perder. Tal como temíamos, los clanes del Río y de la Sombra han unido sus fuerzas, y ahora están atacando el campamento del Clan del Viento. Debemos ayudarlos.

Hizo una pausa y miró alrededor; los reunidos le devolvieron una mirada abatida. Bigotes permaneció junto a ella, escuchando en silencio y con los ojos llenos de esperanza.

Corazón de Fuego estaba horrorizado. Después de que descubrieran a los gatos proscritos, pensaba que podían confiar en Estrella Nocturna. Ahora parecía que, después de todo, el líder del Clan de la Sombra había quebrantado el código guerrero al aliarse con el Clan del Río para volver a expulsar de su hogar al Clan del Viento.

—Pero ¡estamos debilitados por la estación sin hojas! —protestó Centón—. Ya nos hemos arriesgado por el Clan del Viento una vez. Dejemos que ahora cuiden de sí mismos.

Entre los veteranos y las reinas brotaron murmullos de aprobación.

Fue Garra de Tigre quien le respondió, dando un paso adelante para situarse junto a Estrella Azul.

—Tienes razón al ser prudente, Centón. Pero si los clanes de la Sombra y del Río se han unido, es sólo cuestión de tiempo que se vuelvan contra nosotros. Es mejor luchar ahora, con el Clan del Viento, ¡qué más tarde y solos!

Estrella Azul miró a Centón, quien cerró los ojos y alzó la cola, aceptando las palabras de Garra de Tigre.

Fauces Amarillas se abrió paso entre los reunidos y le dijo en voz queda a la líder:

—Creo que tú deberías quedarte en el campamento. Aunque ya no tengas fiebre por la neumonía, aún sigues débil.

Las dos gatas intercambiaron una mirada que Corazón de Fuego comprendió con un sobresalto. La líder ya estaba en su novena y última vida. Por el bien del clan, no podía ponerla en peligro en una batalla.

Estrella Azul asintió.

—Garra de Tigre, quiero que organices dos grupos; uno para encabezar el ataque y otro de apoyo. ¡Necesitamos que lleguéis tan rápido como podáis!

—Muy bien, Estrella Azul. —El lugarteniente se volvió hacia los guerreros—. Tormenta Blanca, tú dirigirás el segundo pelotón; yo, el primero. Me llevaré a Cebrado, Musaraña, Rabo Largo, Manto Polvoroso y Corazón de Fuego.

Corazón de Fuego levantó la cabeza cuando el atigrado oscuro pronunció su nombre, sintiendo un escalofrío de emoción. ¡Iba a ir en el grupo de vanguardia!

—¡Tú! —llamó Garra de Tigre a Bigotes—. ¿Cómo te llamas?

El guerrero del Clan del Viento pareció sobrecogido por el tono del lugarteniente.

Corazón de Fuego respondió por él:

—Bigotes.

Garra de Tigre asintió sin mirar apenas a Corazón de Fuego.

—Bigotes, tú irás en mi grupo. El resto de nuestros guerreros acompañarán a Tormenta Blanca. Tú también, Fronde. ¿Todos preparados? —rugió.

Los guerreros alzaron la cabeza y lanzaron un grito de guerra. Garra de Tigre salió disparado hacia el túnel de aulagas y todos corrieron tras él.

Ascendieron por el barranco para internarse en el bosque. Se dirigían a los Cuatro Árboles y las tierras altas que había más allá. Mientras corría entre los árboles, Corazón de Fuego miró por encima del hombro. Látigo Gris iba casi en la cola, con semblante serio y los ojos inexpresivos y fijos en el frente. Se preguntó si Corriente Plateada estaría en la batalla. Sintió una punzada de lástima por su amigo, pero esa vez no tenía dudas sobre su propia disposición para pelear. Después de haber devuelto a casa al Clan del Viento, no podía evitar sentirse responsable de ellos. No permitiría que ningún otro clan los mandase de nuevo a aquellos túneles del Sendero Atronador.

La fragancia de Jaspeada volvió a llenarle las fosas nasales y sintió un hormigueo. «¡Cuídate de un guerrero del que no puedes fiarte!». Aquél iba a ser un combate difícil en más de un sentido. Látigo Gris no tendría otras posibilidades para demostrar su lealtad.

Aunque había dejado de nevar, costaba avanzar a través de los montones blancos. Se había formado una lámina de hielo sobre la nieve, pero los guerreros pesaban lo bastante para romperla, y se hundían en la blanda capa que había debajo.

—¡Garra de Tigre! —El maullido de Sauce llegó desde el final de la comitiva.

El lugarteniente dio el alto y se volvió.

—¡Nos están siguiendo! —exclamó Sauce.

Sus palabras alarmaron a Corazón de Fuego. ¿Habrían caído en una trampa? La patrulla volvió sobre sus pasos lentamente, alerta y recelosa. Una rama cargada de nieve crujió en lo alto y Fronde pegó un brinco.

