En los siguientes días, Corazón de Fuego estuvo reprimiendo las ganas de visitar a su hermana. Su deseo de estar con su parentela doméstica hacía que se sintiera incómodo, y se mantuvo atareado cazando en el bosque nevado para reponer las reservas del campamento.
Esa tarde había tenido una buena caza, y volvía al campamento con dos ratones y un pinzón mientras el sol descendía tras los árboles. Enterró los ratones en el depósito de nieve y se llevó el pinzón para cenar.
Al terminar de comer, vio que Tormenta Blanca se dirigía hacia él.
—Quiero que te lleves a Arenisca en la patrulla del alba —le dijo el gran guerrero blanco—. Hemos captado el olor del Clan de la Sombra en el Árbol de la Lechuza.
—¿El Clan de la Sombra? —repitió el joven, alarmado; quizá, después de todo, Garra de Tigre sí había encontrado pruebas de una invasión—. Tenía planeado salir mañana con Fronde.
—¿Es que Látigo Gris no está mejor ya? —preguntó Tormenta Blanca—. Él puede ocuparse de Fronde.
«¡Por supuesto!», pensó Corazón de Fuego. Y, a lo mejor, entrenar a su aprendiz mantendría a Látigo Gris alejado de Corriente Plateada por una vez. Pero eso significaba que él tendría que patrullar con Arenisca. No pudo evitar pensar en la mirada de rabia que le había lanzado la gata cuando interrumpió su pelea con una guerrera del Clan del Río junto al precipicio.
—¿Sólo Arenisca y yo? —preguntó.
Tormenta Blanca lo miró sorprendido.
—Arenisca ya es casi una guerrera y tú puedes cuidar de ti mismo —repuso.
Tormenta Blanca había malinterpretado su preocupación. Corazón de Fuego no temía ser atacado por guerreros enemigos; temía el hecho de que Arenisca lo odiaba tanto como Polvoroso. Pero no se lo explicó a Tormenta Blanca.
—¿Arenisca ya lo sabe? —preguntó.
—Puedes decírselo tú.
Corazón de Fuego agitó las orejas. No creía que a la gata fuera a entusiasmarle la idea de patrullar con él, pero no protestó.
Tormenta Blanca asintió levemente y se marchó al refugio de los guerreros. El joven mentor suspiró y se encaminó hacia donde estaba Arenisca, con los otros aprendices.
—Arenisca —empezó, moviéndose nerviosamente—. Tormenta Blanca quiere que patrulles conmigo mañana al amanecer.
Esperaba un bufido de resentimiento, pero ella se limitó a mirarlo y decir:
—Bien.
Incluso Polvoroso pareció sorprendido.
—V… vale —repuso Corazón de Fuego, pasmado—. Entonces nos vemos al alba.
—Al alba —aprobó Arenisca.
Corazón de Fuego decidió contarle a Látigo Gris las noticias sobre la falta de hostilidad de Arenisca. Ésa podría ser una oportunidad para que empezaran a hablarse de nuevo. Látigo Gris estaba compartiendo lenguas con Viento Veloz junto a la mata de ortigas.
—Hola, Corazón de Fuego —lo saludó Viento Veloz al verlo acercarse.
—Hola.
Corazón de Fuego miró a Látigo Gris con expectación, pero su viejo amigo había vuelto la cabeza. A Corazón de Fuego se le cayó el alma a los pies. Bajó la cabeza y se fue a la cama. Estaba deseando salir de patrulla y alejarse del campamento.
A la mañana siguiente, cuando salió de su guarida, el cielo relucía con un rosa palidísimo.
Arenisca estaba esperándolo fuera del túnel de aulagas.
—Eh, hola —la saludó, un poco incómodo.
—Hola —respondió ella quedamente.
Corazón de Fuego se sentó.
—Esperemos a que regrese la patrulla nocturna —propuso.
Permanecieron en silencio hasta que oyeron el familiar susurro entre los arbustos que anunciaba la vuelta de Tormenta Blanca, Rabo Largo y Musaraña.
