Garra de Tigre se volvió hacia sus guerreros con los ojos destellando de frustración.
—Tendremos que esperar —gruñó.
La patrulla se encaminó de nuevo hacia casa. Corazón de Fuego elevó una oración silenciosa al Clan Estelar, pero tenía mal sabor de boca. Ahora nunca sabría si habría podido llevar a cabo el ataque. No era sólo que no se fiara de Látigo Gris; ahora ya no se fiaba ni de sí mismo.
El joven guerrero no dijo ni una palabra en todo el camino de vuelta. De vez en cuando, veía que Garra de Tigre le lanzaba una mirada por encima de sus poderosos omóplatos. Fue una caminata lenta. La luz del corto día invernal se estaba desvaneciendo cuando por fin alcanzaron lo alto del barranco. Corazón de Fuego esperó a que los otros guerreros bajaran primero. Para cuando atravesó el túnel de aulagas, Garra de Tigre ya estaba explicándole al decepcionado clan que el hielo del río se había fundido.
Corazón de Fuego empezó a bordear el claro buscando a Látigo Gris. Necesitaba saber si su amigo había salido del campamento, e instintivamente se encaminó a la maternidad. Al acercarse a la masa de zarzas enmarañadas, oyó un maullido familiar.
—¡Corazón de Fuego!
El joven sintió un destello de esperanza. A lo mejor Látigo Gris estaba realmente agradecido porque él se hubiese ofrecido a ocupar la última plaza del grupo de asalto. Siguió la voz de su amigo hasta las sombras que se extendían tras la maternidad.
Maulló quedamente en la oscuridad, pero no logró ver a Látigo Gris. De pronto, algo impactó contra su costado con gran potencia, y se volvió con todos los sentidos alerta. Vio a su amigo con el pelo erizado, recortado en la penumbra.
Látigo Gris atacó de nuevo, y Corazón de Fuego se apartó justo a tiempo para esquivar una gran zarpa dirigida a su oreja.
—¿Te has vuelto loco? —balbució.
Látigo Gris agachó las orejas y bufó.
—¡No has confiado en mí! ¡Pensabas que traicionaría al clan!
Lanzó un nuevo zarpazo, y esta vez acertó a la oreja de su amigo, que se sintió atravesado de dolor y rabia.
—¡Sólo quería evitar que tuvieras que elegir! —le espetó—. Aunque ahora mismo no estoy seguro de dónde recae tu lealtad.
Látigo Gris embistió y lo derribó de espaldas. Los dos pelearon con las uñas desenvainadas.
—Yo tomo mis propias decisiones —gruñó Látigo Gris.
Corazón de Fuego consiguió zafarse y saltó sobre el lomo de su amigo.
—¡Estaba intentando protegerte!
—¡No necesito que me protejan!
Cegado por la furia, Corazón de Fuego clavó las garras en la piel de Látigo Gris, pero éste dio una vuelta de campana y ambos salieron rodando de detrás de la maternidad.
Los gatos del claro se apartaron del camino de los dos jóvenes guerreros enzarzados. Corazón de Fuego maulló furioso cuando su amigo le mordió una pata delantera. Blandió una zarpa y lo arañó encima del ojo. Látigo Gris se desquitó bajando la cabeza y clavándole los dientes en la pata trasera.
—¡Deteneos de una vez!
El severo maullido de Estrella Azul hizo que los jóvenes guerreros se quedaran de piedra. Corazón de Fuego soltó a su amigo y se apartó a un lado, dolorido. Látigo Gris retrocedió con el pelo erizado. Con el rabillo del ojo, Corazón de Fuego vio que Garra de Tigre sonreía con regocijo apenas disimulado, mostrando los dientes.
—Corazón de Fuego, quiero verte en mi guarida… ¡ahora mismo! —gruñó Estrella Azul, echando fuego por sus ojos azules—. Látigo Gris, ¡vete a tu dormitorio y quédate allí!
El resto del clan se desvaneció entre las sombras, mientras Corazón de Fuego cojeaba tras la líder hasta su guarida. Mantuvo los ojos clavados en el suelo, sintiéndose deshecho y confundido.
