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18

Látigo Gris ya había dejado su cama cuando Corazón de Fuego se despertó a la mañana siguiente. Supo que el sol estaba en lo más alto por la luz que brillaba a través de las ramas. Se levantó, con el cuerpo todavía agotado por la pena, y asomó la cabeza. Debía de haber estado nevando toda la mañana, pues había una gruesa capa de nieve en el suelo y se había amontonado contra el dormitorio de los guerreros. Tuvo que mirar por encima de una pared blanca que le llegaba a los omóplatos.

El habitual bullicio del campamento parecía amortiguado. Vio a Sauce y Medio Rabo susurrando en el extremo más lejano del claro. Musaraña avanzaba laboriosamente hacia el almacén de comida fresca con un conejo colgándole de la boca. La guerrera se detuvo a estornudar y luego continuó.

Corazón de Fuego levantó una zarpa y la posó en lo alto de la nieve. Al principio le pareció dura, pero, al apretar, la fina cubierta de hielo se rompió; soltó un grito ahogado cuando la pata se le hundió en el montón blanco. Resopló al encontrarse metido en la nieve hasta el hocico. Tras sacudir la cabeza y alzar la barbilla, dio un salto hacia delante, pero se hundió más profundamente. Pataleó alarmado. ¡Sentía como si estuviera ahogándose en la nieve! Saltó de nuevo y notó el suelo firme bajo sus patas. Había alcanzado el borde del claro, allí la nieve sólo tenía un ratón de profundidad. Aliviado, se sentó con un leve crujido.

Se puso tenso al ver que Látigo Gris surcaba la nieve en su dirección. Al guerrero gris no parecía molestarle aquel manto blanco, pues su denso pelaje lo protegía del frío y la humedad. Tenía el rostro ensombrecido de pesar.

—¿Te has enterado de lo de Estrella Azul? —preguntó al acercarse—. Ha perdido una vida por la neumonía.

Corazón de Fuego agitó las orejas con impaciencia. Él mismo podría habérselo contado la noche anterior.

—Lo sé —soltó—. Yo estaba con ella.

—¿Y por qué no me lo dijiste? —maulló su amigo, sorprendido.

—Anoche no estabas precisamente amigable, no sé si te acuerdas. En cualquier caso, si no estuvieses quebrantando el código guerrero sin parar, podrías haberte enterado de lo que estaba ocurriendo en tu propio clan —gruñó.

Látigo Gris movió las orejas con cierto arrepentimiento.

—Acabo de ver a Carbonilla —dijo—. Lamento que esté tan enferma.

—¿Cómo se encuentra?

—Tenía mal aspecto, pero Fauces Amarillas dice que está recuperándose.

Corazón de Fuego miró inquieto hacia el otro lado del claro y se levantó. Quería ver a su aprendiza con sus propios ojos.

—Ahora está durmiendo —informó Látigo Gris—, y Fauces Amarillas no quiere que nadie la moleste.

Corazón de Fuego se estremeció. ¿Cómo iba a contarle a Escarcha que era culpa suya que Carbonilla hubiese ido al Sendero Atronador? Se volvió hacia su amigo de manera instintiva, en busca de apoyo, pero éste ya estaba cruzando esforzadamente el claro en dirección a la maternidad. «Se marcha a ver a Corriente Plateada», supuso enfurecido, sacando y escondiendo las uñas mientras Látigo Gris desaparecía de su vista.

Sólo reparó en Cola Pintada —la reina de más edad y la madre de uno de los cachorros con gripe— cuando ésta se detuvo justo delante de él.

—¿Garra de Tigre está dentro? —preguntó, señalando con la nariz la guarida de los guerreros.

El joven negó con la cabeza.

—Hay neumonía en la maternidad —maulló Cola Pintada—. Dos de los cachorros de Pecas están enfermos.

—¡Neumonía! —exclamó él sin aliento, olvidándose de su enfado—. ¿Morirán?

—Tal vez. Pero la estación sin hojas siempre trae consigo neumonía —apuntó la reina.

—¡Seguro que hay algo que podamos hacer! —protestó el joven.

—Fauces Amarillas hará lo que pueda, aunque al final todo está en manos del Clan Estelar.

Cuando la gata se encaminó de nuevo a la maternidad, Corazón de Fuego notó un torrente de furia en el estómago. ¿Cómo podía el clan soportar aquellas tragedias? Se sintió abrumado por la necesidad de salir del campamento, de escapar de aquel aire sombrío que el resto del clan parecía contento de respirar.

