—Yo los encontraré —prometió Corazón de Fuego.
Acto seguido, miró alrededor en busca de Látigo Gris. Se estaba levantando más viento y la nevada se recrudecía; no quería salir solo. Corrió al dormitorio de los guerreros, pero Látigo Gris no estaba allí.
Tormenta de Arena acababa de despertarse.
—¿Qué sucede? —maulló.
—Los cachorros de Pecas han desaparecido.
—¿Pequeño Nimbo también? —Tormenta de Arena se puso en pie, repentinamente despejada.
—¡Sí! He venido por Látigo Gris, para que pudiéramos buscarlos juntos, pero no está aquí —maulló el joven guerrero. Sintió una punzada de ira porque Látigo Gris hubiera vuelto a esfumarse… ¡justo después de acusarlo de no confiar en él!
—¡Yo te acompañaré! —se ofreció la gata.
Él parpadeó.
—Gracias. Vamos. Deberíamos decírselo a Estrella Azul antes de marcharnos.
—Manto Polvoroso puede decírselo. ¿Aún está nevando?
—Sí, y cada vez más. Será mejor que nos demos prisa. —Miró la figura dormida de Manto Polvoroso—. Despiértalo tú. Yo le contaré a Pecas que nosotros vamos a salir y me reuniré contigo en la entrada.
Regresó a la maternidad. Pecas seguía olfateando en busca de pistas.
—¿Algún rastro? —preguntó Corazón de Fuego.
—No, nada —respondió la reina con voz temblorosa—. Escarcha ha ido a contárselo a Estrella Azul.
—Bien, no te preocupes. Saldré a buscarlos —la tranquilizó—. Tormenta de Arena viene conmigo. Los encontraremos.
Pecas asintió y continuó husmeando.
Fue con tormenta de Arena al túnel de aulagas y salieron disparados. Fuera, el viento parecía aún más violento. Corazón de Fuego entornó los ojos y se encorvó contra la ventisca.
—Será difícil captar algún rastro a través de la nieve fresca —advirtió a Tormenta de Arena—. Empecemos comprobando si han salido al bosque.
—De acuerdo.
—Tú ve por ese lado —indicó el joven guerrero señalando con la nariz—. Y yo iré por el otro. Volveremos a vernos aquí. No tardes mucho.
La gata se alejó saltando, y Corazón de Fuego sorteó un árbol caído para dirigirse a la senda que el clan usaba con frecuencia. Los laterales del barranco estaban más cubiertos de nieve que por la mañana, y resultaban resbaladizos donde la nieve se había convertido en hielo. Se detuvo y levantó la cabeza con la boca abierta, pero no captó ni rastro de los cachorros. Buscó pisadas en vano… ¿las habría tapado ya la nieve recién caída?
Recorrió el fondo de la pendiente, pero no dio con señales de ningún gato, y aún menos de los pequeños. El viento soplaba tanto que al final él mismo apenas se notaba la punta de las orejas. Ningún gatito podría sobrevivir con aquel tiempo, y el sol no tardaría en empezar a ponerse. Tenía que encontrarlos antes de que cayera la noche.
Regresó corriendo a la entrada del campamento. Tormenta de Arena ya estaba esperándolo, con el pelaje trazado de ristras de nieve. La gata se las sacudió de encima al ver llegar a Corazón de Fuego.
—¿Alguna pista? —preguntó él.
—Nada.
—No pueden haber ido muy lejos. Vamos, probemos por aquí —indicó, encaminándose a la hondonada de entrenamiento.
Tormenta de Arena lo siguió esforzadamente. La capa de nieve era cada vez más profunda, y la gata se hundía hasta la barriga con cada paso.
La hondonada de entrenamiento estaba desierta.
—¿Crees que Estrella Azul se habrá dado cuenta de lo espantoso que es el tiempo aquí fuera? —preguntó Tormenta de Arena, elevando la voz contra el viento.
—Lo sabrá.
—Deberíamos volver por ayuda, formar otro grupo de búsqueda.
Corazón de Fuego miró a la temblorosa joven guerrera. No sólo los cachorros podían congelarse. Quizá Tormenta de Arena tuviera razón.
—Estoy de acuerdo —maulló—. No podemos hacerlo solos.
Al dirigirse hacia el campamento, le pareció oír un leve chillido a través del viento.
—¿Has oído eso?
Tormenta de Arena se detuvo y empezó a olfatear el aire ansiosamente. De pronto irguió la cabeza.
—¡Por ahí! —exclamó, señalando hacia un árbol caído.
Corazón de Fuego se abalanzó hacia allí con la gata pisándole los talones. Los chillidos se tornaron más fuertes, hasta que el joven guerrero pudo distinguir varias vocecillas. Subió al tronco y miró al otro lado. Apretujados en la nieve había dos cachorritos. Sintió un gran alivio hasta que se dio cuenta de que Pequeño Nimbo no estaba entre ellos.
—¿Dónde está Pequeño Nimbo? —maulló.