La gata se sentó en el suelo arenoso y miró un momento al joven guerrero con incredulidad. Luego maulló furiosa:
—¿De qué va todo esto?
Él sacudió la cabeza. Por muy enfadado que estuviera, no podía desvelar el secreto de su amigo.
Estrella Azul cerró los ojos y respiró hondo.
—Soy consciente de que las emociones están a flor de piel en el campamento, pero nunca habría esperado ver una riña ente tú y Látigo Gris. ¿Estás herido?
A Corazón de Fuego le escocían la oreja y la pata delantera, pero se encogió de hombros y murmuró:
—No.
—¿Piensas contarme de qué va todo esto?
El joven la miró a los ojos con toda la firmeza que pudo.
—Estrella Azul, lo lamento. No puedo explicártelo. —«Al menos eso es verdad», pensó.
—Muy bien —maulló la líder al cabo—. Podéis solucionar este asunto por vuestra cuenta. El clan se enfrenta a un momento difícil, y no voy a tolerar esta clase de altercados. ¿Entendido?
—Sí, Estrella Azul. ¿Puedo irme?
La gata asintió, y el joven guerrero salió de allí renqueando. Sabía que había defraudado a su antigua mentora, pero le resultaba imposible confiarse a ella. La última vez que lo había hecho —contándole las acusaciones de Cuervo contra Garra de Tigre—, ella no le creyó. Y si le creía ahora, entonces estaría traicionando a su mejor amigo.
Con el estómago revuelto por la inquietud, cruzó a rastras el claro hasta el dormitorio de los guerreros. Se acomodó en su lecho, junto a Látigo Gris, y se acurrucó hasta formar un ovillo apretado. Se quedó allí, inmóvil, consciente del cuerpo tenso de su amigo a su lado, hasta que por fin lo venció el sueño.
Se despertó muy temprano por la mañana. El sol aún no había salido, y el claro estaba vacío cuando lo atravesó en dirección al refugio de Fauces Amarillas. Quería ver a Carbonilla.
La curandera estaba dormida, enroscada junto a los cachorros enfermos de Pecas. Los pequeños se retorcían en silencio en su cama, con los ojos cerrados. Fauces Amarillas roncaba sonoramente. Corazón de Fuego no quería despertarla, de modo que fue sigilosamente al lecho de Carbonilla y se asomó.
La gatita gris también dormía. Ya no tenía sangre en el pelo. Corazón de Fuego se preguntó si se habría limpiado ella misma o si la habría lavado Fauces Amarillas. Se agachó junto a la convaleciente y la observó respirar. Había algo relajante en el modo en que sus costados subían y bajaban. Parecía más tranquila que la última vez.
El joven se quedó allí hasta que la luz de la aurora se filtró a través de los helechos y oyó que los gatos del clan empezaban a moverse. Entonces se puso en pie. Se inclinó hacia Carbonilla y le tocó el costado suavemente con la nariz.
En ese momento Fauces Amarillas se desperezó y abrió los ojos.
—¿Corazón de Fuego?
—He venido a ver a Carbonilla.
—Está cada vez mejor —dijo la curandera levantándose.
Al joven gato se le empañaron los ojos de alivio.
—Gracias, Fauces Amarillas.
Cuando regresó al claro principal, Garra de Tigre estaba dirigiéndose a un grupo de guerreros y aprendices. Reparó en Corazón de Fuego inmediatamente.
—Qué detalle que hayas aparecido —gruñó—. Látigo Gris también acaba de unirse a nosotros. Ha tenido unas palabritas con Estrella Azul.
El joven le lanzó una ojeada a su amigo, pero éste estaba mirando al suelo. Los otros guerreros observaron en silencio cómo Corazón de Fuego se apresuraba a sentarse junto a Arenisca.
—Mientras dure este deshielo, el bosque estará rebosante de presas —continuó Garra de Tigre—. Estarán hambrientas después de haber permanecido resguardadas en sus madrigueras. Será una buena ocasión de cazar tantas como podamos.
—Pero todavía hay carne fresca en el depósito de nieve —señaló Polvoroso.
—Pronto se habrá convertido en carroña —repuso Garra de Tigre—. Debemos aprovechar cualquier oportunidad de cazar. Conforme avance la estación sin hojas, las presas empezarán a desaparecer, y lo que quede será demasiado escaso.
