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16

Siguió lloviendo toda la noche y la mañana siguiente. Pero cuando el sol llegó a lo más alto, las nubes empezaron a dispersarse. Sobre el claro del campamento se había cernido un aire sombrío mientras el clan aguardaba noticias de su líder.

Corazón de Fuego salió de un zarzal situado junto al muro protector, donde se había resguardado desde el amanecer. Se aproximó al refugio de Estrella Azul, a un lado de la Peña Alta. Del interior no llegaba ningún sonido. Al girar para irse, tropezó con Sauce, que llevaba comida a la maternidad. La gata ladeó la cabeza y adivinó que el joven estaba esperando noticias sobre Estrella Azul.

—Me temo que no hay novedades —le dijo encogiéndose de hombros.

El joven guerrero había dado un día de descanso a Carbonilla y Fronde, de modo que no habría entrenamiento. Entonces vio a los hermanos dando vueltas delante del dormitorio de los aprendices, con aspecto de estar aburridos. Era consciente de que los había decepcionado, pero quería permanecer en el campamento mientras Estrella Azul estuviese enferma. Por lo menos Garra de Tigre no estaba allí para criticar su decisión. El gran lugarteniente había salido con la patrulla del alba.

De repente se movió el liquen que colgaba ante la guarida de Estrella Azul, y Escarcha salió a toda prisa. Cruzó el claro corriendo hacia el refugio de la curandera, y reapareció al cabo de unos instantes seguida por la vieja gata.

Corazón de Fuego alcanzó la guarida de la líder justo cuando Escarcha y Fauces Amarillas se abrían paso a través del liquen. Se detuvo en la entrada y se sentó allí con el corazón desbocado. Escarcha se asomó.

—¿Qué problema hay? —preguntó el joven guerrero con voz temblorosa.

Escarcha cerró los ojos.

—Estrella Azul tiene neumonía —explicó desolada—. Monta guardia y asegúrate de que no entra nadie —añadió antes de regresar al interior.

Corazón de Fuego se quedó paralizado de la impresión. ¡Neumonía! Estrella Azul corría el peligro real de perder una vida más.

Un estridente chillido del exterior le hizo volver la cabeza y mirar hacia el túnel de aulagas. Polvoroso llegó disparado y frenó en seco junto a Corazón de Fuego.

—Me envía Garra de Tigre —dijo resollando—. Tengo un mensaje para Estrella Azul.

—Está enferma —contestó el joven guerrero—. No puedes entrar.

Polvoroso agitó la cola con impaciencia.

—Garra de Tigre necesita verla en el Sendero Atronador. Es muy urgente.

—¿Qué sucede?

Polvoroso lo fulminó con la mirada.

—Garra de Tigre desea hablar con Estrella Azul —repitió despectivamente—. ¡No con un minino casero que pretende ser guerrero!

Invadido por la furia, Corazón de Fuego sacó las uñas.

—Estrella Azul no puede abandonar el campamento —gruñó, agachando las orejas y desplazándose para bloquear la entrada a la guarida de su líder.

—Corazón de Fuego tiene razón —dijo a sus espaldas la voz ronca de la curandera, que salía del dormitorio de Estrella Azul.

Polvoroso se amilanó ante la mirada naranja de la vieja gata.

—Garra de Tigre ha encontrado pruebas de la presencia de guerreros del Clan de la Sombra en nuestro territorio —maulló el aprendiz—. ¡Han invadido nuestros terrenos de caza!

Pese a su temor por Estrella Azul, Corazón de Fuego enseñó los dientes de rabia. ¿Cómo se atrevían los del Clan de la Sombra? ¡Después de todo lo que habían hecho por ellos!

Pero a Fauces Amarillas no le interesaba el informe de Polvoroso. La curandera se volvió hacia Corazón de Fuego.

—Dime, ¿sabes si hay nébeda dónde viven los Dos Patas?

—¿Nébeda?

—La necesito para Estrella Azul. Es una planta que no utilizo desde hace lunas, pero creo que la ayudará —explicó—. Tiene hojas suaves y un aroma irresistible…

Corazón de Fuego la interrumpió:

—Sí, ¡sé dónde encontrar un poco! —Nunca la había visto en el bosque, pero de pequeño se había revolcado en ella en su hogar de Dos Patas.

—Bien. Necesito tanta como puedas traer, y deprisa.

—Y ¿qué pasa con Garra de Tigre? —quiso saber Polvoroso.

—¡Por ahora, Garra de Tigre tendrá que apañárselas por su cuenta! —le espetó Fauces Amarillas.

