Fauces Amarillas, Polvoroso y Arenisca se adelantaron deprisa para formar una hilera defensiva, y las reinas se situaron detrás de ellos. Corazón de Fuego vio a Carbonilla cojeando para unírseles, pero Polvoroso le bufó rabioso cuando se acercó, de modo que la gatita gris se alejó torpemente, con las orejas gachas, de vuelta a la guarida de Fauces Amarillas.
Los veteranos agarraron a los cachorros y los empujaron a la maternidad, y después entraron ellos. Pecas tomó a Pequeño Nimbo con la boca y lo metió en último lugar. Luego tiró de las zarzas con las patas, sin importarle las espinas, y cubrió la entrada antes de regresar al claro con el resto del clan.
Corazón de Fuego bajó de un salto de la Peña Alta y corrió a colocarse junto a Fauces Amarillas. Arqueó el lomo y le bufó a Estrella Rota:
—Perdiste la última vez que luchamos, ¡y volverás a perder!
—¡Jamás! —espetó Estrella Rota—. Puede que me hayas arrebatado a mi clan, pero no puedes matarme… ¡Tengo más vidas que tú!
—¡Una vida del Clan del Trueno vale por diez de las tuyas! —gruñó Corazón de Fuego.
Soltó un alarido guerrero, y en el claro comenzó la batalla.
Corazón de Fuego saltó directamente contra Estrella Rota y lo aferró con los colmillos. La vida de proscrito no había tratado muy bien al antiguo líder de clan: por debajo del pelo, Corazón de Fuego notó las costillas de aquel macho comido por las pulgas. Pero Estrella Rota seguía siendo fuerte. Se retorció y hundió los dientes en la pata trasera de Corazón de Fuego, que maulló y bufó furiosamente, pero no soltó a su presa. Estrella Rota intentó zafarse arañando el suelo congelado, y Corazón de Fuego rasguñó los flancos de su rival cuando éste consiguió liberarse. Se abalanzó contra él, pero otras zarpas le habían agarrado la pata trasera. Miró por encima del hombro para ver de quién se trataba, y allí estaba Cara Cortada, observándolo con los ojos entornados y burlones.
Corazón de Fuego se quedó pasmado, y se olvidó de Estrella Rota inmediatamente. No esperaba volver a ver a aquel gato. Cara Cortada había asesinado a Jaspeada varias lunas atrás; había matado a la curandera del Clan del Trueno a sangre fría para que Estrella Rota pudiese robar a los cachorros de Escarcha. La ira rugió en los oídos de Corazón de Fuego. Al retorcerse y lanzarse sobre el escuálido macho marrón, vislumbró un destello de pelaje pardo con el rabillo del ojo, y notó el dulce aroma de Jaspeada en el paladar. El joven sintió el espíritu de la desaparecida curandera junto a él: había acudido para ayudarlo a vengar su muerte.
Corazón de Fuego apenas reparó en el dolor de la pata al liberarse de las garras de Cara Cortada y saltar sobre él. El proscrito se puso de manos y agitó sus enormes zarpas delanteras. Unas uñas tan afiladas como el espino alcanzaron a Corazón de Fuego detrás de la oreja, el dolor lo invadió como fuego, y se tambaleó. Al instante, Cara Cortada estaba encima de su lomo, clavándolo al suelo y hundiéndole los colmillos en la nuca.
Corazón de Fuego maulló de agonía.
—¡Ayúdame, Jaspeada! ¡Yo no puedo hacerlo!
De pronto, dejó de sentir el peso del gato enemigo. Se levantó de un salto y dio media vuelta. ¡Látigo Gris! Su viejo amigo estaba inmóvil, con los ojos llenos de espanto. El cuerpo de Cara Cortada colgaba inerte entre sus colmillos. Látigo Gris abrió la boca, y el oponente cayó al suelo, muerto.
Corazón de Fuego dio un paso adelante.
—¡Él mató a Jaspeada! —exclamó, no era momento para remordimientos—. ¿Estrella Azul está contigo? —preguntó ansioso.
Látigo Gris negó con la cabeza.
—Me ha mandado en busca de Garra de Tigre —contestó—. Hemos encontrado huesos. Estrella Azul ha reconocido el hedor de Estrella Rota y ha supuesto que él debía de estar liderando a los gatos descarriados.
