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17

Se quedó mirando horrorizado. Garra de Tigre había alcanzado el cuerpo inerte y lo observaba con sus enormes omóplatos rígidos de espanto. Corazón de Fuego se obligó a acercarse. Con tiento, estiró el cuello para olfatear el costado de Carbonilla. Olía al Sendero Atronador. Tenía una pata trasera retorcida y ensangrentada. El joven guerrero temblaba tanto que apenas podía mantenerse en pie. Entonces vio que el costado de la gata se movía. ¡Todavía respiraba! Mudo de alivio, miró a Garra de Tigre.

—Está viva —gruñó el lugarteniente, clavando sus ojos ámbar en Corazón de Fuego—. ¿Qué estaba haciendo aquí?

—Ha venido en tu busca —susurró.

—¿Quieres decir que tú la has mandado aquí?

A Corazón de Fuego se le dilataron los ojos de la sorpresa. ¿Acaso Garra de Tigre pensaba que podía ser tan estúpido?

—¡Yo le he dicho que se quedara en el campamento! —protestó—. Carbonilla ha venido por su cuenta. —«Porque no consigo que me escuche», pensó descorazonado.

Garra de Tigre resopló.

—Debemos llevarla a casa.

Se inclinó hacia el pequeño y maltrecho cuerpo, pero Corazón de Fuego bajó la cabeza y agarró a Carbonilla por el pescuezo antes de que el lugarteniente pudiera tocarla. Empezó a arrastrarla hacia el bosque tan delicadamente como podía; el pequeño cuerpo colgaba desmadejado entre sus patas delanteras.

Cebrado llegó corriendo.

—He vuelto a inspeccionar las Rocas de las Serpientes, Garra de Tigre —anunció—, pero no he encontrado señales del Clan de la Som… —Se interrumpió al ver a Carbonilla—. ¿Qué ha ocurrido?

Corazón de Fuego no esperó a oír la respuesta de Garra de Tigre. Se alejó entre los árboles a trompicones, con su preciosa carga. ¡Él podría haber evitado aquel accidente! Si hubiese logrado que Carbonilla lo escuchara, si hubiera sido mejor mentor… Ahora su aprendiza estaba malherida y no emitía sonido alguno mientras la transportaba. Las patas traseras de la pequeña trazaban una fina línea entre las hojas mientras Corazón de Fuego la llevaba cuidadosamente a casa.

Fauces Amarillas no estaba en su claro. Los dos cachorros con gripe estaban acurrucados juntos en su refugio, profundamente dormidos. El joven mentor dejó a Carbonilla en el frío suelo y le preparó una cama entre los helechos a base de dar vueltas sobre las hojas. Al terminar, agarró a su aprendiza por el pescuezo y la metió allí suavemente.

—¿Corazón de Fuego? —maulló la curandera desde el claro.

Garra de Tigre debía de haberle contado lo de Carbonilla. El gato salió de entre los helechos.

—Está aquí —respondió él con voz quebrada, aliviado al ver a la curandera.

—Déjame echarle un vistazo —pidió Fauces Amarillas.

Pasó ante el joven guerrero y saltó a los helechos para examinar a Carbonilla. Corazón de Fuego se sentó a esperar.

Al cabo de un rato, la curandera salió.

—Está muy malherida —maulló con los ojos ensombrecidos de inquietud—. Pero tal vez pueda salvarla.

Era una pequeñísima esperanza, como una única y reluciente gota de rocío sobre su pelaje. Corazón de Fuego se animó.

—No puedo prometer nada —continuó la gata. Lo miró intensamente a los ojos y murmuró—: La que está muy enferma es Estrella Azul, y me temo que ya no puedo hacer nada más por ella. Ahora el Clan Estelar debe decidir su destino.

Al joven se le empañaron los ojos de la emoción; apenas podía ver la cara de Fauces Amarillas, pero la oyó:

—Ve y quédate a su lado. Ha estado preguntando por ti. Yo cuidaré de Carbonilla.

Corazón de Fuego asintió y dio media vuelta. Estrella Azul había sido su mentora y, más importante aún, existía un vínculo entre ellos desde el día en que se conocieron. Pero se sintió dividido. También debería estar con Carbonilla.

Vislumbró una sombra en el extremo más lejano del túnel de helechos. Garra de Tigre estaba sentado a la entrada de la guarida de Fauces Amarillas, con la cabeza tan alta como siempre. Al joven se le tensaron los omóplatos de rabia. ¿Por qué el gran guerrero no podía mostrar ningún signo de compasión? Después de todo, Carbonilla había ido a buscarlo a él. Y ¿para qué? ¡Corazón de Fuego no había visto ninguna evidencia de que el Clan de la Sombra hubiera cazado allí! Pasó ante el lugarteniente sin decir una palabra y cruzó el claro principal en dirección a la guarida de Estrella Azul.

Rabo Largo estaba montando guardia en la entrada. Miró de soslayo a Corazón de Fuego, pero no intentó detenerlo cuando se abrió paso a través del liquen.