—Cazando —chilló uno de los gatitos con voz temblorosa de frío y miedo, pero con una nota de desafío.
Corazón de Fuego levantó la cabeza.
—¡Pequeño Nimbo! —llamó, atisbando entre los copos de nieve.
—¡Corazón de Fuego, mira! —exclamó Tormenta de Arena, que también se había subido al tronco.
El joven dio media vuelta. Una empapada figura blanca avanzaba trabajosamente entre la nieve en dirección a ellos. ¡Pequeño Nimbo! Cada paso suponía un enorme escollo para el cachorro, pues la nieve era tan alta como él, pero siguió adelante; en la boca traía un pequeño campañol rebozado en nieve.
Una oleada de alivio y furia recorrió a Corazón de Fuego. Dejó a Tormenta de Arena con los otros y corrió por la nieve para agarrar al cachorro del pescuezo. Pequeño Nimbo protestó gruñendo, pero no soltó el campañol que colgaba de su boca.
Al volverse, Corazón de Fuego vio que Tormenta de Arena estaba llevando a los otros hacia él. Los gatitos avanzaban a trompicones, hundiéndose hasta las orejas en la profunda nieve, pero la joven guerrera no dejaba de empujarlos hacia delante.
Pequeño Nimbo se retorció entre los dientes de Corazón de Fuego, que volvió a dejarlo en el suelo. El cachorro lo miró, sujetando su pieza muy ufano. Corazón de Fuego no pudo evitar sentirse impresionado. A pesar de la nieve y el viento, ¡Pequeño Nimbo había cazado su primera presa!
—Espera aquí —le ordenó, y corrió a ayudar a Tormenta de Arena.
Agarró a una minúscula gatita que gimoteaba lastimeramente, y empujó al otro hacia delante con el hocico.
El empapado grupo regresó esforzadamente al campamento. Pecas estaba aguardando fuera del túnel de aulagas. Estrella Azul se hallaba junto a ella, con los ojos entornados contra la profusa nevada. En cuanto vislumbraron al grupo de Corazón de Fuego, corrieron a ayudarlos. La líder levantó a Pequeño Nimbo y Pecas agarró al otro cachorro. Luego regresaron a toda prisa a la seguridad del campamento, con Corazón de Fuego y Tormenta de Arena corriendo tras ellas.
Una vez en el claro, los adultos dejaron en el suelo a sus congeladas cargas. Corazón de Fuego se sacudió la nieve de encima y miró a Pequeño Nimbo, que seguía aferrando su presa tozudamente.
Estrella Azul fulminó con la mirada a los tres gatitos.
—¿Qué pretendíais hacer ahí fuera? ¡Sabéis que va contra el código guerrero que los cachorros cacen!
Los dos hijos de Pecas se encogieron bajo la iracunda mirada de su líder, pero Pequeño Nimbo se la sostuvo con sus ojos azules muy abiertos. Dejó el campañol en el suelo y maulló:
—El clan necesita carne fresca, así que hemos decidido traer algo.
Corazón de Fuego se estremeció ante su descaro.
—¿De quién ha sido la idea? —quiso saber Estrella Azul.
—Mía —declaró Pequeño Nimbo, todavía con la cabeza bien alta.
La líder clavó su mirada en el osado cachorro y maulló:
—¡Podríais haber muerto congelados ahí fuera!
A Pequeño Nimbo lo sobresaltó la furia de su voz y se agachó.
—Lo hemos hecho por el clan —maulló a la defensiva.
Corazón de Fuego contuvo la respiración. Pequeño Nimbo había quebrantado el código guerrero. ¿La líder cambiaría de idea sobre dejarlo quedarse con el clan?
—Vuestra intención era buena —dijo Estrella Azul lentamente—. Pero aun así ha sido una insensatez.
Corazón de Fuego sintió una leve esperanza, pero volvió a estremecerse cuando Pequeño Nimbo replicó:
—Pero yo he cazado algo.
—Ya lo veo —repuso la gata con frialdad. Observó a los tres cachorros—. Dejaré que sea vuestra madre quien decida qué hacer con vosotros. Pero no quiero volver a veros haciendo algo semejante. ¿Entendido?
Corazón de Fuego se relajó un poco cuando Pequeño Nimbo asintió junto con los otros.
—Pequeño Nimbo, puedes añadir tu pieza al montón de carne fresca —agregó Estrella Azul—. Después iréis los tres directos a la maternidad, a secaros y calentaros.
Corazón de Fuego se sintió sorprendido. ¿Había detectado un tono maternal en la voz de la líder?
Los hijos de Pecas se encaminaron a la maternidad seguidos de su madre, mientras Pequeño Nimbo recogía su campañol para llevarlo al montón de carne fresca. Al ver el orgullo con que ladeaba la cabeza, Corazón de Fuego notó un hormigueo de inquietud en las zarpas, pero entonces creyó advertir un brillo de admiración en los ojos de Estrella Azul, que también estaba observando al cachorro.