Sonó un bufido cerca de ellos y dos gatos chocaron contra Corazón de Fuego, que se apartó de su camino. Era Escarcha, combatiendo con otro de los atacantes. La reina estaba luchando con todos los poderes del Clan Estelar. Aquéllos eran los gatos que habían secuestrado a sus cachorros. Los ojos de Escarcha relucían con odio mientras peleaba, pero Corazón de Fuego se mantuvo al margen: la gata no necesitaba su ayuda. Al cabo de un instante, el guerrero proscrito desapareció chillando por el muro de helechos del campamento.
Escarcha corrió tras él, pero Corazón de Fuego la llamó para que regresara.
—¡Ya le has dejado bastantes heridas para que se acuerde de ti!
La reina frenó en seco junto a la pared de helechos y volvió al claro, resollando y con el pelo manchado con la sangre de su enemigo.
Otro proscrito pasó maullando ante Corazón de Fuego y se dirigió al muro defensivo. Polvoroso lo persiguió y logró darle un feroz mordisco antes de que saliese del campamento. «Sólo quedan Estrella Rota y otro guerrero más», pensó Corazón de Fuego.
Arenisca tenía al otro enemigo inmovilizado contra el suelo. El gato yacía muy quieto debajo de ella. «¡Ten cuidado!», le dijo Corazón de Fuego mentalmente, recordando su truco preferido: dejar que el contrincante crea que ha ganado. Pero Arenisca no se dejó engañar, y cuando el macho se levantó de golpe estaba preparada. Se separó de él de un salto y luego embistió, aferrándolo con las garras para derribarlo y arañarle la barriga con las patas traseras. Sólo cuando el guerrero gimoteó como un cachorrillo, Arenisca lo soltó. El proscrito salió disparado por la entrada del campamento sin dejar de gemir.
Hubo un escalofriante momento de quietud. Los gatos del Clan del Trueno guardaron silencio y se quedaron mirando la sangre y el pelo esparcidos por el claro. En el centro se encontraba el cadáver de Cara Cortada.
«¿Dónde está Estrella Rota?», pensó Corazón de Fuego alarmado, volviéndose para inspeccionar el campamento. ¿Habría irrumpido en la maternidad? Estaba a punto de correr hacia el refugio de zarzas cuando un alarido atravesó el aire desde la guarida de Fauces Amarillas. ¡Carbonilla! Corrió hacia allí, esperándose lo peor, pero en vez de eso descubrió a Estrella Rota desplomado en el suelo. La vieja curandera se hallaba junto a él.
Estrella Rota tenía los ojos cerrados y ensangrentados. Corazón de Fuego vio cómo sus costados se movían una vez y luego se le quedaban paralizados. Por la inmovilidad de su cuerpo, Corazón de Fuego reconoció que estaba perdiendo una vida.
Fauces Amarillas tenía las uñas desenvainadas y teñidas de rojo. Su rostro estaba contraído, y sus ojos, vidriosos.
De pronto, Estrella Rota soltó un jadeo y empezó a respirar de nuevo. Corazón de Fuego esperó a que Fauces Amarillas se abalanzara sobre él con otro mordisco letal, pero la vieja gata vaciló. Estrella Rota no se puso en pie.
El joven guerrero corrió al lado de la curandera.
—¿Es ésta su última vida? —quiso saber—. ¿Por qué no acabas con él? Mató a su propio padre, te expulsó de tu clan e intentó matarte.
—Ésta no es su última vida —contestó Fauces Amarillas con voz ronca—. Y, aunque lo fuera, no podría matarlo.
—¿Por qué no? El Clan Estelar te honraría por hacerlo.
Corazón de Fuego no podía creer lo que decía Fauces Amarillas. El nombre de Estrella Rota siempre había provocado que la vieja gata se erizara de furia.
Fauces Amarillas despegó su mirada de Estrella Rota y la posó en Corazón de Fuego. Sus ojos se empañaron de tristeza y congoja mientras murmuraba:
—Es mi hijo.
Corazón de Fuego sintió que el suelo se movía bajo sus patas.
—Pero está prohibido que los gatos curanderos tengan hijos —balbuceó.
—Lo sé. Nunca tuve la intención de ser madre. Pero entonces me enamoré de Estrella Mellada.