—¿Alguna señal del Clan de la Sombra?
—Hemos captado rastros que pertenecen indudablemente al Clan de la Sombra —respondió Tormenta Blanca muy serio.
—Pero es extraño —añadió Musaraña frunciendo el entrecejo—. Siempre es el mismo grupo de olores. El Clan de la Sombra debe de estar enviando siempre a los mismos guerreros.
—Será mejor que vosotros dos reviséis la frontera con el Clan del Río —sugirió Tormenta Blanca—. Nosotros no hemos tenido ocasión de patrullar por allí. Tened cuidado, y recordad que no queremos iniciar una batalla. Limitaos a buscar pruebas por si han estado cazando de nuevo en nuestra tierra.
—Muy bien, Tormenta Blanca —maulló Corazón de Fuego, y Arenisca asintió respetuosamente.
El joven guerrero abrió la marcha.
—Empezaremos por los Cuatro Árboles y avanzaremos a lo largo de la frontera hasta el pinar —dijo mientras ascendían por el barranco del campamento.
—Perfecto. Nunca he visto los Cuatro Árboles bajo la nieve.
Corazón de Fuego esperó captar sarcasmo en su voz, pero la gata parecía sincera.
Alcanzaron lo alto del barranco.
—Y ahora ¿por dónde? —preguntó, poniendo a prueba a Arenisca.
—¿Acaso piensas que no conozco el camino a los Cuatro Árboles? —protestó ella.
Corazón de Fuego lamentó haber actuado como un mentor, hasta que captó un brillo jovial en los ojos de Arenisca. Ésta salió disparada a través de los árboles y él se apresuró a seguirla.
Resultaba estupendo correr de nuevo por el bosque junto a otro gato. Además, tuvo que admitir que Arenisca era rápida. A dos zorros de distancia, la gata saltó sobre el tronco de un árbol caído y desapareció.
Él fue tras ella, salvando el tronco de un salto. Al aterrizar al otro lado, algo lo golpeó por detrás. Se deslizó por la nieve, rodó sobre sí mismo y se levantó de un brinco.
Arenisca se le encaró agitando los bigotes:
—¡Sorpresa!
Corazón de Fuego bufó en broma y saltó sobre ella. Se quedó impresionado con la fuerza de la aprendiza, pero él tenía la ventaja del tamaño. Cuando por fin la inmovilizó sobre la nieve, ella protestó:
—¡Quítate de encima, pedazo de zoquete!
—Vale, vale —maulló el joven, soltándola—. Pero ¡tú te lo has buscado!
Arenisca se incorporó con el pelaje anaranjado cubierto de nieve.
—Parece que te hayas visto envuelto en una tormenta de nieve —le dijo al joven guerrero.
—Y tú también.
Se sacudieron los copos de encima.
—Vamos —maulló él—. Será mejor que continuemos.
Corrieron hombro con hombro hasta los Cuatro Árboles. Cuando llegaron a lo alto de la ladera sobre la que se dominaba el valle, el cielo era de un azul lechoso, y una débil luz solar iluminaba el espacio nevado. Los cuatro robles sin hojas se alzaban a sus pies, reluciendo por la escarcha.
Arenisca se quedó mirando con los ojos como platos. Corazón de Fuego esperó, conmovido por su entusiasmo, hasta que ella se volvió para proseguir.
—No sabía que la nieve le daría un aspecto tan distinto a todo —maulló mientras seguían la frontera con el Clan del Río.
Corazón de Fuego estuvo de acuerdo con ella.
Aminoraron el paso mientras se movían en silencio a lo largo de la línea de marcas olorosas, alertas para captar cualquier esencia nueva del Clan del Río a aquel lado de la frontera. Corazón de Fuego se detenía cada pocos árboles para dejar una nueva marca olorosa del Clan del Trueno.
De pronto, Arenisca frenó en seco.
—¿Te apetece algo de comer? —susurró.
