Corazón de Fuego se quedó mirando al cachorrito.
—Nunca habría esperado… —empezó. Miró a su hermana, incapaz de hablar.
—Mis dueños elegirán dónde van a vivir los otros —explicó Princesa—. Pero éste es mi primogénito y quiero ser yo quien decida su futuro. —Alzó la barbilla—. Conviértelo en un héroe, por favor. ¡Como tú!
La perturbadora sensación de soledad que había lastrado a Corazón de Fuego durante tanto tiempo empezó a menguar. Se imaginó al cachorro en el clan, mientras él le enseñaba las costumbres de la vida en el bosque y cazaba a su lado a través de los frondosos helechos. Por fin habría otro miembro del Clan del Trueno que compartiría sus raíces como gato doméstico.
Princesa ladeó la cabeza.
—Sé lo triste que estabas por lo de tu aprendiza. He pensado que si tenías un nuevo aprendiz, uno de tu misma sangre, no te sentirías tan solo. —Estiró el cuello y pegó la nariz al costado de su hermano—. No comprendo todas las costumbres de tu clan, pero viéndote y oyéndote hablar de tu vida, sé que me sentiría honrada si mi hijo se criara como un gato de clan.
Una vez pasado el primer estallido de felicidad, Corazón de Fuego pensó en el resto de su clan y en lo desesperadamente que necesitaban gatos luchadores. Carbonilla ya nunca sería guerrera. ¿Y si la neumonía se llevaba más vidas que la de Estrella Azul? El Clan del Trueno podría necesitar a aquel cachorro.
De pronto, reparó en la llovizna que se le pegaba al cuerpo. El pequeño necesitaba cobijarse, y pronto. Parecía fuerte, pero todavía era demasiado chiquitín para resistir mucho tiempo el frío y la humedad.
—Me lo llevaré —maulló—. Le has hecho un magnífico regalo al Clan del Trueno, hermana. ¡Y yo lo entrenaré para que sea el mejor guerrero que jamás se haya visto!
Bajó la cabeza y agarró al cachorro por el pescuezo.
Los ojos de Princesa relucían de gratitud y orgullo.
—Gracias, hermano —ronroneó—. Quién sabe, ¡quizá mi hijo llegue a ser líder y reciba el don de las nueve vidas!
Corazón de Fuego miró afectuosamente su rostro confiado y esperanzado. ¿De verdad pensaba su hermana que eso podía llegar a suceder? Luego lo invadió la duda. Iba a llevar a aquel gatito a un campamento infectado por la gripe y la neumonía. ¿Y si ni siquiera lograba llegar a la estación de la hoja nueva? Pero el acogedor aroma que desprendía el cachorro lo tranquilizó. Aquel pequeño sobreviviría. Era fuerte y tenía la misma sangre que él. Debía darse prisa: el cachorro ya estaba empezando a enfriarse. Se despidió de Princesa con un guiño y se internó corriendo en el sotobosque.
El gatito pesaba más de lo que había imaginado. Colgado de su boca, iba chocando contra sus patas delanteras, de lo que se quejaba con leves chillidos. Cuando Corazón de Fuego alcanzó por fin lo alto del barranco, tenía el cuello dolorido. Bajó al campamento con pisadas cautelosas, temeroso de resbalar en la nieve, que estaba derritiéndose muy rápidamente.
En la entrada, el joven guerrero vaciló, pues de pronto cayó en que tendría que explicar al clan la existencia de aquel cachorro; tendría que admitir que había visitado a su hermana, una gata doméstica. Pero ya era demasiado tarde. Notó cómo el pequeño temblaba. Corazón de Fuego cuadró los hombros y cruzó el túnel de aulagas. El gatito soltó agudos maullidos cuando una espina se le enganchó en el pelo. Varios pares de ojos se volvieron asombrados cuando Corazón de Fuego entró en el claro.
Los dos grupos de caza habían regresado ya. Musaraña, Tormenta Blanca, Arenisca y Fronde ya estaban en el claro. Sólo faltaba Látigo Gris. Uno a uno, el resto del clan salió de sus guaridas por el alboroto y el olor desconocido, pero ninguno dijo nada. Se quedaron mirando a Corazón de Fuego con expresión hostil y perpleja, como si él fuese un intruso.
El joven guerrero giró lentamente en el centro del claro, con el cachorro colgándole todavía de la boca, y miró al círculo de ojos inquisitivos. Empezó a sentir la boca seca. ¿Por qué había dado por supuesto que el clan aceptaría a un cachorro que ni siquiera había nacido en el bosque?
Sintió alivio cuando Estrella Azul salió de la guarida de la curandera. Pero a la líder se le dilataron los ojos de sorpresa al verlo.