Su voz estaba cargada de pena. De repente, Corazón de Fuego recordó la batalla en que Estrella Rota había sido expulsado del Clan de la Sombra. Justo antes de salir huyendo, el cruel líder le contó a Fauces Amarillas que era él quien había asesinado a su propio padre, Estrella Mellada. Fauces Amarillas se quedó destrozada, y ahora Corazón de Fuego entendía por qué.
—Tuve una camada de tres cachorros —continuó la curandera—. Pero sólo sobrevivió Estrella Rota. Se lo entregué a una reina del Clan de la Sombra para que lo criase como suyo. Pensé que perder a dos hijos era el castigo del Clan Estelar por haber quebrantado el código guerrero. Pero me equivocaba. Mi castigo no fue que muriesen dos de mis hijos… ¡sino que éste sobreviviera! —Miró con repulsión el cuerpo ensangrentado de Estrella Rota—. Y ahora no puedo matarlo. Debo aceptar mi destino, tal como desea el Clan Estelar.
La vieja se tambaleó y Corazón de Fuego pensó que iba a derrumbarse. Pegó su cuerpo al de ella para servirle de apoyo y susurró:
—¿Él sabe que eres su madre?
Ella negó con la cabeza.
Estrella Rota empezó a gemir lastimeramente:
—¡No puedo ver!
Horrorizado, Corazón de Fuego se dio cuenta de que el proscrito tenía los ojos deshechos a zarpazos de un modo irreparable.
Se le acercó precavidamente, pero Estrella Rota permaneció inmóvil. Le dio un empujoncito con una zarpa y el hijo de Fauces Amarillas volvió a gemir.
—No me mates —lloriqueó.
Corazón de Fuego retrocedió, con un estremecimiento de asco ante el miedo del guerrero.
Fauces Amarillas respiró hondo.
—Yo lo atenderé.
Se dirigió a su malherido hijo, lo agarró por el pescuezo y lo llevó a rastras hasta el lecho que Centón había dejado libre.
Corazón de Fuego la dejó hacer; quería comprobar si Carbonilla estaba bien. Vislumbró una figura oscura moviéndose dentro de la roca hendida donde dormía Fauces Amarillas.
—¿Carbonilla? —llamó.
La pequeña gata asomó la cabeza.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Corazón de Fuego.
—¿Se han marchado los gatos proscritos? —susurró.
—Sí, excepto Estrella Rota. Está muy malherido. Fauces Amarillas lo está examinando. —Esperó la reacción asombrada de la gata, pero ella se limitó a sacudir la cabeza lentamente y mirar al suelo—. ¿Te encuentras bien?
—Debería haber peleado con vosotros. —La voz de Carbonilla sonó ahogada por la vergüenza.
—¡Te habrían matado!
—Eso es lo que me ha dicho Polvoroso. Me ha ordenado que fuera a esconderme con los cachorros —contó con los ojos llenos de desesperación—. Pero no me habría importado que me mataran. ¿Para qué sirvo tal como estoy? No soy más que una carga para este clan.
Corazón de Fuego sintió una punzada de compasión. Buscó palabras para consolarla, pero antes de que pudiese hablar, la voz áspera de Fauces Amarillas llegó desde los helechos:
—¡Carbonilla! Tráeme unas cuantas telarañas, ¡deprisa!
La gatita dio media vuelta al instante y se esfumó en el interior de la roca; reapareció al cabo de un momento con una pata envuelta en una capa de telarañas. Tan rápido como pudo, se dirigió torpemente hacia Fauces Amarillas y lanzó los vendajes al interior del lecho del enfermo.
—Ahora ve a por un poco de esa raíz de consuelda —ordenó la vieja curandera.
Mientras Carbonilla regresaba cojeando a la roca hendida, Corazón de Fuego se dispuso a marcharse. No había nada más que pudiera hacer allí. Debía averiguar cómo estaba el resto del clan.
Prácticamente ningún gato se había movido del claro del campamento. Corazón de Fuego fue derecho a Polvoroso y maulló:
—Fauces Amarillas está curando las heridas de Estrella Rota, y Carbonilla la está ayudando. —Hizo caso omiso de la mirada de incredulidad del aprendiz—. Ve a vigilar a Estrella Rota.
Polvoroso corrió al túnel de helechos y desapareció por él.
Corazón de Fuego se acercó a Látigo Gris, que seguía mirando el cuerpo de Cara Cortada sin pestañear.
—Me has salvado la vida —murmuró el joven guerrero—. Gracias.