Él asintió, y la aprendiza adoptó la posición de caza y avanzó entre la nieve, despacio, un paso tras otro. El gato siguió su mirada y vio un joven conejo debajo de un zarzal. Con un rápido bufido, Arenisca dio un salto y se internó entre las zarzas, donde agarró al conejo de un zarpazo y con un movimiento limpio lo atrajo hacia sí para acabar con su vida.
Corazón de Fuego se le acercó.
—¡Buena captura, Arenisca!
Ella pareció complacida y dejó la pieza en el suelo.
—¿Lo compartimos?
—Gracias.
—Ésta es una de las mejores cosas de patrullar —señaló la gata mientras comía.
—¿Cuál?
—Que puedes comerte lo que cazas en lugar de tener que llevarlo al campamento. ¡No sé en cuántas misiones de caza he estado a punto de morir de hambre!
Corazón de Fuego ronroneó divertido.
Volvieron a ponerse en marcha, bordeando las Rocas Soleadas para seguir la senda que se internaba en el bosque, cerca de la frontera del Clan del Río. Al alcanzar la cima de la cuesta cubierta de helechos que daba al río, él pidió silenciosamente al Clan Estelar que no encontraran allí a Látigo Gris.
—¡Mira! —exclamó Arenisca de pronto. Se le tensó el cuerpo de emoción—. El río… ¡está congelado!
Al joven guerrero le dio un vuelco el corazón, pues recordó que ésas habían sido las mismas palabras de Carbonilla antes del accidente de Látigo Gris.
—No vamos a bajar a echar un vistazo —maulló con firmeza.
—No tenemos por qué —contestó la gata—. Se puede ver desde aquí. Volvamos a contárselo al clan.
—¿Para qué? —Corazón de Fuego no entendía la emoción de Arenisca.
—¡Una patrulla de los nuestros podría atravesar el río ahora! Podemos invadir el territorio del Clan del Río y robarles algunas de las presas que ellos nos han quitado.
El guerrero sintió un escalofrío helador en el espinazo. ¿Qué pensaría Látigo Gris sobre eso? Y él, Corazón de Fuego, ¿sería capaz de combatir contra los hambrientos gatos del Clan del Río?
Arenisca dio vueltas a su alrededor, impaciente.
—¿Vienes o no?
—Sí —contestó él a duras penas.
Fue tras la gata cuando ella salió como un rayo hacia el bosque, de regreso al campamento.
Arenisca llegó por el túnel de aulagas delante de Corazón de Fuego, y Garra de Tigre levantó la mirada al ver cómo se detenían en el claro.
Corazón de Fuego oyó un ruido a sus espaldas. Látigo Gris estaba entrando en el campamento junto con Fronde.
Sonó una llamada desde debajo de la Peña Alta:
—Corazón de Fuego, Arenisca, ¿cómo ha ido vuestra ronda?
El joven guerrero sintió un gran alivio al ver a Estrella Azul con el mismo aspecto de siempre, sentada con la cabeza alta y la cola enroscada alrededor de las patas.
Arenisca corrió hacia la Peña Alta.
—¡El río está congelado! —informó—. ¡Ahora mismo podríamos cruzarlo con facilidad!
Estrella Azul la miró pensativamente, y Corazón de Fuego se estremeció al ver cómo relucían sus ojos.
—Gracias, Arenisca —maulló Estrella Azul.
Corazón de Fuego se inclinó hacia Arenisca y le susurró al oído:
—Vamos, hemos de contárselo a los demás.
Supuso que Estrella Azul querría debatir sobre el tema del río congelado con sus guerreros más experimentados.
Arenisca lo miró, comprendiendo lo que quería, y lo siguió hasta el centro del claro.
—¡Ha sido un día estupendo! —maulló la gata, pero Corazón de Fuego se limitó a asentir y mirar con inquietud a Látigo Gris.
—¡Parece que vosotros dos os habéis divertido! —exclamó Polvoroso, saliendo del refugio de los aprendices—. ¿Habéis ahogado a otro gato del Clan del Río? —le dijo a Corazón de Fuego con sorna.