—¿Qué ocurre aquí? —exigió saber.
Un estremecimiento funesto recorrió a Corazón de Fuego. Depositó al cachorro entre sus patas delanteras y lo rodeó con la cola para mantenerlo caliente.
—Es el primogénito de mi hermana —explicó.
—¡Tu hermana! —Garra de Tigre lo fulminó con una mirada acusatoria.
—¿Tienes una hermana? —inquirió Cola Pintada—. ¿Dónde?
—En el mismo sitio donde nació él, por supuesto —resopló Rabo Largo asqueado—. ¡En las viviendas de Dos Patas!
—¿Es eso cierto? —preguntó Estrella Azul, con los ojos cada vez más abiertos.
—Sí —admitió Corazón de Fuego—. Mi hermana me ha dado a su hijo para que lo trajese al clan.
—¿Y por qué iba a hacer eso? —quiso saber la líder con una tranquilidad peligrosa.
—Yo le he hablado de la vida en el clan… de lo estupenda que es… —Pero no supo seguir ante la mirada incrédula de Estrella Azul.
—¿Cuánto tiempo llevas visitando las viviendas de los Dos Patas?
—No mucho; sólo desde que empezó la estación sin hojas. Pero únicamente voy a ver a mi hermana. Mi lealtad sigue estando con el clan.
—¿Lealtad? —El desdén de Rabo Largo recorrió el claro—. ¿Y aun así traes aquí a un minino de compañía?
—¿No basta ya con tener una mascota en el clan? —espetó un veterano con voz cascada.
—¡Fíate de una mascota para encontrar a otra mascota! —gruñó Polvoroso, erizando el pelo de indignación. Se volvió hacia Arenisca y le dio un empujoncito con el hocico. Ella lanzó una mirada de incomodidad a Corazón de Fuego y luego bajó la vista hacia sus patas.
—¿Por qué lo has traído aquí? —bramó Garra de Tigre.
—Necesitamos guerreros…
El gatito se retorció entre sus patas mientras hablaba, y Corazón de Fuego fue consciente de lo ridículo que debía de estar sonando. Agachó la cabeza al oír que sus palabras eran recibidas con maullidos desdeñosos.
Cuando los insultos se apagaron, Viento Veloz dijo:
—El clan ya tiene bastantes preocupaciones sin necesidad de esto.
—No será nada más que una carga —coincidió Musaraña—. Pasarán cinco lunas como mínimo antes de que ese cachorro esté listo para empezar a entrenarse.
Tormenta Blanca asintió, de acuerdo con Musaraña.
—No deberías haberlo traído, Corazón de Fuego. Será demasiado blandengue para la vida de clan.
Corazón de Fuego erizó el pelo.
—Yo nací como gato doméstico —dijo—. ¿Acaso soy un blandengue?
Él pensaba cuestionar los prejuicios del clan contra los gatos caseros, pero estaba equivocado. No logró ver ni una cara amistosa entre la multitud.
Por detrás de Tormenta Blanca sonó una voz:
—Si ese cachorro tiene la misma sangre que Corazón de Fuego, será un buen gato de clan.
Sintió un gran alivio. ¡Era Látigo Gris! En su pecho brotó una breve esperanza cuando Tormenta Blanca se apartó a un lado y los otros gatos se volvieron hacia el joven guerrero gris. Su amigo paseó la mirada por el círculo de gatos, observándolos uno a uno con firmeza y calma.
—Qué novedad que hables a favor de tu amigo. ¡Anoche querías hacerlo trizas! —se mofó Rabo Largo.
Látigo Gris lo miró ceñudo, y se volvió de golpe cuando Cebrado lo provocó:
—¡Sí, Látigo Gris! ¿Cómo sabes que la sangre de Corazón de Fuego es buena para el Clan del Trueno? ¿Es que la probaste anoche cuando intentabas arrancarle un trozo de pata?
Estrella Azul se adelantó con los ojos ensombrecidos de inquietud.
—Corazón de Fuego, creo que no pretendías ser desleal al clan al visitar a tu hermana, pero ¿por qué has accedido a traer aquí a ese cachorro? No te corresponde a ti tomar decisiones como ésa. Lo que has hecho afecta a todo el clan.
Corazón de Fuego se volvió hacia Látigo Gris con la esperanza de obtener más apoyo, pero su amigo no le devolvió la mirada. Luego miró alrededor, y todos los ojos desviaron la vista. El joven guerrero empezó a sentir pánico. ¿Había puesto en peligro su posición en el clan al llevar allí al hijo de Princesa?
Estrella Azul habló de nuevo:
—Garra de Tigre, ¿tú qué opinas?