Sin mirar a los lados, cruzó a toda prisa el claro nevado y el túnel de aulagas y salió al bosque. Lo sorprendió descubrir que se dirigía instintivamente a la hondonada de entrenamiento. La idea de que debería estar allí enseñando a Carbonilla fue más de lo que podía aguantar. Al girar para esquivar la hondonada, oyó las voces de Tormenta Blanca y Fronde. El guerrero blanco debía de haberse encargado de entrenar al aprendiz mientras él dormía. ¿Es que ningún gato se había detenido a llorar por la última vida de Estrella Azul? Se le hizo un nudo en la garganta al intentar contener la rabia, y siguió corriendo, ansioso por alejarse del campamento.

Finalmente paró bajo los pinos, resollando por el esfuerzo de correr a través de la nieve. En el pinar había una quietud que lo sosegó. Incluso los pájaros habían dejado de cantar, y se sintió como si fuera la única criatura del mundo.

No sabía adónde ir; se limitó a caminar, dejando que el bosque lo tranquilizara. Mientras avanzaba se le aclaró la mente. No podía hacer nada por Carbonilla, y Látigo Gris estaba fuera de su alcance, pero quizá podría ayudar a Fauces Amarillas a combatir la neumonía. Iría a por más nébeda.

Dirigió sus pasos hacia su antiguo hogar de gato doméstico, serpenteando entre las zarzas del robledal que se extendía tras las viviendas de Dos Patas. Saltó a la valla de su antigua casa, desplazando un montón de nieve al interior del jardín, donde cayó blandamente. Examinó el jardín desde lo alto y vio huellas en la nieve, más pequeñas que las de gato. Una ardilla había estado buscando provisiones para su almacén de frutos secos.

No tardó mucho en recoger una generosa cantidad de hojas de la mata de nébeda. Quería llevarse tantas como pudiera. Las tiernas hojas podrían no sobrevivir con aquel tiempo; aquélla tal vez fuera su última oportunidad de recolectarlas.

Con la boca llena, miró hacia la gatera abatible que usaba de pequeño. Se preguntó si sus dueños Dos Patas seguirían viviendo allí. Habían sido muy buenos con él. Corazón de Fuego había pasado su primera estación sin hojas mimado en aquella casa, caliente y a salvo de las crueldades del Sendero Atronador y la neumonía.

«El aroma de la nébeda debe de estar afectándome», pensó. Cruzó el jardín y subió a la valla de un salto. Se sentía incómodo porque los recuerdos de su hogar de Dos Patas lo habían conmovido. ¿De verdad quería la seguridad y la rutina de la vida de un gato doméstico? «¡Por supuesto que no!», se respondió, negando con la cabeza. Pero la idea de regresar al campamento no lo atraía todavía.

De pronto pensó en Princesa.

Corrió por el lindero del bosque hacia la zona de Dos Patas donde se hallaba el jardín de su hermana. Cuando tuvo su valla a la vista, escarbó entre la nieve y enterró la nébeda debajo de una capa de hojas secas para protegerla del frío. Seguía jadeando cuando trepó a la valla para llamar a Princesa, y luego volvió a bajar para esperarla en el bosque.

Las zarpas le dolían por la fría nieve mientras se paseaba sin descanso bajo un roble. «A lo mejor Princesa está dando a luz —se dijo—, o encerrada en su casa». Acababa de convencerse de que ese día no iba a verla cuando oyó su familiar maullido. Al alzar la mirada, la descubrió en lo alto de la valla y sintió un estremecimiento de expectación. Ya no tenía el vientre hinchado, así que ya debía de ser madre.

Al acercarse, captó el aroma de su hermana y notó que lo reconfortaba.

—¡Has dado a luz! —exclamó.

Princesa le tocó la nariz con la suya delicadamente.

—Así es —respondió con dulzura.

—¿Ha ido todo bien? ¿Los pequeños se encuentran en buen estado?

Princesa ronroneó.

—Todo ha salido bien. Tengo cinco cachorros sanos —anunció, con los ojos relucientes de alegría. Mientras Corazón de Fuego le lamía la cabeza, añadió—: No esperaba verte con este tiempo.

—He venido en busca de nébeda. En el campamento hay neumonía.

Ella pareció inquietarse.

—¿Hay muchos enfermos en tu clan?