—Bien hecho, pareja —maulló la líder, devolviendo su atención a Corazón de Fuego y Tormenta de Arena—. Mandaré a Rabo Largo a avisar al otro grupo de búsqueda. ¡Vosotros también deberíais ir a vuestra guarida a secaros y entrar en calor!
—De acuerdo —respondió Corazón de Fuego.
Se volvió para marcharse con Tormenta de Arena, pero la líder lo llamó de nuevo:
—Corazón de Fuego, quiero hablar contigo.
El joven sintió cierta aprensión. Tal vez se había relajado demasiado pronto.
—Hoy Pequeño Nimbo ha demostrado buenas capacidades para la caza —empezó la gata—. Pero toda la destreza del mundo no vale para nada si no aprende a obedecer el código guerrero. Quizá ahora sea por su propia seguridad, pero, en el futuro, la seguridad de todo el clan dependerá de ello.
Corazón de Fuego miró al suelo; Estrella Azul tenía razón, pero no pudo evitar sentir que la líder esperaba demasiado del cachorrito. Pequeño Nimbo era todavía muy joven y llevaba muy poco tiempo con el clan. Se tragó un nudo de resentimiento al pensar en lo impúdicamente que Látigo Gris, un gato nacido en un clan, estaba desobedeciendo el código guerrero. Luego levantó los ojos hacia la líder.
—Me aseguraré de que lo aprenda —maulló.
—Bien. —La líder pareció satisfecha.
Dicho esto, se encaminó a su guarida.
Corazón de Fuego se dirigió al dormitorio de los guerreros, aunque ya no sentía ningún frío. Las palabras de Estrella Azul lo habían acalorado. Se acomodó en su lecho y empezó a lavarse. Se quedó acostado toda la tarde, reflexionando sobre Látigo Gris y Pequeño Nimbo. Sabía que Estrella Azul tenía razón. Recordando el orgullo y el descaro que había visto en los ojos del cachorro blanco, se preguntó si realmente sería capaz de adaptarse a la vida del clan.
Al caer la noche, el hambre lo sacó de su refugio. Tomó un tordo del montón de carne fresca y se instaló junto a la mata de ortigas. Ya estaba oscuro y nevaba con menos intensidad. En cuanto sus ojos se acostumbraron a la luz nocturna, pudo ver con claridad la entrada al campamento.
Vio a Látigo Gris en cuanto éste apareció, y lo observó mientras iba hacia el montón de carne fresca. El guerrero gris cargaba con varias presas. A lo mejor sólo había estado cazando.
Látigo Gris depositó la mayor parte de las piezas en la pila. Se reservó un ratón de buen tamaño, y se lo llevó a un lugar resguardado cerca del muro del campamento. La leve esperanza de Corazón de Fuego se desvaneció. La mirada distraída de su viejo amigo le dijo que sus sospechas eran acertadas: Látigo Gris había estado con Corriente Plateada.
Se levantó y regresó a la guarida de los guerreros. No le costó sumirse en un profundo sueño, y mientras dormía volvió a soñar.
El bosque nevado se extendía ante él, blanco y reluciente al frío claro de luna. Él se hallaba sobre una roca alta y dentada. A su lado estaba Pequeño Nimbo… convertido ya en un guerrero hecho y derecho, con su denso pelaje blanco ondulando al viento. La escarcha centelleaba en la piedra sobre la que estaban.
—¡Mira! —siseó Corazón de Fuego a Pequeño Nimbo.
Un ratón de campo correteaba alrededor de las raíces heladas de un árbol. Pequeño Nimbo seguía su mirada y, sin hacer ruido, bajaba de la peña al suelo forestal. Corazón de Fuego observaba cómo el gato blanco avanzaba sigilosamente hacia la presa. De pronto, captaba un aroma tan cálido y familiar que le producía un escalofrío. Notaba un aliento caliente en la oreja, y se volvía de golpe. Jaspeada estaba a su lado.
El pelaje moteado de la gata resplandecía a la luz de la luna, y ella le tocaba la nariz con la suya.
—Corazón de Fuego —susurraba—, tengo una advertencia para ti de parte del Clan Estelar. —Su tono era sombrío, y sus ojos abrasaban los de él—. Se avecina una batalla. ¡Cuídate de un guerrero del que no puedes fiarte!
El chillido de un ratón le hacía pegar un brinco y mirar alrededor. Pequeño Nimbo debía de haber cazado a su presa. Se volvía de nuevo hacia Jaspeada, pero ésta había desaparecido.
Corazón de Fuego se despertó con un sobresalto. El penetrante frío del bosque parecía adherido todavía a su piel, y la dulce fragancia de Jaspeada perduraba en sus fosas nasales. Látigo Gris se movió junto a él, mascullando en sueños. Corazón de Fuego se estremeció. Sabía que debería seguir durmiendo, pero se quedó en su lecho observando a su amigo dormido hasta que la luz de la aurora empezó a colarse en la guarida.