—¿Que qué opino? —maulló el lugarteniente, y Corazón de Fuego se estremeció ante su tono de arrogante satisfacción—. Pues que deberíamos deshacernos del cachorro inmediatamente.
—¿Flor Dorada?
—La verdad es que parece demasiado pequeño para sobrevivir hasta la estación de la hoja nueva —señaló la reina anaranjada.
—¡Tendrá neumonía para cuando se ponga el sol! —añadió Musaraña.
—O se comerá nuestras presas hasta la próxima nevada, y entonces morirá de frío —resopló Viento Veloz.
Estrella Azul inclinó la cabeza.
—Ya es suficiente. Debo reflexionar sobre esto.
Se encaminó a su guarida y desapareció en el interior, mientras el resto del clan se dispersaba entre murmullos.
Corazón de Fuego agarró al empapado cachorro y se lo llevó al dormitorio de los guerreros. El pequeño estaba temblando y gimoteaba lastimeramente. Su tío lo rodeó con el cuerpo y cerró los ojos, pero en su mente daban vueltas los rostros hostiles del clan, llenándole el corazón de temor. Pensó que había estado solo en otras ocasiones, pero ahora parecía como si todo el clan lo hubiera repudiado.
Látigo Gris entró en la guarida y se acomodó en su lecho. Corazón de Fuego le lanzó una mirada nerviosa. Su amigo había sido el único en salir en su defensa, y él quería agradecérselo. Tras una pausa incómoda, en la que el cachorro no paró de gimotear, masculló:
—Gracias por dar la cara por mí.
Látigo Gris se encogió de hombros.
—Bueno, sí —maulló—. Nadie más iba a hacerlo.
Luego dobló el cuello y empezó a lavarse la cola.
El cachorro seguía lloriqueando, y sus maullidos eran cada vez más fuertes. Algunos guerreros entraron en el dormitorio para resguardarse de la lluvia; Sauce lanzó una mirada a tío y sobrino, pero no dijo ni una palabra.
—¿No puedes hacer que esa cosa cierre el pico? —se quejó Rabo Largo mientras ahuecaba el musgo de su lecho.
Corazón de Fuego lamió desesperadamente al cachorro. A esas alturas debía de tener mucha hambre. Un roce en la pared lo hizo levantar la vista: era Escarcha. La reina se acercó a la cama del joven guerrero y contempló al desdichado gatito.
—Estaría mejor en la maternidad —murmuró—. Pecas tiene leche de sobra. Yo podría pedirle que le diera de comer.
Corazón de Fuego se quedó mirándola sorprendido, y ella le sostuvo la mirada con calidez.
—No he olvidado que tú rescataste a mis pequeños de las garras del Clan de la Sombra —dijo la gata.
Corazón de Fuego volvió a agarrar al cachorro por el pescuezo y siguió a Escarcha. La lluvia había arreciado, y corrieron juntos a la maternidad. Escarcha desapareció por la angosta entrada, mientras Corazón de Fuego la seguía retorciéndose. Se detuvo en el interior del espeso zarzal, entornando los ojos hasta que se le acostumbraron a la penumbra. Dentro de aquel capullo oscuro y seco se encontraba Pecas, rodeando a sus dos hijos sanos. Miró con recelo a Corazón de Fuego y al pequeño que sujetaba.
Escarcha le susurró:
—Una de las crías de Pecas murió anoche.
El joven guerrero recordó a los gatitos que se retorcían junto a Fauces Amarillas y se preguntó, con una punzada de pena, cuál habría muerto. Dejó a su sobrino en el suelo y se volvió hacia Pecas.
—Lo lamento —musitó.
Ella lo miró con ojos de dolor.
—Pecas —empezó Escarcha—, sólo puedo imaginar cuánto estás sufriendo, pero este pequeño está desfallecido de hambre y tú tienes leche. ¿Querrías alimentarlo?
Pecas negó con la cabeza y cerró los ojos, como para negar la presencia de Corazón de Fuego en la maternidad.
Escarcha estiró el cuello y pegó el hocico a la mejilla de Pecas, dulcemente.
—Sé que no va a sustituir a tu hijito —le susurró—. Pero necesita de tu calor y tus cuidados.
Corazón de Fuego esperó con inquietud. Los gemidos del cachorro aumentaron. Había olido la leche de la joven reina y empezó a dirigirse a tientas hacia su vientre. Se abrió paso entre los hijos de Pecas. Ésta lo miró avanzar serpenteando, atraído por el aroma de su leche. Y no se resistió cuando el pequeño se pegó a su vientre y se puso a mamar. Corazón de Fuego sintió alivio y gratitud al ver que los ojos de Pecas se suavizaban y que el cachorro blanco comenzaba a ronronear, presionando el estómago de la reina con sus diminutas patas.