—Hasta ahora, tres. —Corazón de Fuego vaciló un momento, y luego dijo con tristeza—: Anoche nuestra líder perdió otra vida.

—¿Otra vida? ¿Qué quieres decir? Yo pensaba que eso de que los gatos tienen muchas vidas no eran más que cuentos de vieja.

—El Clan Estelar le concedió nueve vidas a Estrella Azul porque es la líder de nuestro clan.

Princesa lo miró maravillada.

—Entonces ¡es cierto!

—Sólo para los dirigentes de clan. El resto tenemos una única vida, como tú, y como Carbonilla… —Se le quebró la voz.

—¿Carbonilla? —Princesa captó la pena en su tono.

El joven guerrero la miró a los ojos, y los pensamientos que lo habían atormentado empezaron a brotar en forma de palabras.

—Ayer sufrió un atropello en el Sendero Atronador. —Se le volvió a quebrar la voz al recordar cómo había encontrado su cuerpo ensangrentado—. Está muy malherida. Incluso podría morir. Y aunque sobreviva, ya nunca se convertirá en guerrera.

Princesa se acercó más y lo acarició con el hocico.

—La última vez que estuviste aquí, me hablaste de ella con mucho afecto. Parecía muy llena de alegría y energía.

—Ese accidente no debió ocurrir —gruñó Corazón de Fuego—. Se suponía que yo debía encontrarme con Garra de Tigre. Él quería hablar con Estrella Azul, pero estaba enferma, así que me ofrecí a ir por ella. Primero tenía que recoger nébeda, y Carbonilla fue a ver a Garra de Tigre en mi lugar. —Su hermana lo miró alarmada, y él se apresuró a aclarar—: Yo le había advertido que no fuera. Si hubiera sido mejor mentor, quizá ella me habría escuchado.

—Estoy convencida de que eres un gran mentor —intentó consolarlo Princesa, pero él apenas la oyó.

—¡No sé por qué Garra de Tigre quería que Estrella Azul se reuniera con él en un sitio tan peligroso! —exclamó—. Dijo que había pruebas de que el Clan de la Sombra había invadido nuestro territorio, pero cuando llegué allí, ¡no había ni rastro de ellos!

—¿Era una trampa?

Corazón de Fuego miró los ojos inquisitivos de su hermana, y de pronto empezó a hacerse preguntas.

—¿Por qué querría Garra de Tigre hacerle daño a Carbonilla?

—Él había llamado a Estrella Azul —señaló la gata.

A su hermano se le erizó el pelo. ¿Tendría razón Princesa? Garra de Tigre había convocado a Estrella Azul a la parte más estrecha del arcén del Sendero Atronador. Pero ni siquiera Garra de Tigre pondría en peligro a su líder de forma deliberada, ¿verdad? Rechazó tal idea.

—N… no lo sé —balbució—. Todo está muy confuso en estos momentos. Ni siquiera Látigo Gris me habla.

—¿Por qué?

Se encogió de hombros.

—Es demasiado complicado de explicar.

Princesa se apretó contra él en la nieve, pegando su suave pelaje al suyo.

—Es que ahora mismo me siento como un forastero —prosiguió Corazón de Fuego con pesimismo—. No resulta fácil ser diferente.

—¿Diferente?

—Haber nacido como gato doméstico cuando todos los demás han nacido en el clan.

—Pues a mí me pareces un gato nacido en un clan —maulló Princesa, y él le lanzó una mirada de gratitud—. Pero si no eres feliz allí, siempre puedes volver a casa conmigo. Mis dueños cuidarían de ti; estoy segura.

Corazón de Fuego se imaginó a sí mismo en su antigua vida doméstica, caliente, cómodo y a salvo. Pero no podría olvidar cómo observaba el monte desde su jardín de Dos Patas, soñando con salir al bosque. Una brisa le alborotó el pelo y le llevó el olor de un ratón. Negó con la cabeza con firmeza.

—Gracias, Princesa, pero ahora pertenezco a mi clan. Ya nunca podría ser feliz en una casa de Dos Patas. Echaría de menos los aromas del bosque y dormir bajo el Manto de Plata, cazar mi propia comida y compartirla con mi clan.

Los ojos de su hermana centellearon.

—Suena a una buena vida —ronroneó, y se miró las patas tímidamente—. A veces, incluso yo me quedo mirando el bosque y me pregunto cómo será vivir ahí.

Él ronroneó y se levantó.

—Entonces, ¿lo comprendes?

Ella asintió.

—¿Ya te vas? —preguntó.