Dentro estaba Flor Dorada, una de las reinas. El gato vio el brillo de sus ojos en la oscuridad y el pelo gris claro de Estrella Azul, acurrucada en su lecho. Flor Dorada se inclinó hacia ella y le lamió la cabeza dulcemente, para refrescarla, como haría una madre con su hijo. Al joven le dolió el alma al pensar en Carbonilla. ¿Estaría Escarcha al lado de su hija?

—Fauces Amarillas le ha dado matricaria y nébeda —le susurró Flor Dorada—. Ahora sólo podemos vigilar y esperar. —Se levantó y tocó la nariz del guerrero con el hocico—. ¿Puedes quedarte con ella? —le preguntó.

Corazón de Fuego asintió, y la reina salió de la guarida sin hacer ruido.

El joven guerrero se tumbó en el suelo, estirando las patas delanteras hasta tocar la cara de su líder. Permaneció muy quieto, con los ojos fijos en el cuerpo inerte. Podía oír su respiración en la oscuridad, y se quedó escuchando aquel ritmo entrecortado mientras la noche pasaba lentamente.

La respiración de Estrella Azul cesó justo antes de la aurora. Corazón de Fuego casi se había quedado dormido cuando reparó en que la cueva estaba en silencio. Tampoco había ningún sonido en el campamento, sólo un silencio sepulcral, como si todo el clan estuviese conteniendo el aliento.

Estrella Azul estaba completamente inmóvil. Corazón de Fuego sabía que se hallaba con el Clan Estelar, preparándose para su última vida. Ya había visto cómo la líder perdía una vida en otra ocasión. Sintió que le picaba la piel ante la absoluta paz que parecía envolver el cuerpo de la gata, pero no había nada que pudiese hacer, de modo que esperó.

De pronto, la líder soltó un maullido ahogado.

—Corazón de Fuego, ¿eres tú? —preguntó con voz ronca.

—Sí —murmuró él—. Estoy aquí.

—He perdido otra vida. —Su voz sonaba débil, pero Corazón de Fuego sintió tanto alivio que le entraron ganas de lamerle la cabeza, como había hecho Flor Dorada—. Cuando pierda ésta —añadió la gata—, ya no podré volver.

El joven tragó saliva a duras penas. Le dolía la idea de que el clan perdiese a su magnífica líder, pero aún le dolía más la idea de perder a su mentora y amiga.

—¿Cómo te sientes? —preguntó—. ¿Quieres que llame a Fauces Amarillas?

Estrella Azul negó despacio con la cabeza.

—La fiebre ha desaparecido. Estoy bastante bien. Sólo necesito descansar.

—Muy bien. —Empezaba a filtrarse luz a través del liquen, y a él le daba vueltas la cabeza tras la noche en vela.

—Debes de estar cansado —dijo la líder—. Ve a dormir un poco.

—Sí, será lo mejor. —Se levantó penosamente. Tenía las patas agarrotadas de haber pasado tanto tiempo tumbado—. ¿Necesitas algo?

—No. Sólo cuéntale a Fauces Amarillas qué ha pasado. Y gracias por quedarte a mi lado.

Corazón de Fuego intentó ronronear, pero el sonido se le atascó en la garganta. Ya habría tiempo para hablar más adelante.

Al salir del refugio, un crudo resplandor lo hizo parpadear. Había nevado durante la noche. Se quedó asombrado. Nunca había visto la nieve: cuando era un cachorro, sus dueños Dos Patas lo encerraban en casa siempre que hacía frío. Pero había oído hablar de ella a los veteranos. Saludó con un gesto a Cebrado, que había sustituido a Rabo Largo ante la guarida de Estrella Azul, y pisó aquel extraño polvo. Era húmedo y frío, y crujía sonoramente bajo sus patas.

Garra de Tigre se hallaba en medio del claro. Seguía nevando, y los copos se depositaban sobre el denso pelaje del lugarteniente sin fundirse. Corazón de Fuego oyó cómo daba órdenes para que recubrieran el muro de la maternidad con hojas para protegerla del frío.

—Y luego quiero que cavéis un hoyo para almacenar presas —continuó el lugarteniente—. Usad nieve para rellenar los huecos, y después cubridlo todo con más nieve. Aprovecharemos la nieve, ya que está aquí.

Los guerreros corrían alrededor de Garra de Tigre, siguiendo sus órdenes.

—¡Musaraña, Rabo Largo! Organizad algunos grupos de caza. ¡Necesitamos tanta carne fresca como podamos conseguir antes de que las presas se metan en sus madrigueras definitivamente! —Vio al joven guerrero cruzando el claro—. ¡Corazón de Fuego, espera! —lo llamó—. Oh, supongo que tendrás que descansar. Imagino que esta mañana no serás muy útil en una partida de caza.

El joven se quedó mirándolo, sintiendo que le subía la hostilidad por la garganta como si fuera bilis.

—Primero voy a ver a Carbonilla —gruñó.

Garra de Tigre le sostuvo la mirada un momento.