Látigo Gris levantó la mirada hacia él.
—Yo daría mi vida por ti —respondió sencillamente.
Con un nudo en la garganta, Corazón de Fuego observó cómo su viejo amigo se volvía para alejarse. A lo mejor su amistad no estaba acabada, después de todo.
El sonido de pisadas en el túnel de aulagas interrumpió sus pensamientos. Estrella Azul irrumpió en el campamento, seguida por Rabo Largo y Zarpa Rauda. Corazón de Fuego se relajó, aliviado ante la visión de la líder. La gata gris contempló el claro salpicado de sangre con ojos desorbitados, hasta que su mirada tropezó con el cadáver de Cara Cortada.
—¿Estrella Rota ha atacado? —inquirió.
Corazón de Fuego asintió.
—¿Ha muerto? —quiso saber Estrella Azul.
—Está con Fauces Amarillas —respondió el joven guerrero, haciendo un esfuerzo por hablar pese al agotamiento—. Está herido… en los ojos.
—¿Y los demás proscritos?
—Los hemos echado del campamento.
—¿Alguien de nuestro clan tiene heridas graves? —preguntó Estrella Azul volviendo a mirar alrededor, y todos respondieron negando con la cabeza—. Bien. Arenisca, Zarpa Rauda, sacad este cuerpo del campamento y enterradlo. No es necesario que haya veteranos presentes. Ningún proscrito merece ser enterrado con el honor del ritual del Clan Estelar.
Arenisca y Zarpa Rauda empezaron a arrastrar el cadáver hacia el túnel de aulagas.
—¿Los veteranos están a salvo? —preguntó Estrella Azul.
—Están en la maternidad —le contó Corazón de Fuego.
Mientras hablaba, se oyó un ruido procedente del refugio del zarzal: apareció Medio Rabo, seguido por los cachorros y los demás veteranos. Corazón de Fuego vio salir a Pequeño Nimbo, quien correteó emocionado por el claro hasta Pecas. La reina lo recibió con un enérgico lametón, y el cachorro se volvió para mirar el cuerpo de Cara Cortada mientras desaparecía por el túnel de acceso.
—¿Está muerto? —preguntó con curiosidad—. ¿Puedo ir a verlo?
—Chist —susurró Pecas, rodeándolo con la cola.
—¿Dónde está Garra de Tigre? —inquirió Estrella Azul.
—Se ha llevado un pelotón para asaltar a una patrulla del Clan de la Sombra —explicó Corazón de Fuego—. Patrullando hemos encontrado huesos. Olían al Clan de la Sombra, así que Garra de Tigre ha decidido atacar. He mandado a Fronde a detenerlo cuando Fauces Amarillas ha reconocido el olor de Estrella Rota en los huesos.
—¿A Fronde? —maulló Estrella Azul entornando los ojos—. ¿Aunque tenga que atravesar el Sendero Atronador?
—Yo era el único guerrero que quedaba en el campamento. No había nadie más a quien pudiese enviar.
Estrella Azul asintió; la inquietud de sus ojos dio paso a la comprensión.
—No querías dejar el campamento desprotegido, ¿verdad? —maulló—. Has hecho bien, Corazón de Fuego. Creo que Estrella Rota esperaba alejar a todos los guerreros del campamento. Nosotros también hemos encontrado huesos.
—Látigo Gris me lo ha dicho. —Miró alrededor buscando a su amigo, pero éste había desaparecido.
—Dile a Fauces Amarillas que vaya a verme cuando termine con Estrella Rota —ordenó Estrella Azul.
Luego irguió las orejas ante el sonido de más pasos en el túnel de aulagas. Garra de Tigre llegó corriendo, seguido de Tormenta Blanca y el resto del pelotón de ataque. Corazón de Fuego estiró el cuello para ver a los guerreros, hasta que descubrió a Fronde, justo al final. El joven aprendiz parecía exhausto pero ileso. Corazón de Fuego soltó un silencioso suspiro de alivio.
—¿Fronde os ha alcanzado antes de que encontrarais una patrulla del Clan de la Sombra? —le preguntó Estrella Azul al lugarteniente.
—Ni siquiera habíamos entrado en su territorio. Estábamos a punto de cruzar el Sendero Atronador. —Entornó los ojos—. ¿Ése que estaban enterrando era Cara Cortada?
Estrella Azul asintió.