—Sí. Tengo que llevarle la nébeda a Fauces Amarillas mientras está fresca.

La gata estiró el cuello para frotar el hocico contra su costado.

—Quizá mis cachorros estén lo bastante fuertes para conocerte la próxima vez que vengas —dijo.

A Corazón de Fuego se le contrajo el estómago de emoción.

—¡Ojalá! —maulló.

Al darse media vuelta para partir, Princesa exclamó:

—¡Cuídate, hermano! No quiero perderte de nuevo.

—No me perderás —le prometió él.

—Bien pensado, Corazón de Fuego —ronroneó Tormenta Blanca.

Había visto que el joven guerrero entraba en el campamento llevando nébeda.

Durante el camino a casa se le había hecho la boca agua, pero ya empezaba a pensar que se alegraría de no volver a ver jamás una mata de nébeda. Aun así, se sentía más contento que antes de salir. Su hermana había dado a luz sin problemas y él tenía las ideas más claras.

Al dirigirse hacia la guarida de la curandera, Garra de Tigre apareció a su lado.

—¿Más nébeda? —observó el gran atigrado con mirada recelosa—. Me preguntaba adónde habrías ido. Fronde puede llevarle eso a Fauces Amarillas.

El aprendiz estaba ayudando a despejar la nieve cerca de allí.

—Llévale esta nébeda a Fauces Amarillas —le ordenó el lugarteniente.

Fronde asintió acercándose de un salto.

Corazón de Fuego dejó las hojas en el suelo.

—Quería visitar a Carbonilla —le dijo a Garra de Tigre.

—Más tarde —gruñó el lugarteniente. Esperó hasta que Fronde recogió la nébeda y se dirigió al refugio de la curandera. Entonces se volvió hacia Corazón de Fuego—. Quiero saber adónde ha estado yendo Látigo Gris.

El joven sintió una oleada de calor.

—No lo sé —respondió, sosteniéndole la mirada.

El lugarteniente se la devolvió con ojos fríos y hostiles.

—Cuando lo veas —siseó—, dile que está confinado en el roble caído.

—¿En el antiguo refugio de Fauces Amarillas?

Corazón de Fuego miró las ramas enmarañadas donde había vivido la curandera cuando llegó, cuando todavía la consideraban una proscrita del Clan de la Sombra.

—Los gatos con gripe quedarán confinados allí hasta que se hayan recuperado —sentenció Garra de Tigre.

—Pero Látigo Gris sólo tiene catarro.

—Un catarro ya es suficientemente malo. ¡Se quedará junto al roble caído! Los gatos con neumonía se trasladarán junto a Fauces Amarillas. Debemos impedir que esta enfermedad se extienda. —Sus ojos relucieron sin compasión, y Corazón de Fuego se preguntó si vería la enfermedad como un signo de debilidad—. Es por el bien del clan —añadió.

—Sí, Garra de Tigre. Se lo diré a Látigo Gris.

—Y mantente alejado de Estrella Azul —advirtió.

—Pero si ya ha superado la neumonía —protestó el joven.

—Estoy al corriente de eso, pero su guarida todavía apesta a enfermedad. No puedo permitir que ninguno de mis guerreros se contagie. Tormenta Blanca dice que han olido a guerreros del Clan del Río aún más cerca del campamento. También sé que hoy ha tenido que entrenar a Fronde. Espero que mañana te encargues tú.

Corazón de Fuego asintió.

—¿Ahora puedo ir a ver a Carbonilla? —Garra de Tigre se quedó mirándolo, y el joven le espetó irritado—: Dudo mucho que Fauces Amarillas la haya puesto cerca de los gatos enfermos. No me infectaré.

—Muy bien —concedió el lugarteniente, y se alejó.

Corazón de Fuego se encontró con Fronde en mitad del claro.

—Fauces Amarillas estaba muy agradecida por la nébeda —maulló el aprendiz.

—Bien. Por cierto, mañana te enseñaré a cazar pájaros. Espero que estés preparado para trepar un poco a los árboles.

Fronde agitó los bigotes de la emoción.

—Por supuesto. Te veré mañana en la hondonada de entrenamiento.

Corazón de Fuego asintió y prosiguió su camino hacia la guarida de Fauces Amarillas. Vio enseguida a los pobres cachorros de Pecas. Se hallaban en un nido entre los helechos, tosiendo, con la nariz y los ojos chorreando.

La curandera le dio la bienvenida.