Luego miró a Arenisca con expectación. Corazón de Fuego supuso que estaba esperando que ella lo apoyara, como solía hacer, pero la aprendiza no le prestó atención. El joven guerrero sintió cierto cosquilleo de satisfacción al ver la cara irritada de Polvoroso cuando Arenisca maulló sin aliento:
—Hemos descubierto que el río se ha congelado. ¡Creo que Estrella Azul está planeando una acción contra el Clan del Río!
En ese mismo momento sonó la llamada de la líder desde la Peña Alta, y el clan empezó a congregarse en el claro. El sol había alcanzado su cénit, lo cual, en la estación sin hojas, significaba que sobresalía apenas por encima de los árboles.
—Arenisca y Corazón de Fuego han traído buenas noticias. El río se ha congelado —anunció Estrella Azul—. Aprovecharemos esta oportunidad para hacer una incursión en los terrenos de caza del Clan del Río, y así mandarles el mensaje de que deben parar de robar nuestras presas. Nuestros guerreros localizarán a una de sus patrullas ¡y les harán una advertencia que recordarán durante mucho tiempo!
Corazón de Fuego se estremeció al recordar lo que Corriente Plateada le había contado sobre su hambriento clan. A su alrededor, los otros gatos elevaron la voz con maullidos de impaciencia. Corazón de Fuego no había oído al clan tan entusiasmado desde hacía muchas lunas.
—¡Garra de Tigre! —llamó Estrella Azul por encima del estruendo—. ¿Están tus guerreros lo bastante preparados para un ataque al Clan del Río?
El lugarteniente asintió.
—Excelente. —La líder levantó la cola—. Entonces, saldremos a la puesta de sol.
El clan maulló encantado, y Corazón de Fuego sintió un hormigueo en las zarpas. ¿Estrella Azul también pensaba ir? ¿No sería mejor que no arriesgara su última vida por una refriega fronteriza?
Miró a Látigo Gris por encima del hombro. Su amigo tenía la vista clavada en la Peña Alta, sacudiendo la punta de la cola con nerviosismo. Cuando los alaridos se apagaron, Látigo Gris exclamó:
—Parece que hoy es un día más cálido. Un deshielo repentino volvería el río demasiado peligroso para cruzarlo.
Corazón de Fuego contuvo la respiración mientras los demás gatos se volvían para mirar a su amigo con curiosidad.
Garra de Tigre también lo observó; sus ojos ámbar reflejaban perplejidad.
—Normalmente no eres reacio a pelear —maulló el guerrero oscuro.
Cebrado ladeó el cuello y añadió:
—Sí, Látigo Gris… No te asustarán esos sacos de pulgas del Clan del Río, ¿verdad?
Incómodo, el guerrero gris se movió con nerviosismo mientras el clan aguardaba su respuesta.
—¡Parece que tenga miedo! —resopló Polvoroso al lado de Arenisca.
Corazón de Fuego sacudió la cola con rabia, pero logró dominar su voz y decir como si nada:
—Sí, ¡de mojarse las patas! En esta estación sin hojas, Látigo Gris ya ha visto cómo se le rompía el hielo bajo las zarpas una vez. No le apetece volver a pasar por lo mismo.
La tensión del clan se deshizo en ronroneos divertidos. Látigo Gris bajó la vista al suelo, con las orejas gachas. Sólo Garra de Tigre mantuvo un ceño receloso.
Estrella Azul esperó hasta que cesaron los murmullos.
—Debo estudiar la incursión con mis guerreros más experimentados —dijo.
Luego bajó de un salto de la Peña Alta y aterrizó con tanta suavidad que costaba creer que sólo unos días atrás estaba luchando por sus vidas. Garra de Tigre, Tormenta Blanca y Sauce la siguieron a su guarida, y el resto del clan formó corrillos para comentar la propuesta de ataque.
—¡Supongo que esperas que te dé las gracias por avergonzarme! —siseó Látigo Gris al oído de su amigo.
