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25

—¡Pequeño Nimbo!

Pecas llamaba al cachorro. Garra de Tigre dio media vuelta y se marchó, mientras Pequeño Nimbo propinaba un último golpe a la bola de musgo y corría a la maternidad.

—Adiós, Corazón de Fuego —se despidió antes de desaparecer en el interior.

El joven guerrero levantó la vista al cielo. El sol ya estaba casi en lo más alto; era la hora de unirse a su patrulla. Tenía hambre, pero aún no había nada de carne fresca disponible. A lo mejor encontraba algo mientras estaban fuera. Atravesó corriendo el claro y el túnel de aulagas; las hojas congeladas crujían bajo sus patas.

Arenisca y Musaraña ya estaban esperando al pie de la cuesta. Corazón de Fuego levantó la cola a modo de saludo, inesperadamente contento de ver a Arenisca.

—Hola —maulló la aprendiza.

Musaraña lo saludó moviendo la cabeza.

Tormenta Blanca apareció por el túnel de aulagas.

—¿Ya ha regresado la patrulla del alba?

—No hay señales de ellos —respondió Musaraña.

Mientras hablaba, Corazón de Fuego oyó un susurro entre la maleza cercana. De entre los arbustos salieron Sauce, Viento Veloz, Cebrado y Polvoroso.

—Hemos patrullado toda la frontera del río —informó Sauce—. Por ahora no hay señales de partidas de caza. La patrulla de Estrella Azul volverá a inspeccionar el área esta tarde.

—Bien —contestó Tormenta Blanca—. Nosotros seguiremos la frontera del Clan de la Sombra.

—Es de esperar que sean igual de sensatos que los del Río y se mantengan lejos —repuso Cebrado—. Después de lo de anoche, deben de saber que los estamos vigilando.

—Ojalá —gruñó Tormenta Blanca, y se volvió hacia su patrulla—. ¿Preparados?

Corazón de Fuego asintió. Tormenta Blanca sacudió la punta de la cola y se internó en los helechos.

Ascendieron el barranco a paso rápido. Arenisca iba justo detrás de Corazón de Fuego; el joven podía notar su cálido aliento mientras saltaban sobre los peñascos.

Aún no habían llegado a las Rocas de las Serpientes cuando Corazón de Fuego captó un olor siniestro y familiar. Abrió la boca para avisar a los demás, pero Musaraña se le adelantó:

—¡Clan de la Sombra!

Los cuatro gatos se detuvieron a olfatear el rastro maloliente.

—¡No puedo creer que ya hayan vuelto! —murmuró Arenisca.

Corazón de Fuego advirtió que a la gata se le erizaba el lomo.

—El olor es reciente —exclamó Tormenta Blanca con los ojos centelleando de furia—. Tenía la esperanza de que Estrella Nocturna llevara algo de honor a su clan. Pero supongo que los vientos fríos de más allá del Sendero Atronador soplan sobre el corazón de todos los gatos del Clan de la Sombra.

Corazón de Fuego empezó a investigar en una espesa mata de helechos. Frotó los dientes contra las hojas para recoger el olor que quedara allí. Era indudablemente del Clan de la Sombra, y le resultaba familiar. Muy familiar. Se detuvo. Aquel olor pertenecía a un guerrero con el que él se había tropezado, pero ¿a cuál?

Continuó adelante, con la esperanza de encontrar más señales olorosas que le refrescaran la memoria. Entonces captó algo más y bajó la mirada. En el suelo, entre los tallos de los helechos, había un montón de huesos de conejo. Los gatos de clan solían enterrar los huesos de las presas que cazaban como muestra de respeto por la vida que habían tomado. Repentinamente consciente de qué podía significar aquello, recogió unos cuantos con la boca y volvió entre las frondas para depositarlos ante las patas de Tormenta Blanca.

El guerrero blanco se quedó mirándolos sin pestañear.

—¿Huesos de conejo? ¡Los guerreros que han dejado esto quieren que sepamos que han estado cazando en nuestra tierra! ¡Estrella Azul debe saberlo inmediatamente!

—¿Mandará Estrella Azul un pelotón de combate contra el Clan de la Sombra? —preguntó Corazón de Fuego, pues nunca había visto a Tormenta Blanca tan furibundo.

—¡Debería! —contestó resoplando—. Y, si puedo, lo comandaré yo mismo. Estrella Nocturna ha traicionado nuestra confianza, y el Clan Estelar sabe que ha de ser castigado.

—¡Estrella Azul! —llamó Tormenta Blanca tras dejar los huesos en medio del claro del campamento.

—Ya se ha marchado a patrullar —respondió Garra de Tigre, emergiendo entre las sombras.

Medio Rabo y Escarcha salieron corriendo de sus guaridas para averiguar qué estaba sucediendo.