Carbonilla había estado observándolos desde el tocón de árbol, y entonces se acercó.

—¿Con qué tendrá que apañárselas? —maulló emocionada.

Corazón de Fuego le ordenó que se callara con una rápida sacudida de la cola.

Polvoroso hizo caso omiso de la aprendiza.

—¡El Clan de la Sombra podría estar en nuestro territorio en estos momentos! —bufó.

A Carbonilla se le pusieron los ojos como platos, pero se mordió la lengua.

La curandera se paró a pensar.

—¿Dónde está Tormenta Blanca? —preguntó al cabo.

—Patrullando las Rocas Soleadas con Arenisca y Musaraña —respondió Polvoroso.

La gata asintió.

—Con Estrella Azul enferma y Corazón de Fuego en busca de la nébeda, no podemos arriesgarnos a mandar más guerreros fuera del campamento. Si el Clan de la Sombra está en nuestro territorio, podrían atacarnos. Ya lo han hecho antes —recordó ceñuda.

—Si me doy prisa en recoger la nébeda —intervino Corazón de Fuego—, podría ir después a ver a Garra de Tigre y traerle su mensaje a Estrella Azul.

Los ojos de Polvoroso centellearon.

—Pero Garra de Tigre quiere que Estrella Azul vea las pruebas por sí misma. ¡El Clan de la Sombra ha dejado restos de presas devoradas en nuestro lado del Sendero Atronador!

Fauces Amarillas lo hizo callar con un gruñido.

—Estrella Azul no necesita ver las pruebas —declaró con voz áspera—. La palabra de su lugarteniente debería bastar.

—Garra de Tigre sólo necesita saber que Estrella Azul no puede acudir —maulló Corazón de Fuego—. Yo le llevaré ese mensaje después de recoger la nébeda. ¿Dónde está Garra de Tigre?

—¡Yo iré! —espetó Polvoroso—. ¿Acaso te consideras mejor mensajero porque eres guerrero y yo sólo aprendiz? —inquirió, lanzándole una mirada retadora.

Pero Fauces Amarillas no tenía tiempo para peleas.

—¡El clan necesitará protección mientras Corazón de Fuego esté fuera! —le bufó a Polvoroso agachando las orejas—. ¿Ésa no es una tarea lo bastante importante para ti? Vamos, ¿dónde está Garra de Tigre?

—Junto al fresno quemado cuyas ramas cuelgan sobre el Sendero Atronador —respondió Polvoroso enfurruñado.

—Bien. ¡Ahora vete, Corazón de Fuego! ¡Rápido!

Mientras cruzaba a toda prisa el claro, el joven guerrero oyó unas pisadas detrás de él.

—¡Corazón de Fuego, espera!

—Vuelve a tu guarida, Carbonilla —ordenó él por encima del hombro, sin reducir la marcha.

—Pero ¡yo podría ir a darle el mensaje a Garra de Tigre mientras tú traes la nébeda!

Corazón de Fuego se detuvo de golpe y se volvió hacia su pequeña aprendiza.

—Carbonilla, debes permanecer en el campamento por si hay guerreros del Clan de la Sombra en los alrededores.

La gata pareció abatida, pero él no tenía tiempo para preocuparse por sus sentimientos.

—Regresa a tu guarida —repitió con un gruñido, y sin esperar a ver su reacción, dio media vuelta y salió del campamento.

Corrió a través del pinar y cruzó rápidamente el sotobosque que llevaba a las viviendas de Dos Patas. Al saltar sobre la valla que rodeaba su antiguo hogar, el familiar olor del jardín le anegó las fosas nasales. Su mente se inundó de recuerdos que lo aturdieron un momento. Pensó en tardes soleadas jugando en el jardín con los juguetes que sus Dos Patas tenían para él. Casi esperó oír cómo sacudían su caja de comida y lo llamaban por su nombre de gato doméstico. Luego pensó en Estrella Azul, que estaba debatiéndose contra la neumonía.

Bajó al jardín de un salto y recorrió el césped hacia la zona donde recordaba que crecía la nébeda. Aspiró profundamente con la boca abierta y luego soltó un suspiro de alivio. El tentador perfume seguía allí, en alguna parte.

Avanzó por la hilera de plantas olfateando el aire. No podía ver la nébeda, y cada vez iba acercándose más a su antigua casa de Dos Patas. Sus pasos se volvieron más lentos. Aromas de su infancia se mezclaron con el de la nébeda, confundiéndolo.