—¿Cómo se encuentra Estrella Azul?

La desconfianza alborotó el pelo del joven como una brisa helada. En una ocasión ya había oído a Estrella Azul mentirle al lugarteniente sobre las vidas que le quedaban.

—No soy curandero —respondió—. No sabría decirte.

Garra de Tigre resopló con impaciencia y continuó dando órdenes. Corazón de Fuego se encaminó a la guarida de la curandera, aliviado de escapar del frenético ajetreo del campamento. Al pensar en qué estado encontraría a la aprendiza, empezó a martillearle el corazón.

—Fauces Amarillas —llamó.

—¡Chist! —La gata salió de entre los helechos donde descansaba la aprendiza—. Se ha dormido por fin. Ha pasado muy mala noche. No podía darle semillas de adormidera para mitigar el dolor hasta que se hubiese recuperado del susto.

—Pero ¿vivirá? —preguntó Corazón de Fuego.

—No lo sabré con certeza durante unos días. Tiene heridas internas, y una pata seriamente fracturada.

—Se le arreglará, ¿verdad? —inquirió el joven guerrero con ansiedad—. ¿Estará entrenando para la estación de la hoja nueva?

Fauces Amarillas negó con la cabeza, comprensiva.

—Corazón de Fuego, ocurra lo que ocurra, Carbonilla nunca será guerrera.

Al joven gato le dio vueltas la cabeza. Se sentía mareado por la falta de sueño, y aquella devastadora noticia minó la poca energía que le quedaba. Le habían confiado a Carbonilla para su entrenamiento guerrero. Los recuerdos de la ceremonia de nombramiento le punzaron como espinas crueles: la ilusión de Carbonilla, el orgullo maternal de Escarcha…

—¿Escarcha ya lo sabe? —preguntó abatido.

—Sí. Ha estado aquí hasta el amanecer. Ahora ha regresado a la maternidad, pues hay otros cachorros a los que atender. Le pediré a uno de los veteranos que se quede junto a Carbonilla. Necesita que la mantengan caliente.

—Yo puedo hacerlo.

Se acercó a donde dormía su aprendiza y la miró. Carbonilla se retorcía, y los costados manchados de sangre se le movían con agitación, como si estuviese librando una batalla en sueños.

Fauces Amarillas lo empujó delicadamente con el hocico.

—Necesitas dormir —le dijo con voz ronca—. Deja a Carbonilla en mis manos.

Él se quedó donde estaba.

—Estrella Azul ha perdido otra vida —espetó.

La curandera parpadeó y luego alzó la cabeza hacia el Clan Estelar. No pronunció ni una palabra, pero Corazón de Fuego pudo ver la angustia en sus ojos naranja.

—Tú lo sabes, ¿verdad? —murmuró.

Fauces Amarillas bajó la cabeza y lo miró a los ojos.

—¿Qué ésta es su última vida? Sí, lo sé. Los gatos curanderos pueden adivinar esas cosas.

—¿Y el resto del clan también podrá adivinarlo? —preguntó Corazón de Fuego, pensando en Garra de Tigre.

La gata entornó los ojos.

—No. En esta última vida, Estrella Azul no estará más débil que en las anteriores. —Él le lanzó una mirada de gratitud—. Y ahora —añadió la vieja curandera—, ¿quieres semillas de adormidera para descansar mejor?

Negó con la cabeza. Una parte de él ansiaba el sueño largo y profundo que le proporcionarían. Pero si Garra de Tigre tenía razón y el Clan de la Sombra estaba pensando atacar las fronteras del Clan del Trueno, no quería tener los sentidos embotados. Quizá lo necesitaran para defender el campamento.

Látigo Gris había regresado a la guarida de los guerreros, pero Corazón de Fuego no le habló; su furia del día anterior —al descubrir que había desaparecido— aún perduraba como un dolor sordo. Se dirigió a su lecho en silencio y se sentó para lavarse.

Látigo Gris levantó la vista.

—Ya has vuelto —dijo con tono tenso, como si quisiera decir algo más.

Corazón de Fuego dejó de lamerse la pata delantera y lo miró.

—Intentaste convencer a Corriente Plateada para que se alejara de mí —bufó Látigo Gris.

Sauce, que estaba durmiendo en el otro extremo del refugio, abrió un ojo y volvió a cerrarlo.

Látigo Gris bajó la voz.

—Mantente al margen de esto, ¿me oyes? —espetó—. Pienso seguir viéndola, digas lo que digas.

Corazón de Fuego resopló y le lanzó una mirada de resentimiento. Su conversación con Corriente Plateada se le antojaba tan lejana que casi la había olvidado. Pero no había olvidado que Látigo Gris estaba desaparecido cuando él necesitaba que buscase a Carbonilla. Enfadado, apoyó la cabeza en sus patas manchadas de barro y cerró los ojos. Carbonilla estaba luchando contra sus heridas y Estrella Azul se hallaba en su última vida. En lo que a él se refería, Látigo Gris podía hacer lo que le diese la gana.