Tormenta Blanca miró a Garra de Tigre fijamente, todavía furioso.

—¡Fíjate en esto! —bufó.

El lugarteniente no necesitó preguntar qué significaban; el olor de los huesos contenía toda la historia, y sus ojos empezaron a arder de rabia.

Corazón de Fuego se quedó rezagado en el lindero del claro, contemplando a los dos guerreros. La evidencia era amenazadora, sin duda, pero el descubrimiento de los huesos lo había llenado de preguntas, no de furia. Sólo habían pasado tres lunas desde que el Clan de la Sombra expulsó a su cruel líder con la ayuda del Clan del Trueno. ¿Cómo era posible que el mismo clan pudiese arriesgarse a entrar en guerra con el Clan del Trueno?

Era obvio que Garra de Tigre no tenía semejantes dudas. Ya estaba llamando a Cebrado y Viento Veloz.

—¡Sauce y Musaraña también vendrán con nosotros! —anunció—. Localizaremos a una patrulla del Clan de la Sombra, y les daremos una buena tunda para que recuerden que en el futuro no deben pisar nuestro territorio.

Tormenta Blanca asintió.

—¿Puedo ir? —preguntó Arenisca. Había estado paseándose nerviosa detrás de los guerreros, pero al cabo se detuvo y los miró con ojos brillantes.

—Esta vez no —respondió Tormenta Blanca.

La cara de la aprendiza reflejó frustración.

—¿Y qué pasa con Corazón de Fuego? —replicó—. Él ha encontrado los huesos.

Garra de Tigre entornó los ojos, erizando el pelo.

—Pues puede quedarse aquí y contárselo todo a Estrella Azul cuando regrese —maulló desdeñosamente.

—¿Es que vais a marcharos antes de que ella vuelva? —inquirió Corazón de Fuego.

—Por supuesto —bufó el lugarteniente—. ¡Esto hay que zanjarlo ahora mismo!

Se volvió hacia Tormenta Blanca y sacudió la cola. Corazón de Fuego se quedó mirando cómo los dos guerreros salían disparados del campamento, con Cebrado, Sauce, Musaraña y Viento Veloz pisándoles los talones. Oyó sus pisadas sobre la tierra helada mientras se dirigían a la ladera del barranco.

De pronto cayó en la cuenta de lo vacío que estaba el campamento. Cuando Escarcha y Medio Rabo se acercaron a olisquear los huesos de conejo, Corazón de Fuego les preguntó:

—¿Quiénes han ido con Estrella Azul?

Escarcha levantó la vista:

—Látigo Gris, Rabo Largo y Zarpa Rauda.

Un viento helado alborotó el pelaje de Corazón de Fuego. El joven esperó que fuera eso lo que lo había hecho estremecerse. Él era el único guerrero que quedaba en el campamento.

—¿Podrías ir a la guarida de los aprendices para ver si Polvoroso está allí? —le pidió a Arenisca.

Ella asintió, cruzó el claro y se asomó al refugio. Luego volvió a sacar la cabeza.

—Está aquí. Dormido, con Fronde.

Fauces Amarillas llegó procedente de su guarida y levantó la cabeza. Corazón de Fuego se relajó al ver a la vieja curandera. Entornó los ojos para saludarla, pero cuando ella olisqueó el aire, los ojos se le nublaron de miedo. Con pasos lentos y rígidos, se acercó a los huesos de conejo y los olfateó uno por uno.

Corazón de Fuego la observó, preguntándose por qué estaría tan interesada en aquellos huesos viejos.

Por fin, Fauces Amarillas alzó la vista hacia Corazón de Fuego.

—¡Estrella Rota! —exclamó con voz estrangulada de espanto.

—¿Estrella Rota? —repitió el joven. Entonces lo entendió. Por eso el olor de los helechos le resultaba conocido: era el olor de Estrella Rota—. ¿Estás segura? —maulló con urgencia—. Garra de Tigre ya ha salido hacia el territorio del Clan de la Sombra.

—¡No hay que culpar de esto al Clan de la Sombra! —exclamó Fauces Amarillas—. Es obra de Estrella Rota y sus secuaces. Yo fui la curandera del Clan de la Sombra. Asistí al nacimiento de todos. Conozco sus olores tan bien como el mío. —Hizo una pausa—. Debes encontrar a Garra de Tigre y detenerlo. Si ataca al Clan de la Sombra, ¡estará cometiendo un error gravísimo!

Corazón de Fuego notó que la sangre le rugía en los oídos, aturdiéndolo. ¿Qué debería hacer?

—Pero ¡es que soy el único guerrero que queda! —le explicó a Fauces Amarillas sin aliento—. ¿Y si Estrella Rota ataca el campamento mientras estoy fuera? Ya lo hizo en otra ocasión. Quizá los huesos sean una trampa para que dejemos el campamento desprotegido.