Los guerreros asintieron, de acuerdo con su lugarteniente.
—Rabo Largo —llamó Garra de Tigre, volviéndose hacia el atigrado claro—, quiero que organices los equipos de caza.
El gato asintió, y Garra de Tigre se levantó para encaminarse a la guarida de Estrella Azul. Al verlo desaparecer tras la cortina de liquen, Corazón de Fuego no pudo evitar preguntarse si la líder y el lugarteniente comentarían su pelea con Látigo Gris.
La voz de Rabo Largo lo sacó de sus pensamientos.
—¡Corazón de Fuego! Arenisca y tú podéis uniros a Musaraña. Látigo Gris puede cazar con Tormenta Blanca y Fronde. Creo que será mejor que no os ponga juntos en el mismo grupo.
Entre los reunidos sonaron ronroneos divertidos, pero Corazón de Fuego entornó los ojos con rabia. Se consoló examinando la mella que había dejado en la oreja de Rabo Largo cuando éste lo ofendió en su primer día en el campamento.
—Buena pelea la de anoche —dijo Musaraña con voz áspera y un brillo malicioso en los ojos—. Casi compensó la batalla que nos habíamos perdido.
Corazón de Fuego torció el gesto cuando Polvoroso añadió:
—¡Sí! Bonitos movimientos, Corazón de Fuego… ¡para un minino casero!
El joven guerrero rechinó los dientes y miró al suelo, sacando y metiendo las uñas.
Los dos grupos salieron juntos del campamento. Al enfilar la senda que ascendía por el barranco, Corazón de Fuego miró al cielo. Las nubes de lluvia que había visto la noche anterior ya habían cubierto el sol y la nieve estaba empezando a derretirse.
Musaraña condujo a Arenisca y Corazón de Fuego a través del pinar.
—Me llevaré a Arenisca conmigo —le dijo la guerrera a Corazón de Fuego—. Tú puedes cazar solo. Nos veremos de nuevo en el campamento cuando el sol esté en lo más alto.
Él se sintió aliviado ante la idea de estar a solas. Empezó a acechar entre los pinos; aún le costaba creer que Látigo Gris y él se hubiesen peleado tan violentamente. Se sentía perdido y solo sin su viejo amigo, aunque lo cierto es que ya no lo reconocía apenas. Se preguntó si podrían volver a ser amigos alguna vez.
Hasta que sintió la blandura de las hojas bajo las zarpas, no se dio cuenta de que había ido hasta el robledal que se extendía tras las viviendas de Dos Patas. Pensó en Princesa y se preguntó si sus pasos lo habrían llevado hasta la casa de ella por alguna razón.
Fue directo a la valla del jardín de su hermana y la llamó quedamente. Luego regresó al bosque y esperó entre la maleza.
Poco después, oyó unos ruiditos en la valla y captó el aroma de su hermana. Estaba a punto de saltar para reunirse con ella cuando captó un segundo olor, éste desconocido.
Hubo un crujido en los helechos y apareció Princesa. Llevaba un diminuto gatito en la boca. Cuando su hermano se le acercó, ella lo saludó con un cálido maullido sin soltar aquel fardo peludo.
El cachorro era muy pequeño. Corazón de Fuego supuso que no lo destetarían antes de la siguiente luna. Princesa apartó un poco de nieve con la pata y lo depositó delicadamente sobre las hojas. Luego se sentó para rodearlo con su gruesa cola.
Corazón de Fuego se sintió embargado por la emoción. Aquel pequeño era de su misma sangre, y había nacido como un gato doméstico, igual que él. En silencio, el joven guerrero saludó a Princesa frotándola con el hocico, y se inclinó para olfatear al cachorro. Olía a calidez y leche… algo extraño, pero de algún modo familiar. Le dio un tierno lametón en la cabeza y el pequeño maulló, abriendo una boquita rosa de dientecitos blancos.
Princesa miró a su hermano con ojos centelleantes.
—Lo he traído para ti, Corazón de Fuego —maulló dulcemente—. Quiero que te lo lleves a tu clan para que se convierta en tu nuevo aprendiz.