—Entonces Fronde tenía razón —maulló el lugarteniente—. Estrella Rota estaba planeando atacar el campamento. ¿Él también está muerto?
—No. Fauces Amarillas está curando sus heridas.
—¡No será verdad! —exclamó Musaraña, intercambiando una mirada con Viento Veloz, que estaba junto a ella.
El rostro de Garra de Tigre se ensombreció.
—¿Curando sus heridas? —gruñó—. Deberíamos matarlo, ¡no malgastar el tiempo en hacer que mejore!
—Lo discutiremos en cuanto haya hablado con Fauces Amarillas —maulló la líder con calma.
—Puedes discutirlo conmigo ahora mismo, Estrella Azul. —Fauces Amarillas entró en el claro con la cabeza inclinada de agotamiento.
—¿Has dejado solo a Estrella Rota? —rugió Garra de Tigre; sus ojos ámbar echaban fuego.
La curandera levantó la cabeza y miró al guerrero.
—Polvoroso está vigilándolo. Y le he dado semillas de adormidera, de modo que estará dormido un buen rato. Ahora Estrella Rota está ciego, Garra de Tigre. Es imposible que intente escapar. Moriría de hambre en una semana, eso si un zorro o una bandada de cuervos no lo matan primero.
—Bueno, eso facilita las cosas —gruñó el lugarteniente—. No tendremos que liquidarlo personalmente. Podemos dejar que el bosque se encargue de él.
Fauces Amarillas se volvió hacia Estrella Azul.
—No podemos dejarlo morir —maulló.
—¿Por qué?
Corazón de Fuego contuvo la respiración mientras los ojos de la líder iban de la curandera a Garra de Tigre. Se preguntó si Fauces Amarillas iba a contar que Estrella Rota era su hijo.
—Si lo hiciéramos, no seríamos mejores que él —repuso la vieja gata.
Garra de Tigre sacudió la cola, furioso.
—¿Qué opinas tú, Tormenta Blanca? —maulló Estrella Azul antes de que Garra de Tigre pudiese hablar.
—Cuidar de Estrella Rota supondrá una carga para el clan —contestó pensativo el guerrero blanco—. Pero Fauces Amarillas tiene razón: si lo abandonamos en el bosque, o lo matamos a sangre fría, el Clan Estelar sabrá que hemos caído tan bajo como él.
Tuerta dio un paso adelante.
—Estrella Azul —maulló con su vieja voz cascada—, en el pasado hemos tenido prisioneros durante varias lunas. Podríamos hacerlo de nuevo.
Corazón de Fuego se acordó de que la propia Fauces Amarillas había sido prisionera del Clan del Trueno cuando llegó al campamento. Esperó que la curandera le recordara ese dato a Estrella Azul, pero ella no dijo nada.
—Entonces, ¿estás considerando seriamente mantener a ese proscrito dentro de nuestro campamento? —espetó Garra de Tigre. Sus ojos ardían de rabia mientras desafiaba a su líder.
Corazón de Fuego no pudo evitar coincidir con las palabras del guerrero oscuro. La idea de aniquilar a Estrella Rota le repugnaba —él sabía, mejor que cualquiera de los demás, lo que eso significaría para Fauces Amarillas—, pero también era un enemigo temible, incluso sin el sentido de la vista. Tenerlo en el campamento sería difícil y peligroso para todos los miembros del clan.
—¿De verdad está ciego? —le preguntó Estrella Azul a Fauces Amarillas.
—Sí, lo está.
—¿Tiene otras heridas?
Esa vez respondió Corazón de Fuego:
—Le he propinado unos zarpazos bastante profundos —admitió. Miró a Fauces Amarillas, y se sintió aliviado cuando ella inclinó la cabeza lo suficiente para que supiera que lo perdonaba por haber herido a su hijo.
—¿Cuánto tardarán en sanar? —inquirió Estrella Azul.
—Alrededor de una luna —contestó la curandera.
—Entonces puedes cuidar de él hasta entonces. Al cabo volveremos a debatir su futuro. Y de ahora en adelante será conocido como Cola Rota, no como Estrella Rota. No podemos arrebatarle las vidas que le concedió el Clan Estelar, pero ese gato ya no es líder de un clan.
Estrella Azul miró interrogativamente a Garra de Tigre. El lugarteniente agitó la cola pero no habló.
—Está decidido —concluyó Estrella Azul—. Cola Rota se queda.