—Tienes que contárselo a Garra de Tigre antes de que… —suplicó la vieja gata, pero el joven negó con la cabeza.

—No puedo dejaros solos.

—Entonces ¡iré yo! —espetó Fauces Amarillas.

—¡No! ¡Iré yo! —maulló Arenisca.

Corazón de Fuego miró a una gata y otra. No podía permitirse mandar a ninguna de las dos, necesitaba la fuerza y la destreza de ambas para proteger al clan. Pero Fauces Amarillas tenía razón: podría derramarse sangre inocente. El verdadero invasor era Estrella Rota; el Clan del Trueno no tenía cuentas que saldar con el de la Sombra. Tendría que enviar a otro gato. Cerró los ojos para pensar, y dio con la respuesta al cabo de un momento.

—¡Fronde! —llamó, abriendo los ojos.

El joven aprendiz salió de su guarida y cruzó el claro hacia Corazón de Fuego.

—¿Qué ocurre? —preguntó, parpadeando soñoliento.

—Tengo una misión urgente para ti.

Fronde se sacudió de arriba abajo y se irguió al máximo.

—Sí, Corazón de Fuego —maulló.

—Debes encontrar a Garra de Tigre. Se ha llevado un pelotón de combate para atacar a una patrulla del Clan de la Sombra. ¡Deténlo y cuéntale que es Estrella Rota quien ha estado invadiendo nuestro territorio!

A Fronde se le dilataron los ojos, alarmado, pero Corazón de Fuego continuó:

—A lo mejor tienes que atravesar el Sendero Atronador. Sé que aún no te han entrenado para eso… —Al joven lo asaltaron imágenes del cuerpo destrozado de Carbonilla, pero logró apartarlas. Miró a Fronde a los ojos—. Debes encontrar a Garra de Tigre —repitió—, ¡o habrá una guerra entre clanes sin ningún motivo!

Fronde asintió, con ojos tranquilos y resueltos.

—Lo encontraré —prometió el aprendiz atigrado.

—Que el Clan Estelar te acompañe —murmuró Corazón de Fuego, estirando el cuello para tocar el costado de Fronde con la nariz.

El aprendiz dio media vuelta y salió corriendo por el túnel de aulagas. Corazón de Fuego lo observó marcharse, haciendo un esfuerzo por conservar la calma. Carbonilla… el Sendero Atronador… las imágenes volvieron a asaltarlo. El joven guerrero sacudió la cabeza para aclararse la mente, no había tiempo para preocuparse ahora. Si Estrella Rota se hallaba en territorio del Clan del Trueno, había que preparar el campamento para un ataque.

—¿Qué pasa? —preguntó Polvoroso, que acababa de salir de la guarida de los aprendices.

Corazón de Fuego le lanzó una mirada, corrió al centro del claro y subió de un salto a la Peña Alta. El claro parecía quedar muy lejos de sus temblorosas patas. Tragó saliva a duras penas y empezó a pronunciar la llamada habitual.

—Que todos los gatos lo bastante mayores para… —Pero ¡esas palabras llevaban demasiado tiempo!—. ¡El campamento está en peligro! —aulló con urgencia—. ¡Venid todos aquí de inmediato!

Los veteranos y las reinas —seguidas por sus cachorros— salieron corriendo de sus refugios. Se quedaron pasmados al ver a Corazón de Fuego subido a la Peña Alta. Carbonilla apareció cojeando por el túnel de helechos y miró a Corazón de Fuego con ojos penetrantes y relucientes. Cuando el joven guerrero la vio, el campamento dejó de moverse bajo sus patas.

—¿Qué sucede? —exigió saber Tuerta, el miembro más viejo del Clan del Trueno—. ¿Qué crees que estás haciendo ahí arriba?

Corazón de Fuego no vaciló.

—Estrella Rota ha vuelto. Es posible que ahora mismo se encuentre en territorio del Clan del Trueno. Si ataca, debemos estar preparados. Los cachorros y los veteranos se quedarán en la maternidad. El resto debéis estar listos para luchar…

Desde el túnel de aulagas, un alarido amenazador interrumpió el discurso de Corazón de Fuego. Un atigrado marrón oscuro, delgado, con el pelo apelmazado y las orejas desgarradas, entró en el campamento con largas zancadas. Su cola erizada estaba doblada por el medio, como una rama rota.

—¡Estrella Rota! —exclamó Corazón de Fuego con voz ahogada; instintivamente, sacó las uñas y se le erizó hasta el último pelo.

Cuatro guerreros sarnosos aparecieron detrás de su líder; sus ojos llameaban de odio.

—¡De modo que tú eres el único guerrero que queda aquí! —siseó Estrella Rota mostrando los dientes—. ¡Esto va a ser más fácil de lo que pensaba!