—Esperad —siseó Garra de Tigre.

Todos se agazaparon en la nieve y Corazón de Fuego captó un sonido de pisadas que se dirigían hacia ellos. Sonaban ligeras, como pequeñas patas que avanzaran delicadamente sobre la lámina de hielo. Con un gran peso en el corazón, el joven guerrero adivinó quiénes eran un segundo antes de que Pequeño Nimbo y los dos cachorros de Pecas aparecieran por detrás de un tronco.

Garra de Tigre se irguió sobre las patas traseras y los cachorros chillaron de pavor. El guerrero los reconoció al instante y volvió a ponerse a cuatro patas.

—¿Qué estáis haciendo aquí? —bramó.

—Queríamos participar en la batalla —respondió Pequeño Nimbo, y Corazón de Fuego se estremeció.

—¡Corazón de Fuego! —llamó Garra de Tigre. Cuando lo tuvo delante, le espetó con impaciencia—: Tú trajiste a este cachorro al clan; ocúpate de él.

Corazón de Fuego miró los llameantes ojos del lugarteniente. Sabía que intentaba obligarlo a elegir: podía unirse al pelotón de ataque y luchar por el clan, o cuidar de aquel gatito doméstico de su misma sangre. Toda la patrulla esperó en silencio la decisión del joven guerrero.

Él sabía que su elección sería luchar por el clan, pero no podía sacrificar al hijo de su hermana. Pequeño Nimbo y los otros debían regresar sanos y salvos a casa, acompañados por otro gato. Pero ¿de qué guerrero podía prescindir el grupo de asalto?

—¡Fronde! —llamó Corazón de Fuego—. Vamos, ¡llévate a estos cachorros a casa!

Esperó que Látigo Gris se opusiera, pero el guerrero gris guardó silencio mientras él ordenaba a su aprendiz que regresara al campamento.

Fronde bajó la cola, desanimado, y Corazón de Fuego se sintió culpable.

—Habrá muchas más batallas en las que puedas luchar —le prometió.

—Pero, Corazón de Fuego, ¡tú dijiste que un día pelearíamos juntos! —intervino Pequeño Nimbo, y su protesta resonó en todo el bosque.

Garra de Tigre lanzó una mirada burlona al joven guerrero. Éste sintió un incómodo picor cuando las palabras del gatito provocaron risas entre la patrulla, pero se negó a mostrar su azoramiento.

—Algún día —repuso—. Pero ¡no hoy!

El cachorro hundió los hombros, y Corazón de Fuego soltó un suspiro de alivio al ver que se reunía a regañadientes con los otros para seguir a Fronde al campamento.

—Me sorprende tu decisión, Corazón de Fuego —se mofó Garra de Tigre—. No esperaba que tuvieses tantas ganas de participar en esta batalla.

El joven le sostuvo la mirada y sintió el pulso de la sangre en sus venas, como si todo su cuerpo latiese de rabia.

—¡Ojalá tú también tuvieses tantas ganas! —replicó—. ¡Habrías lanzado el grito de guerra en vez de tenernos aquí mientras los guerreros del Clan del Viento están muriendo!

Garra de Tigre le dedicó una mirada de aborrecimiento, echó atrás la cabeza y maulló al cielo antes de salir disparado al campamento del Clan del Viento. Los otros lo siguieron a toda prisa. Pasaron ante los Cuatro Árboles, hacia la escarpada ladera que llevaba a las tierras altas. La subieron en silencio; sus patas no hacían ruido sobre la nieve.

Al alcanzar la cima, Corazón de Fuego se vio azotado por un viento aullador que le dobló las orejas. Los terrenos de caza del Clan del Viento parecían más desolados que nunca, con las aulagas cubiertas por una capa de nieve.

—¡Corazón de Fuego! ¡Tú conoces el camino al campamento del Clan del Viento! —gritó Garra de Tigre por encima del vendaval—. Guíanos hasta allí.

Aminoró el paso para que lo adelantara el joven guerrero, que se preguntó si el lugarteniente no se fiaba lo bastante de Bigotes para permitir que éste los guiara. Se volvió para mirar a Látigo Gris, esperando algo de ayuda por su parte, pero su viejo amigo tenía la cabeza gacha y los hombros hundidos penosamente, mientras el viento alborotaba su espeso pelaje. No le sería de mucha ayuda. Alzó los ojos al Clan Estelar pidiéndole orientación.

Lo sorprendió descubrir que reconocía la forma de la tierra incluso debajo de la nieve. Allí estaba la madriguera de tejones, y la roca a la que había trepado Látigo Gris para tener mejor vista. Siguió los contornos que recordaba de su viaje con Látigo Gris, hasta llegar a la depresión del terreno que señalaba el campamento.

Se detuvo al borde de la hondonada.

—¡Ahí abajo! —aulló.

El viento paró un segundo y oyeron sonidos de batalla: chillidos y maullidos de gatos peleando.