Escarcha asintió.
—Gracias, Pecas. ¿Puedo decirle a Estrella Azul que tú cuidarás del pequeño?
—Sí —contestó Pecas en voz baja, sin apartar los ojos del cachorro blanco, y lo apretó más contra su vientre con una de sus patas traseras.
Corazón de Fuego ronroneó y bajó la cabeza para tocarle el omóplato con la nariz.
—Muchas gracias. Te traeré carne extra todos los días.
—Voy a informar a Estrella Azul —maulló Escarcha.
Corazón de Fuego levantó la vista hacia la reina blanca, conmovido por su amabilidad.
—Gracias, Escarcha.
—Ningún cachorro merece morir, haya nacido en un clan o no —declaró antes de salir a través de las zarzas.
—Ya puedes irte —le murmuró Pecas a Corazón de Fuego—. Tu pequeño estará a salvo conmigo.
El joven guerrero asintió y siguió a Escarcha bajo la lluvia. Pensó en regresar a su dormitorio, pero sabía que no podría estar tranquilo hasta oír la decisión de Estrella Azul sobre el hijo de Princesa.
Mientras se paseaba por el claro y el pelo se le iba apelmazando en mechones mojados, vio que Escarcha salía de la guarida de Estrella Azul y volvía corriendo a la maternidad.
Sauce estaba preparándose para dirigir la patrulla nocturna cuando por fin salió Estrella Azul de su refugio. Corazón de Fuego se detuvo, presa del nerviosismo. Estrella Azul saltó a la Peña Alta y lanzó su conocido llamamiento:
—Que todos los gatos lo bastante mayores para cazar sus propias presas se reúnan bajo la Peña Alta.
La patrulla dio media vuelta desde la entrada del campamento y siguió a Sauce hasta el lugar de reunión. El resto del clan empezó a abandonar sus refugios secos, refunfuñando por la lluvia. Garra de Tigre saltó a la roca junto a Estrella Azul, con rostro ceñudo.
«Van a ordenarme que devuelva al pequeño», pensó Corazón de Fuego. Luego lo asaltaron pensamientos aún más negros: «¿Y si Estrella Azul le pide a Garra de Tigre que abandone al cachorro en el bosque? Allí no sobrevivirá. Oh, Clan Estelar, ¿qué voy a decirle a Princesa?».
Cuando todos los gatos guardaron silencio, Estrella Azul tomó la palabra.
—Gatos del Clan del Trueno, nadie puede negar que necesitamos guerreros. Ya hemos perdido un cachorro por neumonía, y faltan muchas lunas hasta la estación de la hoja nueva. Carbonilla ha resultado gravemente herida y ya nunca será guerrera. Como Látigo Gris ha señalado con gran acierto…
Corazón de Fuego oyó que Polvoroso susurraba cerca de él:
—¡Últimamente, Látigo Gris se está volviendo también un minino de compañía!
Giró la cabeza, pero un bufido de advertencia de un veterano hizo callar a Polvoroso antes de que el joven guerrero pudiera decir algo.
—Como ha señalado Látigo Gris —repitió Estrella Azul—, ese cachorro tiene la misma sangre que Corazón de Fuego, de modo que lo más probable es que se convierta en un gran guerrero.
Algunos miraron de reojo a Corazón de Fuego, pero éste apenas prestó atención al cumplido de la líder. En su pecho estaba brotando la esperanza y se sentía aturdido.
Estrella Azul enmudeció un momento para observar a los gatos que tenía delante.
—He decidido que aceptaremos al cachorro en el clan —declaró.
Nadie emitió sonido alguno. Corazón de Fuego tuvo ganas de maullar su agradecimiento al Clan Estelar, pero se mordió la lengua. Respiró hondo por primera vez desde que el sol estaba en lo más alto. ¡Una criatura de su propia familia iba a formar parte del Clan del Trueno!
—Pecas se ha ofrecido a cuidarlo —continuó Estrella Azul—, así que Corazón de Fuego tendrá que proporcionarle a Pecas todo lo que ella necesite. —La líder miró al joven guerrero, pero éste no supo descifrar su expresión—. Por último, el cachorro debería tener un nombre. Será conocido como Pequeño Nimbo.
—¿Habrá una ceremonia de nombramiento? —preguntó Musaraña entre la multitud.
Corazón de Fuego miró ansiosamente a la Peña Alta. ¿Concederían ese privilegio al hijo de su hermana, como hicieron con él cuando el clan lo aceptó formalmente?
Estrella Azul miró a Musaraña con ojos fríos.
—No —respondió.