—En absoluto. Pero ¡al menos podrías agradecerme que siga cubriéndote las espaldas!
Y se alejó a un extremo del claro, con el pelo erizado de furia.
Arenisca se le unió.
—Ya es hora de que les enseñemos a esos gatos del Clan del Río que no pueden cazar en nuestro territorio siempre que se les antoje —maulló la aprendiza con ojos centelleantes.
—Sí, supongo que sí —respondió Corazón de Fuego distraído.
No podía quitarle los ojos de encima a Látigo Gris. ¿Eran imaginaciones suyas, o el guerrero gris se iba acercando poco a poco a la maternidad? ¿Acaso su viejo amigo estaba planeando escabullirse para avisar a Corriente Plateada?
Se levantó lentamente y empezó a ir hacia la maternidad. Látigo Gris lo fulminó con la mirada al verlo aproximarse, pero antes de que ninguno pudiese hablar, Estrella Azul volvió a llamar desde la Peña Alta. Corazón de Fuego se detuvo, aunque no despegó los ojos de su amigo.
—Sauce coincide contigo, Látigo Gris —declaró la líder—. Se avecina un deshielo.
Látigo Gris alzó la barbilla y le lanzó una mirada desafiante a Corazón de Fuego, pero a éste no le importó. ¡Estrella Azul iba a suspender la incursión! Ahora su amigo no tendría que elegir entre su clan y Corriente Plateada, y él no tendría que unirse a un grupo de asalto contra un clan que —como sabía— ya estaba sufriendo mucho.
Pero Estrella Azul no había terminado.
—¡De modo que atacaremos ahora mismo! —anunció.
Corazón de Fuego miró de reojo: la expresión triunfante de Látigo Gris se había convertido en puro terror.
—Dejaremos una patrulla de guerreros guardando el campamento —continuó la líder—. No hay que olvidar la posible amenaza del Clan de la Sombra. La incursión la llevarán a cabo cinco guerreros. Yo me quedaré aquí.
«Bien», pensó Corazón de Fuego. Después de todo, Estrella Azul no estaba planeando poner en peligro su última vida.
—Garra de Tigre dirigirá el grupo de asalto. Cebrado, Sauce y Rabo Largo lo acompañarán. Así que todavía queda un puesto libre.
—¿Puedo ir yo? —preguntó Corazón de Fuego. Aunque la idea de atacar a los hambrientos gatos del Clan del Río le partía el corazón, al menos así Látigo Gris no tendría que elegir.
—Gracias, Corazón de Fuego. Puedes unirte a la patrulla —dijo Estrella Azul, claramente complacida por el entusiasmo de su antiguo aprendiz.
Garra de Tigre no parecía igual de contento. Se volvió hacia el joven guerrero con los ojos entornados, observándolo con clara desconfianza.
—No hay tiempo que perder —exclamó Estrella Azul—. Ya puedo oler los vientos cálidos. Garra de Tigre os dará instrucciones por el camino. ¡Marchaos ya!
Cebrado, Rabo Largo y Sauce salieron disparados tras el lugarteniente. Corazón de Fuego los siguió por el túnel de aulagas y barranco arriba, en dirección al territorio del Clan del Río.
Pasaron a toda prisa ante las Rocas Soleadas y alcanzaron la frontera enemiga cuando el sol invernal comenzaba a descender sobre el bosque. Corazón de Fuego olfateó el aire… Látigo Gris y Sauce tenían razón: captó vientos más cálidos, y sobre los árboles empezaban a agruparse nubes.
Mientras bajaban la ladera hacia el río, Corazón de Fuego sintió una profunda inquietud. En los oídos le resonaba la desesperada historia de Corriente Plateada, pero trató de apartar sus sentimientos de compasión.
Los guerreros salieron de entre los helechos y frenaron en seco al borde del río. La imagen que los recibió hizo que a Corazón de Fuego se le aflojaran las patas de alivio. La reluciente capa de hielo que había visto antes con Arenisca se había disuelto en una corriente rápida de agua fría y negra.