—Gracias por la nébeda; vamos a necesitarla. Ahora Centón también tiene neumonía.

Señaló con la nariz otra cama en los helechos. Dentro, Corazón de Fuego sólo alcanzó a ver el pelaje blanco y negro del veterano.

—¿Cómo se encuentra Carbonilla? —preguntó, volviéndose hacia la gata, que suspiró.

—Hace un rato estaba despierta, aunque no mucho tiempo. Tiene una infección en la pata. El Clan Estelar sabe que lo he probado todo, pero ahora es ella quien debe librar esta batalla.

Corazón de Fuego se asomó al lecho de Carbonilla. La gatita gris se revolvía en sueños; tenía la pata herida extrañamente torcida a un lado. El joven guerrero se estremeció, temiendo de repente que la pequeña perdiera la batalla. Se volvió hacia Fauces Amarillas en busca de palabras de ánimo, pero la curandera estaba cabizbaja. Parecía agotada.

—¿Crees que Jaspeada habría podido salvar a estos gatos? —maulló inesperadamente, alzando la cabeza para mirarlo a los ojos.

Corazón de Fuego se estremeció. Aún podía percibir la presencia de Jaspeada en el pequeño claro. Recordó con qué eficiencia había atendido la herida de Cuervo tras el combate con el Clan del Río, y con qué tacto le había aconsejado a él que cuidara de Fauces Amarillas cuando ésta llegó al campamento. Luego miró a la vieja curandera, abrumada por el peso de la experiencia.

—Estoy seguro de que no hay nada que Jaspeada hubiera hecho de otra forma —afirmó.

Uno de los cachorros chilló y Fauces Amarillas se levantó. Cuando pasó ante él, Corazón de Fuego le acarició dulcemente el costado con el hocico. Ella movió un hombro a modo de agradecimiento. Luego, lleno de tristeza, el joven guerrero se dirigió hacia el túnel de helechos.

El pelaje blanco de Escarcha apareció en el otro extremo. Seguramente iba a ver a Carbonilla. Al acercarse a la reina, Corazón de Fuego alzó la cabeza y miró sus ojos azules. En ellos había tanta aflicción que al joven se le encogió el corazón.

—¿Escarcha? —empezó.

Ella se detuvo.

—Lo… lo lamento —añadió Corazón de Fuego temblando.

Escarcha pareció confundida.

—¿El qué?

—Debería haber sido capaz de impedir que Carbonilla fuera al Sendero Atronador.

La gata lo miró, pero su expresión no revelaba nada excepto tristeza.

—Yo no te culpo —murmuró.

Luego, bajando la cabeza, fue hacia donde estaba su hija.

Látigo Gris ya había regresado, y estaba comiéndose un campañol junto a la mata de ortigas.

Corazón de Fuego se le acercó.

—Garra de Tigre dice que tienes que trasladarte al roble caído, con los gatos enfermos de gripe —indicó. Con una punzada de rencor, recordó cómo el lugarteniente lo había interrogado sobre su amigo.

—Eso no será necesario —repuso Látigo Gris alegremente—. Ya estoy mejor. Fauces Amarillas me ha dado el visto bueno esta mañana.

Corazón de Fuego lo examinó atentamente. Desde luego, volvían a brillarle los ojos, y ya tenía la nariz seca, aunque rodeada por una costra muy poco atractiva. En otros tiempos se habría burlado de su amigo diciéndole cuánto se parecía a Nariz Inquieta, el curandero del Clan de la Sombra. Pero se limitó a espetarle:

—Garra de Tigre ha notado tus desapariciones. Deberías tener más cuidado. ¿Por qué no puedes mantenerte alejado de Corriente Plateada, al menos de momento?

Su amigo dejó de comer y le lanzó una mirada furibunda.

—Y tú ¿por qué no puedes meterte en tus propios asuntos?

Corazón de Fuego cerró los ojos y resopló de frustración. ¿Lograría alguna vez que su amigo lo entendiera? Luego se preguntó si todavía le importaba. Después de todo, Látigo Gris ni siquiera se había interesado por Carbonilla.

El estómago le rugió de hambre. Tomó un gorrión del montón de carne fresca y se lo llevó a un rincón vacío del campamento para comérselo a solas. Al acomodarse pensó en Princesa, lejos de allí, en su hogar de Dos Patas, con sus cachorros recién nacidos. Solo y angustiado, miró más allá del campamento y anheló volver a ver a su hermana.