Sacudió la cabeza para despejársela y se concentró en el olor de la nébeda. Se coló por debajo de un gran arbusto, que todavía goteaba por la lluvia de la noche anterior, y allí encontró una gran mata de la suave y fragante planta. La reciente helada había quemado algunas hojas, pero el arbusto protector había salvado las suficientes. Corazón de Fuego arrancó todas las que podía llevar. Su sabor se le filtró deliciosamente en la boca, pero tuvo cuidado de no morderlas, por mucho que lo deseara. Estrella Azul necesitaría hasta la última gota de su precioso jugo.

Con la boca llena, hizo el camino a la inversa. Saltó la valla y corrió como un rayo por el bosque, sin importarle las zarzas que se le enganchaban en el pelo. Sentía como si fueran a estallarle los pulmones: con la boca cerrada para sujetar las hojas de nébeda, sólo podía respirar por la nariz.

Fauces Amarillas lo estaba esperando en el túnel de aulagas. Dejó la nébeda delante de ella y tomó una gran bocanada de aire, resollando. Con una mirada de agradecimiento, la vieja curandera recogió las hojas y salió disparada hacia la guarida de Estrella Azul.

Mientras recuperaba el aliento entre jadeos, Corazón de Fuego captó el olor de Carbonilla en el túnel. Olfateó el suelo a su alrededor. ¿Habría abandonado Carbonilla el campamento incluso después de que le hubiese advertido sobre los guerreros del Clan de la Sombra?

Corrió al refugio de los aprendices y se asomó al interior. Fronde estaba solo, durmiendo.

—¿Dónde está Carbonilla? —maulló Corazón de Fuego.

El aprendiz levantó la cabeza, soñoliento.

—¿Eh? ¿Qué?

—¡Carbonilla! ¿Dónde está?

—No lo sé —respondió Fronde confundido.

Corazón de Fuego sacó la cabeza y miró alrededor. Escarcha se paseaba delante de la guarida de Estrella Azul, con el pelaje alborotado por la agitación.

El joven se preguntó qué hacer. No tenía tiempo de ponerse a buscar a Carbonilla, y no quería contarles a los demás guerreros que había desaparecido. «¡Látigo Gris!», pensó de repente. Su amigo podría ir a buscarla mientras él hablaba con Garra de Tigre. Corrió al dormitorio de los guerreros.

El lecho de Látigo Gris estaba vacío. Menudo fiasco. ¿Dónde estaba su amigo cuando lo necesitaba? ¡Como si no lo supiera! Resopló malhumorado. Carbonilla tendría que arreglárselas por sí sola hasta que él le dijese a Garra de Tigre que Estrella Azul estaba enferma.

Volvió a salir por el túnel de aulagas y se encaminó hacia el Sendero Atronador. Al seguir la senda que subía desde el barranco hasta el bosque, captó el olor de Carbonilla. La aprendiza debía de haber pasado por allí. ¡Por supuesto! ¡Había ido a buscar a Garra de Tigre por su cuenta! A Corazón de Fuego se le erizó el lomo de inquietud y frustración. ¿Cómo podía ser tan insensata aquella gata?

Tras bordear las Rocas de las Serpientes empezó a oler el Sendero Atronador y a oír el rugido de sus monstruos.

Un maullido estridente y agudo sonó donde acababan los árboles. El joven felino se estremeció: era el mismo grito que había oído en su sueño.

Fue hacia allí a toda prisa y se detuvo en la margen de hierba junto al Sendero Atronador. Miró el arcén arriba y abajo desesperadamente, y descubrió un fresno carbonizado por un rayo. Ése debía de ser el lugar donde Garra de Tigre quería reunirse con Estrella Azul, según Polvoroso. De pronto vio que el lugarteniente se hallaba a cierta distancia de allí, y que avanzaba tranquilamente hacia el fresno.

Corazón de Fuego echó a correr. El arcén era muy estrecho en ese punto —apenas había espacio para un conejo—, pero el joven guerrero siguió adelante. Mientras corría, llamó a Garra de Tigre.

—¿Has oído ese grito? —le preguntó, pero el rugido de un monstruo que se aproximaba ahogó sus palabras.

Corazón de Fuego se estremeció al pasar el monstruo, y esperó a que el ruido se desvaneciera para llamar de nuevo a Garra de Tigre. Pero entonces reparó en que había algo junto al fresno, una forma oscura sobre la fina tira de hierba. Con un sobresalto, reconoció el pequeño cuerpo que yacía inmóvil junto al Sendero Atronador. Era Carbonilla.